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147 - La insurrección de pensar
Pensar es uno de los verbos más conflictivos del lenguaje. La mayoría de las veces consiste en la apropiación de pensamientos con mucha historia en los que la industria cultural ha dejado sus marcas homogeneizantes y que acaban provocando la uniformidad del pensamiento
Todos “pensamos” lo mismo, hacemos las mismas preguntas, y revoloteamos alrededor de las mismas respuestas. Falta acoger el suspenso de la pregunta, su incertidumbre, aceptar la orfandad, el lugar de las grandes preguntas

Pensar en pensar es como tratar de abrazar el aire, nos excede y al mismo tiempo nos excluye. Pensar verdaderamente implica salir de todos nuestros pensamientos determinantes, los que nos identifican y señalan un destino: salir de lo que “pensar” frecuentemente quiere decir, pero pensar sí que hay alguna cosa por pensar, y pensarla en el corazón del pensamiento…la existencia encalada en el corazón de las cosas

Nuestra historia del pensamiento está hoy concentrada, y suspendida en esa uniformidad mencionada
 
Si llevamos al límite el acto de pensar llegamos a una zona blanca, pura promesa de lo mudo, casi plegaria, que rastrea en el aire los huecos de una ausencia, de algo que falta o que se perdió. Implica estar arrojado a la pregunta, a la infinita articulación de la misma pregunta cada vez y a la continua no-respuesta incesante porque el mundo es un aparecer constante pero no dicho, no dado, no sido, un continuo gestarse

Uno está solo ante el objeto invisible en el que piensa, solo para descubrir la perspectiva totalmente nueva y aun, en ciertos aspectos, inaudita, que conduce allí, donde la lengua se desconcierta. Aquí la soledad se convierte en un modo de experiencia y el olvido casi perfecto, una exigencia irrenunciable

El pensamiento nace cuando estamos alejados de él,  distraídos de su ejercicio y la más de las veces brota de una vinculación insólita entre una cosa y otra. Es un acto de osadía, de transgresión, es la transgresión misma donde quien piensa pierde toda naturaleza propia, abdica de su autoría, y se convierte en un lugar vacío donde acontece la novedad, el encuentro con lo extraño, con lo que acecha en el instante, una interrogación pura, un pensamiento donde todo consenso, síntesis o sentido están perdidos. Es experiencia de sí mismo para sí mismo

El alma que piensa tiembla y deja que el aliento entre y salga a su antojo en el vacío


Pensar es materia del tiempo, una peripecia de un tiempo fuera del tiempo que se mira a sí mismo: un tiempo conjetural que llega y sorprende y donde cada instante es absolutamente nuevo pero a la vez donde cada cosa está enraizada desde siempre, intocada, innominada, donde se oye la propia voz como si fuera extraña y donde cada partícula del universo lleva en sí algo callado, de ahí que pensar sea balancearse en el vértigo de la ausencia

El lenguaje ejerce violencia sobre la realidad al reducir lo otro a lo mismo, al disolver lo plural bajo un solo rótulo, entonces,  ¿cómo acercarse a lo oscuro sin determinarlo, sin calificarlo, cómo hablar del secreto dejándolo ser aun secreto? 
Imposible pensar sin atravesar el límite en el que el sentido completo se rebasa fuera de sí, sin prestar atención a esa vida secreta que se insubordina

Pensamiento simple, y duro, y difícil. Pensamiento rebelde a todo pensamiento, y que el pensamiento, sin embargo, conoce –comprende y siente- como eso mismo que piensa en él. Pensamiento en insurrección permanente contra toda posibilidad de discurso, de juicio, de significación, y también de intuición, de evocación o de encantamiento

Pensar, un movimiento pendular, un entre- lo- que- falta y un exceso que resta no profanado, un recibir aquello que el pensamiento no está preparado para pensar. Es como entrar en trance, abstraerse de la historia de lo pensado, experimentar en el vacío y la indigencia, la presencia de una exterioridad absoluta en un suspenso, sin otro suelo que una constante apertura, un vacío que abre la inestabilidad de una distancia

Todo pensador corre peligro de redirigir la experiencia de esa exterioridad a su interioridad. La reflexión tiende a restituirla a la conciencia corriendo el riesgo de adensar lo acontecido con significaciones hechas que tejen de nuevo la trama de la interioridad, la sempiterna tela de lo ya pensado, porque hay que tener en cuenta que cada pensamiento es cada vez un pensamiento que piensa que él no puede pensar lo que le viene, es un pensamiento, cada vez, sorprendido por su propia libertad, no un pensamiento de la limitación, lo cual implica lo ilimitado de un más allá, sino un pensamiento del límite como aquello sobre lo cual, la existencia se levanta a lo que ella se expone, un pensamiento del in-fundamento del ser; de éste, el único del que la existencia agota, un pensamiento de la ausencia de sentido como la única prenda de la presencia de lo existente


