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130 - La flor ausente de todos los ramos
El ser humano es carne de pregunta velada, eterna y sostenida, que se rehusa a la enunciación y no alcanza a formularse

No obstante, la extrañeza ante una pertenencia que no se ha solicitado, ese saber que no se sabe, persiste interrogando. El lenguaje, ahíto de palabras, se espeja en esa pregunta informulable, secreta, la que resta cuando todo ha sido preguntado, que acecha desde su misma invisibilidad y que solapadamente instala su enigma en el habla, en la escritura, sin darse a conocer ni camuflarse en lo cotidiano, en todo lo que creemos conocer

Condenados a circular por la escritura tras el polvo de la huella que fuga, el lenguaje se asume testigo de nuestra impotencia y de la fatalidad de lo que vela.  Custodio de lo impenetrable, lugar de la diseminación y del errar, de lo que huye y se desarraiga, comunica lo incomunicable

En la mayoría de las circunstancias nos sentimos capaces de utilizar el lenguaje como herramienta para nombrar, afirmar, negar, pero no siempre igualmente capaces de entrar en contacto con su mismo ser, donde habla por sí mismo, en los momentos de vacío, en las intermitencias, en la potencia que oculta en su propio espesor cuando se manifiesta como Afuera, con lo que no es mundo todavía, no negando su capacidad de significación, sino conduciéndola hacia una voz, una voz que narra, que no tiene que ver con la de ningún narrador en particular, un lenguaje como un campo impersonal más allá de cualquier cosa que quisiéramos decir con él, el anónimo trasfondo del habla, el guardián del misterio, el territorio de las vibraciones de la vida que lo vinculan todo, ese  murmullo indefinido del lenguaje que no será silenciado

En la escritura se manifiesta una voz ajena a quien se considera autor - perfil dudoso del sujeto de la escritura – que impulsa su mismo sentido, pero siempre como incompletitud, como inconclusión, en perpetua dispersión. Se ha extraviado la palabra, hoy funciona como el detonador de una desverbalización en cadena, y la escritura deviene la  travesía de un peligro, la salida a ese Afuera, el  paso más allá, un paso no- más- allá del sentido, que es el pasaje hacia el no-lugar. Se siente que no hay nada que se pueda decir y entonces acontece la escritura y con ella lo impersonal

Escribir es trazar un pliegue donde lo que se guarda no es más que ese Afuera, la dispersión de la voz del autor, la voz áfona de lo neutro, inaudible al ser un rumor constante, inenunciable, que no deja de fluir en la escritura. Palabra neutra e ilocalizable la que siempre fue dicha, la que no deja de decirse ni de oírse y que resuena en el espacio de lo indeterminado, la que está y no está, la flor ausente de todos los ramos

La comunicación no es solo una cuestión de significación, es parte de la circulación de todo. Las palabras son cosas – no solo las significan – son cosas que activan el mundo, lo cambian y cada vez que sucede perturban al murmullo anónimo de la exterioridad

La escritura que se sostiene al filo de la muerte al mantener la pregunta sin respuesta, el deseo de lo que le falta – único deseo que no muere - y al que no deja de nombrar en ausencia, se dirige a lo ausente con el discurso de su ausencia, es una interrogación encubierta, latente, una excedencia que se excribe, que vive en la espera para liberar su significación, significación seguida de una entropía letal, por la que las cosas en el mismo movimiento de la significación son devueltas a lo insignificante, una ilusión necesaria - acceder al misterio - seguida de la desilusión obligatoria de su inaccesibilidad, una caída de la significación y el sentido, quizá como el único soporte posible del sentido

La escritura reitera lo que no ha acontecido, lo que no ha tenido lugar, habita donde no reside, es aquello que sin relación alguna con nosotros igualmente nos está dirigido, y aquello que si bien no se enuncia, fatalmente se afirma

En la escritura algo se visibiliza como resto y como falta que se lee en lo intersticios. No puede representar lo real, solo le queda volver sobre sí mismo y permanecer en un espacio, lo neutro, que permanece entre el ser y el no-ser y sin ser  algo, está allí, existe, y permaneciendo en lo neutro no hace otra cosa que decirse y diseminarse infinitamente porque lo real es lo incesante y el ser humano lo desconoce, no obstante está atravesado por él y es lo que provoca su eterna pregunta. En lo real nace todo lo que desautoriza al mundo, lugar de cuestionamiento de toda afirmación

Escritura como espacio del Afuera del ser del mundo donde el sujeto se atreve a permanecer sin poder volver porque ya no hay donde volver. Y la escritura sigue deviniendo y fugando
 
Cuando la respuesta es su ausencia, la pregunta a su vez se torna ausencia de pregunta, el habla pasa, vuelve a un pasado que nunca ha hablado, lo real, aquella parte donde la realidad palpita a salvo, intocada
Escritura como huella, como vestigio, como ausencia, como abismo

El Afuera, ese lugar fuera del lenguaje, ese no-lugar del lenguaje discursivo, se mantiene ajeno a toda instancia racional. Cuando el habla se interrumpe y reina el silencio, el lenguaje se quebranta y brota como un murmullo apenas audible en un Afuera infinito. Allí es solo un visitante pasajero y no aparece por sí mismo más que en la desaparición del sujeto, propio de un pensamiento que se preserva de toda subjetividad para dar con ese espacio donde se despliega el vacío, y donde la respuesta aguarda y desbarata todas las expectativas en lugar de satisfacerlas, por eso la escritura sería el linde extremo de lo ilusorio, la insaciabilidad misma de lo que interroga 


No es para que nos contesten por lo que nos hemos puesto en camino sino para que en el silencio (de los antiguos oráculos) cada uno descubra cuál es su pregunta



Setiembre 2018