En el siglo pasado aceptamos mansamente pequeños cambios que interceptaban de alguna forma nuestras libertades en función de agilizar las comunicaciones, voces impersonales que llanamente ordenaban qué hacer. Paulatinamente fuimos entrenados sin darnos cuenta en el ejercicio de una obediencia inconsciente que devino natural, perversamente natural, y que ha llegado a ser incondicional, base indiscutible de la sumisión, una incondicionalidad que nada tiene que ver con la aceptación sino con la falta de opciones, matiz indispensable en un discurso autoritario que es el que nos rige bajo distintos tipos de enmascaramientos que nos seducen mientras cumplimos sus objetivos. Vidas perdidas en estos discursos, que permanecen larvadas en las redes de un autoritarismo velado al que han sido destinadas
Este siglo le pertenece a la robótica y a su
lenguaje esclerotizado que últimamente ha suavizado sus expresiones con un
claro influjo de la “positividad” imperante en el sistema, otro de sus
camuflajes para captar insumisos. Se vive un determinismo socio-cultural, una
especie de fatalidad de la que no podemos escapar enredados en una mediación
que nos conforma gregariamente suturando cualquier atisbo de singularidad, en
suma, un discurso autoritario que nos necesita para existir y que ni bien nos
tiene en su órbita no parece haber salida, un ejercicio de enunciación de
mandatos, de ausencia de razones, un gesto sin voz hacia un quién que no puede
responder, una manifestación de poder, una relación asimétrica, insidiosa e
implícita que se pone de relieve de manera notoria en las redes sociales donde
el engaño flagrante se reviste de fama, estímulo y amigos. Pero este engranaje ya
forma parte de nuestra vida en la costumbre de todos los días, recubierto de
una pátina de normalidad y pragmatismo que contribuye a internalizar las
cadenas y aprisionar a los individuos con una falsa identidad propia, sin que
vislumbren la posibilidad de resistirlo con una otra política
El poder anida en la lengua, en el ADN de toda
la humanidad, en todas las épocas y culturas, y el lenguaje es su punto de
anclaje. Bien lo saben las marcas de moda que tapizan el aire con la seducción
al alcance de la mano en una palabra, una imagen o un gesto, todas formas de
lenguaje, o sea, de poder, un poder discursivo, plural, que se infiltra hasta
donde no alcanzamos a percibirlo y que funciona como las voces rectoras y
autorizadas que lo legitiman. El lenguaje encierra una fatal relación de
enajenación, es insoslayable, simplemente fatal. Nos fue dado para que
hiciéramos uso de él, pero una vez que lo aceptamos, se convierte en nuestro dueño
(nos coloniza Lacan dixit).Y nos cloniza, agrego
Todos
pretenden vivir de aquello que creen que los demás saben de ellos, que no es
otra cosa que lo que ellos suponen de los otros, un espejo reflectante que los
hace sentirse formando parte de una sociedad con la que comparten su visión del
mundo y que por ende los hermana al tiempo que les garantiza su pertenencia, la adherencia a la revalidación estadística, compañía de todo momento y lugar, abdicación de la intemperie. Pertenecer
a una sociedad hoy implica una gran paradoja, podemos elegir libremente lo que
ya ha sido elegido para nosotros. Esta paradoja de creer que se elige
libremente lo que de todos modos está destinado, lo que de todos modos ya es
casi obligado, es tributaria de un gesto vacío, simbólico, un gesto que está
hecho para ser rechazado, un vacío que remite al poder-de-poder, una máquina de
desubjetivación y de recodificación en una subjetividad que aprisiona, una
subjetividad inventada especialmente para dominar y manipular. Solo un cuidado de sí,
que es un separarse de sí, de esa falsa identidad, nos llevaría a buscar
zonas intermedias entre la identidad y la no identidad. Ahí hay siempre imágenes
donde un sujeto asiste a su derrota
El poder es su mismo productor y es inseparable
de la trama de las relaciones asimétricas donde anida. Sus estrategias, meticulosamente
planificadas, se van encadenando unas a otras según un cálculo global que
recién retrospectivamente adquieren el aspecto de una política unitaria. Donde
hay poder necesariamente hay resistencia pero nunca en una posición de
enfrentamiento absoluto sino en una relativa presencia de múltiples focos, los
convenientes oponentes de apoyo. Así se va conformando una red de poder, un
espeso tejido que atraviesa todo y es allí donde encarnan los discursos
hegemónicos, casi códigos, lenguajes que han sido consolidados en un discurso
autoritario, un metalenguaje excluyente que sin que nos demos cuenta guía
nuestras acciones, una situación que aunque ineludible pide un alerta lúcido, ser
sujeto solo como un juego de tácticas y estrategias en el que no se termine
sujetado, amarrado a una esencia última que nos diga quiénes somos
Pertenecer a una sociedad supone un punto paradójico
en el que a cada uno de nosotros se nos ordena adoptar libremente como resultado
de nuestra elección lo que de todos modos se nos impone. Esta paradoja de creer
que se puede elegir libremente lo que de todos modos es obligado, de creer que
hay una libre elección aunque no la hay nos remite a una mímica vacía,
símbolo de un ofrecimiento enmascarado que no tiene nada que ofrecernos. Solo
nos convierte en la imagen que el poder necesita, un espacio vacío que el poder ocupa
Lo para-siempre perdido-de-aquello-que-éramos-para-devenir-lo-que-somos
tironea de nosotros como lo incognoscible o asedia como lo rechazado. Lo-constantemente-desconocido
disimulado por la identidad o el rol o la ilusión o la conciencia es el punto
ciego de la visión…Proseguimos la actividad ansiosa y siempre hambrienta que
acosa a nuestro destino. A veces, en el mejor de los casos, esta avidez inquieta
e impulsiva afecta nuestras vidas y malogra nuestros días…el verdadero self es
un falso self…Transfórmate en lo que eres, pero no hay nada en qué
transformarse. No somos nada de lo que el lenguaje designa. A lo sumo informis,
hambre, metamorfosis, interrogante, curiositas, audacia, tensión, saltar,
partir, emerger
Junio 2017