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109 - Escribir. El favor del desastre
El derrumbe de la subjetividad constituye uno de los acontecimientos más importantes del pensamiento contemporáneo. El escritor se enfrenta a la pérdida del lenguaje, instrumento insustituible para pensar y conocer el mundo
El escritor no puede decir su pensamiento sin pensar su decir

El lenguaje abdica de su disponibilidad y el sujeto desaparece, entra en su propia muerte, la pérdida de la identidad, la destrucción de la voz. Ha extraviado la palabra y todas sus ideas parecen haberse ido con ella pero es allí donde acontece la escritura, una escritura  blanca, ausente, neutra. Neutra - no vacía - sino indeterminada, una plena virtualidad. Es una voz inaudible, un susurro continuo, intranscribible, porque no deja de deslizarse interminable e incesantemente en la escritura donde la palabra ya no habla sino que es. Acontece como negatividad, un no – ser del lenguaje como comunicación y que emerge solo del devenir de la palara. Una voz neutra que solo resuena en el espacio de lo indeterminable, que no admite ser pronunciada ya que dice lo inapropiable, de ahí su mudez. Habla desde las bambalinas resonando, no puede ser oída ni pronunciada en su inocencia original sino a través de su eco

 Lo que se narra en la escritura es lo que sucede en ausencia de la narración

No se trata solo de leer intentando ver más allá sino de ver el vacío en lo que se lee. Un lenguaje que nadie habla, que usa las palabras para decir nada, un lenguaje en suspenso entre el habla de todos los días y el silencio ancestral, entre la posibilidad de hablar y la imposibilidad de hablar, que narra lo que sucede cuando nada sucede, donde es imposible expresar lo que se sabe sino lo que no se sabe. Ese no - saber es el que emerge de la propia desaparición del sujeto como escritor, de la muerte de la voz y el acto de escritura como un requisito de su sentido autosuficiente. O sea, la presencia sin presencia de lo impersonal

Es un sentido lateral u oblicuo que resulta del comercio de las palabras mismas

El poder de este acontecer del lenguaje vulnera los sentidos asfixiados, saturados, los perturba para reinventarlos, para hacerlos decir –no se sabe qué, a quién, ni para qué. La escritura transfigura lo sabido, lo habitual, en ignorado e inhabitual. Disfraza al lenguaje desconocido en conocido
 
La escritura es eso que en cada frase toca el cuerpo sin poder, necesitar o querer significarlo

Las palabras a veces parecen aliadas del vacío que no es otra cosa que la plena invisibilidad del mundo, cuya evidencia debe ser señalada por la palabra, un vacío que no se deja ver, una fisura por donde se expande esa invisibilidad. Este espacio sería el caos que no está vacío sino lleno de vacíos, una virtualidad plena de virtualidades, puro azar, y este tiempo ya no sería ni lineal ni cíclico sino desarticulado, donde la escritura es resonancia del sentido ausente y donde la voz del autor se disemina
 
Es necesario vivir lo que se escribe, estar en medio de la  escritura, dejar el gesto, la singularidad, o sea el lugar, el tiempo donde ella inscribe su propio desastre sin no obstante perderse en el vacío
 
El escritor está obligado a inventar un espacio que será el eje vital de la experiencia de escribir, un espacio de libertad, de disponibilidad, de duda, de vacilación. Escribir ya no se piensa como la experiencia de lo vivido sino con la incerteza del Afuera. Escribir es alojarlo, es la salida a ese Afuera que no reniega del sentido sino que lo conduce más allá, a un no - más - allá del sentido, provocando que el “yo” se evapore ante lo impersonal. Escribir es hacerse eco de lo que no puede dejar de hablar, es trazar un pliegue donde lo que se oculta no es más que el Afuera

Escribir es trazar un círculo en cuyo interior vendría a inscribirse el Afuera de todo círculo. Un círculo en el que entrando estamos incesantemente en el exterior

