Es abrirse a la escritura, dar consentimiento a un huésped, mientras se infiltra y se rehusa, al mismo tiempo que va dejando su marca. Es estar a la expectativa de lo que la obra trae y retrae, un otro mundo que se oculta en este mismo mundo, quebrando radicalmente la linealidad acostumbrada de la lectura tradicional, la unidad de sentido, la representación de lo real, la soberanía del autor y permitiendo infinitas re- lecturas clausurando así el carácter definitivo de lo escrito, cobijando entre sus letras el espacio secreto de la excedencia de sentido, infinito e inagotable, un resto, una huella, que se resiste a la significación.
Se trata de leer lo que no está escrito, aquello
que se da pero hurtándose, leer lo ilegible que no es el dificultoso intento de
desciframiento de un sentido que de tan críptico nos impediría su acceso sino que se trata de resistir la renuencia
del texto que nos expulsa, posibilitando la legibilidad incierta, dudosa,
esquiva, perpleja, del azaroso e inconmensurable fluir de la escritura, una
aventura de riesgo eterna e incompleta que la lectura debe apremiar, casi
violentar. Allí radica su riqueza.
El lector es una especie de rehén que
condesciende, que deja de existir como “yo” y se convierte en cómplice de ese
otro que acaba de hospedar. En este movimiento se subvierte toda la textura de
su existencia, viaja en el tiempo, atraviesa territorios hostiles y entreabre la puerta hacia ese misterio que nunca acabará
de enunciarse, lo lejano, un vacío para el que no hay palabra, solo un acoso al
silencio, pero que mueve esa dinámica de fuerzas entre el texto y el lector que
pasa a ser una subjetividad sin sujeto que vive a expensas del otro en el mismo
hueco que le va dejando
Vamos hacia un libro sin saberlo, en medio de la
incerteza, pero entramos en él con una actitud pasiva, como si supiéramos que
era ése por el que esperábamos
El texto exige antes de su propio sentido, su oyente, aquel que ya ha
entrado en la escucha propia de ese texto y por ende en ese texto mismo…y no
hace más que asumir su movimiento, la llamada desconcertante que el texto nos
dirige y que oímos sin oir
La apertura se da en ese otro que me lee, que me
acompaña desapareciendo, provocando en mí lo que está fuera de mí. Alguien que
no soy yo me transmuta pasivamente en otro y me enfrenta con la ignorancia de
lo desconocido
Leer desescribe, incomoda, desconcierta, desacomoda,
destituye, desubica. Es leer aquello que no está escrito, una presencia
embozada, inquisitiva y convocante. La lectura al rescribir realimenta y
reactiva no solo lo dicho sino aquello que da qué decir. Es escribir en lo que no es
posible leer, en su oquedad. Es flotar sobre un abismo que hay que cruzar, dar
el salto desde la letra a la ausencia, sostenido por lo incierto. Frente al
texto flotamos en el anonimato, la pérdida de sí, la pérdida de cualquier tipo
de poder, pero también de toda sumisión. Leer es asumir los silencios que interrogan y que permite que el lector se convierta a su vez en escritor
A veces se vive la lectura como la imposibilidad
de descorrer los velos en dirección a un significado, un instante donde a pesar
del esfuerzo por descifrar y atravesar las marcas, se experimenta lo inasequible
de lo que se pretende encontrar, un significado, un sentido. Allí en ese punto
estalla la diferencia que media entre la lectura tradicional y la nueva
escritura que exige se la respete en su intempestiva forma de transitar la
aventura del lenguaje, en medio de un mundo que ha llegado justo a sus bordes y solo se repliega sobre
si, de espaldas al vacío de sentido. La escritura deviene cifra, y en la medida
en que el sentido está siendo permanentemente aplazado, todo el texto está
siendo en cada momento releído. El triunfo final de la escritura sería la total
identificación entre significado y significante, la plena realización del signo,
pero esa es su imposibilidad porque la fisura entre ambos es la real condición
de su posibilidad, al igual que la existencia misma del mundo
Leemos en el mundo pero leemos el mundo
El texto entonces se extraña, se aventura más
allá de los bordes donde se desconoce y donde no habita el lenguaje, un desafío
que invita al lector a atravesar ese territorio incógnito y transgredirlo,
resistirlo, ya que siempre hay algo que logra vencer lo ilegible y sortear
provisoriamente la amenaza del sin sentido que se desplaza continuamente - aunque
ese sentido siga siempre amenazado y no puede lograrse la significación del
texto, siempre en suspenso - sin restituirlo una y otra vez porque la
escritura se extiende en el límite de sus recursos y vuelve a revivir en cada
relectura el riesgo del principio donde el sentido ya estaba irremediablemente
exhausto
El texto se resiste pero el lector tampoco puede
hacer otra cosa que resistirlo, no abandonar, encontrar la forma de negociar
con su propia exclusión, con su sentirse
desalojado. La vinculación con un texto es una relación de fuerzas y es
ineludiblemente polémica, necesariamente conflictiva. Experiencia a cielo abierto. Un pasaje hacia el Afuera
Es la lengua a punto de silencio
Febrero 2017