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146 - La falla del lenguaje
La escritura es un lenguaje impropio, propicia un desorden entre las palabras y las cosas, expropia sus vínculos resecos y agrietados, reniega de la pertenencia a una única verdad, y se deja perturbar por las sacudidas de la materia, una materia en exilio, para co-crear con ella
Escribir es hilar mantos de palabras al margen de toda pertenencia, de toda procedencia. Quien escribe es un indigente viviente en medio de mundos paradójicos de leyes mutables y precarias que ex-cribe rescribiendo, reinventando las condiciones del habla, un mortal pensante que antes ha sido tocado por una íntima amistad con lo extraño y lo impensable, un ser de frontera en perpetuo movimiento y cambio, un viajero de la palabra donde la certeza ya no es guía. Un peregrino que deambula entre huellas y diferencias

Lo evidente puede derrapar hacia zonas de inexplicable opacidad como escudo que protege el ser último del habla, que preserva el carácter intempestivo a la vez que frágil de lo Real, una opacidad de la enunciación que revela la vía del pensamiento sin relaciones codificadas por la gramática, que se mueve desde el borrarse de su adentro hacia la realización en el Afuera. Un itinerario agotado - siempre se quiere decir otra cosa - una senda sin destino que no acaba sino que continuamente abre una posibilidad infinita de apertura

La escritura como ejercicio que rebasa los límites de la realidad del mundo, es una inevitable expresión de lo Abierto, a la vez secreto y esencial, que logra, sin abandonar nuestra cotidianidad, hacerla estallar en infinitos puntos de fuga hacia el desborde de la realidad misma. A su vez se escapa de sí misma en una travesía especular que es una búsqueda y un arrojo hacia una aventura central, el solo hecho de escribir, en el que el escritor pierde toda naturaleza propia de un Yo y deviene el lugar vacío donde se anuncia la afirmación de lo impersonal

La escritura es corte con el pensamiento cuando este se da como proximidad inmediata, corte con toda experiencia empírica del mundo y ruptura con toda conciencia presente

Ninguna aproximación tiene sentido si no es la proximidad de lo lejano. Aproximarse es posible con la condición del alejamiento infinito de la aproximación misma

 
La escritura no es nunca solamente un gesto que se confunde con su traza, es la divergencia, el diferenciarse a partir de lo cual se inicia la incesante ruptura, el murmullo inaudible, el movimiento de la distancia, el devenir de la interrupción

La escritura exige sin presión, obsesiona y obliga, su llegada es irruptiva, imprevisible, es una inspiración que es la transgresión misma de la verdad del ser provocada por el encuentro con lo otro, encara la noche del mundo que asoma en los ojos del otro. Pero la otra noche solo tiene lugar en el lenguaje porque el otro mismo es lenguaje y el lenguaje es ese extraño que reside en nosotros, en nuestro silencio donde el ser tiende a engendrarse palabra, donde puedo percibir el susurro de lo secreto. Allí el lenguaje habla por sí solo. El olvido del ser está ya en las palabras, en el eterno retorno de la insignificancia del sentido, por eso las palabras no interrumpen el silencio, lo afirman

La auténtica soledad tiene la fuerza primigenia que no nos aísla, sino que arroja la existencia humana total en la extensa vecindad de todas las cosas


El lenguaje irrumpe en ausencia de mundo con una textura sin trama, donde la palabra nunca alcanza lo dicho y se retira al otro lado de una opacidad que la extrañeza se encarga de señalar. Drama de la impotencia de esa palabra que nos deja en el vacío, extraviada en la ausencia, en el suspenso del aliento que no logra nombrarla. Esa es la ontología de la escritura, la impotencia de la palabra que se resiste a la voz. El silencio esencial habita en la palabra misma, es parte de ella y le da sentido, se disfraza de espacios en blanco, pausas, puntos, resaltando el fondo vacío sobre el que se deslizan

La mano que escribe es más bien una mano que hurga en el lenguaje que falta, que avanza a tientas hacia el lenguaje que sobrevive, que se crispa, se exaspera, que lo mendiga de la punta de los dedos


Decir significa mostrar, dejar aparecer lo que al mismo tiempo es ocultación, paradoja de ser palabra para dar cuenta de la no-palabra. Solo queda la abertura indefinida del silencio. Llegar a ese Lugar es como arribar a un Ahí simple y claro, confuso y oscuro

Se vive en una inmediatez que se ignora, en la que se experimentan cosas que se desconocen en un mundo que también se desconoce, y ese algo es irrepresentable para el pensamiento y el lenguaje, ese algo que es el fondo de la vida donde habitamos sin saber y poseemos sin conocer, es una experiencia insólita en la que solo por un instante se accede a una experiencia muda, originaria, aquello que en el ser humano está antes que el sujeto, su infancia, y de esta forma obtiene la posibilidad de apropiarse de la experiencia de su propia esencia lingüística, acercándose a ese pensamiento donde nada se revela, donde hablar aún no es sino la sombra de la palabra

La experiencia de la palabra que se sabe y de la que se está privado es una experiencia en donde arremete el olvido de la humanidad que hay en nosotros

 
Se recrea el vínculo comunicacional mediante la apertura hacia una pura exterioridad que expone una singularidad, la envoltura de la existencia que despliega el ser tal cual es y que tiene lugar de tal manera a través de una pura relación con el lenguaje mismo

La escritura es la posibilidad de su imposibilidad que flota en el aura del silencio constitutivo de todo decir, esa palabra que habita paralizada y en silencio el centro de la garganta como una sombra. Se interactúa silenciosamente con ese lenguaje que falta, sobre lo que decididamente no se puede hablar. Es potencialmente un vacío hablado
 
Aquello que no puede ser dicho es lo que construimos con el decir. El habla dice en tanto que muestra solo el decir originario sin sonido que no se deja capturar en ningún enunciado sino que exige ser alcanzado en silencio, por eso escribir es subirse callado al lenguaje que se auto suprime para dejar lugar al acontecer de la palabra sin necesidad de lenguaje. Al fin de la escritura hallamos finalmente la percepción total sin palabra

¿Cuál es el hombre que no tiene la falla del lenguaje por destino y el silencio como último rostro?


El habla cuando no comunica es algo, es acceso al ser. El lenguaje configura un campo de significación que cubre un desgarramiento originario anterior a la codificación formal del lenguaje. Una mirada inmersa en un mundo de infinitud e inmanente intensidad

Allí donde estoy solo el día no es sino la pérdida de la morada, la intimidada con el Afuera sin lugar y sin reposo

El exterior es la intrusión que asfixia, es la desnudez, es el frío de aquello en lo que se permanece descubierto donde el espacio es el vértigo de la ausencia. Un paraíso vacío


No cabe duda que el lenguaje nos inquieta pero esa inquietud no es más que la inquietud del lenguaje dentro del lenguaje,  cómo hablar de lo que constituye lo otro del lenguaje y se hurta a la captación del mismo lenguaje




 Noviembre 2018