Por eso el sujeto del discurso es una trama desordenada y caótica, nunca un conocedor omnisciente que controla y sabe de lo que habla.
En esos vacíos del lenguaje habitan corrientes intempestivas que lo empujan más allá de sus límites,
No para decir lo inefable, imposible de decir, sino para conquistar su
impotencia
El mundo emerge como un intertexto infinito sin
salida, una especie de gran archivo de citas. Somos tejedores, enredadores,
repetidores. Inscribimos nuestra historia en cada letra y los enunciados se
apoderan de nosotros, por eso devenimos cuerpos de palabras que circulan
diseminando sentidos. El lenguaje está superpoblado de las intenciones de otros, y
de las nuestras, una inmensa red de rastros que conforman la textualidad que nos
informa y nos deforma
Es necesario abrir un nuevo espacio en la mansa
costumbre de la coherencia del lenguaje, un tajo que libere el salvajismo y la
inocencia de la letra
Siempre seremos huéspedes inoportunos y
fragmentarios de la casa del lenguaje, casi una broma ontológica que nos hace
creer lo que decimos. El hombre es desde
su nacimiento un episodio de lenguaje, un discípulo en continua iniciación y en
eterna caída en la contra-iniciación. Ciegos y sin suelo, la encrucijada que
nos habita obliga al lenguaje a dar vueltas y más vueltas para hablarnos sin
decirnos, resbalando en las palabras del día a día, remando el río del lenguaje
de la opinión pública, otro de los “edificios sólidos” de palabras efímeras
donde se citan los despistados de la vida, un anónimo genérico para cobijarse,
un escudo que legitima el lugar que se ocupa, un simulacro, un existenciario,
no una existencia
Despegamos el friso del mundo y solo encontramos
las capas de lenguaje con las que lo vestimos y que hoy se deslizan como
sombras in-significantes. Es el lenguaje y solo él lo que nos da existencia
pero hoy acusa el síntoma más flagrante de la fatiga de una sociedad. Circula
depreciado entre los detritus de una cultura saturada por la repetición de sus
signos despojados de extrañeza, convertidos en
clichés del discurso. Y así peregrinamos la ceniza ciegos de aurora, de
cara a lo banal
La banalidad engendra en el lenguaje el
significado aceptable de lo inaceptable, repite, insiste, etiqueta, aplana,
corroe y difunde el ronroneo tranquilizador de lo asequible, la entropía del
asombro. Es el clima de época y se expande como un velo invisible, se infiltra
como un virus de normalidad. Expandirse es todo su sentido. Permite la
insolencia de creer que el mundo es cognoscible y reduce el misterio a un
criterio, asordina el grito, entibia los fuegos. Es el filtro convencional de
la moral burguesa que padece una ascesis mental que rechaza las contradicciones
y el riesgo. Se apuesta a lo seguro, un reduccionismo que piensa lo “normal”
sin la extrañeza. La banalidad provoca la entropía y ambas cavan un hueco desde
donde se pueden ver los despojos de nuestra civilización. Vamos y venimos a
través de la bruma de la época, espejados y sin reconocernos, unidos y al mismo tiempo desunidos, sin repeto por la diversidad. Pensar distinto es un estigma. La humanidad se desdibuja en
las aguas de lo acostumbrado. Nos vivimos una extenuación de sentido y aun así
lo seguimos invocando. Sentido perdido, postergado, soñado, añorado, extrañado
y “extrañado”, derrotado, prohibido, una persistente ausencia
Perderse. Allí ocurren las vislumbres de sentido
Somos cartografía del deseo en un tiempo de
ceniza entre los escombros del pensamiento, una cuerda tendida entre el deseo y
la ausencia, condenados para manifestar sentido del sin sentido de un destino
inscrito en la palabra. Lo irremediable del lenguaje
La revelación
suprema del lenguaje es que no hay nada que revelar
Las palabras
nos sorprenden ya atadas a las cosas, pero la palabra debe estar vinculada a la
palabra y en la pausa y el silencio de la espera debe surgir la epifanía. Se
necesita darle voz a la palabra desde donde ella habla, nombrarla con nombre
propio para que comience a existir
El significante hoy jugaría el rol de lo que
falta y si hay un metalenguaje no es un discurso significante sino una
transparencia insignificante. El metalenguaje absoluto no existe sino en un viaje
de ida sin fin que nos va dibujando sombras a las que fatalmente seguiremos
nombrando
El mundo retumba. Suenan voces plegadas a otras
voces. Una sola voz-ninguna voz. Río seco
2016