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106 - Ecos deleuzianos
El todo no es algo dado, las cosas siempre están comenzando otra vez y una gran parte de ellas reubicándose de distintas maneras, replanteándose, disolviéndose en nuevas perspectivas
 
Nunca se vuelve al mismo lugar, el pensamiento no se detiene, por eso no hay itinerario válido, sino la posibilidad de ir donde uno no ha ido, donde nadie todavía ha ido, travesías de riesgo hacia zonas de indeterminación en las cuales las cosas pueden tomar direcciones inesperadas sin legitimar por los administradores de cerebros. Atajos de lo imprevisible
   
Una especie de viajes sin planes de antemano que siempre están- por- hacerse, que en esencia son inacabados, viajes en busca de la lumbre en los cuales se impone dejar atrás la historia del pensamiento y la mirada vernácula fatigada de recorrer la mismidad, creando en su lugar una lengua otra con la que nos sintamos extraños a nosotros mismos, lejos de los mapas clonados, de los automatismos de la opinión pública y de los devaneos de la comunicación. Lejos del consenso, del canon de la época, para que sea posible acceder a otra zona donde no se pierda el conocimiento sino lo conocido. En el mundo hay algo que fuerza a pensar, el objeto de un encuentro fundamental, no de un reconocimiento. El valor del pensamiento se mide por su distancia con respecto a la continuidad de lo conocido

Lo imprevisible, lo inesperado, el azar, lejos de ser algo negativo, es lo mejor que le puede pasar al pensamiento


…Viajes en los que no se busque la verdad ni la verosimilitud, sino el asombro, viajes que tengan en cuenta que pensar lo que existe no es lo mismo que indagar todos los espacios posibles sino siempre experimentar, sortear lo establecido, evitar las respuestas, abrirse a lo que acontece, afirmar el Afuera. Hay lo comprendido, lo colonizado, pero también lo indeterminado. Cuando la mirada se desplaza, se abren brechas en la supuesta uniformidad de lo mismo y se crean zonas inéditas en la visión del mundo. El desplazamiento de la mirada descentra, desestabiliza y privilegia lugares donde uno nunca mira, nunca ve. Así el pensamiento deviene otro

Pensar - desastre del pensamiento - extrae la fuerza misma que habita lo impensado despertando otras posibilidades dinámicas y profundas para la creación de nuevas formas de vida. Libera las formas expresivas, las relaciones súbitas sin mediación, las nuevas maneras de decir. Es ensamblar la diferencia entre sentir y pensar. Un saber vivo. Lo que está en el origen del pensamiento es la fractura, la violencia, el enemigo, no hay pensamiento más que el involuntario, pleno de  la perplejidad  de un encuentro que provoca a  pensar, en virtud de las fuerzas que se ejercen sobre él.  Es necesario quebrar la imagen de un pensamiento que se reconoce a sí mismo. Ese es el verdadero origen del acto de pensar 

Es lo que no cesa de ser lo que aún no es. Se destruye el pensamiento que se presupone a sí mismo y se genera el acto de pensar en el pensamiento mismo


La multiplicidad es la condición esencial en la cual se desarrolla el pensamiento, por el simple hecho de que lo vivido es múltiple. Nuestra mirada es plural, circula rebelde e insumisa a través de un continuo de interpretaciones que se desplazan unas a otras, miradas oblicuas, miradas directas, cambios de perspectivas en el pensar, conviviendo en la interiorización del devenir del mundo que avanza construyendo sin que el pensamiento se desvanezca
Pensar es experimentar y la experiencia pide un estar en tránsito, un sentimiento de no-lugar y un deseo de partir. Un diferenciarse de sí, 
no es saber ni ignorar, es moverse en lo impensado
 

