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24 - El Azar y la necesidad
Ruido de mundo, palabras infinitas que interpretan la tierra bajo las estrellas intentando resolver la urdimbre del misterio ante la indiferencia del universo.

 Mundo de fábulas, de voces que las narran y son narradas tratando de detener el desangrarse de un sentido que fuga irremisiblemente. Intertexto interminable que fatalmente nos habita y habitamos, una red de huellas textualizadas que el hombre aprende y aprehende como su realidad, río de restos humanos parapetados de discursos, escudos gregarios que inventamos para sostenernos. Una mentira pororsa, un abrazarse a la ilusión aunque los dados estén marcados

 

Pero apenas rozamos la mano que piensa

Vuelo de alas plegadas

 

Todo ese gran relato de relatos que simula ser total es un territorio socavado de vacíos recorridos por las corrientes intempestivas de un discurso otro desapalabrado de mundo que el hombre trata de acallar pero que no para de decir. Nos vivimos continuos en un paisaje lineal pero somos paradojas en el suspenso de la espera, pasajeros perdidos y perplejos, precarios intervalos entre los ardides y los ardores del espíritu frente a la muerte, viajeros del deseo manoteando en el vacío. Somos todo eso que nos falta, nuestra propia ausencia. Sin ese vacío que nos provoca, nos atemoriza y nos interroga, seríamos nada más que sobrevivientes, hijos de la necesidad. Pero el Azar, a nuestro pesar, deambula con nosotros a la espalda porque la vida es un continuo aventurarse, un inacabable trayecto fatalmente demandante de todo lo que el mundo puede ofrecer pero también de lo que guarda celosamente, lo que la luz del día hace huir, la extrañeza, lo que excluye la intimidad, el misterio que fulgura en su extrema inabordabilidad y que al intentar la palabra fuga por su inadecuación, y que al aproximarse, incendia los ojos. Misterio que es a la vez nuestro propio misterio, una patria que no es patria, un vacío donde poder encontrar las raíces, una zona limítrofe con lo imposible en el confín de las certezas, en el reverso enigmático de lo que llamamos real, lo ininteligible, lo inexpresable, la experiencia de la distancia, de lo siempre lejos

Humanos, imposibles cazadores nocturnales, verbos trashumantes de la pregunta diferida, de la respuesta hasta el último instante obstinadamente desconocida, suspendidos entre un no poder permanecer y un no poder dejar de estar, padecemos la irrupción de una libertad encriptada, una apertura desde la cual se intenta nombrar el misterio, lo imprevisible, la pesadilla de la muelle costumbre de los días - el acceso a la singularidad -

Más allá o más acá hay solo lo observable de la apariencia, el vivir pegados a la realidad objetiva que subordina lo Otro de lo real a lo ya sabido, una menesterosidad sin remedio, ciega ante su ineptitud y su prepotencia de querer negar lo inabarcable. La “muerte de dios”  nos dejó en prenda el vacío que ocupaba - el agujero simbólico y emblemático del hoy – donde alojar nuestra eternidad prefabricada y sus eclipses. Ese vacío reaparece en rostros siempre distintos cada vez que se alojan en el alma como  presencias. El deseo se encarga de vestir la ausencia - travesía de pérdidas – y pendemos entre las ruinas de nuestro desencanto, las eternas caducidades de nuestra existencia, la verdadera historia de nuestro naufragio

La singularidad es un rostro vaciado de mundo que brilla en la inconveniencia de no encajar. Para ver realmente se hace necesario atravesar la soledad, lugar de privilegio para el derrumbe de las cadenas de sentido del escenario de la realidad

 Un hombre se despierta por la mañana en su lecho, apenas levantado ya está nuevamente dormido, abandonándose a todos los automatismos que hacen a su cuerpo actuar según las reglas cotidianas…porque es el cuerpo el que se encarga de ello y al hacerlo, duerme

Hombre olvidado de su olvido. Hombre – coágulo de un mundo plegado sobre sí

Hay que vestirse de soledad para borrar el presente con la presencia

 2016