Lejos de ello, hoy, el cuerpo de la modernidad es
el lugar del quiebre, el que remite a la ruptura del sujeto con los otros, a la
entronización del individuo como eje de un pensamiento positivista que
desconsideró todo saber previo sobre el cuerpo
En el siglo XX emerge una visión oscura y tortuosa
de lo orgánico en algunos autores que plasmaron un contra discurso
reivindicatorio de la parte maldita ligada al dolor y a la muerte en contra del
de quienes defendían el arquetipo del ideal excluyente de belleza, el cuerpo
narcisista, un antecedente insoslayable de las instancias que rodean la
corporalidad hoy. La sociedad occidental también privilegió la distancia física
y la mirada por sobre cualquier otro sentido, y en ese negar otros sentidos
pareció existir el deseo de olvidar el cuerpo como precario y perecedero, de
desaparecerlo y de sustraerlo a la mirada de la sociedad
El cuerpo instaura una sensibilidad que rige una
sociología de los sentidos y la atención que genera dispara continuamente
imaginarios que lo reafirman como signo del individuo, como el lugar de la
diferencia
A pesar de su omnipresencia y de las prácticas y
ritos que demanda su impecabilidad, desde otra mirada, el cuerpo humano está en
franca decadencia, ha sido abducido del escenario de la vida cotidiana por un
sistema que lo recorta de todas sus imperfecciones y lo lanza al reino ideal de la belleza canonizada. Considerando los
prejuicios que perturban la proximidad con los otros, en primer lugar el de atentar
contra el modelo establecido - que hasta provoca cierta culpabilidad en quienes
no lo logran - el sentimiento difuso entre el rechazo y la vergüenza ante los
minusválidos, esa especie de fuga frente a la situación de los marginales, los
indigentes, los distintos, los “anormales”, ese pánico a que la miseria se
salga de su territorio, de su gueto e invada la exclusividad con lo
impresentable, todo pauta una única” normalidad”, la del cuerpo sano, perfecto,
cuidado y bien vestido. Basta observar la reacción de un visitante al shopping
ante la intrusión de lo que hoy podría llamarse un “descastado”. Todo un
discurso político. Paradójicamente lo que realmente debería llamar la atención
son los cuerpos de los anuncios en los que el Photoshop hace realidad los
sueños imposibles de la mayoría y que se percibe en la representación de esos
cuerpos imaginarios como una photoshopización de la memoria. Es como si la
cosmética se hubiera comido a la estética (Neuman)
Según Emmanuel Lévinas, la vergüenza no deriva de
la conciencia de una imperfección o de alguna carencia de nuestro propio ser frente
a la que establecemos la distancia- como en la doctrina de los moralistas –
sino en la imposibilidad de nuestro ser para desolidarizarse de sí, en su
absoluta incapacidad para romper consigo mismo. Lo que es vergonzoso es nuestra
intimidad, nuestra presencia ante nosotros mismos. No revela nuestra nada sino
la totalidad de nuestra existencia
Lo que la vergüenza descubre es el ser que se descubre
En la vergüenza, dice Agamben, el sujeto no tiene
otro contenido que su propia desubjetivación, se convierte en testigo de su
propio perderse como sujeto
En las ciudades principalmente se revela no solo
el borramiento del cuerpo humano real, abstractizado hasta llegar a convertirse
nada más que en un signo de belleza y perfección, sino que, aunque nuestra mirada
perciba el real imposible, nos situamos consciente o inconscientemente en medio
de un deslizamiento de sentidos, símbolos y ficciones que conforman nuestro
propio laberinto del que resulta difícil salir indemne, ya que como afirma
Deleuze, no nos sentimos ajenos a nuestra época, sino que contraemos con ella
continuamente compromisos vergonzosos, ya que la vergüenza de las posibilidades
de vida que se nos ofrecen surgen de dentro
