Es un desgastante modo de vivir la
intransigencia y rebeldía de no transar con la época, ni ceder a sus exigencias
aceptando incondicionalmente la propia singularidad. El vigilante intempestivo
taja la continuidad del tiempo y se ubica en la zona de quiebre, faro
privilegiado para percibir las luces y las sombras de su tiempo
Desde las estrategias de poder se nos repiten
como mantras ráfagas de “verdad” - efectos de verdad - a fin de acomodarnos en el lugar que debemos
ocupar según las marcas. Se domina igualando, se instalan “verdades” que se
replican para que nada cambie, pero la inadecuación de los seres humanos a una
idea es lo que da comienzo al juego de lo verdadero porque es lo inconveniente
por excelencia que se enfrenta a todo lo interiorizado subliminalmente y que
sutura toda apertura e impide la integración de lo sustraído que duerme. La
subjetividad de la mayoría fluye entre todos sin cuestionarse, más bien
sumándose sin dignidad ignorando que el nosotros no es un plural que multiplica
a un singular sino que singulariza una pluralidad material y espiritual.
Recorremos territorios nietzscheanos que
resuenan fuertemente en este ahora. Nietzsche considera la enfermedad - la
corrupción y la degradación - como lo que posibilita el extrañamiento del
pensador respecto a la normalidad establecida de su época; es lo que posibilita
que pueda ser la mala conciencia de su época en tanto que su mirada apunta a un
futuro que el presente obtura, considerando que su acérrimo enemigo es el ideal
de hoy, y es por eso que tiene que estar en constante contradicción con él. La
posición del auténtico pensador intempestivo le exige superar en sí mismo a su
propio tiempo y volverse intemporal
Así se refiere a los nuevos filósofos
Nosotros los nuevos, los que no tienen nombre, los difíciles de entender,
nosotros, partos prematuros de un futuro no verificado todavía
El trabajo del intelectual contrario a su tiempo debería ser subterráneo, alguien que ha nacido para una existencia sigilosa y combativa: el filósofo del subsuelo, el hombre subterráneo, que taladra, que socava, que roe en medio de una espesa oscuridad, solo y en silencio. Por tanto, el pensador es un perforador, que va royendo no una vieja fe sino la fe en la moral. Se impone excavar los cimientos aparentemente establecidos de manera firme sobre los que se sustenta el presente. La labor de topo del intelectual va tras la desfundamentación de lo aparentemente firme, del piso donde se asienta la coyuntura actual
Nietzsche supo percibir los signos de un tiempo de ruptura
mientras la historia bailaba bajo sus pies
En la Genealogía de la moral los valores morales
son puestos en duda - el valor mismo de
los valores morales - para lo que es imprescindible el conocimiento de las
condiciones y circunstancias de su surgimiento, y así pode echar por tierra la
concepción tradicional de esos valores como algo dado, real y efectivo, situado
más allá de toda duda, encontrando así, al decir de Foucault, no un fundamento
firme, un sustrato que sirva de sustento seguro, sino lo no venerable, lo que es incapaz de
servir de base y legitimación.
