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334 - Una certidumbre confundida
Nosotros occidentales, a raíz de nuestro modo dualista de concebir las cosas, podemos distinguir al ser humano del espesor de su cuerpo, a diferencia de las sociedades tradicionales, de los pueblos del origen, para quienes la sustancia que conformaba a todos los seres era una misma urdimbre, un mismo tejido de distintos motivos que no alteraban la textura común


Lejos de ello, hoy, el cuerpo de la modernidad es el lugar del quiebre, el que remite a la ruptura del sujeto con los otros, a la entronización del individuo como eje de un pensamiento positivista que desconsideró todo saber previo sobre el cuerpo

En el siglo XX emerge una visión oscura y tortuosa de lo orgánico en algunos autores que plasmaron un contra discurso reivindicatorio de la parte maldita ligada al dolor y a la muerte en contra del de quienes defendían el arquetipo del ideal excluyente de belleza, el cuerpo narcisista, un antecedente insoslayable de las instancias que rodean la corporalidad hoy. La sociedad occidental también privilegió la distancia física y la mirada por sobre cualquier otro sentido, y en ese negar otros sentidos pareció existir el deseo de olvidar el cuerpo como precario y perecedero, de desaparecerlo y de sustraerlo a la mirada de la sociedad

El cuerpo instaura una sensibilidad que rige una sociología de los sentidos y la atención que genera dispara continuamente imaginarios que lo reafirman como signo del individuo, como el lugar de la diferencia

A pesar de su omnipresencia y de las prácticas y ritos que demanda su impecabilidad, desde otra mirada, el cuerpo humano está en franca decadencia, ha sido abducido del escenario de la vida cotidiana por un sistema que lo recorta de todas sus imperfecciones y lo lanza al reino ideal  de la belleza canonizada. Considerando los prejuicios que perturban la proximidad con los otros, en primer lugar el de atentar contra el modelo establecido - que hasta provoca cierta culpabilidad en quienes no lo logran - el sentimiento difuso entre el rechazo y la vergüenza ante los minusválidos, esa especie de fuga frente a la situación de los marginales, los indigentes, los distintos, los “anormales”, ese pánico a que la miseria se salga de su territorio, de su gueto e invada la exclusividad con lo impresentable, todo pauta una única” normalidad”, la del cuerpo sano, perfecto, cuidado y bien vestido. Basta observar la reacción de un visitante al shopping ante la intrusión de lo que hoy podría llamarse un “descastado”. Todo un discurso político. Paradójicamente lo que realmente debería llamar la atención son los cuerpos de los anuncios en los que el Photoshop hace realidad los sueños imposibles de la mayoría y que se percibe en la representación de esos cuerpos imaginarios como una photoshopización de la memoria. Es como si la cosmética se hubiera comido a la estética (Neuman)

 

Según Emmanuel Lévinas, la vergüenza no deriva de la conciencia de una imperfección o de alguna carencia de nuestro propio ser frente a la que establecemos la distancia- como en la doctrina de los moralistas – sino en la imposibilidad de nuestro ser para desolidarizarse de sí, en su absoluta incapacidad para romper consigo mismo. Lo que es vergonzoso es nuestra intimidad, nuestra presencia ante nosotros mismos. No revela nuestra nada sino la totalidad de nuestra existencia

Lo que la vergüenza descubre es el ser que se descubre

 

En la vergüenza, dice Agamben, el sujeto no tiene otro contenido que su propia desubjetivación, se convierte en testigo de su propio perderse como sujeto

En las ciudades principalmente se revela no solo el borramiento del cuerpo humano real, abstractizado hasta llegar a convertirse nada más que en un signo de belleza y perfección, sino que, aunque nuestra mirada perciba el real imposible, nos situamos consciente o inconscientemente en medio de un deslizamiento de sentidos, símbolos y ficciones que conforman nuestro propio laberinto del que resulta difícil salir indemne, ya que como afirma Deleuze, no nos sentimos ajenos a nuestra época, sino que contraemos con ella continuamente compromisos vergonzosos, ya que la vergüenza de las posibilidades de vida que se nos ofrecen surgen de dentro