Se lucha por el ser reconocido, por una máscara
que coincida con la personalidad, con la identidad que la sociedad le reconoce
a todo individuo, con el personaje que le otorga. De esta manera la sociedad va
adhiriendo a esa máscara social y todos van convirtiéndose en actores de la
misma representación
Pronto llegará el día, advierte Epícteto, en que los actores creerán que
sus máscaras y sus vestidos son ellos mismos
Así el
cuerpo imaginario imposible se transmuta en metáfora social, en símbolo de las
estrategias de ocultamiento/desocultamiento: hay cuerpos que se ven y otros que
no se ven o que es “conveniente” que no se vean. Además, la cultura de la imagen
potencia un distanciamiento del propio cuerpo, lo fantasmático urbano
La estética se plantea la belleza y sus sentidos, la cosmética la
reproducción mecánica de un modelo impuesto que nadie discute (Neuman)
Aunque el cuerpo haya sido ocultado y vedado, no
obstante, resiste a través de las técnicas de codificación que lo hacen
inasequible y potencian aún más su inasibilidad. Convertido en consumidor, el
individuo desaparece en su corporalidad, ya que el consumismo no se dirige al
cuerpo sino a un simulacro esquematizado, a un signo abstracto, una reducción
de lo real a cenizas, la desmaterialización de un cuerpo que debe encajar en el
circuito académico de la moda. Ese cuerpo así evadido solamente es incluido en
los lugares de exclusión - los hospitales,
los psiquiátricos, las zonas de extrema pobreza de los “sin techo”, los campos
- allí sí aparece como inclusión, lo humano hospeda nuevamente el cuerpo y se
hace visible como irrupción de lo real
Allí, el imaginario cambia radicalmente, se
sustraen las abstracciones citadinas, la excitación dirigida, las emociones
formateadas por los medios, las emociones que mutan en bienes y abalorios,
emociones frías que banalizan el deseo, una cultura de la entropía de lo
esencialmente humano. Allí. en ese estado de excepción. se instala la desnudez
Hoy no hay un más acá del cuerpo, sea el de quien sea, un más acá de las marcas culturales
Hoy el cuerpo es sometido a su hibridación, a su
fragmentación e incluso a su vaciamiento. Lo natural le ha sido sustraído. El
uso y abuso de su imagen aumenta nuestro desasosiego ante un cuerpo que sabemos
en constante reestructuración y diseño, escindido entre lo natural y lo artificial
Unas líneas de Jean-Luc Nancy iluminan magistralmente
la situación de la corporalidad en estos tiempos,
El cuerpo es una certidumbre confundida hecha astillas
El desnudo no publicitario nos incomoda, como si
fuera un desnudo diferente del publicitario, dice López Gil, ya que la
mediación de la publicidad es una abstracción y deja sus marcas. En cambio, el
desnudo del “loco” o del indócil social nos resulta casi impúdico, lascivo. De
ahí el esfuerzo para invisibilizarlo
El cuerpo es un lugar privilegiado para la batalla
social, la verdad del sujeto hoy es su exterioridad, su exposición aumentada:
el cuerpo volcado hacia afuera
Hay un adiestramiento basado en la seducción, en
el que se asocia perversamente la belleza y el canon de lo que debe ser. Y el
lenguaje es el encargado de traducirlo. Hay una ablación del discurso y un
olvido de la memoria del cuerpo que coadyuva y colabora en la plasmación de un
ideario de belleza excluyente. Se inventa una realidad en base a metáforas cuyo
significante es un sentido siempre ausente Es preciso deconstruir esas
metáforas que cierran y clausuran, desarticularlas para descentralizar la
mirada y reenfocarla nuevamente, releer el cuerpo para rescatarlo: no tenemos un cuerpo,
sino que somos cuerpo
La piel es nuestro sentido más extenso. El cuerpo es la extensión del alma
hasta las extremidades del mundo y hasta los confines de sí, el uno en la otra
intrincados e indistintamente distintos
Noviembre 2020