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282 - Levinas, una ética intempestiva
Hace unos pocos meses atrás, circular por determinadas calles o subirse a un medio de transporte era toda una aventura que implicaba abrirse paso a través de la muchedumbre, su piel, su olor: hoy, cuando nuestro mundo ha sido tocado por lo inesperado, estamos atravesando la experiencia de la distancia por decreto, lo que, ineludible aunque en parte inconscientemente, lleva a temer a cualquier ser humano como a un probable infectado

Esta circunstancia puede afectar seriamente las relaciones con los demás sean desconocidos, conocidos, amigos, o seres muy próximos y queridos: esos gestos que al principio nos parecían una rareza, comienzan a naturalizarse, a parecer normales, así, el alejamiento (no la distancia) amenaza en todos los sentidos, por eso es necesario no olvidar que somos cuerpo (“corpus”)  y nos expresamos a su través, y el cuerpo es la apertura que nos permite la vida. La vida es tacto en tanto el tacto es límite, y existir es estar expuestos al límite constantemente, abiertos a los otros. Esta distancia aunque fatal y no buscada lleva lentamente al desencuentro con el Otro

Emmanuel Levinas, ese enorme pensador de una talla inalcanzable, nos alerta de la necesidad de salir de donde se está, de emprender la marcha, no con el propósito de huir sino para alcanzar un nuevo horizonte que rompa con un pensamiento asfixiante que nos ata y nos clausura

Ir más allá del ser es la gran aventura de toda libertad, la que se ha visto dificultada desde siglos a causa del dogma ontológico, ya que el ser humano lleva en sí mismo el movimiento de su propia salida de sí y no es un ser cerrado ni acabado; no obstante, ha persistido presuntuoso y suficiente, descansando en sí mismo, homogeneizado con la sociedad, cultivando el estado de confort, pero a su pesar, sintiendo la necesidad de evadirse de todo lo pasado y pesado del ser, de todo lo que lo aprisiona, necesidad incolmable que paradójicamente pone en movimiento la salida de sí mismo y que expresa la ineluctable presencia del propio ser

Nadie puede quedarse en sí mismo: la humanidad del hombre, la subjetividad, es una responsabilidad por los otros, una vulnerabilidad extrema, una subjetividad que desgarra. El lazo con el otro no se anuda más que con responsabilidad, aparte de que sea aceptada o rechazada, que se sepa o no cómo asumirla, que se pueda o no hacer algo concreto por el Otro. Hacer algo por otro, dar. Ser espíritu humano es eso

El rechazo a aceptarse, a permanecer, la angustia que se experimenta ante la imposibilidad de ser lo que realmente se es, el enorme y desesperado esfuerzo de salir de sí mismo genera la vergüenza, que no deriva de la consciencia de una  falta o una falla sino de la imposibilidad de desolidarizarse de sí mismo, la total incapacidad para romper consigo mismo

Lo que aparece en la vergüenza es precisamente el hecho de estar clavado a sí mismo, la imposibilidad radical de huir de sí para ocultarse a uno mismo, la presencia irremisible del yo ante uno mismo…Es nuestra intimidad, es decir nuestra persona ante nosotros mismos lo que es vergonzoso. No revela nuestra nada sino la totalidad de nuestra existencia…Lo que la vergüenza descubre es el ser que se descubre

 

Son palabras quizá arduas para estos tiempos y difíciles no solo de escuchar sino de vivirlas, pero que en su radicalidad extrema sacuden y perturban, y justamente por eso, mueven a pensar

Avergonzarse significa "ser entregado a lo inasumible", palabras de Agamben,  pero lo así inasumible no es algo externo sino que procede de nuestra misma intimidad, (nuestra vida fisiológica por ejemplo). El yo está aquí desarmado y superado por su sensibilidad más propia; y sin embargo este ser expropiado y desubjetivado es una extrema e irreductible presencia del yo a sí mismo

Como si nuestra conciencia se desmoronara y desertara por todas partes, y, al mismo tiempo, fuera convocada por un decreto irrecusable a asistir sin remedio a su propia ruina, a que deje de no ser mío lo que me es absolutamente propio

 

En la vergüenza, el sujeto se convierte en testigo de su propia pérdida. El sentimiento fundamental de ser sujeto se da en dos sentidos, estar sometido y al mismo tiempo ser soberano. Es la experiencia del puro ser y remite a la incapacidad de romper con uno mismo, de esconderse de uno mismo, es el indicio de una inaudita y espantosa proximidad del hombre consigo mismo

La filosofía occidental no ha logrado superar el ser. Toda civilización que acepta el ser, la desesperación trágica que comporta y los crímenes que justifica merece el nombre de barbarie

Se trata de salir del ser por una vía nueva con el riesgo de invertir ciertas nociones que al sentido común y a la sabiduría de las naciones les parecen más evidentes

 

La filosofía del ser y de la subjetividad se presenta como un retorno a sí mismo a través de la representación que se apropia del Otro y simplemente lo involucra y lo suma, lo convierte en su igual, en cambio la filosofía que sale del ser se dirige a lo Otro, al Rostro que no es apresable en una representación y por eso no vuelve sobre sí y evita el encadenamiento a uno mismo y el sometimiento del Otro fundando así la libertad, pero, no obstante, el yo consciente de la representación es reducido al yo sintiente del goce, al sujeto viviente en medio de las condiciones de su existencia por eso, para Levinas, el yo del goce es el que es capaz de ser reclamado éticamente por el Otro. La encarnación de la subjetividad humana garantiza su espiritualidad. La ética es simple y totalmente este llamado al uno mismo – a su espontaneidad, a su goce, a su libertad - por parte del Otro, tiene lugar en el nivel de la sensibilidad, no en el nivel de la consciencia; el sujeto ético es un sujeto sensible, no un sujeto consciente