La experiencia límite es la experiencia de lo que hay Afuera de todo, cuando el todo excluye todo Afuera, de lo que queda aún por esperar cuando todo se ha extinguido y por conocer cuando todo ha sido ya conocido: lo inaccesible mismo. Lo desconocido mismo

Escribir es siempre un desarraigo. Solo se puede escribir sobre aquello que se convierte en una obsesión y que se ha perdido para siempre
Se está en la espera, siempre latente, del tiempo de la concentración del espacio en un puro momento esencial, en ese algo luminoso que se hará palabra, un no-lugar que atrae hacia el centro que fuga. Ese centro puede irrumpir en cualquier parte porque está en todas partes
 
La espera es el punto de encuentro, la experimentación de exponer el acontecimiento con y en el seno de las intensidades

Ese espacio-tiempo de espera es la verdadera materia del mundo, puesto que esta materia incluye todo lo que puede ser. Su indeterminación no es la ausencia de determinación sino la virtualidad de todas las determinaciones posibles. Ese lugar no puede estar vacío, puesto que ya está lleno de esa espera, de todos los posibles que nacen de esa espera que vive de su hueco, de lo que le falta
Quien escribe es expulsado por la escritura que tampoco tiene en cuenta al sujeto de la enunciación y se asume como un extraño vínculo entre lo singular y lo impersonal. Un espacio donde una escritura imposible deviene posible en esa misma imposibilidad 
Hay que escribir en la incertidumbre y en la necesidad

Qué esfuerzo para no escribir, para que, al escribir, yo no escriba, a pesar de todo. Y finalmente dejo de escribir, en el momento último de la concesión; no en la desesperación, sino como lo inesperado: el favor del desastre

Solo lo impersonal abre a la creación, a la novedad 
Ser desconocido, devenir imperceptible, indiscernible, impersonal, es lo que libera las singularidades, las diferencias más elevadas: un cambio de atmósfera, un temblor, una turbación en el espacio, son las singularidades de lo impersonal, incluso lo pre individual

La escritura no expresa a quien escribe sino solo desapropiándolo, indicio del extrañamiento de sí mismo desde donde resuenan las otras voces
El hombre no es solamente YO y conciencia individual sino que desde el nacimiento hasta la muerte convive con un elemento impersonal y preindividual, Genius, nuestra vida en tanto no nos pertenece

Se escribe para devenir impersonal, para devenir geniales, sin embargo, escribiendo nos individuamos como autores, nos alejamos de Genius que no puede jamás asumir la forma de un Yo y tanto menos de un autor  

La forma personal es impotente por sí misma para alcanzar una experiencia singular a la que aspira. Lo impersonal nos transporta del relato subjetivo, de la anécdota, del recuerdo, del demasiado cerca al acontecimiento en su fulgor y sentido propios. Se desarraiga de las circunstancias y apunta a lo imperecedero
La escritura no reenvía a una voz única. Quien habla es un “cualquiera”. De todos modos el tono respira un cierto aliento de retirada, de abandono, y que sin ser la voz del escritor es el velo de silencio que le impone a la palabra lo que provoca que sea también su silencio, ya que es una manera de interrumpir la palabra que nunca se interrumpe
La escritura empuja el lenguaje hacia ese Afuera que no es recogido por ninguna lengua conocida sino desbaratada en los modos establecidos de escribir, con una sintaxis reinventada para hacer nacer esa lengua otra, una gramática del desequilibrio, para que las palabras vibren, para que las palabras catapulten las palabras
Es necesario rescatar las palabras en su dehiscencia y en su suspensión excavando debajo del territorio aparentemente unificado y continuo de la sintaxis

Para escribir hay que asomarse al borde del precipicio, a la ausencia pura, eso provoca vértigo y angustia

La ausencia pura no es la ausencia de algo. La falta de inspiración no es la falta de algo. Es el exceso


Mayo 2018