Ya
no es algo que nos permita acceder al mundo a través de una relación
transparente y unívoca sino que es palabra en discontinuidad que simula un
continuo imaginario al presentar una relación causal entre los fenómenos
De ninguna forma podemos considerar al lenguaje
una totalidad, pues también estamos siempre ausentes de ese lenguaje ya que es
dispersión sin centro, fuga de trazos, estallido de algo que nunca fue, ni
presencia total. No es una cadena de significación sino un estallido de
significantes, de allí que la realidad sea fuga, una promesa eterna que excluye
su cumplimiento. El sentido siempre está más allá de lo que podemos sospechar,
hay pues diseminación de sentidos. El sentido es indecidible, por lo tanto, la
escritura no puede permanecer ajena a todos estos desacoples; es un proceso
abierto al deslizamiento de sentidos
La literatura comienza en el momento en que se convierte en interrogación,
surge de la extrañeza del lenguaje. La
interrogación no es más que el suspenso de la incerteza que engendra ese mismo
extrañamiento, ya que a nuestro alrededor el mundo se va transformando sin
solución de continuidad y parece que no hay grandes preguntas que formular sino
fórmulas vacías que esconden pliegues turbadores e intranquilizantes. El
“olvido” de la pregunta va a la par del desmoronamiento del sentido. Se vive
abrumado ante una actualidad que gira en el vacío de sí misma
La literatura en la escritura se halla en los
bordes mismos del lenguaje, negándolos, pero regresando a ellos, acto que
transgrede la identidad del escritor situándolo en la impersonalidad y la
ruptura y, que en última instancia nace de la misma escritura, escritura como
acumulación de escritos heterogéneos que descentralizan la autoría y convierten
al autor en testigo azorado de un montaje que lo descoloca. Con la caída de los
relatos, el mundo quedó solo frente a la angustia de la falta de discursos
desde los cuales tantear el sentido
El lenguaje es una especie de la escritura ya
que esta parece exceder y desbordar la extensión del lenguaje. Se borran los
límites desde donde se ordenaba la
circulación de los signos que ahora se ha perturbado y arrastra todos los
significados tranquilizadores que cuidaban del lenguaje. Ningún elemento puede
funcionar como signo sino que se refiere a un elemento ausente. Hay una
remisión constante hacia el lugar de la ausencia: discontinuidad, dispersión,
ruptura, demora, heterogeneidad, hundimiento, desorden, caos, alteridad: el
mundo aquel que se trata de conjurar y dominar por medio del lenguaje que ya no
se siente capaz de resistir la tremenda fuerza que escapa a la posibilidad de
representación de lo que excede al lenguaje y lo arroja hacia sí mismo
empujándolo hacia el borde, hacia sus límites
época sin intensidades de seres idénticos que
reiteran el horizonte de normalidad, que prefieren la acogedora compañía de lo
semejante, que no cuestionan su inercia, el espesor de ser sujetos de
repetición. Solo desean la consecución de lo esperado de espaldas al
acontecimiento. En la representación no hay verdadero pensar sino repetición de
la historia de lo pensado, rumiación, ya que la impronta dogmática,
conservadora y estereotipada que padecemos provoca un movimiento ilusorio, un
simulacro de comunicación que apacigua la violencia natural del pensamiento e
impide el movimiento real, por lo tanto, la lógica de la representación se
vuelve cómplice de la deriva por el desierto de la in –significancia
El lenguaje que ha devenido literatura es una
aparición de lo Otro que impregna el acto literario arrancándolo de sus propias
elecciones, dejando de lado la significación, marginando la verdad y alejándose
de la comunicación. Son las líneas de fuga que posibilitan el pasaje las que
permiten hacer de lo Mismo un Otro, que empujan al sujeto a un territorio donde
la incertidumbre lo aleja de la razón normalizadora a cambio de un encuentro
con el acontecimiento. Es el lugar donde no es posible expresar lo que se sabe sino lo que no
se sabe
Expresar el lenguaje desde el no-saber es
vaciarlo de toda presunción de verdad; ese no-saber en acto es absoluto, es el horizonte
de opacidad de toda certidumbre y de sus lenguajes, emerge de la propia desaparición del sujeto
como escritor, del enmudecimiento de la voz, y del acto de escritura como
condición del sentido autónomo. Hace de la escritura un acto que asume la
negatividad como modalidad de experiencia límite. No hay un fondo, el espacio
