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315 - El filósofo del subsuelo
El pensador del presente debe ser un subversivo respecto de su época, ser contemporáneo y a la vez extemporáneo, alguien capaz de contradecir pero al mismo tiempo ser la antítesis de un espíritu negador, una manera de perseverar en un anacronismo que implica el desacuerdo con el propio tiempo que se vive pero reconociendo su pertenencia ineludible


Es un desgastante modo de vivir la intransigencia y rebeldía de no transar con la época, ni ceder a sus exigencias aceptando incondicionalmente la propia singularidad. El vigilante intempestivo taja la continuidad del tiempo y se ubica en la zona de quiebre, faro privilegiado para percibir las luces y las sombras de su tiempo

Desde las estrategias de poder se nos repiten como mantras ráfagas de “verdad” - efectos de verdad -  a fin de acomodarnos en el lugar que debemos ocupar según las marcas. Se domina igualando, se instalan “verdades” que se replican para que nada cambie, pero la inadecuación de los seres humanos a una idea es lo que da comienzo al juego de lo verdadero porque es lo inconveniente por excelencia que se enfrenta a todo lo interiorizado subliminalmente y que sutura toda apertura e impide la integración de lo sustraído que duerme. La subjetividad de la mayoría fluye entre todos sin cuestionarse, más bien sumándose sin dignidad ignorando que el nosotros no es un plural que multiplica a un singular sino que singulariza una pluralidad material y espiritual.

Recorremos territorios nietzscheanos que resuenan fuertemente en este ahora. Nietzsche considera la enfermedad - la corrupción y la degradación - como lo que posibilita el extrañamiento del pensador respecto a la normalidad establecida de su época; es lo que posibilita que pueda ser la mala conciencia de su época en tanto que su mirada apunta a un futuro que el presente obtura, considerando que su acérrimo enemigo es el ideal de hoy, y es por eso que tiene que estar en constante contradicción con él. La posición del auténtico pensador intempestivo le exige superar en sí mismo a su propio tiempo y volverse intemporal

Así se refiere a los nuevos filósofos

Nosotros los nuevos, los que no tienen nombre, los difíciles de entender, nosotros, partos prematuros de un futuro no verificado todavía

 

El trabajo del intelectual contrario a su tiempo debería ser subterráneo, alguien que ha nacido para una existencia sigilosa y combativa: el filósofo del subsuelo, el hombre subterráneo, que taladra, que socava, que roe en medio de una espesa oscuridad, solo y en silencio. Por tanto, el pensador es un perforador, que va royendo no una vieja fe sino la fe en la moral. Se impone excavar los cimientos aparentemente establecidos de manera firme sobre los que se sustenta el presente. La labor de topo del intelectual va tras la desfundamentación de lo aparentemente firme, del piso donde se asienta la coyuntura actual  

Nietzsche supo percibir los signos de un tiempo de ruptura mientras la historia bailaba bajo sus pies

En la Genealogía de la moral los valores morales son  puestos en duda - el valor mismo de los valores morales - para lo que es imprescindible el conocimiento de las condiciones y circunstancias de su surgimiento, y así pode echar por tierra la concepción tradicional de esos valores como algo dado, real y efectivo, situado más allá de toda duda, encontrando así, al decir de Foucault, no un fundamento firme, un sustrato que sirva de sustento seguro,  sino lo no venerable, lo que es incapaz de servir de base y legitimación.

En la base de la genealogía estaría la tesis de que todo origen de la moral, desde el momento en que no es venerable, se convierte en crítica

 

La virtud más importante de la Genealogía - toda la larga e impenetrable escritura jeroglífica del pasado de la moral -radica en que el conocimiento genealógico conduce a la historización de lo que en el presente aparece natural. Lo propio de la genealogía es un espíritu histórico, un instinto histórico capaz de historizar lo que se presenta naturalmente como incuestionable

Solo la crítica histórica, arma capital de la introspección, puede liberar al pensamiento de las imposiciones que se ejercen sobre él cuando, dejándose llevar por las rutinas del autómatismo, se tratan  como si  fueran cosas las construcciones históricas 

 

