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77 - El valor sin medida
El hombre deambula hoy como un Osiris moderno con su experiencia disgregada entre los fragmentos y el caos de las urbes

Ha perdido sus paraísos y trastabilla entre restos de sentido sin siquiera darse cuenta de quiénes dicen sus palabras. La consonancia con el mundo le parece respirar un aire de libertad que no es más que la melodía que enmascara el ritmo de las cadenas

Vivir no es sincronizar con la época, sino el modo en que se lleva la propia inadecuación. Es un estado del alma que adhiere pero a la vez se distancia, un estar sin estar-sabiendo. Una psicosis del alma

Bajo los cielos hoy vacíos de íconos de la trascendencia se extiende un inmenso territorio devaluado, nuestro territorio, una planicie donde se comercia con lo innegociable en un clima de naturalidad y afable hipocresía, fruto quizá de tanta amistad heredada de los últimos tiempos y de los vanos y esforzados intentos de unir a los hombres sin lograr lo que realmente significaría un verdadero encuentro: deponer nuestra ficción espejada en el universo, resistir la tibia desmemoria de la homogeneidad de los valores, lo colonizado de la realidad y permitir que nuestra diferencia roce la diferencia del otro. Hoy, el des-encuentro entre los seres pone de relieve el no saber qué hacer con los restos que no encajan en ninguna parte, el vivirse ciegos ante lo diferente, el buscar el amparo de lo igual. O nos conjugamos singulares o nos sustantivamos especie

No se puede ser el otro. Toda verdadera proximidad pasa por la diferencia

 Hemos producido un dios que vivimos ídolo – lo que dios no es - y  hoy solo queda  la materialidad de su ausencia. Ateos o creyentes nos une un “ateísmo” común, somos rostros sin – dioses, vaciados de lo sagrado. Se viven los tiempos de las sombras de dios y nuestro mundo ha sido sobrecargado de los valores retasados de la ausencia, figuras de esas sombras que tratan de cubrir nuestro vacío y poblar el desalojo de los cielos

La representación de dios se desvanece pero queda vibrando al filo de un mundo donde solo es una presencia rota y donde perdura aún sin ser, y los valores que antes emanaban del orden de las significaciones consolidadas se deslizan hoy anárquicamente en el mundo desprovistos de sentido, liberando la posibilidad de una fuerza de resignificación. Así, las representaciones y las significaciones serían sustituidas por la afirmación de la existencia misma, y no por la especulación de su valor, por  el hecho de existir en tanto que existir, sin evaluar fines ni proyectos: la existencia expuesta

La existencia es la experiencia y no hace más que acontecer y ese acontecer abre un afuera que no es otro mundo sino la verdad del mundo

No se trata de desvalorizar el valor sino de revaluarlo, transgredirlo, repensarlo en su independencia, en su apartarse de la equivalencia general. Es lo que hace la diferencia,  que no depende del uso ni del intercambio sino de la experiencia misma.  Pertenecemos al lugar del valor que debe valer sin medida, sin utilidad

Un mundo está hecho del valor único de cada persona. En cambio, nuestro mundo, éste–aquí, se vive como el reino de lo homogéneo, se asemeja a una operación bursátil donde los valores se confrontan y se intercambian generando un movimiento vacío, tautológico, de adherencia a un único mensaje, un mundo olvidado del valor en sí que es lo otro de toda medida y cuya única proclama es la conducta -  hacer en el mundo la experiencia de lo que no es de este-mundo aunque sin ser de otro–mundo: inscribir el Afuera aquí

Volver a plantar al hombre en el mundo, dejar atrás aquellos paraísos y poner de nuevo el mundo como nuevo. Hacer en este mundo lo que es, inaugurar el cielo como cielo, la tierra como tierra

Volver a abrir la vida para sacar su fondo

Se trata de romper la uniformidad, la lisura de un territorio sin relieves, salir de este mundo que unánimemente decide por cada uno, en vez de habitar ese lecho blando de la conformidad. El hombre está expuesto a la existencia, lugar de contradicción, tensión de opuestos, una existencia que se sostiene en la paradoja, no en la síntesis de las voces clausuradas por una sola consigna, una singularidad irreductible y peculiar de cada existencia a toda generalización o concepto. Hay quienes cuidan en ellos lo que no tiene un sentido, no produce, no progresa, sino que es. Consienten el Vacío sin ahogarlo, no suscriben a la superstición moderna del progreso

Cada hombre es el escenario del proceso del mundo, su pasión de conjugar la individualidad en medio de él. Lo que lo rescata y lo hace singular es la experiencia de este mundo como resistencia. La existencia como experiencia de libertad ofrece al hombre el abrigo de habitar en la posibilidad de su libre decisión, su ethos, su valor más propio, la alteridad constitutiva e irreductible que nos pone en presencia los unos ante los otros, a ese hombre que no se deja medir, que hace para sí la experiencia del valor. La libertad es una habitación en lo abierto, es la elección del abismo, una travesía que exige desacondicionarse

 Si el mundo es un error, es un error de todo el mundo

Y cada uno de nosotros es el error de cada uno de nosotros solamente

 En esta contemporaneidad entregada a la complacencia de un destino mercantilista que vela el tamiz de la realidad y apunta a verdades coaguladas que apagan cualquier atisbo de inquietud, es la experiencia interior la que conduce afuera de ese amoldamiento de los valores medibles e intercambiables y ese Afuera contiene un interior donde se enfrenta el desafío de lo desconocido entre el desconcierto y el miedo, se desespera de esperar, se perturban los saberes, y las convicciones y las dudas cambian de signo

La existencia es la experiencia de exponerse a lo inesperado, a lo insólito de su nada más que acontecer y es ese Afuera que es la verdad del mundo que me hace estar dentro del mundo

El valor es la existencia que en tanto que acontece se evalúa: se hace valor sin equivalencia. Es el precio absoluto de la existencia sin precio

 

Agosto 2017