de la escritura ha de recorrerse - instaura sentido sin cesar al tiempo que se
evapora - Así, la escritura entra en una instancia revolucionaria en sentido
propio al rehusarse a la cristalización del sentido
Hoy existe en la escritura una tensión entre lo que se vive como la
imposibilidad de representar el mundo y su narración. La constatación repetida
de este fracaso no permite un cierre y paradójicamente pareciera actuar como un
estímulo para la prosecución del relato que no cede y que no deja de
impulsarnos hacia una transformación incierta del mundo y de la sociedad. El
lenguaje se despoja de la palabra y hace casi ininteligibles sus restos, pero
en la escritura habrá de tropezar de vuelta con las palabras insaciables,
ávidas de significar algo, por lo que la literatura no declara su fracaso, se
construye en torno a él con un lenguaje que también es límite y fracaso
Por lo tanto, el esfuerzo de la escritura no es
sobreponerse a esa condición sino perseverar en ella, y así, de este modo, la escritura no narra sino la historia de su
desacomodamiento, y su único triunfo es
nada más que ella misma
Si el relato acudiera a la representación
perdería su autonomía para ponerse al servicio de un referente, pero tampoco eludirlo
es el caso, ya que perdería el vínculo que lo une a lo real. La narración que
recorre el texto pareciera ser el relato de los obstáculos que atraviesa el discurso,
la experiencia de su desordenamiento y de la discontinuidad de las palabras al
ser solo presente. Pero, hay que tener en cuenta que, a veces, la verborragia
no es lo opuesto al silencio sino una de sus formas literarias
Por eso surge esa exigencia de nombrar la
relación con lo desconocido que es irreductible al no-saber, y que hace patente
la negatividad, expresándola en un giro inaudito del lenguaje. Este giro es lo neutro,
y es el dominio del no-saber. Es lo que escapa a la naturaleza del pensamiento
del lenguaje del sujeto de la historia. Sin embargo, se hace presente como una fuerza disruptiva, oblicua, opaca,
irrecuperable, una huella reconocible como no-presencia
Lo no-conocido - lo neutro – no será revelado
sino indicado. Es ajeno a la presencia y a la visibilidad. Es una
disponibilidad abierta al acontecimiento
En la escritura cada gesto es en sí un punto en
el que se quebranta el sentido de la letra y la obra pareciera generar una
imagen precaria del desconocimiento
Escribir es plasmar palabras, y, para quien
escribe, la infructuosidad aparece como fundamento de la obra. No hay una
comprensión, hay un encuentro entre lector y escritor en el vértice de una
experiencia de eso que aparece como negatividad, un no-ser del lenguaje como
comunicación y que emerge solo del devenir de la palabra
La experiencia límite es la que está fuera de todo cuando el todo deja
todo afuera, la experiencia de cuanto queda por alcanzar cuando todo está
alcanzado y por conocer cuando ya se conoce todo : lo inaccesible, lo
desconocido, una interrogación que brota desde el fondo de la inexistencia
La literatura no tiene verdaderamente objeto
pues es un gesto intransitivo y en esa limitación se consume. Jaqueada por interferencias y ruidos, la narración renuncia a articular los
hechos linealmente, por eso, hoy las obras se leen desde la perspectiva del
límite; el sentido es la reducción de la intencionalidad. Es un territorio
autónomo, sin contornos y sin reglas
La nueva escritura nos redirige hacia el exceso,
eso que resta estructurar. Todo exceso se realimenta de sí mismo, aspira a ser
puro exceso, pero al mismo tiempo, afirma la persistencia de aquello que
excede. Es preciso desobedecer la ley del texto, atravesar el límite infranqueable
que lo rechaza pero que precisa y estimula la transgresión
Escribir es siempre un desarraigo. Es posible
ser fiel a una región, y solo por eso es posible traicionarla, abandonarla,
partir, perderla. En la memoria del exilado - estricta pero, a la vez, dispersa
en el tiempo - los bordes imprecisos de
su geografía se vuelven literatura. Solo se puede escribir sobre aquello que se
convierte en una obsesión y que se ha extraviado definitivamente. Hay que
encontrar en las palabras la potencia de vida que las hace ser enunciadas y
encontrar en lo visible el signo de lo invisible. El lenguaje de la visión no
se hace carne, pero el lenguaje de las cosas al que remite la palabra solo
será siempre su mutismo
El yo se escribe y se reconoce en el abismo del él,
del impersonal, y a la vez se desconoce.