La concepción continuista de la historia es una falacia construida a través de una serie sucesiva de apropiaciones violentas por poderes diversos que se han encargado de reinventarla otorgándole una finalidad y sentido acordes. La historia entera puede ser así una ininterrumpida cadena de interpretaciones y reajustes siempre nuevos: Un hipertexto de las marcas del poder, de las relecturas constantes que implica que las interpretaciones pasadas, lo sentidos asignados, queden ocultos, invisibilizados, bajo las nuevas capas. Se introduce de esta manera un momento tras otro de discontinuidad en la historia y se minimiza la consensuada noción de progreso continuista,” la superstición moderna, subproducto de la mentira”, según Weil. La historia no es otra cosa que la sucesión de procesos de avasallamiento y de las resistencias para contrarestarlos. Así, la única causalidad histórica es la constituida por la diferente correlación de fuerzas entre los grupos enfrentados en la escena social y que en suma es la que determina quién impone su dominio, los “vencedores”, o sea quiénes la hacen suya en una determinada situación y a qué finalidad la somete

En el propósito de historizar lo indiscutible, se accede a una verdad reprimida que al ser rescatada, provoca un gran ruido endiablado, una verdad que respecto a lo sacralizado en el presente es una blasfemia, ahonda realmente en verdades veladas que para el presente es un escándalo. Esta verdad no es sino su historia; el contenido de esta verdad perversa es la historia de los valores, y en definitiva, la historia del presente. Así los valores son repensados como materia maleable al servicio de grupos humanos confrontados  en el marco de un proceso histórico constituido por la explotación, las relaciones de dominio, la dehiscencia política, la ley como excepción, la corrupción, la degradación, el circo jurídico, la híper naturalidad del perjurio, y donde el rasero es el dinero como dijo alguna vez Nancy. En suma una irracionalidad esencial que disuelve el carácter de realidades en sí atribuido a los valores morales

En la Historia la regla es la irracionalidad del azar, una violencia e irracionalidad originarias que el eterno devenir reproduce eternamente. Esa irracionalidad constitutiva de la historia disuelve la falsa sustantividad del presente que demuestra su extrema fragilidad frente a un devenir ineluctable

Lo “impolítico” nietzscheano, en tanto crítica del  ser-valor de la dimensión de lo político, puede articularse como el desocultamiento crítico de los valores y conceptos en que se funda el pensamiento político moderno como en el señalamiento de sus contradicciones y en el anuncio de su fatal disolución ya que no hizo crítica de la política sino de la economía moral aunque se dé la convergencia de ambas en la crítica de la equivalencia y de la indiferencia general

Pensar lo político bajo el horizonte actual de desfundamentación muestra la insuficiencia de que adolece y la carencia de respuestas.  La “gran política”, además de un estadio crítico representado por lo “impolítico” y por la deconstrucción nihilista, posee una faceta afirmativa que es la de iluminar todo aquello que ha quedado oculto

Nietzsche es un Nombre, es Fuente de pensamientos que lo piensan y en la actualidad es posible reconocer una conciencia de nihlismo como horizonte cultural de la época que constituye el temple y el destino de nuestra modernidad ya entrevistos por el mismo Nietzsche, así como también las preguntas y desafíos de estos tiempos acerca de cómo seguir pensando lo político. Pero Nietzsche no es quien produce el nihilismo, sino que lo advierte. Por eso da qué pensar. No es un llamado a desesperar sino una convocatoria a la acción y un compromiso para la acción. La afirmación nietzscheana no teme ni tampoco elude la negación, pero ese "no" es de sentido contrario a la dialéctica porque rechaza todo lo que configura a la negación como motor o fuerza trascendente

En primer lugar surgen las críticas de Nietzsche a la modernidad y a sus aspectos políticos que conducen a calificar la política como sin fundamentos. Así lo “impolítico” lejos de representar un rechazo de lo político como desvalor aparece como crítica radical en cuanto afirmación de valores; adoptar la filosofía como forma de resistencia, la gran herencia. Así Deleuze reafirma la afirmación nietzscheana: toda construcción es un proyecto de edificación y demolición:

Yo hago, rehago y deshago mis conceptos a partir de un horizonte movedizo, de un centro siempre descentrado, de una periferia siempre desplazada que los repite y diferencia

Rehacer y deshacer forman parte de un hacer supremo, el Devenir

Lo impolítico se articula en el reconocimiento del desocultamiento crítico de los valores y conceptos como también en sus contradicciones y en el anuncio de su irremediable disolución

Cuando la verdad entra en lucha contra la mentira de milenios, sufriremos conmociones semejantes a ésta, y la Tierra se agitará… El concepto de política de habrá agotado por completo en medio de una guerra de espíritus, y todas las formas del poder, saltarán por el aire

Desde el lenguaje de la política sin fundamentos ¿de qué modo podemos hacernos cargo de su perturbador diagnóstico?

