Esta circunstancia puede afectar seriamente las relaciones con los
demás sean desconocidos, conocidos, amigos, o seres muy próximos y queridos: esos
gestos que al principio nos parecían una rareza, comienzan a naturalizarse, a
parecer normales, así, el alejamiento (no la distancia) amenaza en todos los
sentidos, por eso es necesario no olvidar que somos cuerpo (“corpus”) y nos expresamos a su través, y el cuerpo es
la apertura que nos permite la vida. La vida es tacto en tanto el tacto es
límite, y existir es estar expuestos al límite constantemente, abiertos a los
otros. Esta distancia aunque fatal y no buscada lleva lentamente al
desencuentro con el Otro
Emmanuel
Levinas, ese enorme pensador de una talla inalcanzable, nos alerta de la
necesidad de salir de donde se está, de emprender la marcha, no con el
propósito de huir sino para alcanzar un nuevo horizonte que rompa con un
pensamiento asfixiante que nos ata y nos clausura
Ir
más allá del ser es la gran aventura de toda libertad, la que se ha visto
dificultada desde siglos a causa del dogma ontológico, ya que el ser humano lleva
en sí mismo el movimiento de su propia salida de sí y no es un ser cerrado ni
acabado; no obstante, ha persistido presuntuoso y suficiente, descansando en sí
mismo, homogeneizado con la sociedad, cultivando el estado de confort, pero a
su pesar, sintiendo la necesidad de evadirse de todo lo pasado y pesado del
ser, de todo lo que lo aprisiona, necesidad incolmable que paradójicamente pone
en movimiento la salida de sí mismo y que expresa la ineluctable presencia del
propio ser
Nadie
puede quedarse en sí mismo: la humanidad del hombre, la subjetividad, es una
responsabilidad por los otros, una vulnerabilidad extrema, una
subjetividad que desgarra. El lazo con el otro no se anuda más que con
responsabilidad, aparte de que sea aceptada o rechazada, que se sepa o no cómo
asumirla, que se pueda o no hacer algo concreto por el Otro. Hacer algo por
otro, dar. Ser espíritu humano es eso
El
rechazo a aceptarse, a permanecer, la angustia que se experimenta ante la
imposibilidad de ser lo que realmente se es, el enorme y desesperado esfuerzo
de salir de sí mismo genera la vergüenza, que no deriva de la consciencia de una
falta o una falla sino de la
imposibilidad de desolidarizarse de sí mismo, la total incapacidad para
romper consigo mismo
Lo que aparece en la
vergüenza es precisamente el hecho de estar clavado a sí mismo, la
imposibilidad radical de huir de sí para ocultarse a uno mismo, la presencia
irremisible del yo ante uno mismo…Es nuestra intimidad, es decir nuestra
persona ante nosotros mismos lo que es vergonzoso. No revela nuestra nada sino
la totalidad de nuestra existencia…Lo que la vergüenza descubre es el ser que
se descubre
Son palabras
quizá arduas para estos tiempos y difíciles no solo de escuchar sino de
vivirlas, pero que en su radicalidad extrema sacuden y perturban, y justamente
por eso, mueven a pensar
Avergonzarse
significa "ser entregado a lo inasumible", palabras de Agamben, pero lo así inasumible no es algo externo
sino que procede de nuestra misma intimidad, (nuestra vida fisiológica por
ejemplo). El yo está aquí desarmado y superado por su sensibilidad más propia;
y sin embargo este ser expropiado y desubjetivado es una extrema e irreductible
presencia del yo a sí mismo
Como si nuestra
conciencia se desmoronara y desertara por todas partes, y, al mismo tiempo,
fuera convocada por un decreto irrecusable a asistir sin remedio a su propia
ruina, a que deje de no ser mío lo que me es absolutamente propio
En
la vergüenza, el sujeto se convierte en testigo de su propia pérdida. El
sentimiento fundamental de ser sujeto se da en dos sentidos, estar sometido y
al mismo tiempo ser soberano. Es la experiencia del puro ser y remite a la
incapacidad de romper con uno mismo, de esconderse de uno mismo, es el indicio
de una inaudita y espantosa proximidad del hombre consigo mismo
La
filosofía occidental no ha logrado superar el ser. Toda civilización que acepta el ser,
la desesperación trágica que comporta y los crímenes que justifica merece el
nombre de barbarie
Se trata de salir del
ser por una vía nueva con el riesgo de invertir ciertas nociones que al sentido
común y a la sabiduría de las naciones les parecen más evidentes
La
filosofía del ser y de la subjetividad se presenta como un retorno a sí mismo a
través de la representación que se apropia del Otro y simplemente lo involucra
y lo suma, lo convierte en su igual, en cambio la filosofía que sale del ser se
dirige a lo Otro, al Rostro que no es apresable en una representación y por eso
no vuelve sobre sí y evita el encadenamiento a uno mismo y el sometimiento del
Otro fundando así la libertad, pero, no obstante, el yo consciente de la representación es
reducido al yo sintiente del goce, al sujeto viviente en medio de las
condiciones de su existencia por eso, para Levinas, el yo del goce es el que es
capaz de ser reclamado éticamente por el Otro. La encarnación de la
subjetividad humana garantiza su espiritualidad. La ética es simple y
totalmente este llamado al uno mismo – a su espontaneidad, a su goce, a su
libertad - por parte del Otro, tiene lugar en el nivel de la sensibilidad, no
