A veces asoma un caos, la reverberación de una noche oscura perdida en la memoria, un susurro de lejos, una espesura espectral que ahuyenta el sueño de los mortales que viven en la mesura de una realidad sin abismos, desbordes ni desiertos.
La mirada nocturnal desbarata las coordenadas de la representación de la realidad, abre brechas en la supuesta linealidad del tiempo que fluye liberando otro tiempo que descubre el secreto relato de la existencia, donde el hombre entrevé su estatura sin proyecciones fáusticas, un tiempo otro con violentas discontinuidades que desmoronan la ilusión creada del devenir. Son instantes agónicos que contradicen convicciones profundamente arraigadas y abren un espacio de pensamiento inclemente, impiadoso, áspero, que desancla al hombre de su escena cotidiana y lo enfrenta con lo otro, con aquello está más allá de las certezas de su día a día y de la claridad de lo reductible a la razón, una especie de pasaje errático y sinuoso de cara al misterio, de cara a la sombra de las cosas, a la angustia del entre lo que revela y lo que oculta
Aceptamos un tiempo acumulativo y lineal impuesto por principio y orientado a un fin por cuestiones biológicas y culturales que dirigen nuestros destinos individuales y colectivos, un relato del tiempo como un continuum irreversible sometido al reloj y al calendario, centralizado en el hoy y en la banalidad de lo cotidiano, de espaldas a la posibilidad de experimentar el presente mismo, su verdad, la puerta abierta, máxima evidencia de existir
Liberar la realidad de sus ataduras con el sistema de la significación y dejarla desnuda ante el instante es el primer paso hacia un pensar esa conciencia perpleja, esa imposibilidad de colmarse y resistir la inagotable tarea de perseverar
La vida no puede dejar de contarse quién es. Nos inventamos, nos narramos, somos una ficción creada a través de la articulación del lenguaje, un mundo descubierto que cubrimos de significación. La existencia del hombre es una continua interpretación y cuando el relato de la realidad se despeña se da el encuentro con lo imposible, con lo real, con lo inesperado. La caída en lo real es vivir en un estado de desencuentro casi absoluto con el mundo, en medio de una soledad nueva y fría y una meditación constante de la nada. Tras cada cosa, tras cada hombre se percibe una brizna de ese caos de lo inmemorial, de la violencia originaria y se abre así un lugar más allá del bien y del mal, de la luz y la tiniebla, un espacio de libertad absoluta que nos desacopla de las fronteras habituales de nuestro pensamiento, una zona de sombras entre las que puede adivinarse el lugar donde anida el misterio del hombre
Existir se da en la finitud y siempre reenvía a la otredad, en tanto apertura de lo posible en lo abierto del mundo. La irremisible injustificabilidad del mundo, el misterio de la alteridad irreductible, es el horizonte inapelable de la obligación de existir del hombre, gratuita, sin más explicación que la de pertenecer al misterio del mundo
Para el hombre hay un misterio que no lo domina ni lo aniquila, un misterio que es su propio misterio: un espacio intermedio, una patria que no es patria, una ausencia de lugar en la cual echar raíces
Hubo un tiempo donde el misterio sumaba sentido a la vida del hombre y la luz señalaba las tinieblas. Hoy, cuando el pensamiento se vive transparente y solo aspira a tranquilizarnos nos sumergimos en un largo y luminoso fracaso. En el pasado vivimos un tiempo donde el imperativo era el conocimiento de sí mismo. Hoy, es la suprema imposibilidad de saber de ese otro en nosotros que a la vez que idéntico es el gran desconocido, el extraño inconquistable, el enigma de la obstinada alteridad frente a la cual el hombre se vive misterio y vive al mundo como misterio
La verdad del pensamiento no es la rumia de una interioridad inventada, es su actualidad, su misma negación, la actualidad de su negación, su desastre. Es el pensamiento vivo, en acción, que no encuentra nunca un lugar absoluto porque sería su muerte. El dogma es la muerte, la inmediatez, el aspirar a la meta, al resultado, a hacer comprensible lo incognoscible. Todo pensamiento arranca del misterio y no se puede pensar ni comprender y mucho menos poseer
En este tiempo ya no se piensa más en el misterio, se lo ahuyenta de variadas maneras, la principal es la preocupación constante por mejorar las condiciones de vida que abarca el espectro casi total del paradigma que padecemos, poniendo el acento en la emancipación del hombre y en su ambición ilimitada. No obstante la modernidad se tensa entre lo imposible de la perfección y el ansia de un progreso sin límites que pauta el peso del ego, la ceguera y la mediocridad cotidiana, y sumergen a la sociedad en una rutina extenuante y monótona. Confrontar el dolor y la muerte, instancias esenciales del sentido trágico de la existencia hoy parecen haberse disuelto en medio de la falsa algarabía y la masificación política y cultural de los valores. Se requieren una experiencia profunda de libertad y una mirada naciente, inaugural, para rozar el misterio de lo real
Es casi imposible que el individuo llegue a poder enunciar lo real. El verdadero gesto de la libertad es aceptar esta verdad irremediable que nos llega a través del lenguaje que sin extraviarse en lo inenunciable, dice sus límites, consciente de su precariedad y los niega a través de él mismo, dice la nada, lo absolutamente otro. El misterio de la finitud de la existencia pende del enigma de su misma posibilidad y deja a los hombres custodios del misterio, entre el dolor y el mal en un mundo sin respuestas
Si la negatividad del sentimiento que acompaña la libertad atestigua que la unión con el mundo está también allí donde se lo deja libre y en el acto mismo de esa liberación, la positividad de este sentimiento demuestra que se puede vivir en el mundo sin dejarse capturar por él (…) para poder ser, en el mundo, en el mal del mundo, en la violencia de la polis, partícipes del dolor pero no del mal, no de la violencia, aun haciendo el mal y obrando con violencia
Vivimos el largo día después de la muerte de dios. Solo nos habitan siluetas espectrales con planes de rescate precarios. Desencantados y abandonados en nosotros mismos con una realidad construida en el aire, pegados a la finitud, despegados de la eternidad, bajo cielos sombríos, solo nos queda el carroussel del mundo que gira descarrilado sobre sí mismo entre las palabras, el poder y la nada, un territorio profano, agrietado de dudas y poblado de ídolos alrededor del extravío del hombre
La revelación trágica es la única, capaz de decir el verdadero misterio de la existencia humana, el verdadero fundamento libre del ser, es el único lazo entre los hombres que no se menta. Los hombres serán siempre los unos para los otros los socios del silencio
No hay otra comunión más que por el silencio, la voz que allí habla, una claridad que surge de las tinieblas, la revelación del culto del misterio del hombre
Los hombres del día, los hombres de la palabra, ¿aprenderán alguna vez los esplendores de la noche y del silencio? ¿Sabrán alguna vez que el silencio no se propaga sino para poner fin a los falsos sonidos del hombre, que la noche solo está allí para sumir en las sombras lo que debe sumirse en ellas, porque carecen de importancia? ¿Sabrán alguna vez que durante el día, hay hombres sumergidos en un mundo; que durante la noche ya no hay mundo alguno, ya no hay más hombre individual, ya que no queda otra cosa que el hombre, tal como lo dice Nietzsche? ¿Qué cada uno se siente no solo reunido con su prójimo, sino además idéntico en sí, idéntico en el hombre?
Agosto 2017