desplegar menu

62 - La inocencia salvaje del lenguaje
Hay un titubeo, una lógica incertidumbre que nos acomete al hablar del lenguaje, "la forma siempre deshecha del afuera, el límite sin nombre contra el que viene a tropezar el lenguaje". Los más lúcidos pensadores han dado su palabra, una invitación para inventar un espacio para lo otro

Esta zozobra que experimentamos por el lenguaje está estrechamente relacionada con el pensamiento de volver a pensar la vida con una vehemencia subversiva, de estar a la escucha de lo más íntimo de la propia finitud, el vacío anterior al pronunciamiento de la palabra, la vivencia del nombre que nombra en respuesta al ser lingüístico de las cosas, una vivencia en el lenguaje y no a través de él

El alma descubre el alma ajena en el viejo encantamiento de la voz primera oída en el agua, bajo el agua, más allá del agua, ensordecida en la penumbra originaria

La lengua más antigua, antes de ser enfrentamiento de discurso, es visitación de la voz

 

El mundo gira envuelto en signos, forrado de escritura, abrumado de interpretación

Somos letra, somos discurso, una especie de puntos nodales alrededor de los que giran vertiginosamente millones de palabras, un quantum semántico que dibuja la circunstancia que nos habita y por la que peregrinamos desconcertados conformando un archivo, un lenguaje que nos habla y que nos piensa, nos revela, nos controla. Casi una interpretación del pensamiento. Somos la carne inadvertida del lenguaje que lee interminablemente la historia del pasado que tiene el pensamiento

Ese mismo lenguaje ha sido estandarizado, aplanado, bajo los mandatos que convierten a la palabra nada más que en una pieza de canje, un archivo de clichés, un mero signo desvirtuado que expone su desgaste, y revela la entropía de haber sido usado y abusado a la vez que expropiado y convertido en detritus de la historia que nos narra que se plasma a través de un orden que genera núcleos de poder en torno a una voluntad de verdad reputada como única y que es la que genera los criterios que luego son los que administran y dirimen nuestras formas de hablar y de pensar y cualifican nuestra vida política y cultural

La caída del hombre y la caída del lenguaje son lo mismo. Ambos se mantienen sobre el filo de una grieta que no obstante revela lo liminar, una diferencia que va engendrando una novedad sin fin porque el sentido no acaba nunca - aunque se enuncie en este ahora como sentido del sin-sentido – sino que se recrea y vuelve a tejerse de un modo otro

Cómo transitar estos espacios conflictivos por donde se desliza este lenguaje que hoy se elige a sí mismo como tema en la escritura, y que ya fuga hacia lo incógnito enfrentándose con esa renuencia de la palabra por decirse?

                                            A través de una vigilia del lenguaje como posible territorio de lo impensado, haciendo estremecer la gramática, desgarrando los constructos de la representación de la realidad, abriendo la sintaxis para descubrir la evidencia que desarticule el propio texto, dado que es el mismo lenguaje lo que hace al hombre capaz de ser el ser vivo que es en tanto que hombre y también de resguardarlo y de impedirle ser el instrumento de clonación de los discursos de poder. Una suspensión del consenso que acabe con la homogeneidad del beneplácito para poder ver al mundo de otro modo, lejos de los mandatos que impiden volver a una experiencia originaria cercana a la infancia del hombre  

Después de haber horadado los discursos, irreferenciado la palabra, quebrado los  significantes, perdido la fe en los significados, pulverizado la continuidad, a merced de los sentidos que fugan, después de darnos cuenta que somos hablados y pensados, saturados de logos, exhaustos y perplejos, arribamos a los bordes, a los límites de ese afuera esquivo, esa noche cóncava y abisal, aún empapados del Todo del mundo, sordos a la infinita potencialidad de lo oscuro que no hace más que desmentirlo. Allí, en vilo, en ese Vacío riesgoso, lugar extremo de una interrogación sin expectativas, allí el hombre se encamina a convertirse en carne de una pregunta muda, frente a la rebeldía de la palabra, como una iniciación al silencio y es desde el silencio desde donde se hace posible la cifra que solo amerita la escucha de las infinitas variaciones que descienden del misterio a la posible donación de los nombres, entre la ausencia y las sombras