La relación con el Otro no implica privarlo de su alteridad o que el yo pierda su realidad. Es un encuentro cara a cara donde el Otro al mismo tiempo que se da  se oculta, es la realización del tiempo: la distancia entre el yo y la alteridad que equivale a la distancia entre el presente y el futuro. Esa es la vía de salvación, el tiempo unido al Otro, la verdadera relación, la que salva al hombre del peso de ser, del solipsismo y del encierro en sí mismo, el cara a cara, sin intermediarios, ante el Rostro del Otro que es quien realmente salva al yo, por eso la relación es asimétrica

Asimetría es la palabra clave del pensamiento de Levinas. Extrema, áspera para estos tiempos y para un ser humano solo interesado en perseguir sus metas, apelmazado en un sistema y desinteresado de todo lo que no sea su conveniencia. Una palabra que nos confronta casi con la santidad

El tiempo quiebra y/o enmienda esa proximidad excesiva con el ser que se da en el instante presente pues implica un nuevo reconocerse, una nueva apertura, una salida in-definida de sí mismo. Hoy se ha olvidado que el tiempo no es el tiempo de un solo sujeto sino el de la relación con el Otro. La intersubjetividad asimétrica es el lugar de una trascendencia con la que el sujeto tiene la posibilidad de no retornar a sí mismo porque el Rostro, además de inaprehensible, conlleva una diferencia o un exceso respecto a lo que se sabe de él, opone una resistencia a su propia manifestación visible. Acceder a él es ético desde el vamos. La mejor forma del encuentro es la de ni siquiera saber el color de sus ojos. Ante el Rostro del Otro uno es nada más que un mero espectador, el Rostro desarma, pide,  ordena, su significación es una orden significada:

significa una orden dirigida a mí, no es de la manera en que un signo cualquiera significa su significado. Esa orden es la significancia misma del rostro.

 

Es el yo quien le está obligado y la responsabilidad precede a su contemplación, libera al yo de sí mismo  y pone en cuestión su sosiego y su satisfacción de existir. El Otro llama desde su soledad, su desprotección, su desnudez. Ese rostro avergüenza al yo por su persistir en el ser sin reflexionar en nada que no sea él mismo: Si me mira a mí o no, él me mira

La desnudez del rostro es un sustraerse del contexto del mundo donde se hallan las cosas. El Rostro es un despojo total…El Rostro es la única huella que no hace inmanente lo trascendente. Huella significa más –allá- del-ser

 

La vergüenza ante la propia autonomía, libertad e independencia es la prueba de que la inquietud moral ha tocado al sujeto, es la herida abierta por el rostro del Otro, un tajo que desenraiza al yo de sí mismo donde se asfixia. La relación con el Otro no es un accidente o una circunstancia que le acaece a la subjetividad sino que es su elemento constitutivo. Es per-se

El tema de la asimetría se despega de la reciprocidad del tu y yo. Es una manera distinta de hablar entre nosotros. El yo está llamado a responder del Otro antes –de- ser en un pasado inmemorial y la responsabilidad por él es una exigencia ética fundamental, no se impone a una conciencia ya constituida sino que es anterior a la misma consciencia, una ética en la que no hay nada natural sino que es toda la naturaleza la que es puesta en tela de juicio por el Rostro del Otro. Después de este acontecimiento ya no es posible vivir natural e ingenuamente

Una responsabilidad de la cual el Yo no puede hurtarse designa la unicidad de lo irreemplazable. Unicidad sin interioridad, yo sin reposo en sí, rehén de todos, alejado de sí en cada movimiento de su vuelta a sí – hombre sin identidad. Pensar el hombre a partir de sí que se pone a pesar suyo en el lugar de todos, sustituto de todos por su misma no-intercambiabilidad. Es necesario pensar al hombre a partir de su incondicionalidad de rehén, de rehén de todos los otros que, precisamente otros, no pertenecen al mismo género que yo, porque soy responsable de ellos, sin respaldarme en su responsabilidad frente a mí que les permitiría sustituirme

 

El Otro compromete, se le puede volver la espalda pero no se puede dejar de oírlo, ejerce sobre el yo una violencia ética, por eso el llamado amor al prójimo no es una virtud propia del ascetismo, es una fatalidad, una responsabilidad ineludible anterior a cualquier elección. No es el sujeto el que en virtud de un impulso generoso va hacia el Otro sino que es el Otro el que golpea la puerta. El que obedece reencuentra más acá del sometimiento, su integridad, sin reposo en sí, sin cimientos en el mundo – en ese extrañamiento de todo lugar – más allá del ser

El hombre pasa, más aún, siempre ya ha pasado, en la medida en que siempre ha sido apto a su propia desaparición…No hay que renegar del humanismo con la condición de reconocerlo allí donde es menos mentiroso, nunca en las zonas de la interioridad del poder y de la ley, del orden, de la cultura y de la magnificencia heroica

 

Yo me debo al Otro hasta el punto de sustituirlo en el dolor injusto para que no lo sufra. Lo que el Otro pueda hacer de mi es asunto suyo

Desde la riqueza de un disenso

post 136  -  El singular - plural

                    julia vincent blog

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Mayo 2020