La condición de la posibilidad de la experiencia es la inquietud que impide la coincidencia con uno mismo, la aceptación de la imposibilidad de alcanzar lo definitivo, de abarcar ese todo. Comprenderlo todo sería desconocer la esencia del conocimiento pues la totalidad no coincide con la medida de lo que se interpreta ni se agota. Pensar no puede ser nunca de una vez por todas, si no, sería un deslizamiento hacia su propia y paulatina agonía. Se impone abrirse al encuentro de los signos, a su violencia. Pensar es pues interpretar, pero como invención, traducir, pero como creación.
Es necesario esa extrañeza de lo que aún no se puede enunciar que surge de la perturbación de lo ausente, del amor a lo desconocido, lo que aún no ha sido determinado por la historia ni por la sociedad. Es para mentes no encasilladas, sin manuales posmodernos incuestionados o sin revisar, deseosas de una aventura sin guía turística, sin brújulas tranquilizadoras, sin discurso. Es liberar y desterritorializar el pensamiento, verse como una especie desconocida, no la del YO preso de las identificaciones y de los trasmundos, sino la que sabe que las profundidades son intensidades
 
La individualidad es creadora, no cabe en un discurso convencional. No es vida formulada en identidades, sino vida que formula ideas, vida que se expresa en la inmanencia, un umbral entre la estabilidad y aquello que la desestabiliza, un acto insurgente de resistencia y de revolución contra la resignación ante el curso de las cosas. Inmanencia, como una proclama anárquica contra el poder de todo tipo
 
El ser humano es un intervalo discontinuo en la continuidad. La vida está en algún lugar entre ella misma y la otredad, en el suspenso del vacío trascendental – no trascendente – en el que irrumpe. Es una duración sin yo, liberada de sujeto y objeto pero siendo en la inmanencia. El hombre es un gesto suspendido en el vacío, un itinerario de su propio pensamiento que circula a través del tiempo entre decires, quiebres y derrumbes. La discontinuidad fluye de la propia vida, como una condición de sorpresa y creación, es la diferencia que hace que el hombre sea el mismo, distanciándose del que es. No significa el darse de una alteridad que se le opone -  lo que en última instancia significaría identidad - es el movimiento del devenir otro de sí. Es todo lo que le falta. Su propia ausencia

El hombre es lo absolutamente otro que no cabe en sí mismo



Ser humano es ser una trasgresión a cualquier generalidad, no una representación de lo anónimo. El único ser que es garantía de sí es el que cambia, aquel que no es idéntico a sí mismo sino relativo para sí mismo. El ser que se representa es siempre una máscara afirmativa de la fabulación de una existencia, una apariencia productora de mundo

Somos paradojas que transitan una aparente continuidad en medio de la pasión del pensamiento, de la vida, verdad del tiempo como devenir al margen de todo contenido, como campo de inmanencia variable del deseo

Devenir, tener ideas, es ir detrás de las ondas que brotan de la intensidad, es un fenómeno no de interioridad subjetiva sino de intercambio viviente entre el Adentro y el Afuera, un acontecimiento en el límite, una mirada apasionada que logra atraer del Afuera las fuerzas dormidas del Adentro, el darse de la experiencia como singularidad. Los devenires están en nosotros, pero no producen más que devenires y en ellos se encuentra la dinámica propia de la vida, un arte oculto en las profundidades del alma

Devenir es entrar en esa zona oscura donde habita lo sublime desnudo, es el advenir del pensamiento, de las ideas, movimientos terribles en el que ellas fulguran como el rayo que surge entre intensidades diferentes

 Si una idea es mejor que la precedente es porque hace oír variaciones nuevas y resonancias desconocidas, opera recortes insólitos, aporta un Acontecimiento que nos sobrevuela


Atender al asombro de lo inesperado acorta la distancia entre la continuidad que nos inventamos y la discontinuidad que vivimos. Al irrumpir en la continuidad, el acontecimiento devasta la ilusión de la realidad, es el tiempo - aion - un devenir que se divide hasta el infinito en pasado y futuro, obviando siempre el presente. Pensar es aventurarse afuera, abrirse al encuentro de lo Real, el encuentro entre el caos y el cerebro
  
