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126 - El Sí a la vida
Vivimos la era de la civilización cool, la del espíritu light, la de la contentura compartida, la de los metalenguajes, las mixturas y los viajes, la de las relaciones pixeladas y los infinitos rostros, la de la luz sin sombras a la vista. La de la dehiscencia de absolutos. La sin dioses. La era del olvido de lo real
Pero desde siempre la condición humana fue y es eso que somos, que nos hace permanecer en el espacio de lo indescifrable, de lo incierto, de lo inhóspito de la existencia, del no-saber, de la desdicha  -que se relaciona directamente con el hecho de ser humanos, que no admite ningún cuestionamiento ni siquiera el olvido y mucho menos la indiferencia. Es el espacio del misterio de lo trágico y es incontestable. La palabra “misterio” remite a una verdad a la que no podemos abarcar pero de ninguna manera ignorar. Misterio sagrado, insuperable, inexplicable, es lo único en el ser humano que resiste a la sospecha de lo gratuito. Es la única realidad que no tolera la mirada crítica. Renuente a todo comentario, es, podría decirse, su propio dios, se basta a sí mismo, no solicita ni necesita ninguna respuesta salvo la de su mero contenido trágico

Enunciar lo trágico es casi un golpe brutal del lenguaje, y aunque se pretenda obviarlo, el discurso que nos habita guarda su historia y emite resonancias que lo descalifican para el imaginario social de los tiempos que corren. Este tema ha estado proscripto y lo sigue estando, y especialmente en este pliegue del tiempo, en el que el ser humano instalado en un presente eterno -donde el reloj marca siempre la misma hora-  se ha vuelto totalmente reacio a admitir su mortalidad, a hacerle frente a lo real
 
Rechazar la realidad es la máxima negación a la que se atreve la humanidad, la peor de las cegueras, la que la sumerge en mundos quiméricos y futuros fantasmáticos, por eso mismo el reconocimiento es la expresión exacta de la actitud humana ante lo trágico, ante nuestra mortalidad; no es sumisión ni rebelión sino verdadero descubrimiento. Como darse vuelta y toparse con la propia sombra
 
La condición trágica de la existencia se filtra a veces a través de las fisuras que olvidamos sellar. Queremos anular el Azar, lo real, la evidencia que está ahí rozándonos continuamente, escandalizándonos con su carácter inextricable, una realidad ingrata y difícil, la de ser real más allá del devenir placentero o doloroso, de espaldas a la razón aséptica y violenta cuando el misterio usurpa el borde de las certezas cotidianas, y se desborda fuera de ellas. Es contundente, irrefutable, irrecusable
Hay una única forma de asentimiento a lo real, puramente irracional, la alegría, un “absurdo” dinamismo vital, un deseo de ser sin motivo. Este decir sí a la vida es la única forma de adaptación a lo real de una descarnada lucidez. El asentimiento a lo real es esta mezcla de alegría y lucidez, el sentimiento trágico. Este sí incondicional a lo real es su conditio sine qua non y supone necesariamente el sentimiento trágico, el único que otorga lo real y único dador de la fuerza capaz de asumirlo

La humanidad, acorralada por lo inesperado, por su devenir inestable, clama por ese absurdo de lo accidental sin ver que lo trágico es su mismo abismo, su duelo con la vida a la vez que su incompatibilidad embriagadora
El goce se encuentra no en la armonía sino en la disonancia resuena Nietzsche. El instinto dionisíaco es esa idea poderosa de lo trágico, de lo pesimista, ligado a la robustez, a la fuerza vital, al instinto de vida. La fuente del desencanto y de la tristeza es el optimismo. La fuente del goce es el pesimismo

Esta noche plena, este silencio pleno de todo aquello que se ha rechazado: la repentina inanidad de todo lo que nos preocupaba durante el día revela por sí sola el valor exclusivo de todo aquello que se desconocía un instante antes, como si la voz del silencio de lo inesencial dejara por fin oír, por la sola fuerza de su silencio, la única música de lo esencial

El cansancio de las ilusiones y de todo lo que hay en ellas, su pérdida, la inutilidad de tenerlas, el cansancio de perderlas

