Esta zozobra que experimentamos por el lenguaje está estrechamente relacionada con el pensamiento de volver a pensar la vida con una vehemencia subversiva, de estar a la escucha de lo más íntimo de la propia finitud, el vacío anterior al pronunciamiento de la palabra, la vivencia del nombre que nombra en respuesta al ser lingüístico de las cosas, una vivencia en el lenguaje y no a través de él
El alma descubre el alma ajena en el viejo encantamiento de la voz primera oída en el agua, bajo el agua, más allá del agua, ensordecida en la penumbra originaria
La lengua más antigua, antes de ser enfrentamiento de discurso, es
visitación de la voz
El mundo gira envuelto en signos, forrado de
escritura, abrumado de interpretación
Somos letra, somos discurso, una especie de
puntos nodales alrededor de los que giran vertiginosamente millones de
palabras, un quantum semántico que dibuja la circunstancia que nos habita y por
la que peregrinamos desconcertados conformando un archivo, un lenguaje que nos
habla y que nos piensa, nos revela, nos controla. Casi una interpretación del
pensamiento. Somos la carne inadvertida del lenguaje que lee interminablemente
la historia del pasado que tiene el pensamiento
Ese mismo lenguaje ha sido estandarizado,
aplanado, bajo los mandatos que convierten a la palabra nada más que en una
pieza de canje, un archivo de clichés, un mero signo desvirtuado que expone su
desgaste, y revela la entropía de haber sido usado y abusado a la vez que expropiado
y convertido en detritus de la historia que nos narra que se plasma a través de
un orden que genera núcleos de poder en torno a una voluntad de verdad reputada
como única y que es la que genera los criterios que luego son los que administran y dirimen nuestras formas de hablar y de pensar y cualifican nuestra vida política y cultural
La caída del hombre y la caída del lenguaje son
lo mismo. Ambos se mantienen sobre el filo de una grieta que no obstante revela
lo liminar, una diferencia que va engendrando una novedad sin fin porque el
sentido no acaba nunca - aunque se enuncie en este ahora como sentido del
sin-sentido – sino que se recrea y vuelve a tejerse de un modo otro
Cómo transitar estos espacios conflictivos por
donde se desliza este lenguaje que hoy se elige a sí mismo como tema en la
escritura, y que ya fuga hacia lo incógnito
enfrentándose con esa renuencia de la palabra por decirse?
A través de una vigilia del lenguaje como
posible territorio de lo impensado, haciendo estremecer la gramática,
desgarrando los constructos de la representación de la realidad, abriendo la
sintaxis para descubrir la evidencia que desarticule el propio texto, dado que
es el mismo lenguaje lo que hace al hombre capaz de ser el ser vivo que es en
tanto que hombre y también de resguardarlo y de impedirle ser el instrumento de
clonación de los discursos de poder. Una suspensión del consenso que acabe con
la homogeneidad del beneplácito para poder ver al mundo de otro modo, lejos de
los mandatos que impiden volver a una experiencia originaria cercana a la
infancia del hombre
Después de haber horadado los discursos,
irreferenciado la palabra, quebrado los significantes, perdido la fe en los
significados, pulverizado la continuidad, a merced de los sentidos que fugan, después
de darnos cuenta que somos hablados y pensados, saturados de logos, exhaustos y
perplejos, arribamos a los bordes, a los límites de ese afuera esquivo, esa
noche cóncava y abisal, aún empapados del Todo del mundo, sordos a la infinita
potencialidad de lo oscuro que no hace más que desmentirlo. Allí, en vilo, en
ese Vacío riesgoso, lugar extremo de una interrogación sin expectativas, allí
el hombre se encamina a convertirse en carne de una pregunta muda, frente a la
rebeldía de la palabra, como una iniciación al silencio y es desde el silencio
desde donde se hace posible la cifra que solo amerita la escucha de las
infinitas variaciones que descienden del misterio a la posible donación de los
nombres, entre la ausencia y las sombras
Si bien el hombre ha llegado a los límites de
todo y a los suyos propios con el mismo deseo y la misma impotencia de no
poder nombrar lo desconocido, punto crucial donde llega el lenguaje que no
nombra lo indecible, también, desde otro lugar, cabe la posibilidad de un
discurso que sin ser un metalenguaje ni perderse en esa indecibilidad dice el
lenguaje mismo y enuncia sus propios límites, un pensamiento consciente de su intemperie
que señala sus confines y los niega a través del mismo lenguaje
No obstante, avizorar el lugar extremo de una interrogación
inenunciable como preámbulo de lo por–venir puede ser una aproximación al afuera desde el
no-saber sin prisa por interpretar, y es, además de ratificar la inexistencia de
la verdad, la opacidad de la palabra y nuestra propia incertidumbre, un
preámbulo de la apertura necesaria para que el lenguaje recupere su inocencia
salvaje y sus fronteras dejen de ser los límites que se nos imponen, una mirada
que interrogue sin pretender que lo que vemos signifique, una celebración del
enigma sin la ambición de resolverlo, soslayando lo pleno, que sigue y seguirá
señalando la oquedad, la ausencia
Actualmente es posible que el hombre cual-sea
ignore la potencialidad de ese borde silencioso adonde ha llegado sin proponérselo.