Se lucha por el ser reconocido, por una máscara que coincida con la personalidad, con la identidad que la sociedad le reconoce a todo individuo, con el personaje que le otorga. De esta manera la sociedad va adhiriendo a esa máscara social y todos van convirtiéndose en actores de la misma representación

Pronto llegará el día, advierte Epícteto, en que los actores creerán que sus máscaras y sus vestidos son ellos mismos

 Así el cuerpo imaginario imposible se transmuta en metáfora social, en símbolo de las estrategias de ocultamiento/desocultamiento: hay cuerpos que se ven y otros que no se ven o que es “conveniente” que no se vean. Además, la cultura de la imagen potencia un distanciamiento del propio cuerpo, lo fantasmático urbano

La estética se plantea la belleza y sus sentidos, la cosmética la reproducción mecánica de un modelo impuesto que nadie discute (Neuman)

 

Aunque el cuerpo haya sido ocultado y vedado, no obstante, resiste a través de las técnicas de codificación que lo hacen inasequible y potencian aún más su inasibilidad. Convertido en consumidor, el individuo desaparece en su corporalidad, ya que el consumismo no se dirige al cuerpo sino a un simulacro esquematizado, a un signo abstracto, una reducción de lo real a cenizas, la desmaterialización de un cuerpo que debe encajar en el circuito académico de la moda. Ese cuerpo así evadido solamente es incluido en los lugares de exclusión -  los hospitales, los psiquiátricos, las zonas de extrema pobreza de los “sin techo”, los campos - allí sí aparece como inclusión, lo humano hospeda nuevamente el cuerpo y se hace visible como irrupción de lo real

Allí, el imaginario cambia radicalmente, se sustraen las abstracciones citadinas, la excitación dirigida, las emociones formateadas por los medios, las emociones que mutan en bienes y abalorios, emociones frías que banalizan el deseo, una cultura de la entropía de lo esencialmente humano. Allí. en ese estado de excepción. se instala la desnudez

Hoy no hay un más acá del cuerpo, sea el de quien sea, un más acá de las marcas culturales

 

Hoy el cuerpo es sometido a su hibridación, a su fragmentación e incluso a su vaciamiento. Lo natural le ha sido sustraído. El uso y abuso de su imagen aumenta nuestro desasosiego ante un cuerpo que sabemos en constante reestructuración y diseño, escindido entre lo natural y lo artificial

Unas líneas de Jean-Luc Nancy iluminan magistralmente la situación de la corporalidad en estos tiempos,

El cuerpo es una certidumbre confundida hecha astillas

 

El desnudo no publicitario nos incomoda, como si fuera un desnudo diferente del publicitario, dice López Gil, ya que la mediación de la publicidad es una abstracción y deja sus marcas. En cambio, el desnudo del “loco” o del indócil social nos resulta casi impúdico, lascivo. De ahí el esfuerzo para invisibilizarlo

El cuerpo es un lugar privilegiado para la batalla social, la verdad del sujeto hoy es su exterioridad, su exposición aumentada: el cuerpo volcado hacia afuera

Hay un adiestramiento basado en la seducción, en el que se asocia perversamente la belleza y el canon de lo que debe ser. Y el lenguaje es el encargado de traducirlo. Hay una ablación del discurso y un olvido de la memoria del cuerpo que coadyuva y colabora en la plasmación de un ideario de belleza excluyente. Se inventa una realidad en base a metáforas cuyo significante es un sentido siempre ausente Es preciso deconstruir esas metáforas que cierran y clausuran, desarticularlas para descentralizar la mirada y reenfocarla nuevamente, releer el cuerpo para rescatarlo: no tenemos un cuerpo, sino que somos cuerpo

 

La piel es nuestro sentido más extenso. El cuerpo es la extensión del alma hasta las extremidades del mundo y hasta los confines de sí, el uno en la otra intrincados e indistintamente distintos

 

 

 Noviembre 2020