desplegar menu

123 - Fai bei sogni. Marco Bellocchio. Reflexiones
La madre es el episodio fundamental de la existencia humana, en todos los idiomas y especialmente en el italiano, para bien o para mal
En Fai bei sogni es casi excluyente, omni abarcativo y para muchos, un Edipo que se extiende más allá de los cánones que respetamos como saludables, y que por ende se lo considera patológico, una palabra que desciende de discursos muy determinantes y que crea más problemas que los que soluciona. En realidad, fuera de los círulos convencionales, se siente más como un rapto del alma que ha sido herida en lo profundo con un afecto que va más allá de los límites normativos, en el caso de Massimo una impronta de fuego que permanecerá imborrable, indeleble, a lo largo de toda su vida tiñéndola de dolor y melancolía. Es una manera de tener no teniendo ese  objeto de por sí inapropiable que a su vez lo cautiva y lo hace cautivo, una presencia espectral sublimada e irreemplazable. No hemos venido al mundo con una guía sobre hasta dónde podemos amar ni a quién. Somos un coágulo del exterior y todo el universo de significados es oscuridad sin sentido, sintaxis de un discurso irredimible donde la oquedad es un vacío imposible de llenar y solo queda habitarlo

Bellocchio sabe desconcertarnos provocándonos – lo que resulta invalorable –  despierta emociones profundas, dormidas pero latentes, con una mirada inocultablemente crítica, inconformista, visceral, eternamente insatisfecha, signo inocultable del verdadero artista, del genio
Quiebra la continuidad temporal del film horadando la linealidad de la vida de Massimo según las distintas peripecias que lo convocan, logrando el verdadero clima del tumultuoso devenir de la existencia
  
En la infancia todo se vive como un eterno presente, un tiempo casi mítico donde todo comienza una y otra vez y donde todo conserva una intensidad originaria, como una chispa del espíritu continuamente ardiendo 
El comienzo del film pone en escena la casa donde transcurre la infancia de Massimo, un laberinto de luces y sombras, donde buscará a su madre como un Teseo perdido sin remedio, entre habitaciones casi vacías y un padre autoritario casi inexistente, incapaz de darle el afecto que necesita. Madre e hijo conforman una simbiosis a través de la que el niño ve toda la vida y que lo marcará para siempre. El dolor por la desaparición de su madre no admitirá distancia ni consuelo alguno ni familiar ni religioso en una clara, lúcida y firme rebeldía, y lo encontraremos en sus casi 40 con un andar vacilante, una mirada aparentemente indiferente que transmite una apatía por el entorno y sus ofertas bulliciosas y banales. La orfandad es su territorio, abonado por la tragedia de lo inesperado y donde a cada paso se reencontrará con la historia de su vida en una referencia radical con su madre muerta

El cine de Bellocchio se olvida de todas las reglas de la lógica y crea la suya propia, desrealizando la anécdota y logrando una forma única que resiste el tiempo del aggiornamento y no obstante sigue siendo de hoy y de siempre, un cine con una fuerte impronta de autor que atraviesa la carne de sus personajes y llega a la expresión de lo más recóndito, de lo intocable, donde un grito aterrador en medio de la noche puede suplantar todas las palabra, un grito - curiosamente el antecedente del lenguaje que anida en lo profundo de la garganta -  un “decir” el silencio, la posibilidad de representar lo irrepresentable

Bellocchio descorre como nadie los telones más pesados del alma humana, casi en sordina, con una extremada sutileza. Es un poeta de todo lo que circula piel adentro, siempre igual, siempre distinto y sabe modular las elipsis de tal modo que un drama como Fai bei sogni que podría naufragar en la sensiblería, se eleva casi en silencio hacia otras latitudes, la de la herida imborrable que se va haciendo más honda como destino irrevocable, la de la ausencia como testigo de lo que no se alcanza - un interminable vacío por vivir – en suma, la del humo de Eros que comienza con esa figura llena de misterio que nos recuerda a La luna de Bernardo Bertolucci - aunque con otros registros –  y que irá pautando los distintos encuentros del protagonista, porque nada hay más contundente que la muerte para mistificar lo que no aceptamos perder, ya que solo se pertenece a lo que se ha perdido, a una ausencia

Aun en el reencuentro con el amor que no será más que otra figura de la madre a quien no logra “dejar ir”,  a pesar de toda la ira que desata su descubrimiento de la verdad sobre su muerte - quizá ira consigo mismo por lo que no se animó a enfrentar - abrazado por su amante, el plano del pasaje a la realidad onírica nos lo deja de niño en el juego de las escondidas abrazado a su madre dentro de una caja. Un final magistral donde la sola enunciación de la escena nos traslada a otras regiones donde un resplandor antiguo provoca un extrañamiento del mundo y arroja luz sobre una herida abierta, la eterna, la de todos, sabida o ignorada. Esa es la magia de Bellocchio en acción, el disloque de tiempo y espacio, ese quiebre de la lógica donde lo real se desboca y se empaña la certeza de la supuesta normalidad que se desliza como en un juego de espejos, un enrarecimiento donde pone de relieve su aversión por mostrar una mal llamada realidad. La anécdota es casi una excusa para un Arte con mayúscula
Tratar de explicar un film es comenzar a silenciarlo, por eso
quizá, todo el cine de este grande sea una manera de decir que las explicaciones no alcanzan y que hay una contundencia de la fatalidad que es nuestro modo de ser trágicos: ser en la herida, sin curas ni cicatrices

Desbordamos el discurso que pretende explicarnos. Hay un misterio, nuestro propio misterio, una ausencia en la cual echar raíces

Las películas tienen que explicarlo todo ellas mismas Un film se basta a sí mismo porque tiene todas las respuestas dentro de sí

                                                                                       Marco Bellocchio 


 Agosto 2018