La densidad de la aceleración produce un quiebre en el ritmo del mundo, un contra-tiempo, una distorsión del presente que se vive como eterno. Ya no se considera el tiempo como "el rodar de la contingencia". Hay una inversión total de su discurso. El instante es ahora la colonización del futuro que se crea a partir del presente
A través del tiempo y del espacio podemos asistir a la experiencia del “lugar”. El tiempo que hemos vivido no puede existir al margen del espacio, es una dimensión real de la experiencia humana, mientras que el tiempo solo puede ser visible sinestésicamente, percibido como una de las dimensiones del espacio que coincidiría con la extensión de la existencia,
El espacio se encuentra ante todo en nosotros.
La muerte es la revelación del espacio.
Este protagonismo del espacio señala que se ha producido un vuelco paradigmático desde el espacio euclidiano al topológico. Nuestro mundo ya no podría considerarse una superficie plana – limitada pero finita – sino finita pero ilimitada. El incremento de la semantización de la espacialidad nos lleva a repensar las paradojas del tiempo y llegar hasta la raíz de la crisis del futuro
Hoy puede considerarse la geofilosofía como punto de partida de un nuevo pensamiento global. Nuestro presente es el de un mundo completo, un solo y único mundo saturado de espacio, en el que nada podría suceder sin que el resto del mundo no se viera involucrado. La geografía del s XIX no tenía una visión espacial del proceso histórico sino través de etapas, por sucesivos desarrollos y totalmente alejada de la multiplicación y contingencia de las dinámicas de cambio
Resulta una ironía que este “hoy” - para el que ha desaparecido la distancia, la lejanía - conviva al mismo tiempo con el resurgir de la geografía que ha sido revalorizada más allá de sus propios confines
El espacio ya no es un simple reflejo pasivo de las tendencias sociales y culturales sino su principal configurador. Hay un nexo inextricable entre espacialidad y poder: en una sociedad jerárquica no hay espacio que no esté jerarquizado al mismo tiempo que camuflado a través de un efecto de naturalización
Si bien el dominio de la representación en la cultura occidental comienza con el origen de la geometría, aquí en nuestra época se invierte el proceso y el mundo se convierte en copia del mapa y el mapa ya no es más la copia del mundo. El mapeo - encargado de dividir el mundo - que viene de larga data, tiene como rasgo característico en nuestro presente global el continuo e irreversible resquebrajarse del régimen de la representación: demasiados son los acontecimientos, las diferencias, las dinámicas relacionales y las manifestaciones conflictivas que ahora se sustraen de su inclusión en el mapa y escapan de los parámetros estándares de medición del espacio planetario
Se delinea una nueva configuración espacial de un capitalismo global y este mundo globalizado se caracterizaría por el fenómeno de la compresión espacio-temporal, una disociación del nexo entre las dos dimensiones del espacio y el tiempo. El capital global exhibe hoy el paradójico aspecto de un sistema-mundo concentrado en su misma lógica y, al mismo tiempo, difuso y geoculturalmente diferenciado, si tenemos en cuenta la manera en que se expande y se impone en las distintas áreas del mercado
La globalización por un lado es compresión espacial de las culturas y formas de vida, por el otro dispersión temporal, los modos donde los sujetos tienen experiencia del tiempo mismo, experiencias del tiempo radicalmente distintas
Y por esta coexistencia del espacio comprimido y de la diseminación del tiempo se origina la tendencia de los distintos grupos a condensar las propias formas de pertenencia en términos identitarios. Este es un fenómeno híper moderno que lleva al clímax la estructura antinómica de la modernidad, ya que la eliminación de las identidades de los otros por parte de un Occidente, que legitima sus propias pretensiones hegemónicas, provoca una reificación de la identidad por parte de las llamadas diferencias culturales
El poder se dibuja como un confuso mix de energía y topología, como una fuerza que actúa en un espacio de geometrías variables, como una potencia relacional coagulante en la compresión espacio temporal de la globalización, en los flujos de una comunicación planetaria. El coeficiente del poder no es una invariante sino que cambia según su capacidad de comprometer simbólicamente los mundos de la vida y la experiencia, de las relaciones sociales y de las comunicaciones. Por lo tanto estamos frente a un mundo-ambiente de signos, no en una única esfera global. La red es un metamedium pero en su interior hay una pluralidad de esferas que no responden precisamente a un movimiento centrípeto sino a uno divergente que libera a su vez vectores centrífugos