Decir con él que los más fuertes serán los más mesurados, los que no necesitan dogmas extremos o simplemente tener los ojos bien abiertos y observar cómo la cosa procede como único respiradero posible, la única puerta estrecha que nos queda

Así la relectura de  Nietzsche oscila entre el nihilismo que ilumina el vacío ontológico de la fundamentación y la autoafirmación de una voluntad que crea e introyecta sentido – que nos aproxima – si es que no aceptamos el vacío posmoderno de su significado – al terreno filosófico de una teoría decisionista, una posible proyección política del diagnóstico epocal por él realizado. Vacío y voluntad se nos aparecen como el reenvío de lo político al reconocimiento de su intrínseco nihilismo. Sin embargo debemos sumarle la  irrupción de un fenómeno en el ámbito político que por razones históricas  no pudo prever en toda la envergadura de su significado, el poder como oscilación entre disciplina burocrática e innovación abismal, entre el cálculo racional y el tiempo oportuno de la decisión. Nihilismo y tecnología dejan la puerta abierta a una posible respuesta decisionista

El decisionismo es una teoría política para la cual una decisión política existe independientemente de la corrección de su contenido…normativamente considerada nace de la nada…y corta la decisión ulterior…Esta teoría niega la capacidad de verdad de las cuestiones políticas y concibe su respuesta como un asunto de las decisiones de poder

“auctoritas, non veritas, facim legem” cita de Hobbes fácilmente reconocible en nuestras latitudes

El Estado de a poco va deviniendo en un compromiso, una válvula de seguridad administrativa sometida a la moral individualista del derecho privado y a las leyes del mercado. La intensidad de la relación entre técnica y política es central en la concepción decisionista del poder ya que partiendo de este diagnóstico y de la conjunción nietzscheana entre crítica del fundamento y voluntad se da cuenta de lo político en la era del nihilismo y de la técnica

La esencia de la soberanía política se manifiesta en la capacidad de trazar la división entre “amigo” y “enemigo” que es simplemente el otro, el extranjero y es siempre el enemigo público, no el privado: soberano es quien en el estado de excepción de este tiempo agonal que nos exige” dirimir “y “dividir”, decide

La decisión  no implica referencia alguna a un fundamento; arraigada en el terreno de una voluntad que se autoafirma existencialmente, no reconoce tras de sí texto alguno desde el cual fuese posible trazar una continuidad legitimante: normativamente considerada nace de la nada, dado que la validez de lo político, en tanto decisión abismal, no depende de ninguna estructura jurídica ni institucional, es casi una creación ex nihilo. Esta teoría implica numerosos riesgos, el principal la sombra de un autoritarismo sin límites que se proyecta en una especie de sadismo de la Ley, donde uno solo - el que sustenta el poder- goza de los beneficios a costa del sufrimiento de los otros 

Si bien aquí se reconoce la huella nietzscheana de la crisis de los fundamentos, el reconocimiento del vacío sobre el que se yergue la decisión política y la voluntad - una huella verificable Hoy en toda su intensidad y que lo convierte en una de las fuentes ineludibles para comprender las tinieblas que nos rodean - cabe aclarar que el pensamiento de Nietzsche no se identifica con el decisionismo ni establece una relación de consecuencia lógica con éste. Su grandeza consistión en hacer de la negación una forma de afirmatividad: la negación en lo positivo


Nietzsche es la respuesta a la Modernidad discursiva. Lo que designó como transvaloración de los valores no significa su desvalorización o destrucción sino la reinvención de los actos de evaluación en la invención de otro hombre o de algo distinto del hombre demasiado- humano

 

 Debemos redescubrir lo que quiere decir “sagrado” para nosotros, lo que resulta extranjero a lo humano-demasiado-humano: el sentido de lo inconmensurable, el sentido en que somos irreductibles tanto a los valores comerciales como a los derechos y saberes que poseemos. Un hombre no vale por otro, son iguales en su equivalencia pero no intercambiables ni como objeto ni como sujeto. Lo que tenemos en común es lo incomparable

                         J-L Nancy

 

 

Agosto 2020