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262 - El lenguaje que no desiste
El lenguaje ha olvidado lo que nombró un día y que necesitamos nombrar de nuevo para saber qué somos y cómo hemos de vivir

Ya no es algo que nos permita acceder al mundo a través de una relación transparente y unívoca sino que es palabra en discontinuidad que simula un continuo imaginario al presentar una relación causal entre los fenómenos

De ninguna forma podemos considerar al lenguaje una totalidad, pues también estamos siempre ausentes de ese lenguaje ya que es dispersión sin centro, fuga de trazos, estallido de algo que nunca fue, ni presencia total. No es una cadena de significación sino un estallido de significantes, de allí que la realidad sea fuga, una promesa eterna que excluye su cumplimiento. El sentido siempre está más allá de lo que podemos sospechar, hay pues diseminación de sentidos. El sentido es indecidible, por lo tanto, la escritura no puede permanecer ajena a todos estos desacoples; es un proceso abierto al deslizamiento de sentidos

La literatura comienza en el momento en que se convierte en interrogación,  surge de la extrañeza del lenguaje. La interrogación no es más que el suspenso de la incerteza que engendra ese mismo extrañamiento, ya que a nuestro alrededor el mundo se va transformando sin solución de continuidad y parece que no hay grandes preguntas que formular sino fórmulas vacías que esconden pliegues turbadores e intranquilizantes. El “olvido” de la pregunta va a la par del desmoronamiento del sentido. Se vive abrumado ante una actualidad que gira en el vacío de sí misma

La literatura en la escritura se halla en los bordes mismos del lenguaje, negándolos, pero regresando a ellos, acto que transgrede la identidad del escritor situándolo en la impersonalidad y la ruptura y, que en última instancia nace de la misma escritura, escritura como acumulación de escritos heterogéneos que descentralizan la autoría y convierten al autor en testigo azorado de un montaje que lo descoloca. Con la caída de los relatos, el mundo quedó solo frente a la angustia de la falta de discursos desde los cuales tantear el sentido

El lenguaje es una especie de la escritura ya que esta parece exceder y desbordar la extensión del lenguaje. Se borran los límites desde donde se ordenaba  la circulación de los signos que ahora se ha perturbado y arrastra todos los significados tranquilizadores que cuidaban del lenguaje. Ningún elemento puede funcionar como signo sino que se refiere a un elemento ausente. Hay una remisión constante hacia el lugar de la ausencia: discontinuidad, dispersión, ruptura, demora, heterogeneidad, hundimiento, desorden, caos, alteridad: el mundo aquel que se trata de conjurar y dominar por medio del lenguaje que ya no se siente capaz de resistir la tremenda fuerza que escapa a la posibilidad de representación de lo que excede al lenguaje y lo arroja hacia sí mismo empujándolo hacia el borde, hacia sus límites

época sin intensidades de seres idénticos que reiteran el horizonte de normalidad, que prefieren la acogedora compañía de lo semejante, que no cuestionan su inercia, el espesor de ser sujetos de repetición. Solo desean la consecución de lo esperado de espaldas al acontecimiento. En la representación no hay verdadero pensar sino repetición de la historia de lo pensado, rumiación, ya que la impronta dogmática, conservadora y estereotipada que padecemos provoca un movimiento ilusorio, un simulacro de comunicación que apacigua la violencia natural del pensamiento e impide el movimiento real, por lo tanto, la lógica de la representación se vuelve cómplice de la deriva por el desierto de la in –significancia

El lenguaje que ha devenido literatura es una aparición de lo Otro que impregna el acto literario arrancándolo de sus propias elecciones, dejando de lado la significación, marginando la verdad y alejándose de la comunicación. Son las líneas de fuga que posibilitan el pasaje las que permiten hacer de lo Mismo un Otro, que empujan al sujeto a un territorio donde la incertidumbre lo aleja de la razón normalizadora a cambio de un encuentro con el acontecimiento. Es el lugar donde no es posible expresar lo que se sabe sino lo que no se sabe

Expresar el lenguaje desde el no-saber es vaciarlo de toda presunción de verdad; ese no-saber en acto es absoluto, es el horizonte de opacidad de toda certidumbre y de sus lenguajes,  emerge de la propia desaparición del sujeto como escritor, del enmudecimiento de la voz, y del acto de escritura como condición del sentido autónomo. Hace de la escritura un acto que asume la negatividad como modalidad de experiencia límite. No hay un fondo, el espacio de la escritura ha de recorrerse - instaura sentido sin cesar al tiempo que se evapora - Así, la escritura entra en una instancia revolucionaria en sentido propio al rehusarse a la cristalización del sentido

Hoy existe en la escritura una  tensión entre lo que se vive como la imposibilidad de representar el mundo y su narración. La constatación repetida de este fracaso no permite un cierre y paradójicamente pareciera actuar como un estímulo para la prosecución del relato que no cede y que no deja de impulsarnos hacia una transformación incierta del mundo y de la sociedad. El lenguaje se despoja de la palabra y hace casi ininteligibles sus restos, pero en la escritura habrá de tropezar de vuelta con las palabras insaciables, ávidas de significar algo, por lo que la literatura no declara su fracaso, se construye en torno a él con un lenguaje que también es límite y fracaso

