desplegar menu

54 - La lengua a punto de silencio
Leer es hoy el gran desafío de habitar las zonas muertas de un texto y de lidiar con un lenguaje que se recuesta en lo ilegible

Es abrirse a la escritura, dar consentimiento a un huésped, mientras se infiltra y se rehusa, al mismo tiempo que va dejando su marca. Es estar a la expectativa de lo que la obra trae y retrae, un otro mundo que se oculta en este mismo mundo, quebrando radicalmente la linealidad acostumbrada de la lectura tradicional, la unidad de sentido, la representación de lo real, la soberanía del autor y permitiendo infinitas  re- lecturas clausurando así el carácter definitivo de lo escrito, cobijando entre sus letras el espacio secreto de la excedencia de sentido, infinito e inagotable, un resto, una huella, que se resiste a la significación.  

Se trata de leer lo que no está escrito, aquello que se da pero hurtándose, leer lo ilegible que no es el dificultoso intento de desciframiento de un sentido que de tan críptico nos impediría su acceso  sino que se trata de resistir la renuencia del texto que nos expulsa, posibilitando la legibilidad incierta, dudosa, esquiva, perpleja, del azaroso e inconmensurable fluir de la escritura, una aventura de riesgo eterna e incompleta que la lectura debe apremiar, casi violentar. Allí radica su riqueza.

El lector es una especie de rehén que condesciende, que deja de existir como “yo” y se convierte en cómplice de ese otro que acaba de hospedar. En este movimiento se subvierte toda la textura de su existencia, viaja en el tiempo, atraviesa territorios hostiles y entreabre  la puerta hacia ese misterio que nunca acabará de enunciarse, lo lejano, un vacío para el que no hay palabra, solo un acoso al silencio, pero que mueve esa dinámica de fuerzas entre el texto y el lector que pasa a ser una subjetividad sin sujeto que vive a expensas del otro en el mismo hueco que le va dejando

Vamos hacia un libro sin saberlo, en medio de la incerteza, pero entramos en él con una actitud pasiva, como si supiéramos que era ése por el que esperábamos

El texto exige antes de su propio sentido, su oyente, aquel que ya ha entrado en la escucha propia de ese texto y por ende en ese texto mismo…y no hace más que asumir su movimiento, la llamada desconcertante que el texto nos dirige y que oímos sin oir

La apertura se da en ese otro que me lee, que me acompaña desapareciendo, provocando en mí lo que está fuera de mí. Alguien que no soy yo me transmuta pasivamente en otro y me enfrenta con la ignorancia de lo desconocido

Leer desescribe, incomoda, desconcierta, desacomoda, destituye, desubica. Es leer aquello que no está escrito, una presencia embozada, inquisitiva y convocante. La lectura al rescribir realimenta y reactiva no solo lo dicho sino aquello que da qué decir. Es escribir en lo que no es posible leer, en su oquedad. Es flotar sobre un abismo que hay que cruzar, dar el salto desde la letra a la ausencia, sostenido por lo incierto. Frente al texto flotamos en el anonimato, la pérdida de sí, la pérdida de cualquier tipo de poder, pero también de toda sumisión. Leer es asumir los silencios que interrogan y que permite que el lector se convierta a su vez en escritor

A veces se vive la lectura como la imposibilidad de descorrer los velos en dirección a un significado, un instante donde a pesar del esfuerzo por descifrar y atravesar las marcas, se experimenta lo inasequible de lo que se pretende encontrar, un significado, un sentido. Allí en ese punto estalla la diferencia que media entre la lectura tradicional y la nueva escritura que exige se la respete en su intempestiva forma de transitar la aventura del lenguaje, en medio de un mundo que ha llegado  justo a sus bordes y solo se repliega sobre si, de espaldas al vacío de sentido. La escritura deviene cifra, y en la medida en que el sentido está siendo permanentemente aplazado, todo el texto está siendo en cada momento releído. El triunfo final de la escritura sería la total identificación entre significado y significante, la plena realización del signo, pero esa es su imposibilidad porque la fisura entre ambos es la real condición de su posibilidad, al igual que la existencia misma del mundo

Leemos en el mundo pero leemos el mundo

El texto entonces se extraña, se aventura más allá de los bordes donde se desconoce y donde no habita el lenguaje, un desafío que invita al lector a atravesar ese territorio incógnito y transgredirlo, resistirlo, ya que siempre hay algo que logra vencer lo ilegible y sortear provisoriamente la amenaza del sin sentido que se desplaza continuamente - aunque ese sentido siga siempre amenazado y no puede lograrse la significación del texto, siempre en suspenso -  sin restituirlo una y otra vez porque la escritura se extiende en el límite de sus recursos y vuelve a revivir en cada relectura el riesgo del principio donde el sentido ya estaba irremediablemente exhausto

El texto se resiste pero el lector tampoco puede hacer otra cosa que resistirlo, no abandonar, encontrar la forma de negociar con su propia exclusión, con su  sentirse desalojado. La vinculación con un texto es una relación de fuerzas y es ineludiblemente polémica, necesariamente conflictiva. Experiencia a cielo abierto. Un pasaje hacia el Afuera

Es la lengua a punto de silencio


 Febrero 2017