En la base de la genealogía estaría la tesis de que todo origen de la
moral, desde el momento en que no es venerable, se convierte en crítica
La virtud más importante de la Genealogía - toda
la larga e impenetrable escritura jeroglífica del pasado de la
moral -radica en que el
conocimiento genealógico conduce a la historización de lo que en el presente
aparece natural. Lo propio de la genealogía es un espíritu histórico, un instinto
histórico capaz de historizar lo que se presenta naturalmente como
incuestionable
Solo la crítica histórica, arma capital de la introspección, puede liberar
al pensamiento de las imposiciones que se ejercen sobre él cuando, dejándose
llevar por las rutinas del autómatismo, se tratan como si fueran cosas las
construcciones históricas
La concepción continuista de la historia es una
falacia construida a través de una serie sucesiva de apropiaciones violentas
por poderes diversos que se han encargado de reinventarla otorgándole una
finalidad y sentido acordes. La historia entera puede ser así una
ininterrumpida cadena de interpretaciones y reajustes siempre nuevos: Un
hipertexto de las marcas del poder, de las relecturas constantes que implica
que las interpretaciones pasadas, lo sentidos asignados, queden ocultos,
invisibilizados, bajo las nuevas capas. Se introduce de esta manera un momento
tras otro de discontinuidad en la historia y se minimiza la consensuada noción
de progreso continuista,” la superstición moderna, subproducto de la mentira”,
según Weil. La historia no es otra cosa que la sucesión de procesos de
avasallamiento y de las resistencias para contrarestarlos. Así, la única
causalidad histórica es la constituida por la diferente correlación de fuerzas
entre los grupos enfrentados en la escena social y que en suma es la que
determina quién impone su dominio, los “vencedores”, o sea quiénes la hacen
suya en una determinada situación y a qué finalidad la somete
En el propósito de historizar lo indiscutible, se
accede a una verdad reprimida que al ser rescatada, provoca un gran ruido
endiablado, una verdad que respecto a lo sacralizado en el presente es una
blasfemia, ahonda realmente en verdades veladas que para el presente es un
escándalo. Esta verdad no es sino su historia; el contenido de esta
verdad perversa es la historia de los valores, y en definitiva, la historia del
presente. Así los valores son repensados como materia maleable al servicio de
grupos humanos confrontados en el marco
de un proceso histórico constituido por la explotación, las relaciones de
dominio, la dehiscencia política, la ley como excepción, la corrupción, la
degradación, el circo jurídico, la híper naturalidad del perjurio, y donde el
rasero es el dinero como dijo alguna vez Nancy. En suma una irracionalidad
esencial que disuelve el carácter de realidades en sí atribuido a los valores
morales
En la Historia la regla es la irracionalidad del azar,
una violencia e irracionalidad originarias que el eterno devenir reproduce
eternamente. Esa irracionalidad constitutiva de la historia disuelve la falsa
sustantividad del presente que demuestra su extrema fragilidad frente a un devenir
ineluctable
Lo “impolítico” nietzscheano, en tanto crítica
del ser-valor de la dimensión de lo
político, puede articularse como el desocultamiento crítico de los valores y
conceptos en que se funda el pensamiento político moderno como en el señalamiento
de sus contradicciones y en el anuncio de su fatal disolución ya que no hizo
crítica de la política sino de la economía moral aunque se dé la convergencia
de ambas en la crítica de la equivalencia y de la indiferencia general
Pensar lo político bajo el horizonte actual de
desfundamentación muestra la insuficiencia de que adolece y la carencia de
respuestas. La “gran política”, además
de un estadio crítico representado por lo “impolítico” y por la deconstrucción
nihilista, posee una faceta afirmativa que es la de iluminar todo aquello que
ha quedado oculto
Nietzsche es un Nombre, es Fuente de pensamientos que lo piensan y en la actualidad es posible reconocer una conciencia de nihlismo como horizonte cultural de la época que constituye el temple y el destino de nuestra modernidad ya entrevistos por el mismo Nietzsche, así como también las preguntas y desafíos de estos tiempos acerca de cómo seguir pensando lo político. Pero Nietzsche no es quien produce el nihilismo, sino que lo advierte. Por eso da qué pensar. No es un llamado a desesperar sino una convocatoria a la acción y un compromiso para la acción. La afirmación nietzscheana no teme ni tampoco elude la negación, pero ese "no" es de sentido contrario a la dialéctica porque rechaza todo lo que configura a la negación como motor o fuerza trascendente
En primer lugar surgen las críticas de Nietzsche a la modernidad y a sus aspectos políticos que conducen a calificar la política como sin fundamentos. Así lo “impolítico” lejos de representar un rechazo de lo político como desvalor aparece como crítica radical en cuanto afirmación de valores; adoptar la filosofía como forma de resistencia, la gran herencia. Así Deleuze reafirma la afirmación nietzscheana: toda construcción es un proyecto de edificación y demolición:
Yo hago, rehago y deshago mis conceptos a partir de un horizonte movedizo, de un centro siempre descentrado, de una periferia siempre desplazada que los repite y diferencia
Rehacer y deshacer forman parte de un hacer supremo, el Devenir
Lo
impolítico se articula en el reconocimiento del desocultamiento crítico de los
valores y conceptos como también en sus contradicciones y en el anuncio de su
irremediable disolución
Cuando la verdad entra en lucha contra la mentira de milenios, sufriremos
conmociones semejantes a ésta, y la Tierra se agitará… El concepto de política
de habrá agotado por completo en medio de una guerra de espíritus, y todas las
formas del poder, saltarán por el aire
Desde el lenguaje de la política sin fundamentos
¿de qué modo podemos hacernos cargo de su perturbador diagnóstico?