Si bien el hombre ha llegado a los límites de todo y a los suyos propios con el mismo deseo y la misma impotencia de no poder nombrar lo desconocido, punto crucial donde llega el lenguaje que no nombra lo indecible, también, desde otro lugar, cabe la posibilidad de un discurso que sin ser un metalenguaje ni perderse en esa indecibilidad dice el lenguaje mismo y enuncia sus propios límites, un pensamiento consciente de su intemperie que señala sus confines y los niega a través del mismo lenguaje 

No obstante, avizorar el lugar extremo de una interrogación inenunciable como preámbulo de lo por–venir puede ser una aproximación al afuera desde el no-saber sin prisa por interpretar, y es, además de ratificar la inexistencia de la verdad, la opacidad de la palabra y nuestra propia incertidumbre, un preámbulo de la apertura necesaria para que el lenguaje recupere su inocencia salvaje y sus fronteras dejen de ser los límites que se nos imponen, una mirada que interrogue sin pretender que lo que vemos signifique, una celebración del enigma sin la ambición de resolverlo, soslayando lo pleno, que sigue y seguirá señalando la oquedad, la ausencia

Actualmente es posible que el hombre cual-sea ignore la potencialidad de ese borde silencioso adonde ha llegado sin proponérselo. Sigue funcionando en el mundo que lo entre-tiene mientras recorre un umbral que no reconoce como diferencia, sino como zona de ese mismo mundo. Una reserva de sentido que hiere de muerte la totalidad comprensible, ratificando una incompletud irreductible y al mismo tiempo un vínculo más angustioso con esa excedencia inaprensible a la que  se esfuerza por interpretar, por darle un sentido, una estructura que lo sostenga. Ese territorio limítrofe de la otredad, es un espacio de extrañeza, de intemperie, sin resguardo, es el lugar de lo imprevisible, de la anarquía,  porque “es” en sí mismo, siempre un acontecer, y donde es necesario renunciar al anclaje del mundo y aceptar lo inestable de la precariedad de lo lejano, la morada imposible con la intimidad trashumante del afuera. Una puerta sin puerta donde el instante se dilata  y el mundo pierde pie

Quien osaría, en medio de las arenas, hacer uso de la palabra? El desierto solo responde al grito, al último, envuelto ya en silencio, de donde surgirá el signo, porque únicamente se escribe en los confines del ser

El lenguaje ha avanzado más allá de sí mismo y está a las puertas de lo innominado, donde las cosas le hablan a través de un texto mudo, un testigo silencioso de lo que las palabras callan, esa nada sin representación donde anida la potencia de lo virgen, más allá de todo ser, un primer tajo en ese exterior a través del cual emerge la novedad de un pensamiento que se abre vacilante hacia nosotros despegando del silencio

Leemos la época desde la perspectiva de los extremos adonde hemos sido llevados, rumbo a un no-lugar donde quizá falte la palabra y haya solo la abertura indefinida de la espera, aunque esa falta es lo que debería presuponer el lenguaje para poder significar ya que solo él la piensa. Habitamos un hiato entre dos perspectivas: una otra forma de pensar totalmente alejada de la subjetividad, un estirarse en la distancia de lo aún sin nombre, donde se disuelve la inmediatez  de toda certeza, un peregrinar más allá del lenguaje, más allá de todo lo que conocemos, o la confianza en su pura autorreferencialidad, ya que los límites del lenguaje no se encuentran en su referencia sino en una experiencia que permita explorar esa misma autorreferencialidad

Lo que ya no se puede decir conviene no dejar de mentarlo


transitamos como enigmas afiebrados 

los umbrales de repentinos pensamientos 

                                             a velocidad luz

 y la tierra se ajena hasta volverse otra


Finales presentidos. Auroras digitales. Lo inerte por lo humano. Res cogitans o res extensa, el hombre es un episodio de tiempo y lenguaje, un rizoma de lo indescifrable. Una eterna sorpresa

La vida es el tiempo que necesita el vocablo…el tiempo de que dispone el hombre para agotar la palabra y ceñir el silencio


Mayo 2017