en el nivel de la consciencia; el sujeto ético es un sujeto sensible, no un
sujeto consciente
La
relación con el Otro no implica privarlo de su alteridad o que el yo pierda su
realidad. Es un encuentro cara a cara donde el Otro al mismo tiempo que se
da se oculta, es la realización del
tiempo: la distancia entre el yo y la alteridad que equivale a la distancia
entre el presente y el futuro. Esa es la vía de salvación, el tiempo
unido al Otro, la verdadera relación, la que salva al hombre del peso de
ser, del solipsismo y del encierro en sí mismo, el cara a cara, sin
intermediarios, ante el Rostro del Otro que es quien realmente salva al yo, por
eso la relación es asimétrica
Asimetría
es la palabra clave del pensamiento de Levinas. Extrema, áspera para estos
tiempos y para un ser humano solo interesado en perseguir sus metas, apelmazado
en un sistema y desinteresado de todo lo que no sea su conveniencia. Una
palabra que nos confronta casi con la santidad
El
tiempo quiebra y/o enmienda esa proximidad excesiva con el ser que se da en el
instante presente pues implica un nuevo reconocerse, una nueva apertura, una
salida in-definida de sí mismo. Hoy se ha olvidado que el tiempo no es el
tiempo de un solo sujeto sino el de la relación con el Otro. La
intersubjetividad asimétrica es el lugar de una trascendencia con la que el
sujeto tiene la posibilidad de no retornar a sí mismo porque el Rostro, además
de inaprehensible, conlleva una diferencia o un exceso respecto a lo que se sabe
de él, opone una resistencia a su propia manifestación visible. Acceder a él es
ético desde el vamos. La mejor forma del encuentro es la de ni siquiera saber el
color de sus ojos. Ante el Rostro del Otro uno es nada más que un mero
espectador, el Rostro desarma, pide,
ordena, su significación es una orden significada:
significa una orden
dirigida a mí, no es de la manera en que un signo cualquiera significa su
significado. Esa orden es la significancia misma del rostro.
Es el yo quien le está obligado y la responsabilidad precede a su contemplación,
libera al yo de sí mismo y pone en
cuestión su sosiego y su satisfacción de existir. El Otro llama desde su
soledad, su desprotección, su desnudez. Ese rostro avergüenza al yo por su
persistir en el ser sin reflexionar en nada que no sea él mismo: Si me mira a mí
o no, él me mira
La desnudez del rostro
es un sustraerse del contexto del mundo donde se hallan las cosas. El Rostro es
un despojo total…El Rostro es la única huella que no hace inmanente lo trascendente.
Huella significa más –allá- del-ser
La
vergüenza ante la propia autonomía, libertad e independencia es la prueba de
que la inquietud moral ha tocado al sujeto, es la herida abierta por el rostro
del Otro, un tajo que desenraiza al yo de sí mismo donde se asfixia. La
relación con el Otro no es un accidente o una circunstancia que le acaece a la
subjetividad sino que es su elemento constitutivo. Es per-se
El
tema de la asimetría se despega de la reciprocidad del tu y yo. Es una manera
distinta de hablar entre nosotros. El yo está llamado a responder del Otro
antes –de- ser en un pasado inmemorial y la responsabilidad por él es una
exigencia ética fundamental, no se impone a una conciencia ya constituida sino
que es anterior a la misma consciencia, una ética en la que no hay nada natural
sino que es toda la naturaleza la que es puesta en tela de juicio por el Rostro
del Otro. Después de este acontecimiento ya no es posible vivir natural e
ingenuamente
Una responsabilidad de
la cual el Yo no puede hurtarse designa la unicidad de lo irreemplazable.
Unicidad sin interioridad, yo sin reposo en sí, rehén de todos, alejado de sí
en cada movimiento de su vuelta a sí – hombre sin identidad. Pensar el hombre a
partir de sí que se pone a pesar suyo en el lugar de todos, sustituto de todos
por su misma no-intercambiabilidad. Es necesario pensar al hombre a partir de
su incondicionalidad de rehén, de rehén de todos los otros que, precisamente
otros, no pertenecen al mismo género que yo, porque soy responsable de ellos,
sin respaldarme en su responsabilidad frente a mí que les permitiría
sustituirme
El
Otro compromete, se le puede volver la espalda pero no se puede dejar de oírlo,
ejerce sobre el yo una violencia ética, por eso el llamado amor al prójimo no
es una virtud propia del ascetismo, es una fatalidad, una responsabilidad
ineludible anterior a cualquier elección. No es el sujeto el que en virtud de
un impulso generoso va hacia el Otro sino que es el Otro el que golpea la
puerta. El que obedece reencuentra más acá del sometimiento, su integridad, sin
reposo en sí, sin cimientos en el mundo – en ese extrañamiento de todo lugar –
más allá del ser
El hombre pasa, más
aún, siempre ya ha pasado, en la medida en que siempre ha sido apto a su propia
desaparición…No hay que renegar del humanismo con la condición de reconocerlo
allí donde es menos mentiroso, nunca en las zonas de la interioridad del poder
y de la ley, del orden, de la cultura y de la magnificencia heroica
Yo me debo al Otro
hasta el punto de sustituirlo en el dolor injusto
para que no lo sufra. Lo que el Otro pueda hacer de mi es asunto suyo
Desde la riqueza de un disenso
post 136 - El singular - plural
julia vincent blog
relacionado
Mayo
2020