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306 - Derrida, un revolucionario
La justicia sin la fuerza es impotente, la fuerza sin justicia es tiranía
Pascal


En este pliegue del tiempo la justicia sufre una considerable entropía, es palabra rota, espejo de la oquedad de un mundo extraviado, un valor de cambio, solo un eco, retórica vacía de una praxis deshumanizada. Es la esfera de los puros medios, de la gestualidad absoluta, comunicación de una comunicabilidad que no tiene nada que decir. No obstante se la nombra continuamente, es la cita inexcusable del poder, el recurso inestimable de una falsa legitimidad

La mentira es el orden del mundo. La verdad, el momento de  vacilación de la mentira, pero ésta suele ser tan persuasiva que la verdad se desorienta

Jacques Derrida siempre ha tratado de sondear los temas que le permitían escarbar en la irreductibilidad de lo singular y en la soberanía de lo excepcional. Así se lanzó al abordaje de todos los aspectos que abrían una posibilidad de reflexión subversiva, en este caso la justicia, el derecho, la ley, la política, siempre enhebrados con una mirada ética insobornable

Hay quienes son justos y en nombre de la justicia desafían un estado de fuerza - un contexto. Esa misma  exigencia de justicia es la que conduce a desafiarlo para transformarlo, pero antes es necesario asumir la inconmensurabilidad que media entre ese desafío y el estado de fuerza ya que el riesgo que se corre es absoluto y obliga a no abdicar de lo que exige la justicia

La justicia, a pesar de las manipulaciones a las que se ve expuesta, es teóricamente, indeconstructible. El derecho, en cambio, es construido, o sea, jamás fundado. Así se establece una distancia irreductible entre ambos que paradójicamente revela su inextricable indisociabilidad; no obstante, la justicia debería exceder siempre al derecho que no la agotaría nunca ya que es del orden del evento y por tanto, infinita, incalculable

En el origen del derecho hay una fuerza performativa, que es interpretativa. La justicia, en cambio, es una relación con lo incondicionado, no debería estar al servicio del poder, sería como un imperativo categórico, un mandato ético que da testimonio de eso que no se deja encerrar en un contexto y que asimismo cuestionaría el ejercicio del derecho al mismo tiempo que daría cuenta de lo que lo excede, que es lo mismo que lo que lo hace posible. Para producirlo hace falta tener en cuenta el contexto y luego, llegado el momento, cambiarlo radicalmente, abriéndolo y dando lugar a un nuevo dato contextual, del mismo modo que en una obra una simple palabra, supedita al contexto reclamando uno nuevo. Por eso, la producción del nuevo contexto permanecerá necesariamente abierta por esa promesa de porvenir, de lo que adviene, no solo del futuro sino de lo que tiene la forma del evento, lo inesperado

Si bien el porvenir no es presente, se da una apertura al porvenir y un contexto es siempre abierto porque hay porvenir.  Una apertura del contexto es otro nombre para lo que queda por venir

Acaso haya que liberar al porvenir del peso del horizonte que lo acompaña desde siempre ya que es un límite a partir del cual se pretende anticipar la comprensión del porvenir,  

lo aguardo, lo predetermino y por ende lo anulo

El querer saber por anticipado como será lo que queda por venir es la misma negación de lo porvenir. Lo que debe ser rescatado es la irrupción de un porvenir absolutamente no reapropiable, tiene que tener la figura de lo otro que no es nada determinado en el espacio ni presente en nuestras expectativas. La singularidad es lo que puede desafiar a la anticipación, a la reapropiación, al cálculo, a cualquier predeterminación. No puede haber un porvenir como tal si no se da una alteridad radical. Aquí, la justicia forma parte del porvenir. Sería necesario pensar la justicia como aquello que rebasa al derecho, el cual siempre es un conjunto de normas determinables, encarnadas y positiva

Y no solo se debe distinguir entre justicia y derecho sino – en términos más generales -  entre justicia y todo lo que es

En este punto Derrida considera esta justicia un tanto fantasmática para quienes se ocupan de derecho, de política y de moral stricto sensu pero afirma su creencia de que en el instante en que se perdiera de vista el exceso de la justicia, o del porvenir, se producirían las condiciones para una totalización, pero también se definiría el totalitarismo de un derecho sin justicia, de una buena conciencia moral, de una buena conciencia jurídica, y aunque reconoce que la cuestión de la política, de la ética, de lo jurídico consistiría en encontrar en cada caso lo necesario para articular justicia y derecho, justicia y política, justicia e historia, justicia y ontología, insiste en que sería el presente sin porvenir, un guión de hierro