Ese esfumarse de las ilusiones, nos arroja de lleno sobre la visión trágica de la vida. Así, este tema, el que nos es más caro, que nos condiciona y nos determina, transita el costado de eso que nadie quiere ver. Quienes se han ocupado de este tema impensable subrayan que no se trata de evitar un naufragio – no hay manera - sino, por el contrario, de volverlo irreductible al ir analizando a la vez que eliminando una por una todas las esperanzas y sobretodo los argumentos para sortearlo

Toda la existencia sirve a lo trágico, o lo que es lo mismo, sirve al ser humano, ya que nada de lo que vive le es ajeno

El discurso trágico, como sentido de la vida, es reconocido como necesario y por consiguiente también como el único posible, al ser esta hipótesis exclusiva y excluyente respecto de cualquier otra. Una misma intención, un mismo presupuesto sella este pensamiento desde el vamos; si hay una necesidad que es inherente a lo trágico, que hace a su esencia, no se halla en la angustia de la incertidumbre, ni en la experiencia de la soledad, ni tampoco en la agonía espiritual. Se trata nada más que de la existencia ineludible del sentido trágico de la vida, cuando no hay nada qué decir ni qué pensar, cuando  todo discurso enmudece, cuando toda interpretación cae. Así lo trágico es silencio, el silencio no interpretable, la invisibilidad de lo visible, el carácter legítimamente impensable de la proximidad, esa sombra que nos acompaña día y noche. Por eso el filósofo trágico no habla de ideas claras y distintas sino oscuras y distintas

Oscuras por su distinción misma. La ausencia de referentes en los cuales podría medirse la vuelve silenciosa y ciega
Hacer hablar más al silencio supondría que se dispone de una palabra mágica que sepa hablar sin decir nada, pensar sin concebir nada, negar toda ideología sin comprometerse en una ideología cualquiera
Tal vez esa palabra existe: Azar

Lo trágico en suma nunca se refiere a otra cosa que al Azar, al Azar silencioso, el de la completa ausencia de referentes y que reenvía al carácter impensable de lo que existe, es lo que no se piensa, pero también, paradójicamente, aquello a partir de lo cual todos los pensamientos son abolidos
El Azar también abarcaría el hecho de la posibilidad que el hombre pueda ser máquina

¿Quién sabe además si la razón de la existencia del hombre no radica en su propia existencia?

El pensamiento de lo trágico es hoy el único pensamiento capaz de dar cuenta de todos los verdaderos temas de la existencia. El ser humano es un umbral, un pasaje continuo y la tensión del misterio no lo explica, lo implica, pero transita camuflado por su vida tratando de burlar lo trágico, de no percibir su omniabarcabilidad , su inevitabilidad, su fatalidad, el gran acorde de lo único posible con lo único deseable, el gran acorde trágico. Cuando realmente lo sentimos, cuando con toda honestidad nos miramos en él  y nos reconocemos recién allí comulgamos con la vida, y la vida misma es incapaz de contenerlo y de explicarlo
El hombre que se descubre trágico descubre al mismo tiempo, su valor, su estatura, pues alcanza a develar ese abismo que existe entre él y la vida: lo trágico, una incompatibilidad embriagadora
La gran paradoja trágica es el valor de la vida que es trágica por naturaleza
Y solo la libertad, lo que atañe a lo más íntimo de ser,  empuja a  exponerse a la realidad en toda su crudeza y es un vértigo no negociable, pero hay una distancia del ser humano frente a sí mismo que lo hace un extranjero, un extraño frente a lo que es, un “atontamiento trágico”, la angustia 
La angustia se define por el modo en que ha sido reprimida, excluida de la conciencia. El ser humano tiene miedo de eso que no ve, de lo que olvidó a sus espaldas, cercano y desconocido, familiar y secreto, una suma de silencios, uno detrás de otro que toda palabra desmoronaría. De otro modo que Lacan

Cualquier cosa existente puede volverse espantosa desde el momento en que su existencia está para el observador, tan próxima que se disimula bajo el brillo de su propia visibilidad

El secreto de querer negar la tragedia reside en la esperanza inconsciente de negar el fundamento trágico

Pessoa otra vez

Nuestra única tragedia es que no podamos concebirnos trágicos. Vi siempre nítidamente que coexistía con el mundo…por eso nunca fui “normal”

Nada es más fácil para una filosofía que ser trágica, pues no tiene más que abandonarse a su peso humano



Agosto 2018