Decir con él que los más fuertes serán los más
mesurados, los que no necesitan dogmas extremos o simplemente tener los ojos
bien abiertos y observar cómo la cosa procede como único respiradero posible, la
única puerta estrecha que nos queda
Así la relectura de Nietzsche oscila entre el nihilismo que
ilumina el vacío ontológico de la fundamentación y la autoafirmación de una voluntad
que crea e introyecta sentido – que nos aproxima – si es que no aceptamos el
vacío posmoderno de su significado – al terreno filosófico de una teoría
decisionista, una posible proyección política del diagnóstico epocal por él
realizado. Vacío y voluntad se nos aparecen como el reenvío de lo político al
reconocimiento de su intrínseco nihilismo. Sin embargo debemos sumarle la irrupción de un fenómeno en el ámbito político
que por razones históricas no pudo
prever en toda la envergadura de su significado, el poder como oscilación entre
disciplina burocrática e innovación abismal, entre el cálculo racional y el
tiempo oportuno de la decisión. Nihilismo y tecnología dejan la puerta
abierta a una posible respuesta decisionista
El decisionismo es una teoría política para la cual una decisión política
existe independientemente de la corrección de su contenido…normativamente
considerada nace de la nada…y corta la decisión ulterior…Esta teoría niega la
capacidad de verdad de las cuestiones políticas y concibe su respuesta como un
asunto de las decisiones de poder
“auctoritas, non veritas, facim legem” cita de Hobbes
fácilmente reconocible en nuestras latitudes
El Estado de a poco va deviniendo en un
compromiso, una válvula de seguridad administrativa sometida a la moral
individualista del derecho privado y a las leyes del mercado. La intensidad de
la relación entre técnica y política es central en la concepción decisionista
del poder ya que partiendo de este diagnóstico y de la conjunción nietzscheana
entre crítica del fundamento y voluntad se da cuenta de lo político en la era
del nihilismo y de la técnica
La esencia de la soberanía política se
manifiesta en la capacidad de trazar la división entre “amigo” y “enemigo” que
es simplemente el otro, el extranjero y es siempre el enemigo público, no el
privado: soberano
es quien en el estado de excepción de este tiempo agonal que nos exige” dirimir
“y “dividir”, decide
La decisión no implica referencia alguna a un fundamento; arraigada en el terreno de una voluntad que se autoafirma existencialmente, no reconoce tras de sí texto alguno desde el cual fuese posible trazar una continuidad legitimante: normativamente considerada nace de la nada, dado que la validez de lo político, en tanto decisión abismal, no depende de ninguna estructura jurídica ni institucional, es casi una creación ex nihilo. Esta teoría implica numerosos riesgos, el principal la sombra de un autoritarismo sin límites que se proyecta en una especie de sadismo de la Ley, donde uno solo - el que sustenta el poder- goza de los beneficios a costa del sufrimiento de los otros
Si bien aquí se reconoce la huella nietzscheana de la crisis de los fundamentos, el
reconocimiento del vacío sobre el que se yergue la decisión política y la
voluntad - una huella verificable Hoy en toda su intensidad y que lo convierte
en una de las fuentes ineludibles para comprender las tinieblas que nos rodean - cabe aclarar que el pensamiento de Nietzsche no se identifica con el decisionismo ni establece una relación de consecuencia lógica con éste. Su grandeza consistión en hacer de la negación una forma de afirmatividad: la negación en lo positivo
Nietzsche es la respuesta a la Modernidad
discursiva. Lo que designó como transvaloración de los valores no significa su
desvalorización o destrucción sino la reinvención de los actos de evaluación en
la invención de otro hombre o de algo distinto del hombre demasiado- humano
Debemos redescubrir lo que
quiere decir “sagrado” para nosotros, lo que resulta extranjero a lo
humano-demasiado-humano: el sentido de lo inconmensurable, el sentido en que
somos irreductibles tanto a los valores comerciales como a los derechos y
saberes que poseemos. Un hombre no vale por otro, son iguales en su equivalencia
pero no intercambiables ni como objeto ni como sujeto. Lo que tenemos en común
es lo incomparable
J-L Nancy
Agosto 2020