Hay escritores que parecieran tener una intención - en general velada - de no hacerse entender. Otros sin embargo, plena conciencia
Esa instancia oscura que suele flotar sobre algunos textos y casi siempre de los autores más amados y respetados, genera una intensa provocación quizá necesaria para que se dé un compromiso total con la lectura. El lector se siente jaqueado, no por eso menos fascinado aunque se le impida apropiarse del sentido que lo excluye. Se sienten como improvisaciones, lapsus, vibraciones que hacen mover el suelo bajo los pies, gestos que invitan hospedar al otro, estimular su inclusión en el texto
De este modo se evita la comprensión inmediata facilitada por la continuidad y se hace posible la irrupción de un algo no apropiable que pausa la lectura y profundiza la atención
La escritura oculta la exigencia de una excedencia, la de dejar una apertura que significa un lugar vacío para algo absolutamente singular que desafíe a la premeditación, un otro que ni estaría en nuestras expectativas. No puede hablarse de porvenir si no se da una alteridad
Esta oquedad expectante es como una pirueta de la escritura, un pliegue del espacio donde habita con disimulo un algo que se sustrae a la claridad del discurso, a la razón como argumento, un espacio inagotable donde alojar un enigma, un no – saber, una reserva que custodia un sentido que fuga sin fin, un secreto intraducible pero interpretable
Esa excedencia permanecerá siempre secreta y dará lugar a las infinitas intervenciones de quienes serán los desconcertados y a la vez motivados eslabones de esa cadena inacabable que testimonia lo insaturable del sentido, lo indeterminable del contexto
Si la inteligibilidad de lo que se escribe fuera absoluta el texto se estancaría en el presente y nada lo proyectaría al porvenir evitando de este modo la generación de nuevos contextos
Ese algo inaccesible, incita como un texto cifrado, da lugar a un lapsus, interrumpe, corta, desvía, podría incluso asociarse con el resto, con la huella: lo inapresable, lo resistente a las explicaciones. Un rastro en vez de una presencia plena, un comienzo en el que nada ha comenzado, la huella quiebra toda consistencia, desordena el orden y deja la sospecha de una otredad que se va dibujando. Es la alteridad cuestionando
Ambos abrirían la obra, impedirían que la totalidad quede inmovilizada. El resto, un excedente, un residuo, lo que no se deja reducir al texto aunque lo habite, un exceso indecible que da qué pensar, un insiliado que podría analogarse con la ininteligibilidad en cuanto a ese lugar que se sustrae a las explicaciones, impide toda apropiación y permite lo abierto e indescifrable Son figuras asimilables a eso otro insospechable, inasegurable, imprevisible
Una zona de incomprensión en la continuidad de lo que se lee altera la respiración, borra el horizonte, crea un desequilibrio enriquecedor entre el texto y el lector, genera una isla donde cabe nuestra perplejidad. Es una interrogación que va creciendo a través del texto y abre un intervalo, una demasía, un desborde que posibilita la novedad, una búsqueda del verbo en cada uno, una palabra viva
Por más fiel que se quiera ser, no se deja de traicionar la singularidad del otro, y puede considerarse un heredero aquel que en parte es infiel. Antes se desaparecía y se renacía. Hoy, la aceleración del archivo y el desgaste transforman la temporalidad y la duración de la herencia, ya que se deja la huella expuesta y los gestos al abandonarnos, se independizan y empiezan a actuar por su cuenta
La cuestión de la herencia debe ser la pregunta que se le deja al otro; la respuesta es del otro
La escritura es una revolución interminable, la creación de un acontecimiento singular, de una huella, de un legado
En toda escritura subyace la imperiosidad de un exceso aún referido a aquello que puede comprenderse, la exigencia de una apertura, de una oquedad capaz de alojar otra voz
Todavía no se sabe qué quiere decir, habrá que empezar de nuevo, habrá que volver, habrá que seguir
Una energía de dislocación genera en los textos la diferencia, la imposibilidad de identificación, de totalización. No hay nombres propios, son momentos diferentes de una misma voz, distintas lógicas, se desvanece la configuración inflexible. Impera una gran inestabilidad, y la coherencia pierde su lugar
Es una otra forma de escritura. Un cierto modo de entregarse a ese caótico texto en construcción continua, sin autor, en el que el contexto es indeterminable, pero existe y está abierto. Ese texto singular se independiza del supuesto autor y deviene diseminador de sentido y que nunca acaba de querer decir
Cualquier intervención en un contexto lo abre y reclama uno nuevo. Por eso, la producción de lo nuevo permanecerá fatalmente abierta por ese reclamo, por esa apertura al porvenir del que no se tiene ninguna previsión, ningún medio de saber por anticipado qué forma adoptará
Es un modo de exponerse a la venida de lo otro, a aquello que no depende de uno, la fuerza de un porvenir que debe permanecer abierto a lo que todavía queda por hacer, por leer y escribir, una fuerza que debe desconfiar de lo ya dicho y acoger una singularidad siempre renovada
Si yo viese claramente, y por anticipado, adónde voy, creo que no daría un paso para ir allí
Aceptamos la herencia de nuestros autores, la inscribimos y allí comienza el río de las interpretaciones, la diseminación de sus textos, y por consiguiente se borra la huella y comienza la construcción de la ceniza
Al escribir, la escritura hoy parece haberse replegado sobre sí y repensarse, y también decidir por nosotros; así, si bien la reflexión y el saber del escritor intervienen, en el momento de la palabra hay un quiebre de ese saber y por ende la apertura a lo impensado. No es posible manejar racionalmente esta circunstancia entre el saber y lo que acontece ya que ambas participan de la misma encrucijada donde el escritor se extravía
Ninguna definición agotará la novedad de lo que viene. Lo otro puede venir o no, no se puede programar, pero sí dejar el sitio por si viene, que no significa hacerle un lugar porque el ego implica desde un principio la alteridad como condición propia, y por tanto no es necesario emplear la voluntad para hospedar lo que puede venir
Para que haya un porvenir - la sorpresa, la alteridad - es preciso no verlo venir, no tener ningún horizonte de expectativas
Ver La huella, post 48
Julia Vincent blog, Enero 2017
Octubre 2018