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21 - La raiz de las cosas
Somos individuos escindidos, habitados por una fisura interior irremediable, una apertura que conecta con un afuera infinito, una excedencia de tiempo y espacio inadvertidos, una brecha por donde el misterio transita y abre un umbral, y ese umbral que se abre es lo que nos mira en lo que vemos.

Es allí en la delgadez de ese límite donde se manifiesta el relámpago de su paso. Brilla de un destello que no dura

Hay toda una escritura secreta, ajena y subversiva en torno al umbral - ese espacio-tiempo entre un mundo en exceso y un exceso de mundo - que rechaza la simplificación de la vida, enfrenta y afronta la exuberancia del tiempo, de la creación, de la poesía, en un estado de auténtico desarraigo, de permanente inquietud. Es un tajo en el devenir capaz de romper con la ilusión de la duración, quebrantar la realidad. Un presente vivo, abierto

Vivir en la cotidianidad implica deseos incolmables que fundan el más-acá del hombre y su dolor inextricable. Su más-allá habita la ausencia, la herida de donde provenimos, un exceso de intensidad, una codicia de sentido. Y la poesía es un acceso a ese sentido ausente constantemente dilatado, que más que acceso al sentido es un acceso de sentido

 

la flecha toca en la noche una cosa

que se vuelve su blanco

un sentido somos

ávido de signos

 

Aparecemos en el vacío de los signos y envolvemos la herida de mundo, pero la realidad está quebrada. Lo Real es la llaga, el desgarro y querer suturarla es abdicar del destino trágico, que se filtra a través de las fisuras que olvidamos sellar. La poesía nos estrena los ojos, pone entre comillas a la realidad y suspende la obviedad de nuestro a priori del mundo. Es un intervalo entre la carne y el tiempo, un gesto cargado de destino que vive de la lucidez desapegada de todo. Es la herida que no cierra, la excedencia que abre, y al igual que el destino trágico, es fatalmente ajena a cualquier intento de cuestionarla, un escándalo permanente, una pregunta siempre abierta. Ser en la herida es el modo de ser trágico. Ser en la excedencia es el abrirse del poema

 

No escribimos más que de la ausencia. La palabra está sobrecargada de nada

 

Toda la existencia sirve a lo trágico, sirve al hombre, es su abismo, su duelo con la vida, su incompatibilidad embriagadora, así como la poesía lee la realidad a contrapelo y nos hace vislumbrar hasta el polvo de los huesos, disciplina los ojos que suelen distraerse de la gravedad y el misterio de la vida y percibe lo real, luz negra, luz ácida que pulveriza el mundo. Lo trágico y la poesía se hermanan en una brutal zona de desacomodamiento

El vacío de sentido expone el sin-sentido de querer soslayar el dolor de la vida pero lo que hay de trágico en el hombre es simplemente su cualidad de ser. El sentido trágico de la existencia es ni más ni menos que la medida incontestable del ser humano, su estatura, y la poesía  le da voz a esa ausencia de sentido que es el alimento eterno de los hambrientos incumplidos de absoluto. El poema asoma en el vilo del mundo que se ha vuelto demasiado. Mientras el lenguaje dibuja la realidad, la poesía la borra, desbaratando la mirada simplificadora de la costumbre y reduciendo a escombros la falsa claridad que nos sostiene, destruyendo toda la significación que nos inventamos y rescatando así la honestidad del lenguaje

Atravesamos puentes entre escrituras desde un lugar excéntrico. Somos paradojas, intervalos discontinuos, gestos suspendidos y perplejos en el tiempo untado de conceptos para explicar la realidad, mientras en la poesía resplandece la verdadera continuidad de todo lo que existe, la raíz eterna de las cosas

Solo la poesía puede regresarnos al soliloquio del alma


2016