Ese él
es una palabra de más porque queda fuera de la escritura: es la exigencia de
escribir. La escritura tiene que ver con un tiempo sin presencia por eso
quiebra al yo, pero el yo no se pierde porque no se pertenece: es un huésped
de su propia desaparición. Habita la hospitalidad del lector
La relación del hombre con el lenguaje es
constituyente pero a la vez quebrada y fragmentaria. La escritura parece guiada
desde y hacia un lugar inasible, desde la extrañeza ante la palabra que fluye
hasta ese mismo fluir abriéndose a otra cosa. Las palabras dicen más de lo que
queremos decir: cuando las usamos, la autoridad del significante da cuenta de algo
intrínsecamente fallido: falla lógica, agujero lógico, por el que la
significación en la palabra está siempre en fuga y el hablante dividido entre
lo que dice y lo que sabe
El lenguaje ha de ser violento para que muestre
si hay algo detrás o nada. Escribir es un develamiento sin fin, velo tras velo
hacia lo no develable, hacia la nada, hacia la cosa nuevamente, no hacia las
cosas que preexistirían sino las que su nombrar hace existir
Hay una imposibilidad de decirlo todo pero ante
la cual no debería abdicarse pues siempre quedará un resto, algo por decir a
causa de la tremenda indigencia del lenguaje. Al devolverle su opacidad, al
restituirle su carácter de cifra, al dispensarlo de ser un instrumento comunicativo,
la obra señala que la relación del lenguaje con lo real no es de superposición
sino que lo que importa es su distancia crítica, ese replegarse del lenguaje
sobre sí
La escritura es la destrucción de toda voz, de
todo origen. El autor entra en su propia muerte - se limita a imitar un gesto
siempre anterior, nunca original - Allí comienza la escritura en una sociedad
de conciencias desconcertadas que ven de qué modo el cambio de vida es
inversamente proporcional a su posibilidad de comprenderlo y/o de incidir en él
y el escritor, aunque quiera expresarse deberá saber que ese algo interior que
intenta traducir inútilmente no es en sí mismo más que un diccionario ya
compuesto en el que las palabras solo pueden explicarse a través de otras y así
indefinidamente
Descifrar un texto ya es inútil, así como tratar
de agotar un film o explicar cualquier obra de arte: es cerrar la escritura,
imponerle un significado último. En la escritura todo está a punto de aclararse
pero nada por descifrarse. El texto está configurado por varias escrituras que
establecen un diálogo, una “parodia” y el lector es el espacio mismo en que se
inscriben todas esas citas - anónimas,
ilocalizables, pero ya leídas antes, citas sin comillas -
El texto, en cuanto despliegue del significante,
se debate a menudo dramáticamente con el significado. Si sucumbe deja de ser
texto, ya que el texto es práctica de escritura y asume el carácter ilimitado
de una obra. Allí el autor hace que el lector descubra la irreparabilidad de su
palabra: ello
habla
El fundamento, la trascendencia, la
significación y la interpretación, la mimesis, la representación, el
libro-imagen del mundo, la lógica binaria, la clausura, han aquejado al
pensamiento occidental y lo han enfermado de muerte
Frente a esta coyuntura parece dibujarse un
hombre nuevo acentrado y rizomático que solo podría señalar hacia la
experimentación, para el que escribir no sería apalabrar una verdad preexistente,
fruto de un largo trabajo intelectual, sino pura experimentación. Sería
construir rizoma y la tarea sería deconstructiva, disolvente, sin fijar ni
definir, solo desestabilizar y huir de los límites establecidos. Sería devenir,
no llegar a ser otra cosa sino encontrarse en la proximidad de lo que no somos,
dejar de ser lo que se era, inventar la vida de nuevo que no es consumación,
sino creación, abolir las fronteras y disolverse en lo Otro para ser
experiencia en la escritura, experiencia
de la zona en la que la sensibilidad (el deseo, lo estético) y la política (la
fuga, la invención de nuevas configuraciones) fueran una sola cosa, no la
legitimación de un estado de cosas permanente sino la renuncia a lo que hasta
ahora ha sido la política
Lo sensible y la percepción no estarían después
de la ley, y la ley - el nomos - no determinaría la vida
Resuenan ecos deleuzianos y hay quienes se
preguntan por los nómades de hoy ¿Es temprano aún para el verdadero nomadismo,
para embarcarse en un movimiento de deriva, de desterritorialización?
El carácter definitivo de la escritura y del
pensamiento sería su relación con el Afuera. Es el exterior innombrado lo que
siempre dona su sentido al texto en una escritura
Para Deleuze un texto sería un pequeño engranaje
en una práctica extra textual y no se trataría de comentarlo o de deconstruirlo sino de
encontrar las fisuras con el mundo presente que nos permitieran pensar el texto
como una interfaz o como un engranaje que se conectara con el Afuera para crear
sentido, para encontrar nuevas conexiones de pensamiento, un intercambio de la
vida inmediato de intensidades, una relación en la que los términos se
impregnarían mutuamente y se volvieran indiscernibles, porque cuando la
escritura inscribiera su línea ésta ya no se distinguiría de la vida, y pasaría
siempre por el vértigo de afrontar extremos riesgos. El vértigo sería un efecto
de la relación de las palabras, de la escritura, del lenguaje con su Afuera, el
Azar, que es lo que convertiría a la escritura, más allá de la sintaxis y de la
literalidad en potencia de lo falso
La revelación de la vida en las cosas que
implicaría una sintaxis inmanente solo se llevaría a cabo cuando la escritura fuera
comprendida como elemento de montaje. Es por el montaje extra textual y extra
escritural y no por la escritura misma que el aire frenético vendría a darle un
nuevo sentido a las palabras y que la sintaxis cobraría vida falseando el
sentido propio y la literalidad
Nos liberaríamos de la prisión del lenguaje por
la conexión implícita e inmanente del texto y la sintaxis con el Afuera, la
vida, el vértigo, el cosmos - que volvería inútil la cuestión de la metáfora -
la construcción de una escritura estético-política que al conectarse con su
Afuera fuera capaz de vencer a la muerte de un sentido que implicaría la
muerte, una
escritura futura que entablara un montaje infinito: aquella en que las
conexiones entre un plano, el texto y el Afuera conjuraran la política de la
muerte
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Febrero 2020