Por lo tanto, el esfuerzo de la escritura no es sobreponerse a esa condición sino perseverar en ella, y así, de este modo,  la escritura no narra sino la historia de su desacomodamiento,  y su único triunfo es nada más que ella misma

Si el relato acudiera a la representación perdería su autonomía para ponerse al servicio de un referente, pero tampoco eludirlo es el caso, ya que perdería el vínculo que lo une a lo real. La narración que recorre el texto pareciera ser el relato de los obstáculos que atraviesa el discurso, la experiencia de su desordenamiento y de la discontinuidad de las palabras al ser solo presente. Pero, hay que tener en cuenta que, a veces, la verborragia no es lo opuesto al silencio sino una de sus formas literarias

Por eso surge esa exigencia de nombrar la relación con lo desconocido que es irreductible al no-saber, y que hace patente la negatividad, expresándola en un giro inaudito del lenguaje. Este giro es lo neutro, y es el dominio del no-saber. Es lo que escapa a la naturaleza del pensamiento del lenguaje del sujeto de la historia. Sin embargo, se hace presente como  una fuerza disruptiva, oblicua, opaca, irrecuperable, una huella reconocible como no-presencia

Lo no-conocido - lo neutro – no será revelado sino indicado. Es ajeno a la presencia y a la visibilidad. Es una disponibilidad abierta al acontecimiento

En la escritura cada gesto es en sí un punto en el que se quebranta el sentido de la letra y la obra pareciera generar una imagen precaria del desconocimiento

Escribir es plasmar palabras, y, para quien escribe, la infructuosidad aparece como fundamento de la obra. No hay una comprensión, hay un encuentro entre lector y escritor en el vértice de una experiencia de eso que aparece como negatividad, un no-ser del lenguaje como comunicación y que emerge solo del devenir de la palabra

La experiencia límite es la que está fuera de todo cuando el todo deja todo afuera, la experiencia de cuanto queda por alcanzar cuando todo está alcanzado y por conocer cuando ya se conoce todo : lo inaccesible, lo desconocido, una interrogación que brota desde el fondo de la inexistencia

 

La literatura no tiene verdaderamente objeto pues es un gesto intransitivo y en esa limitación  se consume. Jaqueada por  interferencias y  ruidos, la narración renuncia a articular los hechos linealmente, por eso, hoy las obras se leen desde la perspectiva del límite; el sentido es la reducción de la intencionalidad. Es un territorio autónomo, sin contornos y sin reglas

La nueva escritura nos redirige hacia el exceso, eso que resta estructurar. Todo exceso se realimenta de sí mismo, aspira a ser puro exceso, pero al mismo tiempo, afirma la persistencia de aquello que excede. Es preciso desobedecer la ley del texto, atravesar el límite infranqueable que lo rechaza pero que precisa y estimula la transgresión

Escribir es siempre un desarraigo. Es posible ser fiel a una región, y solo por eso es posible traicionarla, abandonarla, partir, perderla. En la memoria del exilado - estricta pero, a la vez, dispersa en el tiempo -  los bordes imprecisos de su geografía se vuelven literatura. Solo se puede escribir sobre aquello que se convierte en una obsesión y que se ha extraviado definitivamente. Hay que encontrar en las palabras la potencia de vida que las hace ser enunciadas y encontrar en lo visible el signo de lo invisible. El lenguaje de la visión no se hace carne, pero el lenguaje de las cosas al que remite la palabra solo será siempre su mutismo

El yo se escribe y se reconoce en el abismo del él, del  impersonal, y a la vez se desconoce. Ese él es una palabra de más porque queda fuera de la escritura: es la exigencia de escribir. La escritura tiene que ver con un tiempo sin presencia por eso quiebra al yo, pero el yo no se pierde porque no se pertenece: es un huésped de su propia desaparición. Habita la hospitalidad del lector

La relación del hombre con el lenguaje es constituyente pero a la vez quebrada y fragmentaria. La escritura parece guiada desde y hacia un lugar inasible, desde la extrañeza ante la palabra que fluye hasta ese mismo fluir abriéndose a otra cosa. Las palabras dicen más de lo que queremos decir: cuando las usamos, la autoridad del significante da cuenta de algo intrínsecamente fallido: falla lógica, agujero lógico, por el que la significación en la palabra está siempre en fuga y el hablante dividido entre lo que dice y lo que sabe

El lenguaje ha de ser violento para que muestre si hay algo detrás o nada. Escribir es un develamiento sin fin, velo tras velo hacia lo no develable, hacia la nada, hacia la cosa nuevamente, no hacia las cosas que preexistirían sino las que su nombrar hace existir