Dentro del marco del mundo finito, el surgimiento de conflictos de identidad parecieran envolver lo conflictos de intereses, dicho de otro modo, los intereses solo pueden identificarse a partir de la simbólica de la identidad. En los conflictos de la edad global la existencia situada de cada uno/a que habla se convierte en requisito previo para la identificación simbólica de las propias preferencias, o, diferencias
Hay otra mirada sobre este punto ya que se podría hablar de una universalidad de la diferencia como una señal indicadora desde la cual se asumiera la diferencia no como designación de un lugar o un sujeto determinado sino como un criterio. Se debería partir desde la singularidad con su impronta de irreductibilidad y no desde la identidad con sus innumerables configuraciones comunitarias. Así se delinearía una esfera pública global que se reconociera en el único universalismo no homologable, el universalismo de la diferencia, capaz de desarticular la obsesión identitaria de la cual se nutren las nuevas formas de poder,
un vértice óptico capaz de producir dinámicas de cruce desestabilizantes y transformación constante de cada auto-consistente identidad, o sea, conducir lo moderno hacia sus consecuencias más extremas
El universalismo, aquello que merece ser compartido por toda la humanidad, presupone una tarea pendiente, por un lado un horizonte histórico, y por otro, la igualdad por encima o más allá de las identidades. Representa un desafío que implica medirse con un individualismo en el que el replegarse de los individuos sobre sí mismos se apoya en una banalidad sin ambición de transformación o bien en una ansiedad que no llega a inquietud por la imposibilidad de participar en el desarrollo político y social de la realidad
La posibilidad misma de un futuro abierto en el que aún nos quede algún márgen de intervención en lo real pasaría por la dimensión kairológica del tiempo: recomponer el multiverso temporal que impregna nuestras formas de vida, el tiempo del trabajo, el tiempo para el amor, el tiempo perdido y el ganado, sin olvidar el de la satisfacción y el de la lucha
Ir en busca de un espacio perdido conduce a la exigencia de repensar nuevos fines de entrecruzamiento entre el espacio y el tiempo, encontrar “un punto de soldadura en el espacio vivido” y los signos de los tiempos
Se plantea la necesidad de un universalismo de las diferencias como única vía para afrontar los desafíos de la globalización y para encauzar un reencantamiento pos- ideológico de la política. La crisis de la democracia no es una simple crisis de representación sino una crisis que impregna completamente a la forma democrática tal como la heredamos de los últimos siglos. Si no se piensa con seriedad la relación entre lo global y lo local, red y territorio, sociedad de la comunicación y dominación oligárquica no lograremos librarnos nunca de la oscilación pendular entre el elitismo y el neopopulismo mediático. Este no se funda sobre la construcción política del concepto de “pueblo” sino sobre su desestructuración y su reducción a la categoría de “audiencias”, formas de la mercancía por excelencia en la época de la industria cultural y el capital global, o sea, la pluralidad social sometida a la lógica de la disociación que radicaliza la experiencia de la abstracción política no representable y que es tomada por el mercado que mediante el rating se ofrece a la política como mediador
El único camino para superar el “síndrome del espectador” es recolocar en el centro a la política como horizonte de sentido de la acción individual y colectiva y como nexo entre las formas de vida y nuestro ser en común
Una democracia despolitizada, sin pasión política, no solo carece de condiciones para enfrentar el problema de la creciente desigualdad sino que ni siquiera está en condiciones de producir sociedad. La impronta de una historia universal con su tiempo de progreso asociado a una modernidad que se auto- constituye en el gran meta- relato de un mundo hegemónico- que se atribuye toda prerrogativa de universalidad- torna invisible las historias y los tiempos de las sociedades y grupos que encarnan otras historias y otros tiempos
