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326 - La fuerza insurgente
Sabemos que no nacimos por generación espontánea, somos históricos - creaciones históricas - coágulos de un exterior híper interpretado, dispositivos más que convenientes para la manipulación política

¿Qué pasa en el mundo?

 demasiado de todo, demasiado de nada


¿Qué le falta al mundo?

 Grandeza


¿Qué es la grandeza?

La envergadura del alma

El élan vital deleuziano

El espíritu


Siglos antes, el hombre pertenecía a una especie abstracta, universal, era algo como un soporte esquemático, sin rasgos, de donde  pendían los derechos humanos, una réplica des - encarnada de la naturaleza, así la raza, la clase, el género, la geografía, la religión, la etnia, el lugar histórico, eran datos desechables de los que había que liberar al entendimiento con miras al beneficio de un juicio moral objetivo y ecuánime y una visión clara y distinta de las cosas. Tal visión aséptica era apta para todos, dado que permitía a la razón escapar de las constricciones  y de las estrecheces de una perspectiva encarnada, hacia un sujeto a - histórico, a una visión desde ninguna parte

En las concepciones etnocéntricas, por ejemplo los mapas se trazaban desde el cuerpo. Contemplaban el mundo agarrados del suelo, encerrados en los límites inabarcables e irreductibles de la inmediatez de su empiria, una espiritualidad que se manifestaba en la construcción social, cultural e histórica situada. Nosotros, en cambio, trazamos los mapas a vuelo desde el aire, o, en otras palabras más esclarecedoras, con un desapego universal, a partir de instrumentos ajenos al cuerpo que aparentemente lograban una visión sin centro y configuraban, desde la libertad, un territorio más verdadero y manejable. El etnocentrismo es explicable porque su centro es su etnia, una posibilidad de construir una visión más totalizadora - no totalitaria - y cósmica de la existencia que redunda en una otra manera de vivir, desde perspectivas no solo teóricas sino éticas y políticas

El sujeto humano está fragmentado por la historia ha dicho Marx, por lo que la razón debería ser reemplazada por la crítica de las ideologías para así dejar al descubierto los intereses concretos e históricos de la clase social dominante. La clase, la raza y el género fueron un arma poderosa de desmitificación que desnudó el mito de lo humano y su aparente neutralidad

Las historias oficiales  de todas las instancias que conformaban la cultura occidental fueron sometidas a una reconstrucción radical, y lo que había sido privilegiado por la cultura de Occidente debía ser visto como producto de individuos históricamente situados con intereses de clase, raza y género muy particulares. Así se crearon totalizaciones, es decir, falsas unidades a partir de elementos heterogéneos relegando otros a la marginalidad y a la invisibilidad

La clase dominante se define a sí misma  y crea su mundo a partir de la definición de minorías marginales. La identidad occidental pareciera necesitar la invención de la alteridad, creación de almas que sintonizan y suman

Las relaciones de poder no las hallamos en las relaciones del Estado con los ciudadanos o en la frontera de las clases, y tampoco se limitan a reproducir la forma general de la ley o el gobierno en el nivel de los individuos, sus cuerpos, gestos o comportamientos,  

ese poder se ejerce más que se posee. No es el privilegio adquirido o conservado de la clase dominante sino el efecto conjunto de sus posiciones estratégicas

 

Este poder ya no es el conjunto de las instituciones y dispositivos que garantizaban la sujeción del individuo a un Estado ni el sistema de dominación ejercido por un grupo o una clase sobre otros. El poder es omnisciente y omnipresente. Omnipresente, no porque tenga el privilegio de fusionar todo bajo su poderosa fuerza de unión sino porque se está produciendo a cada instante en todos los puntos o más bien en toda relación de un punto con otro, está en todas partes porque viene de todas partes. Es la red inmanente de las relaciones de poder

Hay un abismo entre los explotados y el sector social dominante,  entre ambos polos hay un vacío. Este espacio vacío constituye el asiento imaginario de la ideología, el lugar donde reposa la nada hiperactiva de las masas silenciosas que apoyan y legitiman el poder establecido

 

Si bien es cierto que la ideología se instala en un espacio teórico imaginario, en la realidad social se derrama con una materialidad sólida sobre las contradicciones sociales y culturales. Los antagonismos sociales generan un aparato mediador de trasposición y sustitución de funciones cuya importancia es decisiva para la reproducción de la explotación y del poder político

