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229 - Animales nocturnos - Tom Ford. Una estética de la ausencia
Sucede con algunos films. después de su visión, una cierta revêrie nos envuelve, a veces durante días. No hay una razón excluyente, o no sabemos bien si la hay. Algo así como una fascinación nos hace volver a verla, algo hay allí que nos conmueve, que nos perturba, intersticios silenciosos, fundidos en negro


“Animales nocturnos” fue uno de esos filmes. Desde el comienzo se percibe esa extrañeza que avisa que no será una más. Sobre el fondo de un telón rojo unas señoras entradas en años y carnes, desnudas, o con tan solo una banda roja al modo de las que llevan las bastoneras, se mueven al compás de la música, bajo una lluvia de confetis, y con una mirada entre seductora e insolente  muestran desinhibidamente su decadencia. Una parodia de lo femenino, quizá develar el paso ineluctable del tiempo y la negación de asumirlo, quizá, en suma, una provocación para el asombro en tiempo de selfies, nada más que el asombro de su propia exposición
 
La mayoría considera la secuencia inútil e infructuosa. Sin embargo, no olvidemos que Ford habita en el corazón del arte y del diseño y sabe quiénes concurren a los vernissages y qué debe representar un artista para ser noticia. Susan que pretende desmarcarse del medio banal al que pertenece, mediante esta performance, logra, sin embargo, quedar más atrapada en él, y a través de su éxito, anclarse en la fatalidad del arte actual que trata de sustituir el aura perdida por el sensacionalismo. “Es basura”, dice, como respuesta a un halago y a pesar de pertenecer a ese público no ignora que el arte hoy es una versión del malestar de la cultura, un manifiesto del cinismo universal
 
A Tom Ford, su director, en general no le perdonan ni el lujo ni el refinamiento que aquí se convierten en todo un discurso sobre la protagonista, - signos simplemente - para el gran observador y amante del cine. Negarlo, sería como olvidar el cine clásico de clase A, como pensar que toda la alta burguesía vive en la felicidad más grande, pasar por alto la gran mayoría de los casos del cine negro de los 40/50 y creer que la riqueza exacerbada no forma parte de este mundo. La exquisitez estética y la especificidad del lenguaje del cine no son excluyentes si son resignificados como en este film. Ford, en alguna entrevista, dejó sentado que la gente tiene un falso concepto de la realidad basado en la felicidad. Los imperativos sociales son los responsables de vampirizar la existencia y ponen en marcha el deseo, la desilusión diferida
 
El clima del film se cuela a través de los vidrios y muros de la impresionante casa de Susan, una especie de oscuridad habita allí, un lujo frío, desangelado y cuidado hasta el último detalle. Toda una estética de la ausencia, de la soledad. Hay algo indiscernible que se refleja en los vidrios y se refracta en el espacio, y que se enlaza con los impresionantes y vibrantes acordes que tanto nos recuerdan a Vértigo. Es la atmósfera que acoge un “fantasma”, en toda la extensión del término y que también remite a ese film, al fantasma de Madeleine ( Kim Novack) encarnado por Judy( Kim Novack). En el jardín, Balloon dog, la escultura  más cara de Jeff Koons, summa del kitsch, sinónimo del consumismo al servicio del arte y al mismo tiempo su crítico más feroz -a pesar de avalar lo mismo que critica - connota en el jardín como una manifestación de principios
 
Los ámbitos de la suntuosa casa de Susan también son un comentario sobre el arte del diseño, es un marco tan absolutamente perfecto que parece que la vida pasara de largo; expulsa, en lugar de invitar a habitarlo, seduce, marea, nos hace desearlo, pero para contemplarlo, para vivirlo con los ojos y la mente El marco perfecto para la soledad de Susan - la que ella de alguna manera eligió – y donde se desplaza, siempre producida, en total consonancia con ese espacio, subrayando su co -pertenencia

En su galería- otro imponente edificio de arquitectura minimal - toda en blanco absoluto, con largas escaleras que cortan el fluir del espacio, la  palabra RE-VEN-GE resalta en un cuadro de enormes letras blancas con un chorreado sutil pero notorio adelantando la trama.  Susan preguntará quién lo trajo. Hilos sutiles para el atento contemplador. El resto de las obras son todas anotaciones, glosas que remiten a Edward, otros discursos, otros lenguajes para decir lo imposible de redimir, especialmente el San Sebastian, exquisite pain de Damien Hirst con su brutalidad explícita y otro anticipo, esta vez del final de la novela, Desert fire de Misrach

Imposible dejar de mencionar la exquisitez de la música de Abel Korzeniowski que se infiltra con la gravedad de lo inevitable, con cuerdas que vacilan y se aceleran hasta una apoteosis que lleva  la intensidad emocional  hacia una melancolía extrema a la que contribuyen las penumbras de la puesta; la melancolía, esa figura velada que excava nuestro fondo más oscuro y despierta el alma y sus misterios y que arroja un resplandor antiguo que extraña del mundo y  por ende, derrama luz sobre la herida abierta
 
La melancolía nos recuerda nuestra esencia trágica y recorre ese territorio de la vacilación humana que espera sin saber bien qué después de haber recorrido paisajes nocturnales donde fue alojando todo lo que no fue capaz de habitar, el sacrificio del amor, el abismo, la vida como duelo. En el final, el rostro de Susan lo refleja de una manera inapelable


La película se nos ofrece en fragmentada, remitiendo a la vida de los protagonistas -, fragmentos y bucles que los enlazan como en el final de la novela donde los corazones de ambos parecen latir al unisono- un gran acierto de Ford  elegir esa forma - haciendo caso omiso de la linealidad argumental; pero hay una costura que es unión y quiebre a la vez  de tales fragmentos. Esa costura es la que une la vida de Susan-que-lee y la estructura de la novela que remite a los añicos de la relación, la crueldad, la culpa, el egoísmo y su traición, como si Edward hubiera hecho pedazos los recuerdos pero sin poder acabar con ellos y quedaran solo restos indecibles: la película

“Un escritor siempre habla de sí mismo” le dice él en un momento, y esta es la clave de porqué dedicarle la novela - donde anida el nudo de la venganza - en la que Edward-Tony da rienda suelta a toda su rabia y a todo su dolor, descargando su violencia reprimida vengándose del “autor” de su desgracia que al final del film espera en vano por él

La escritura va resquebrajando las capas más profundas de la narración y nosotros espectadores vemos “sus” imágenes, las de Susan, una trampa-ojo de la aguda mirada del director que nos sumerge en una rica ambigüedad para alejarnos de la zona de confort, del espacio referenciable del lector-espectador acostumbrado a la comodidad del entendimiento 
Pero sabemos que el cine como todo gran arte es irreferenciable y nos embauca con su potente sensación de realidad donde no hay más que figuras espectrales, donde las imágenes resisten la representación y se vuelven reflexivas. Por algo el cine hoy es pensamiento en movimiento, y ese pensamiento surge cuando nos quedamos sin respuestas y es allí, en ese espacio, donde la historia pasa para perderse, donde se nos exige tomar el lugar del creador. El cine no habla de otra cosa, nos habla

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 Setiembre 2019