Mundo de fábulas, de voces que las narran y son narradas tratando de detener el desangrarse de un sentido que fuga irremisiblemente. Intertexto interminable que fatalmente nos habita y habitamos, una red de huellas textualizadas que el hombre aprende y aprehende como su realidad, río de restos humanos parapetados de discursos, escudos gregarios que inventamos para sostenernos. Una mentira pororsa, un abrazarse a la ilusión aunque los dados estén marcados
Pero
apenas rozamos la mano que piensa
Vuelo
de alas plegadas
Todo
ese gran relato de relatos que simula ser total es un territorio socavado de
vacíos recorridos por las corrientes intempestivas de un discurso otro
desapalabrado de mundo que el hombre trata de acallar pero que no para de decir.
Nos vivimos continuos en un paisaje lineal pero somos paradojas en el suspenso
de la espera, pasajeros perdidos y perplejos, precarios intervalos entre los
ardides y los ardores del espíritu frente a la muerte, viajeros del deseo
manoteando en el vacío. Somos todo eso que nos falta, nuestra propia ausencia.
Sin ese vacío que nos provoca, nos atemoriza y nos interroga, seríamos nada más
que sobrevivientes, hijos de la necesidad. Pero el Azar, a nuestro pesar,
deambula con nosotros a la espalda porque la vida es un continuo aventurarse,
un inacabable trayecto fatalmente demandante de todo lo que el mundo puede
ofrecer pero también de lo que guarda celosamente, lo que la luz del día hace
huir, la extrañeza, lo que excluye la intimidad, el misterio que fulgura en su
extrema inabordabilidad y que al intentar la palabra fuga por su inadecuación,
y que al aproximarse, incendia los ojos. Misterio que es a la vez nuestro
propio misterio, una patria que no es patria, un vacío donde poder encontrar
las raíces, una zona limítrofe con lo imposible en el confín de las certezas,
en el reverso enigmático de lo que llamamos real, lo ininteligible, lo inexpresable,
la experiencia de la distancia, de lo siempre lejos
Humanos,
imposibles cazadores nocturnales, verbos trashumantes de la pregunta diferida,
de la respuesta hasta el último instante obstinadamente desconocida, suspendidos
entre un
no poder permanecer y un no poder dejar de estar, padecemos la irrupción
de una libertad encriptada, una apertura desde la cual se intenta nombrar el
misterio, lo imprevisible, la pesadilla de la muelle costumbre de los días - el
acceso a la singularidad -
Más
allá o más acá hay solo lo observable de la apariencia, el vivir pegados a la
realidad objetiva que subordina lo Otro de lo real a lo ya sabido, una
menesterosidad sin remedio, ciega ante su ineptitud y su prepotencia de querer
negar lo inabarcable. La “muerte de dios”
nos dejó en prenda el vacío que ocupaba - el agujero simbólico y
emblemático del hoy – donde alojar nuestra eternidad prefabricada y sus
eclipses. Ese vacío reaparece en rostros siempre distintos cada vez que se
alojan en el alma como presencias. El
deseo se encarga de vestir la ausencia - travesía de pérdidas – y pendemos
entre las ruinas de nuestro desencanto, las eternas caducidades de nuestra
existencia, la verdadera historia de nuestro naufragio
La singularidad
es un rostro vaciado de mundo que brilla en la inconveniencia de no encajar.
Para ver realmente se hace necesario atravesar la soledad, lugar de privilegio
para el derrumbe de las cadenas de sentido del escenario de la realidad
Un hombre se despierta por la mañana en su lecho,
apenas levantado ya está nuevamente dormido, abandonándose a todos los
automatismos que hacen a su cuerpo actuar según las reglas cotidianas…porque es
el cuerpo el que se encarga de ello y al hacerlo, duerme
Hombre
olvidado de su olvido. Hombre – coágulo de un mundo plegado sobre sí
Hay que vestirse de
soledad para borrar el presente con la presencia
2016