En medio de toda esta precariedad ética, la espiritualidad parece ausente y más, una dimensión casi desconocida, pero yendo al núcleo de la cuestión y despejando lo que proyecta con tan solo nombrarla, lo curioso es que esta reacción solo evidencia el desconocimiento de lo que somos y la profunda desconexión que nos vive. No obstante, y traduciendo la profunda espiritualidad de los pueblos ancestrales,  es la forma más alta de la conciencia política y un camino para la liberación

de la subjetividad y de las sociedades, un modo otro de construir sentido: formas distintas de sentir, de pensar, de interactuar y de posibilitar la superación de esa visión fragmentada y fragmentaria de la realidad heredada del racionalismo cartesiano

Deriva del latín “spiritus” que remite a aliento, viento fuerte, indomable, libertad. Los conceptos y las epistemes no pueden explicar esa energía; el espíritu trasciende nuestra humanidad y nos lleva no a un reino “más allá”, sino a un “llegar -más –lejos” de nosotros y de la realidad de la que formamos parte

Esta mirada destruye el lugar común de creer que solo las religiones o el misticismo tienen el privilegio de la espiritualidad

Es preciso considerar la dimensión política de la espiritualidad así como la concepción espiritual de la política como parte de una concepción integral de la vida que nos permitiría comprometernos con y para los demás y vivir más allá de la estricta individualidad. Solo mencionar hoy  la espiritualidad en la política parece una boutade, dado la profunda deslegitimación y descrédito que aqueja a esta última, ya que es nada más que lucha por el poder, y no una acción individual o colectiva que busque cambiar la vida; es solo una confabulación de estrategias e intrigas para acceder y mantener el poder

La política se espiritualiza cuando hace de la existencia su horizonte y de este modo no solo realiza transformaciones sociales y estructurales sino sobre todo cambios radicales en nuestras subjetividades. Es necesario pensar en las dimensiones invisibles, en aquellas cosas que acorralan nuestras subjetividades, una de las formas más perversas de la colonización del poder. Así, una de las dimensiones más descuidadas de la política es la necesidad de reconstruir y liberar primero nuestra subjetividad, pues si no la transformamos primero, de nada servirán los cambios estructurales

El espíritu, es también el escenario de una lucha de sentidos, y por tanto, no anda lejos del poder, y, en consecuencia, está atravesada por él y puede ser usado para legitimar y naturalizar sus manifestaciones, y quedar reducido a ser funcional a aquellas religiones hegemónicas que mantienes relaciones con el poder y la  convierten en un instrumento ideológico para la colonización de las almas, o quedar reducido a una visión New Age, o a espiritualidades light, que después, bucle mediante, son tomadas por el sistema capitalista, empobreciendo y degradando su posible sentido y su potencial político liberador

Mientras el sentido falocéntrico de Occidente -que explica el carácter violento y dominador con que históricamente ha ejercido su poder para imponer su modo civilizatorio en nombre de la razón - desacraliza el mundo y transforma a la Tierra en un recurso para la acumulación de capitales, la espiritualidad  hace posible la recuperación de la dimensión femenina del alma  que fuera condenada y reprimida por el poder para ejercer su dominio.

A pesar de la mala prensa que hoy ostenta frente a la happycracia, no remite solo a la dimensión contemplativa de la vida, ni desmedra la alegría, el amor, las pasiones, el erotismo, sino que es una energía interior que mueve a la acción, que hace posible que asumamos un compromiso militante en la lucha por la transformación del mundo. Nos plantea otra forma de alteridad, una alteridad cosmobiocéntrica. No  es una cosmovisión sino una cosmoexistencia.  Simplemente, es una fuerza para sacudir la modorra del anclaje al facilismo. No ofrece respuestas únicas y verdades absolutas a los grandes misterios de la existencia sino que más bien nos acerca a las preguntas trascendentes que no tienen respuestas definitivas, lo que acrecienta nuestra conciencia de la fragilidad del Planeta y nuestra conciencia de cómo podemos influir en su devenir

En sí misma, la espiritualidad sería una respuesta política frente a la vida y  permitiría superar la visión teocéntrica, antropocéntrica y humanista del mundo que ha servido para legitimar el poder, y si nos enfocamos justamente en el régimen que nos gobierna, la democracia formal hegemónica, ésta no pasa de ser un hecho instrumental en donde se obliga a la gente a pronunciarse sobre aquello que le interesa al poder, pero en ese juego de poderes, las necesidades no solo materiales, y menos las espirituales y peor las de la vida, son totalmente ignoradas, por eso es imprescindible recuperar el poder de la espiritualidad, esa fuerza insurgente transformadora que el poder quiso destruir y usurpar para que le fuera más fácil colonizar todas las dimensiones de la existencia

 

La única libertad que conozco es la del espíritu


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Setiembre 2020