Las distintas modalidades del
cuerpo no escapan a este efecto, porque la socialización del sujeto lo instaló
en un sentimiento de habitar un cuerpo del que le era imposible diferenciarse
El cuerpo contiene un volumen de misterio que
está indexado por la recurrencia de los mismos signos. En condiciones
habituales se vive transparente aunque no deje de producir sentido a través de
una serie de automatismos, costumbres arraigadas, conductas inconscientes,
gestos reiterados; de ahí que la evidencia se olvide y quede un
presente-ausente como impronta de la existencia
Hoy, algo ha cambiado, el ser humano occidental
tiene el sentimiento de que su cuerpo es de alguna manera algo diferente de él,
de que lo posee como a un objeto. La identidad entre el hombre y su cuerpo se
ha roto por esta singular relación de propiedad, la de poseer un cuerpo,
sostenida por el discurso de la significación convencional imperante que lo narra.
A falta de relatos para orientarse en la existencia, los seres confusos y
perplejos ven en las marcas de la moda y otros abalorios, y en los dictámenes
del fitness, las sugerencias de pequeños relatos para “existir” a pesar de
todo. El cuerpo ha sido un hueco atravesado por infinidad de escrituras, un
significante vacío que posibilitaba la apropiación de las distintas prácticas
sociales, institucionales, políticas, económicas.
En las condiciones normales de la vida una
corriente sensorial ininterrumpida le otorga consistencia a las actividades del
ser humano aunque solo pueda filtrar de ella solo una mínima carga. El flujo de
lo cotidiano tiende con sus costumbres recurrentes a ocultar el juego del
cuerpo en la aprehensión sensorial del mundo. La experiencia humana, más allá
de la forma que adopte está basada por completo en lo que el cuerpo realiza. El
individuo habita corporalmente el espacio y el tiempo de la vida, pero la
evidencia de la exposición borra el dato, el cuerpo se diluye en la familiaridad
de los signos, pero ni bien se relaja la trama simbólica que lo sostiene,
emerge como la huella más tangible
En la época de la crisis de la familia, de los
muchos y solos, el cuerpo se vuelve un espejo, un otro de uno mismo con el que
es posible cohabitar. En el momento en que el código social se disuelve, el
individuo es tentado a descubrir el cuerpo y las sensaciones como un universo
en permanente expansión, como una forma disponible para la trascendencia
personal. El cuerpo elevado a alter ego muta y toma el lugar de la persona,
ahora persona al mismo tiempo que espejo. El sujeto se vuelve su propia copia,
su eterno simulacro y el cuerpo disociado se torna imaginario moderno. Por eso
pensar el cuerpo es pensar el mundo, un tema político mayor
Si pensamos desde la producción política y
publicitaria comprobamos que el cuerpo
se construye para proyectar un modelo o arquetipo funcional, un cuerpo que
cumpla con el objetivo de insiliarle una nueva identidad propia y funcional
para los intereses fetichistas del capitalismo, o sea, moldear un cuerpo ajeno a sí mismo que calce
dentro de los intereses de la sociedad de consumo
Según Foucault el concepto de cuerpo nace por la
violencia que se ejerce sobre la dimensión real de los cuerpos que se vuelven
productos, constructos, y de esta forma no es posible encontrar el ser o los
objetos en estado puro sino que aparecen como resultado de discursos, gestiones
o prácticas
El cuerpo aparece como propio y a la vez ajeno,
y es el lenguaje el que nos obliga a pensarlo como otro, como una interioridad
que bordea lo exterior o como lo externo interiorizado
Así Jean-Luc Nancy recibe un cuerpo maltrecho
y enfermo de vuelta de los siglos, después
de haber atravesado numerosas operaciones discursivas y lo piensa liberándolo
de la propiedad abusiva de la que ha sido objeto, y con su maestría, su lucidez
y la pasión filosófica y literaria que lo caracterizan le redescubre la vida a
través de su escritura al darle un lugar más propio, devolviéndole el tacto y
desmarcándolo de la visión acostumbrada de la representación. El cuerpo tratado,
deconstruido, ya no corresponde a la corporeidad representada ni a las imágenes,
ni a lo interpretado ni a lo definido sino al espaciamiento en apertura hacia
lo abierto. Piensa el cuerpo en sí mismo remitiéndolo a otros cuerpos y a una
comunidad, sorteando el espacio y el tiempo de su zona de influencia cultural.
