desplegar menu

65 - Escritura. La exuberancia del lenguaje
Escribir es un entre nosotros y las palabras desajustado, impreciso, inconmensurable, interminable, a veces ininteligible, una esclusa que nos abre las compuertas para que fluyan las voces y no se desangren en la clausura, haciendo resonar el sentido más allá de sí mismo en una visión repentina de lo que ninguna palabra podría expresar, pero habrá siempre en el lenguaje una palabra que traicione lo indecible y provoque el perseverar de la escritura, un encuentro

el de lo dicho ya – que no es lo ya dicho – con el infinito del decir

Las huellas del lenguaje habitan en el hombre desde su nacimiento, una noche antigua y húmeda de sonidos abisales, de terrores y temblores, la noche del grito emergiendo a través del aliento, la del llanto, la de la voz muda en la garganta, la noche de los párpados sellados que guardan ese mundo-antes, ese tiempo-antes, inocente, inconsciente,  salvaje, intocado, el de antes del lenguaje. Después vino el después y el hombre despegó los párpados y al abrir los ojos también se abrieron las puertas de su realidad y en y a través del lenguaje se constituyó en sujeto, rubricando su destino lingüístico. Pero las cosas importantes están más allá de las palabras en esa noche cerrada. Aun así son intensamente reales porque no han sido articuladas ni nombradas ni escritas, solo un rumor imperceptible. Se ha neutralizado la realidad a través de su reflejo, luego enmascarándola, para después disfrazar su ausencia y finalmente para esconderse de ella, disolviendo el significado y suplantándolo por una procesión de significantes en perpetuo cambio

La escritura planea sigilosa, camuflada, ataviada de nada, quiasmo de su cuerpo invisible sobre el cuerpo del lenguaje, en un territorio donde el decir se esconde a espaldas de la palabra. Atraviesa sombras que transpiran sombras, exuberancia del lenguaje que estalla en ecos, en sus infinitas prolongaciones, en el encadenamiento de significantes que se disuelven, se travisten, se reconfiguran y al mismo tiempo ponen de relieve la incapacidad intrínseca del lenguaje para decir el mundo, para homologarse con la realidad. La escritura es lo que se muestra intraducible al decir pero es un exceso de decir, lo que aunque se exhibe, no dice, y no habla de otra cosa, es lo hablado. La conquista del silencio

Es imposible hacer desistir la reserva del texto sin someter y subestimar el trabajo de la escritura que no es precisamente comunicar, expresar, sino que es un más allá del lenguaje, la irrupción de otra lengua en la misma lengua, letra sobre letra, palabra sobre palabra, iguales y distintas. Un-otro-decir

Un gran escritor es siempre como un extranjero en la lengua en que se expresa, aunque sea su lengua natal  

En toda vida existe un exceso indecible, un absoluto más allá de la gramática. Signos indescifrables dilatándose, los hombres, una piel plegada y multiplicada de palabras, piel texto, una escritura que la historia fue conformando y que a su vez fue reconformándose infinitamente ella misma, dando testimonio de época. No obstante, no hay texto que pueda representar el mundo, que logre hacerlo decible, porque no hay instrumentos que puedan abrazar la distancia para contemplarlo ya que  todos le pertenecen. La escritura es un lenguaje que no usa las palabras para expresar lo que ya existe, sino para “extrañarlas”  y así  impugnar la condición referencial del lenguaje. Al descartar la representación de lo real, solo le resta volver sobre sí misma decirse, espejarse y diseminarse. Así el texto no cierra nunca, se amplifica, se dispersa, se fisura en infinitos trayectos, cada vez una nueva apertura

 El mundo es una urdimbre de hilos sin principio ni fin, igual a la escritura, que resiste lo acabado, la continuidad, el orden. Ambos van en paralelo a uno y otro lado de un espejo, nudo y quiebre de la realidad

El silencio de lo que no se dijo, ese hiato del lenguaje, deja huella, resto no significante del discurso que se vela y se revela, se pliega y se despliega, obliga a volver hacia un comienzo que se pierde a través de la grieta que abre una sombra en la escritura. Se desliza en un retroceso infinito, y aunque cada palabra no remite a ningún referente, se abre a una multitud de sentidos. Aquello que no puede ser nunca primero permite mostrar, apenas vislumbrar, al desvanecerse, un nuevo comienzo, así el sentido se continúa sin pausa, entre un claudicar y un reinventarse. No hay nada que meramente ocupe algún lugar,   solo las diferencias y el diferir del sentido formando texto de textos. Huella de huellas

Aquello que no podía cesar de escribirse era la imagen de aquello que nunca cesaba de no escribirse

Escribir es hacer rizoma, una expansión del lenguaje que desborda la realidad, la desestabiliza, la disuelve, la distorsiona, la recrea. En suma, la somete a un estilo. Zona de indefinición, entre el sentido y el sin-sentido, una armonía disonante, inacabada y sin centro. Es el paulatino vaciamiento del imaginario, el encuentro con lo que no se andaba buscando, una discontinuidad imprevisible, un territorio con innumerables líneas de fuga, una forma sin forma que resiste la escritura, un disfraz del lenguaje que explora otra gramática hecha de desvíos, que desbarata la maniera instaurada de escribir, una producción que parte de lo conocido para crear significaciones nuevas porque la escritura incita al lenguaje hacia un afuera que ya no responde a ninguna lengua

Escritura rizoma, raíces aéreas que conectan con otros textos, raíces subterráneas que vibran con la red entretejida de textos, una encrucijada de citas, referencias, ecos, lenguajes. Un entre-los-textos ilocalizable

La escritura se apoya en el lenguaje, se encabalga en él así como también lo desconoce, lo des habla  y lo vuelve a  hablar en una enunciación infinita que provoca la vuelta del lenguaje sobre sí mismo. Es una trama de sonoridades semánticas, de significados y sentidos, una historia de superposiciones de la historia. Una transversalidad que las atraviesa, una travesía.  Es el territorio en el que ningún lenguaje se empodera y se impone sobre otro, un territorio donde todos los lenguajes fluyen, donde todos los textos circulan

La escritura implica crear un objeto nuevo, plural, que no pertenece a nadie, habita un espacio vacío, fuera de toda lógica y donde el sujeto no tiene lugar, solo la euforia del emerger del lenguaje. No es necesario comprenderla sino buscar las  asociaciones, los desvíos, las aproximaciones. Aloja la pluralidad  irreductible del sentido, no su coexistencia, no puede ser ella misma más que en su diferencia

 

La escritura es un largo peregrinaje a través de la demasía del lenguaje, un tejido en cuyas oquedades se perfila un vacío que nunca se llega a nombrar pero que persevera, llevando el lenguaje al límite hasta esa noche cóncava y abismal donde se puede escuchar el susurro inacabable del afuera, un lenguaje puro e indeterminado, devastador, sin comienzo ni fin, lo que habla desde el fondo oscuro de lo elemental

 

Pensamiento en abismo, escritura del abismo. La huella está ligada tanto al ser, a la esencia, como al vacío, del que podría ser su sonoridad


Junio 2017