La justicia, según Derrida, es la deconstrucción misma porque es el movimiento mismo de la atención puesta sobre el otro, la diferencia: es la que va a conducir a la justicia y la justicia tiene la estructura de una deconstrucción de la ley

El derecho solo halla su fundamento en sí mismo ya que está construido en base a estratos textuales que se van superponiendo, no solo de interpretaciones sino de las transformaciones posibles y necesarias que la historia exige y que lo hacen indefinidamente "(im)perfectible"

En este tiempo invertido parecería necesario anteponer a casi todos los adjetivos el privativo “in” producto de una espera que des-espera, de una confianza que se destruye, de una voluntad que se desmorona ante la reapropiación del derecho y el avance de la (in)justicia que sutura cualquier intento de apertura con la argamasa de la impostura

La legitimidad del derecho vendría dada por la justicia, pero de ninguna manera confundida con el derecho, no obstante éste no puede sino operar con un ideal de justicia, de otro modo se convertiría en tiranía

El derecho no es la justicia, es el elemento de cálculo, y es justo que haya derecho. La justicia es incalculable, exige que se calcule con lo incalculable

Pero la política se ha arrastrado sobre sus escombros y hoy es la ventrílocua de la justicia, solo aspira a dictaminar el acto de justicia, desconsiderando que el acto justo rebasa siempre la norma y la justicia es infinita porque es irreductible, es la llegada de lo otro como singularidad siempre otra que demanda siempre una nueva invención.

La justicia, al carecer de representación, está siempre por venir y la decisión debe contar siempre con lo incalculable. El indecidible acto de decisión que obliga a tomar la palabra, a decidir y a calcular debe contar con la irreductibilidad de la singularidad y el riesgo de toda decisión se juega en el acto en el que se debe ir más allá de todo cálculo

La decisión es el lugar que le cabe a la justicia dentro del derecho. En ella opera un concepto de eticidad que es lo que  la vincula a la justicia

Nunca se es suficientemente responsable porque se es finito pero también porque la responsabilidad exige dos movimientos contradictorios: responder en cuanto que uno mismo y en cuanto singularidad irreemplazable, de lo que hacemos, decimos, damos, más también olvidar o borrar, en tanto que buenos y por bondad, el origen de lo que damos

O sea

La absoluta responsabilidad es aquella que no puede dirimirse por medio de un saber que calcule la decisión: esta es la aporía ínsita en la decisión y nos da la posibilidad de pensar el don de la justicia como una experiencia de la imposibilidad que exige ir más allá del saber

Derrida considera la democracia por venir como el enigma de la política, que también es una aporía ya que da lugar a un nuevo concepto de acontecimiento, la llegada de un absolutamente otro que no se esperaba y al que no se puede imponer ninguna condición y con esa intensidad subversiva que lo distingue afirma que no puede renunciarse a la revolución por el lazo que une la justicia y el acontecimiento al desgarramiento absoluto del tiempo histórico

La apertura del porvenir es la tarea de la deconstrucción y se enlaza con la alteridad, la dignidad sin precio de la alteridad, es decir la justicia. Es también la democracia como democracia por venir

La democracia es el único paradigma que puede criticar todo públicamente, también la política y el mismo concepto de democracia, o sea que es el único paradigma universalizable

Ninguna deconstrucción sin democracia, ninguna democracia sin deconstrucción. Hay una incondicionalidad de la exigencia de la deconstrucción que está comandada por la democracia, y en el mismo gesto, una deconstrucción que es la condición de la democracia

Así la democracia es infinitamente perfectible, sujeta permanentemente a reinvención

Se puede renunciar al imaginario revolucionario, a la retórica revolucionaria, incluso a una política o a toda política, pero no se puede renunciar a la revolución de la revolución sin renunciar al acontecimiento y a la justicia

Es necesaria una crítica transversal desde territorios vírgenes e inexplorados que se desmarquen de disciplinas reapropiadoras, y operar con desplazamientos infinitos hacia zonas inaccesibles a la reapropiación desde un pensamiento ético y político ajeno al modelo establecido,  Además debe actuar más acá de los sentidos últimos y en oposición a cualquier reduccionismo binario. Sería necesario situarse antes que toda determinación filosófica con un pensamiento deconstructivo,  proceder al desmontaje interpretativo para que caiga la máscara

Solo llega a ser imprescindible aquél que se arriesga a poseer la verdad dentro del cuerpo más que en el alma                                                                     

                                                                              Artaud



Julio 2020