Es un discurso de la discontinuidad que irrumpe desde la negación, que permite
decir lo que algo no es para que de esa forma surja lo otro, rescatando la
posibilidad que resta, con un lenguaje que como siempre nos lleva por sendas
sigilosas y que nos reclama por entero. Piensa al cuerpo en la grieta, en el límite de lo
pensable que se manifiesta como una ausencia, y debe ser pensado como la misma
ausencia
El pensamiento solo puede pensar del cuerpo la imposibilidad de pensarlo
Nancy considera esta imposibilidad de pensar el cuerpo como la posibilidad de im-pensarlo, de acercarnos a ese espacio de umbrales, territorio de intersticios, de oquedades, a ese borde donde se ausenta la representación, una zona de enigmas imposibles de decir, un sin sentido que nuevamente se ofrece como sentido, esta vez a través del tocar
Piensa el cuerpo desde la desnudez - despojándolo de todos los discursos varios
que lo han reinventado, vestido y revestido a lo largo del tiempo, según la
experiencia de las distintas subjetividades y los mandatos subliminares al uso,
sumándose a esto la aparición de nuevas tecnologías que le otorgan una nueva
carne. El cuerpo ha dejado de ser natural, se rediseña, ya no solo es producto
de los discursos de la sociedad sino que es tocado, trastocado, y esculpido por
las representaciones de la corporalidad en boga forjadas por los Media del
ideal excluyente del cuerpo perfecto. Nancy reivindica lo que se sustrae, esa
parte que sufre sometida al paso del tiempo
él es la desnudez, y no hay otra, y lo que ella es, es ser más extraña que
todos los extraños cuerpos extraños
Así, Nancy inaugura una manera nueva de pensar
el cuerpo, provocando siempre una apertura - que impide subsumirlo en el
significado que nos deja ahítos de lo Mismo, congelados en una idea de devenir. pero no-vivido aquí y ahora - una apertura que deslegitima los senderos de la
representación, una ontología donde el cuerpo no se restrinja a sus propios
límites, que no exista de manera autónoma sino que exista por su exterioridad.
Lo que se intenta significar es el sentido pero en el límite de su
significación
No poseemos el cuerpo, lo somos, lo existimos,
lo vivimos. Cuerpo es sinónimo de existencia, y si el ser es igual a la esencia
y la esencia igual a la existencia, el cuerpo es ser
Si bien el cuerpo es la exterioridad del ser y
al mismo tiempo es su lugar más esencial, es a través del tacto que se libera
de sus propios límites dando un verdadero espacio al sentido, en realidad,
dándole cuerpo al sentido en la medida en que lo espacia. El sentido es el
tacto, aquello que toca desde la exterioridad que no podría agotarse a causa de
ningún código de significación ni de representación. Tocar interrumpe y se
rebasa, y el tacto es justamente la causa por la que el cuerpo participa de una
relación sinuosa entre la interioridad y la exterioridad; es una frontera, une
y separa y nunca toca sin ser tocado, por lo que el cuerpo no puede pensarse
como una singularidad sino como circularidad que se abre al otro. La frontera
es el único lugar desde el cual el lenguaje toca lo indescriptible y desde el
cual el pensamiento puede tocar el cuerpo como otro preservando su misterio
El cuerpo no es una totalidad por lo que no
tiene sentido en sí mismo, ningún sentido fuera de sí, es signo de sí mismo, su
propia significación - que al mismo tiempo supone no tener ninguna - aquello
que no puede ser representado por otro. Es una suma de sí mismo: una suma
desordenada de órganos, una suma des-organizada con sus propios intereses: un corpus, una
colección de piezas, una colección de colecciones, corpus corporum, cuya unidad
sigue siendo una pregunta para ella misma
Tocar, es decir: conmover, emocionar, que es
también el territorio propio de la escritura, por eso hay que comprender la
lectura como lo que no es el desciframiento: sino el tocar y el ser tocado.
