el de lo dicho ya – que no es lo ya dicho – con el infinito del decir
Las huellas del lenguaje habitan en el hombre
desde su nacimiento, una noche antigua y húmeda de sonidos abisales, de
terrores y temblores, la noche del grito emergiendo a través del aliento, la
del llanto, la de la voz muda en la garganta, la noche de los párpados sellados
que guardan ese mundo-antes, ese tiempo-antes, inocente, inconsciente, salvaje, intocado, el de antes del lenguaje.
Después vino el después y el hombre despegó los párpados y al abrir los ojos
también se abrieron las puertas de su realidad y en y a través del lenguaje se
constituyó en sujeto, rubricando su destino lingüístico. Pero las cosas
importantes están más allá de las palabras en esa noche cerrada. Aun así son
intensamente reales porque no han sido articuladas ni nombradas ni escritas,
solo un rumor imperceptible. Se ha neutralizado la realidad a través de su
reflejo, luego enmascarándola, para después disfrazar su ausencia y finalmente
para esconderse de ella, disolviendo el significado y suplantándolo por una procesión
de significantes en perpetuo cambio
La escritura planea sigilosa, camuflada,
ataviada de nada, quiasmo de su cuerpo invisible sobre el cuerpo del lenguaje, en
un territorio donde el decir se esconde a espaldas de la palabra. Atraviesa
sombras que transpiran sombras, exuberancia del lenguaje que estalla en ecos,
en sus infinitas prolongaciones, en el encadenamiento de significantes que se
disuelven, se travisten, se reconfiguran y al mismo tiempo ponen de relieve la
incapacidad intrínseca del lenguaje para decir el mundo, para homologarse con
la realidad. La escritura es lo que se muestra intraducible al decir pero es un
exceso de decir, lo que aunque se exhibe, no dice, y no habla de otra cosa, es
lo hablado. La conquista del silencio
Es imposible hacer desistir la reserva del texto
sin someter y subestimar el trabajo de la escritura que no es precisamente
comunicar, expresar, sino que es un más allá del lenguaje, la irrupción de otra
lengua en la misma lengua, letra sobre letra, palabra sobre palabra, iguales y
distintas. Un-otro-decir
Un gran escritor es siempre como un extranjero en la lengua en que se
expresa, aunque sea su lengua natal
En toda vida existe un exceso indecible, un
absoluto más allá de la gramática. Signos indescifrables dilatándose, los
hombres, una piel plegada y multiplicada de palabras, piel texto, una escritura
que la historia fue conformando y que a su vez fue reconformándose
infinitamente ella misma, dando testimonio de época. No obstante, no hay texto
que pueda representar el mundo, que logre hacerlo decible, porque no hay
instrumentos que puedan abrazar la distancia para contemplarlo ya que todos le pertenecen. La escritura es un
lenguaje que no usa las palabras para expresar lo que ya existe, sino para “extrañarlas” y así
impugnar la condición referencial del lenguaje. Al descartar la
representación de lo real, solo le resta volver sobre sí misma decirse,
espejarse y diseminarse. Así el texto no cierra nunca, se amplifica, se
dispersa, se fisura en infinitos trayectos, cada vez una nueva apertura
El mundo
es una urdimbre de hilos sin principio ni fin, igual a la escritura, que
resiste lo acabado, la continuidad, el orden. Ambos van en paralelo a uno y
otro lado de un espejo, nudo y quiebre de la realidad
El silencio de lo que no se dijo, ese hiato del
lenguaje, deja huella, resto no significante del discurso que se vela y se
revela, se pliega y se despliega, obliga a volver hacia un comienzo que se
pierde a través de la grieta que abre una sombra en la escritura. Se desliza en
un retroceso infinito, y aunque cada palabra no remite a ningún referente, se
abre a una multitud de sentidos. Aquello que no puede ser nunca primero permite
mostrar, apenas vislumbrar, al desvanecerse, un nuevo comienzo, así el sentido
se continúa sin pausa, entre un claudicar y un reinventarse. No hay nada que
meramente ocupe algún lugar, solo las diferencias y el diferir del sentido
formando texto de textos. Huella de huellas
Aquello que no podía cesar de escribirse era la imagen de aquello que
nunca cesaba de no escribirse
Escribir es hacer rizoma, una expansión del
lenguaje que desborda la realidad, la desestabiliza, la disuelve, la
distorsiona, la recrea. En suma, la somete a un estilo. Zona de indefinición, entre el
sentido y el sin-sentido, una armonía disonante, inacabada y sin centro. Es el paulatino
vaciamiento del imaginario, el encuentro con lo que no se andaba buscando, una
discontinuidad imprevisible, un territorio con innumerables líneas de fuga, una
forma sin forma que resiste la escritura, un disfraz del lenguaje que explora
otra gramática hecha de desvíos, que desbarata la maniera instaurada de
escribir, una producción que parte de lo conocido para crear significaciones
nuevas porque la escritura incita al lenguaje hacia un afuera que ya no
responde a ninguna lengua
Escritura rizoma, raíces aéreas que conectan con
otros textos, raíces subterráneas que vibran con la red entretejida de textos, una
encrucijada de citas, referencias, ecos, lenguajes. Un entre-los-textos
ilocalizable
La escritura se apoya en el lenguaje, se
encabalga en él así como también lo desconoce, lo des habla y lo vuelve a hablar en una enunciación infinita que provoca
la vuelta del lenguaje sobre sí mismo. Es una trama de sonoridades semánticas,
de significados y sentidos, una historia de superposiciones de la historia. Una
transversalidad que las atraviesa, una travesía. Es el territorio en el que ningún lenguaje se
empodera y se impone sobre otro, un territorio donde todos los lenguajes fluyen,
donde todos los textos circulan
La
escritura implica crear un objeto nuevo, plural, que no pertenece a nadie,
habita un espacio vacío, fuera de toda lógica y donde el sujeto no tiene lugar,
solo la euforia del emerger del lenguaje. No es necesario comprenderla sino
buscar las asociaciones, los desvíos, las
aproximaciones. Aloja la pluralidad irreductible del sentido, no su coexistencia,
no puede ser ella misma más que en su diferencia
La
escritura es un largo peregrinaje a través de la demasía del lenguaje, un
tejido en cuyas oquedades se perfila un vacío que nunca se llega a nombrar pero
que persevera, llevando el lenguaje al límite hasta esa noche cóncava y abismal
donde se puede escuchar el susurro inacabable del afuera, un lenguaje puro
e indeterminado, devastador, sin comienzo ni fin, lo que habla desde el fondo
oscuro de lo elemental
Pensamiento en abismo,
escritura del abismo. La huella está ligada tanto al ser, a la esencia, como al
vacío, del que podría ser su sonoridad
Junio 2017