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101 - Genius
Hay en este pliegue del tiempo quienes transitan una zona de incomodidad, como una perplejidad permanente, y son los que consideran que el ejercicio sagrado de la vida y el derecho a la propia experiencia les ha sido arrebatado

El hombre es hoy un Osiris moderno que circula por el mundo con su experiencia disgregada entre los fragmentos y el caos de las urbes, sin pertenecer y sin poder dejar de estar, un entre como un ojo que ve las sombras de la época y que requiere una reflexión crítica radical que nos devele cómo y por qué llegamos a este punto, una reflexión intempestiva propia del verdadero contemporáneo

La Modernidad ha fundado lo humano del hombre pero hoy le obstruye el afuera, el exponerse a lo abierto donde acontece la novedad. No obstante, el sujeto, nacido en el lenguaje y atravesado por el discurso, puede iluminar lo que el habla calla. La subjetividad inexplorada y no colonizada puede ser la diferencia, el lugar donde desenmascarar las adversidades que trastornan el presente
 
En el pasado filosófico remoto, se consideró “hombre” la articulación  cuerpo/ alma, res cogitans / res extensa, hoy en cambio hay que ¿acostumbrarse? a pensarlo como un ser partido, quebrado, olvidar el misterio de todo lo que implicaba esa unión y abocarse a explorar su separación - resultado de los dispositivos biopolíticos que emanan de las estrategias de quienes gobiernan y escinden la vida en lo inescindible. El poder soberano está intrínsecamente relacionado con la administración política de la vida dado que la toma a su cargo  sin más para disponer de ella, y tiene la facultad de abandonar esa nuda vida al espacio de excepción, a la posibilidad de ser eliminada

El cualsea, no el “hombre común” – todos son iguales en esencia – siente en su oscura intimidad que algo ha perdido, sin poder identificar que es su alma la que ha fugado detrás de los objetivos autoimpuestos, secuelas de los mandatos de poder  camuflados en intentos de realizarse como persona, y que conducen inevitablemente a perderla. Así, se va gestando una nueva subjetividad, la identidad se va desprendiendo de su valor social para restringirse al plano biológico donde predomina el Yo, lo personal, lo propio. Pero hay otra instancia a la que se ha tratado de silenciar, lo impersonal, que apunta a lo que precede y excede al sujeto, a su singularidad. El hombre debe abrir espacio y no puede pensarse desde sí si no abandona ese sí. De ahí la necesidad de deconstruir el ícono de la modernidad

El hombre no retrocede para tratar de recuperar algo que intuitivamente ubica en el pasado, no puede o no quiere poder, solo aspira a que ese mundo que lo rodea también le pertenezca aunque la realidad es que es él quien le pertenece. Esa reducción del hombre a nuda vida es el proyecto de base de la identidad que el Estado requiere para sus ciudadanos. Hay un vínculo insoslayable entre la nuda vida y la violencia jurídica. Se impone un desafío de las viejas categorías para pensar lo humano, el vínculo entre el poder y el gobierno, y  para sentar las bases de una política donde ya no haya nuda vida sino forma-de-vida y en la que el humano sea pura posibilidad y no un “culpable” de la mera vida natural
 
La política debe ser el lugar en el que el vivir debe transformarse en el vivir bien


El hombre se constituye como persona a través del reconocimiento que la sociedad le rinde a su personalidad, o sea, a su máscara, su principal objetivo, muy lejos de esa otra vía, la de acceso a lo desconocido, a lo – no - social de la identidad y de lo real, al deseo de no ser reconocido, o sea, a todo lo que se obra para volverse impersonal. Es necesario no caer en la despersonalización, esa reducción a nuda vida que el “hacerse persona” conlleva pero tampoco negar su valor y reconducir la vida a su unidad perdida  
Las viejas identidades parecen idas y sin posibilidad de retornar a su condición precedente para poder pensar una nueva ética, para recuperar lo político de otro modo, no obstante hay algo que persiste al margen de la cultura del consumo desde donde es posible un nuevo comienzo,
 
Una “zona ártica”, una zona imperceptible de indeterminación, un absoluto local desde donde el hombre puede pensar de otro modo, vivir de otro modo,


una práctica por la que se introduce una discontinuidad en la aparente linealidad de la vida, que desbarata el tiempo, lo saca de su quicio y problematiza aquello que somos o queremos ser desarmando las ficciones en que vivimos
El pensamiento como potencia es lo que el poder intenta utilizar para sus objetivos espurios y el único modo de reducir ese poder  sería restringir al sujeto haciendo que devenga impersonal como un recurso que evite la despersonalización y reducción a nuda vida, ya que el individuo no es solamente Yo y conciencia individual sino que
 
desde el nacimiento hasta la muerte convive con un elemento impersonal y pre individual, Genius, nuestra vida, que no ha sido originada en nosotros sino que nos ha dado origen, nuestra vida en tanto no nos pertenece


Defraudar al Genius agambeniano (del latín Genius) es entristecer la vida. Es preciso concederle lo que pide, dejarlo ser en nosotros, dejar que nos atraviese con su provocación. Esta presencia es la que impide cerrarnos en una identidad total. Es Genius quien destruye en el Yo la pretensión de autonomía y por ende el desenfreno epocal de la egodisea y sus propósitos, y es a través de la emoción que entramos en relación con lo pre individua,l y emocionarse es sentir lo impersonal que nos habita indispensable para entibiar este mundo cool
La pasión es la cuerda que se tiende entre nosotros y Genius quien es, en suma, el encargado de hacer la diferencia frente a esa complicidad que aglutina las maneras de pensar el presente y que pretende uniformarnos, por eso el sistema de poder quiere expropiarlo, apropiarse de él y convertirlo al régimen de consumo, porque cuando lo diferente es separado de su uso común, deviene espectáculo

El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure y dejarle espacio



Marzo 2018