Sigue funcionando en el mundo que lo entre-tiene mientras recorre un umbral que
no reconoce como diferencia, sino como zona de ese mismo mundo. Una reserva
de sentido que hiere de muerte la totalidad comprensible, ratificando una
incompletud irreductible y al mismo tiempo un vínculo más angustioso con esa
excedencia inaprensible a la que se
esfuerza por interpretar, por darle un sentido, una estructura que lo sostenga.
Ese territorio limítrofe de la otredad, es un espacio de extrañeza, de intemperie,
sin resguardo, es el lugar de lo imprevisible, de la anarquía, porque “es” en sí mismo, siempre un acontecer,
y donde es necesario renunciar al anclaje del mundo y aceptar lo inestable de
la precariedad de lo lejano, la morada imposible con la intimidad trashumante
del afuera. Una puerta sin puerta donde el instante se dilata y el mundo pierde pie
Quien osaría, en medio de las arenas, hacer uso de la palabra? El desierto
solo responde al grito, al último, envuelto ya en silencio, de donde surgirá el
signo, porque únicamente se escribe en los confines del ser
El lenguaje ha avanzado más allá de sí mismo y
está a las puertas de lo innominado, donde las cosas le hablan a través de un
texto mudo, un testigo silencioso de lo que las palabras callan, esa nada sin
representación donde anida la potencia de lo virgen, más allá de todo ser, un
primer tajo en ese exterior a través del cual emerge la novedad de un
pensamiento que se abre vacilante hacia nosotros despegando del silencio
Leemos la época desde la perspectiva de los extremos adonde hemos sido llevados, rumbo a un no-lugar donde quizá falte la palabra
y haya solo la abertura indefinida de la espera, aunque esa falta es lo que
debería presuponer el lenguaje para poder significar ya que solo él la piensa.
Habitamos un hiato entre dos perspectivas: una otra forma de pensar totalmente
alejada de la subjetividad, un estirarse en la distancia de lo aún sin nombre,
donde se disuelve la inmediatez de toda
certeza, un peregrinar más allá del lenguaje, más allá de todo lo que conocemos,
o la confianza en su pura autorreferencialidad, ya que los límites del lenguaje
no se encuentran en su referencia sino en una experiencia que permita explorar
esa misma autorreferencialidad
Lo que ya no se puede decir conviene no dejar de mentarlo
transitamos como enigmas afiebrados
los umbrales de repentinos pensamientos
a velocidad luz
y la tierra se ajena hasta volverse otra
Finales presentidos. Auroras digitales. Lo inerte por lo humano. Res cogitans o res extensa, el hombre es un episodio de tiempo y lenguaje, un rizoma de lo indescifrable. Una eterna sorpresa
La vida es el tiempo que necesita el vocablo…el tiempo de que dispone el
hombre para agotar la palabra y ceñir el silencio
Mayo 2017