Escribir, leer, cuestión de tacto, a condición de que no se pretenda el
privilegio de una imediatez - a la manera cartesiana - que fusionaría los
sentidos y el sentido
El cuerpo es visto como lo exterior al
pensamiento, una exterioridad no pensable en sí misma, el espacio que tocamos
al pensar; así la escritura debe pronunciarse como lo incorpóreo que toca lo
corpóreo, debe ver en la posibilidad del tacto la posibilidad de decir el
cuerpo desde sus bordes, es preciso una forma otra de decir que descubra al
cuerpo en su límite no desde la apropiación. Si el cuerpo no puede decirse solo
resta tocarlo, descubrirlo, excribirlo
La excripción de nuestro cuerpo, he ahí por donde hay que pasar. Su
inscripción afuera, su puesta fuera de texto como el movimiento más propio de
su texto: el texto mismo abandonado, dejado sobre su límite, sin que nada haga
de cierre…no hay más que una línea infinita, el trazo de la misma escritura
excrita que proseguirá infinitamente quebrada, repartida a través de la
multitud de los cuerpos, línea divisoria de todos sus lugares, puntos de
tangencia, toques, intersecciones, dislocaciones
La verdad del sujeto es su exterioridad y
su excesividad: su exposición infinita, el cuerpo echado hacia afuera
El sujeto contemporáneo se revela en su radical
alteridad, en el límite de no ser ya él mismo, de estar ya desposeído de sí,
sin intimidad posible, totalmente expuesto a la sociedad del espectáculo,
volcado hacia las formas de la exterioridad. Nancy ilustra magistralmente este
tránsito banal
un corazón que late a medias es solo a medias corazón
Si bien la escritura sobre el cuerpo podría
pensarse como la impronta, la marca de la sociedad en el cuerpo, modelos
conceptuales aprendidos e incorporados por los cuerpos en su proceso de
sociabilización cultural, la excritura, en cambio sería como la murmuración
expuesta del cuerpo presentada a los otros como el signo de la existencia. Ser
el cuerpo, no tener cuerpo, por eso la excritura sobre el cuerpo se
distancia de la significación enunciativa que sostienen los discursos, o las
distintas escrituras, o sea como el cuerpo hace cuerpo la palabra y el gesto en
la diferencia que provoca su tacto sobre el signo convencional
Escribir el cuerpo supone excribir, inscribirlo
en el afuera hasta que texto y cuerpo formen dos líneas que nunca se
superpusieran, solo rozarse la una a la otra. Para Nancy la escritura debe
constituirse como un borde, se trataría de tocar con el sentido el
cuerpo sin llegar a tocarlo, acceder por lo incorpóreo del lenguaje a lo
corpóreo del cuerpo
Hay una fatalidad en el cuerpo que lo lleva a
alejarse de la palabra para existir como acontecimiento. El cuerpo sucede, no
puede ser reducido a lenguaje, existe con la condición de no ser dicho, de
escapar al discurso y a la representación. Nancy, por su parte, construye una
escritura de los límites que puede tocar lo indecible del cuerpo, su borde
inagotable. En la excritura el sentir de la palabra nos expone más allá de sus
signos para la apertura de nuevos sentidos, o como una forma de apertura al
sentido como ser en el mundo
Lo que de una escritura y propiamente de ella, no es para leer, ahí está
lo que es el cuerpo
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