El tiempo no es la dimensión en la que se sitúa el objeto, cualquier objeto, sino la forma de ser –tiempo/espacio- de toda realidad Es decir, son formas de ser de los fenómenos y procesos que ocurren en el mundo, maneras de constitución de los diversos mundos que se diferencian porque expresan diferencias temporo- espaciales o espacio- temporales
El tiempo no es un contenedor ni un medio donde suceden cosas sino una propiedad de las cosas mismas que no transcurren en el tiempo, transcurren temporalmente: tiempo como sincronicidad, la temporalidad de todos los transcursos que acaecen en el mundo
Este sistema-mundo no es el punto de llegada del desencanto del mundo traído por el desarrollo tecnológico y la racionalidad administrativa, sino que implica una nueva sensibilidad conformada a partir del abandono de las totalizaciones ideológicas, la desacralización de los principios políticos y la resignificación de la utopía como negociación, una construcción colectiva del orden
Hoy el “político” necesita tanto del saber jurídico administrativo como del comunicacional publicitario, así el espacio público, lugar por excelencia para la participación ciudadana, hoy se ha transformado en espacio publicitario, el partido en un medio de comunicación tendencioso que invalida cualquier intento de reubicar los medios y los fines. Esa ausencia de sentido en la política reenvía aún más allá, a la desaparición del nexo simbólico, que era capaz de constituir alteridad e identidad, hoy evidente en la acentuación del carácter abstracto y desencarnado de la relación social que puede comprobarse en la diferencia entre quienes se definían por sus convicciones y esa abstracción, la audiencia, a quien se dirige el discurso” político” o el sobreestimado debate televisado que busca aumentar puntos en las estadísticas electorales
La abstracción de las relaciones sociales debido al proceso de racionalización ha ido aboliendo las dimensiones expresivo-mistéricas de la existencia humana y convirtiendo al mundo todo de la vida en algo predecible, controlable pero también frío, insignificante e insípido
La desintegración del público de la política y su conversión en audiencias sondeables está inextricablemente unida a la crisis que atraviesa la representación cuando el desgaste de los lazos vinculantes que introduce la política neo-liberal se ve atravesado por el opacamiento de las instancias simbólicas que provoca hoy la mediación tecnológica. Esta es la lamentable, despersonalizada y frustrante experiencia de la “política” que nos procura la televisión
Ni siquiera el retorno a la ética escaparía al desencanto del mundo con la llegada del post-deber que banaliza el ideal de abnegación, impulsando la inmediatez del deseo y su consecución, el ego, la individualidad a ultranza, las pasiones efímeras, el materialismo sublimado: la “alegría” consumista, esa especie de felicidad tan actual, que contribuye a la felicidad “intimista” y a la autosatisfacción. El bienestar sustituye al deber-ser. Así, la ética se convierte en una figura espectral, la figura desencantada de un eticismo de la mala conciencia
El desencanto ético reenvía a la experiencia del sinsentido de Occidente, el epílogo de las creencias y la transformación de la fe en una convicción hueca. Las formas de la degradación son tóxicas y esa toxicidad sustenta hoy una utopía tecnocrática que funciona al margen de las necesidades y posibilidades humanas
Este es un tiempo de desencanto, de pasiones tristes. El futuro no está perdido sino simbólicamente invertido y pervertido, lo cual conduce a una perversión política de las sociedades democráticas
El tiempo lineal es el del crecimiento infinito, sin límites. El tiempo del tempus, en cambio, el kairós es siempre el tiempo oportuno, es un tiempo-espacio, un nexo entre tiempo y espacio. Nada está quieto, no hay búsqueda de lo estable sino de nuestro transcurrir en el mundo, de nuestro tránsito. Es preciso asumir la temporalidad y retomar el hilo del sentido de la vida mediante la reivindicación del kairós
Reconquistar la pluralidad de la fecunda tensión del tiempo significa reconquistar el kairós, el tiempo oportuno de la templanza, de la mezcla propicia, del encuentro y el equilibrio productivo entre energías y potencias distintas; es recuperar un tiempo nuestro en el que convergen dos dimensiones temporales que hoy aparecen dramáticamente separadas y enfrentadas: el tiempo de la vida y el tiempo del mundo, el tiempo privado y el tiempo público
Octubre 2019