Pensar no agrega a la existencia la salvación de un sentido, solo se somete a la prueba de lo que nosotros ya sabemos, que existimos. Pero el hecho de existir no es suficiente para ser su propia verdad, que es la del sentido; la existencia debe ser pensada para ser lo que ella es, solamente ser

El pensamiento habita la finitud del lenguaje y parecería adaptarse a la existencia que él piensa pero esa adaptación es propia de la finitud y ahí se tiene el acceso al sentido faltante, o a su inapropiación

¿Cómo debe escribirse este pensamiento remitido al no-hay-sentido como a su más propio objeto?
Esto es lo que no sabe, no puede saber, y es lo que se debe crear cada vez porque cada vez eso recomienza Esta es la responsabilidad del pensamiento 
La finitud del ser suspende el sentido de lo que es el sentido. Y hay decepción de la espera, decepción como sentido

El pensamiento sabe de su ser mismo como lo que no es en sí ni pensamiento, ni impensado, ni impensable, sino  sentido del existir, de su finitud

El pensamiento debe pensarse como lo que se pierde en él, como lo que se aparta del mismo pensamiento y se agota inagotablemente en él, un pensamiento que debe medirse con el hecho de que “el sentido” ha acabado, y por tanto es un pensamiento que sin renunciar a la verdad,  la universalidad, y al sentido, no puede pensar sino tocando idénticamente a su propio límite y a su singularidad

Hasta dónde hay que maltratar al pensamiento, y hasta dónde hay que dejarse maltratar por él, para que alguna cosa venga solamente a rozar el pensamiento

En ese advenir no curiosamente pensar parece compartir la espera y la disponibilidad con la poesía, con ese no saber del poeta

Pensar es siempre el pensar de lo incomprensible, de eso incomprensible que forma parte de todo comprender en cuanto que es su propio límite. No hay pensamiento si éste no se traslada a su límite y la libertad es  ese límite. Allí donde el pensamiento tropieza con lo que lo hace posible, allí ocurre lo que lo hace pensar

La libertad es el salto de la existencia en el que la existencia se descubre como tal y ese descubrimiento es el pensamiento. Pensar la libertad quiere decir sustraerla a las manipulaciones, y sobre todo, las del pensamiento. Antes de ser o de intentar ser “pensamiento de la libertad”, el pensamiento está en la libertad. Pero esa experiencia de libertad es saber que: en todo pensamiento hay otro pensamiento que no es ya pensado por el pensamiento sino que lo piensa la libertad misma: un pensamiento diferente del entendimiento, diferente de la razón, del saber, de la contemplación,  de la filosofía, diferente del pensamiento mismo

El pensamiento diferente, otro, de todo pensamiento, que no es lo Otro del pensamiento ni el pensamiento de lo Otro, sino aquello por lo que el pensamiento piensa, esto es el estallido de la libertad

Este otro pensamiento piensa en todo pensamiento,  puede ser un pensamiento de la política, de la técnica, de la vida diaria, etc. El otro pensamiento, que es el que libera todo pensamiento como tal, no se mantiene en ninguna forma definida, es  lo informe de todo pensamiento

Se vive un total desasosiego, una incertidumbre, no obstante la verdad es el mundo mismo, la totalidad de sentido en acto. No hay adecuación del mundo a una idea, a un principio, y esta inadecuación es la que abre el juego de la verdad, lo inadecuado por excelencia. Pensar lo impensable, obrar lo inoperable producen sentido porque pensamiento y obra siempre abren la relación con lo inadecuado, la imposibilidad de la adecuación del sentido y al sentido. El pensamiento siempre está abierto por lo impensable, la obra por la inoperancia

La verdad es entonces el mundo - lo real mismo en su totalidad – en tanto esencialmente inadecuado, en tanto excesivo o defectuoso con respecto a toda adecuación

El pensamiento en acto está siempre suspendido, en potencia, entre dos posibilidades, o faltan las palabras para decirlo o las palabras fallan para no decirlo sino hacerlo. No hay decisión de pensamiento más que en y gracias a la indecisión primera pues el pensamiento mismo se compromete allí donde faltan las palabras. Es su libertad para la que precisamente nada falta, sino las palabras

La paciencia del tiempo, post 2 ( relacionado - desde la poesía)



  Diciembre 2018