Pensar es tender un puente sobre el abismo del caos, un mundo informulable, que deshace toda consistencia, es un acontecimiento mental sobre el cual camina el pensador plenamente advertido del no-ser del sentido. Es el sabio feliz, el que carga con la conciencia oscura de la época, el que circula sobre los puntos de inestabilidad de nuestro tiempo generando instantes de pensamientos nuevos e intempestivos, una apertura de sentido hacia nuevas formas de sentir y de pensar

Conocimiento y devenir se excluyen. Pensar no implica discutir, se trata de abrir un pasaje a la ceguera y caminar sobre los puentes en compañía de la intensidad, solo se vuela sobre el abismo del ser


La escritura alcanza las singularidades, los verdaderos acontecimientos trascendentales que escapan a la creación masiva de los objetos y al apego a la representación que el lenguaje corriente descarga como si fuera la realidad de las cosas

El escritor tiene el arte de acceder a la vida porque tiene el secreto de los devenires, de las líneas de fuga, no porque le permitan evadirse o pintarle el mundo de colores, sino porque él sabe encontrar los atajos por fuera de la ruta de los mimetismos identitarios hacia el camino de las transformaciones. Los devenires habitan el “entre” de desimbolización permanente que se abre a la multiplicidad

Pensar es resistir, ir hacia un saber libre comprometido en la construcción de un saber crítico emancipador
 
El escritor hace, rehace, deshace sus ideas a partir de un horizonte móvil, de un centro siempre descentrado, de una periferia siempre desplazada. La identidad no constituye a las personas. Es una sustracción original, una identidad narrada. No una identidad biográfica particular, solo la exterioridad singular y su rostro, sin sujeto

La Historia no tiene como fin reconstruir las raíces de nuestra identidad sino disiparlas, hacer aparecer la discontinuidad que nos abraza y nos abrasa
 
La sociedad siempre tiene sus líneas de fuga, esos devenires que apartan al hombre de la norma para inventar su singularidad, que impulsan la  microdinámica de la vida para que no quede atrapada en identificaciones aglutinantes
Cada uno tiene una vida anterior a ellas que lo ligan a territorios familiares y sociales, una esencia singular no subordinada a la representación ni a la imitación, es el ethos respirando que alienta en el hombre a elegirse a sí mismo, lo aísla y lo singulariza en cuanto individuo. El individuo está determinado éticamente a ser irreductible, a ser “este” individuo. La ética es una postura de estricta inmanencia. Lo correcto y lo incorrecto no se determinan desde una posición superior o trascendente sino desde el mismo plano de la inmanencia. La trascendencia, en cambio, es una variación imaginaria del mundo en la que el individuo aporta las propias variaciones de su ego

La ética originaria se desentiende de la ética de los valores que nos apartan del ser. Si se suspende el juicio de valor nos hacemos uno con el flujo del universo que permanece absolutamente indiferente a nuestra valoración. El valor en sí es lo otro de toda medida. Un amor radical al acontecimiento como principio de autenticidad moral

La moral tiene un solo sentido. Ser indignos de lo que nos acontece es percibirlo como injusto y no merecido, creer que siempre es por culpa de alguien o de algo. Ser dignos del acontecimiento es quererlo sea lo que fuere, sin interponer el mérito, la falta o el valor. Estar a la altura del acontecimiento supone no valorarlo en sentido negativo, desde el punto de vista de la resignación ante lo que pasa, sino afirmarlo hasta hacerse hijos de los propios acontecimientos y con ello, renacer, volverse a dar nacimiento
El giro sobre sí que el acontecimiento imprime nos transforma en comediantes de nuestros propios acontecimientos y nos hace amantes de lo que sucede, fuera lo que fuese




 Abril 2018