Hay una imposibilidad de decirlo todo pero ante la cual no debería abdicarse pues siempre quedará un resto, algo por decir a causa de la tremenda indigencia del lenguaje. Al devolverle su opacidad, al restituirle su carácter de cifra, al dispensarlo de ser un instrumento comunicativo, la obra señala que la relación del lenguaje con lo real no es de superposición sino que lo que importa es su distancia crítica, ese replegarse del lenguaje sobre sí

La escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. El autor entra en su propia muerte - se limita a imitar un gesto siempre anterior, nunca original - Allí comienza la escritura en una sociedad de conciencias desconcertadas que ven de qué modo el cambio de vida es inversamente proporcional a su posibilidad de comprenderlo y/o de incidir en él y el escritor, aunque quiera expresarse deberá saber que ese algo interior que intenta traducir inútilmente no es en sí mismo más que un diccionario ya compuesto en el que las palabras solo pueden explicarse a través de otras y así indefinidamente

Descifrar un texto ya es inútil, así como tratar de agotar un film o explicar cualquier obra de arte: es cerrar la escritura, imponerle un significado último. En la escritura todo está a punto de aclararse pero nada por descifrarse. El texto está configurado por varias escrituras que establecen un diálogo, una “parodia” y el lector es el espacio mismo en que se inscriben todas esas citas  - anónimas, ilocalizables, pero ya leídas antes, citas sin comillas -

El texto, en cuanto despliegue del significante, se debate a menudo dramáticamente con el significado. Si sucumbe deja de ser texto, ya que el texto es práctica de escritura y asume el carácter ilimitado de una obra. Allí el autor hace que el lector descubra la irreparabilidad de su palabra: ello habla

 

El fundamento, la trascendencia, la significación y la interpretación, la mimesis, la representación, el libro-imagen del mundo, la lógica binaria, la clausura, han aquejado al pensamiento occidental y lo han enfermado de muerte

Frente a esta coyuntura parece dibujarse un hombre nuevo acentrado y rizomático que solo podría señalar hacia la experimentación, para el que escribir no sería apalabrar una verdad preexistente, fruto de un largo trabajo intelectual, sino pura experimentación. Sería construir rizoma y la tarea sería deconstructiva, disolvente, sin fijar ni definir, solo desestabilizar y huir de los límites establecidos. Sería devenir, no llegar a ser otra cosa sino encontrarse en la proximidad de lo que no somos, dejar de ser lo que se era, inventar la vida de nuevo que no es consumación, sino creación, abolir las fronteras y disolverse en lo Otro para ser experiencia  en la escritura, experiencia de la zona en la que la sensibilidad (el deseo, lo estético) y la política (la fuga, la invención de nuevas configuraciones) fueran una sola cosa, no la legitimación de un estado de cosas permanente sino la renuncia a lo que hasta ahora ha sido la política

Lo sensible y la percepción no estarían después de la ley, y la ley - el nomos - no determinaría la vida

Resuenan ecos deleuzianos y hay quienes se preguntan por los nómades de hoy ¿Es temprano aún para el verdadero nomadismo, para embarcarse en un movimiento de deriva, de desterritorialización?

El carácter definitivo de la escritura y del pensamiento sería su relación con el Afuera. Es el exterior innombrado lo que siempre dona su sentido al texto en una escritura

Para Deleuze un texto sería un pequeño engranaje en una práctica extra textual y no se trataría de  comentarlo o de deconstruirlo sino de encontrar las fisuras con el mundo presente que nos permitieran pensar el texto como una interfaz o como un engranaje que se conectara con el Afuera para crear sentido, para encontrar nuevas conexiones de pensamiento, un intercambio de la vida inmediato de intensidades, una relación en la que los términos se impregnarían mutuamente y se volvieran indiscernibles, porque cuando la escritura inscribiera su línea ésta ya no se distinguiría de la vida, y pasaría siempre por el vértigo de afrontar extremos riesgos. El vértigo sería un efecto de la relación de las palabras, de la escritura, del lenguaje con su Afuera, el Azar, que es lo que convertiría a la escritura, más allá de la sintaxis y de la literalidad en potencia de lo falso

La revelación de la vida en las cosas que implicaría una sintaxis inmanente solo se llevaría a cabo cuando la escritura fuera comprendida como elemento de montaje. Es por el montaje extra textual y extra escritural y no por la escritura misma que el aire frenético vendría a darle un nuevo sentido a las palabras y que la sintaxis cobraría vida falseando el sentido propio y la literalidad

 

Nos liberaríamos de la prisión del lenguaje por la conexión implícita e inmanente del texto y la sintaxis con el Afuera, la vida, el vértigo, el cosmos - que volvería inútil la cuestión de la metáfora - la construcción de una escritura estético-política que al conectarse con su Afuera fuera capaz de vencer a la muerte de un sentido que implicaría la muerte, una escritura futura que entablara un montaje infinito: aquella en que las conexiones entre un plano, el texto y el Afuera conjuraran la política de la muerte


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Febrero 2020