Código desconocido. Relatos incompletos de unos
viajes inacabados
Michael Haneke. Año 2000
El cine de a poco ha ido cambiando sus pautas, su discurso, y por ende a su espectador, que ya no espera una peripecia individual entre el bien y el mal a través de un viaje iniciático en la búsqueda de sí mismo, sino que sabe que va a enfrentarse a una especie de teorema, de hipótesis del mundo que se ha quedado en la demostración sin poder concluir nada, salvo la pérdida de un código, ¿un sentido?
El austríaco Michael Haneke transita este cine desde su médula, y en Código desconocido nos presenta un mundo fragmentado, desgarrado, tajado, mediante - literalmente - “golpes” de fundidos en negro que nos dejan “a oscuras” con solo interrogantes como saldo
Cada fragmento es perturbador y las circunstancias que atraviesan los personajes son las mismas que vive el espectador todos los días. Allí está la clave, no se muestra algo “extraño”, se muestra la cotidianidad de seres confundidos, replegados en sí mismos, en su propia egodisea, a un ahí de la agresión, de una violencia gratuita que cala sigilosamente en nuestra cotidianidad, nuestro aire, viciado e invisible; y Haneke lo pone en escena como si fuera un calvario profano donde todos y cada uno llevan una cruz sin redención posible: seres discriminados, familias destruidas, adolescentes sin rumbo, padres refugiados en su impotencia, parejas entre el encuentro y el desencuentro, entre la pasión fácil y la convivencia imposible
Todo transcurre en un tiempo cuantitativo que fuga estérilmente sin su verdadera dimensión de presente vivo, sin esa posibilidad de desolidarizarse de sí mismos, en un mundo cuesta abajo sumergido en la des-humanización. Los personajes circulan unos junto a otros pero falta el uno con los otros, el unus numerosus, el ser-con, nuestra naturaleza más esencial. Es el tiempo que se salió de sus goznes y hoy el ser humano se olvidó que se olvidó de ser, y ya ni tiene conciencia de lo que perdió, no sabe lo qué es
En Código solo se perciben unas pocas luces titilantes en la oscuridad, las de las almas que aún tienden la mano. Y estamos hablando del año 2000
Es un film para sentir, que pide un tiempo para convivir con la perplejidad, con la angustia sin sentido de lo que vemos, un tiempo para reconocernos en ese trajín caótico subrayado por el ritmo febril de los tambores cada vez más atronadores que parecen estar allí para despertarnos, un tiempo que exige pensar desde el desastre del pensamiento, no recostado sobre su historia. Cada secuencia es un martillazo nietzscheano sobre el espectador, con una escritura cinematográfica de excelencia donde la puesta, saturada de palabras, sin embargo, apela al silencio, no explica, solo muestra lo más obvio de nuestra sociedad pero sin nombrarlo
Hay dos secuencias mudas, una quizá como preámbulo críptico de lo que vamos a ver y otra al final, como una cifra de lo que ya vimos. En la primera una niña en rol de mimo representa un enigma que los demás tratan de poner en palabras sin éxito y en la final, otra niña parece continuar buscando y sus gestos van dibujando algo indeterminado, algo que parece superarla y que sus brazos tratan de alcanzar sin lograrlo, seguido de una especie de soplo, un “fiuuuu”, un algo inasible se perdió fatalmente y quizá solo la inocencia lo intuye sin poder darle un nombre, pero es ese silencio, ese desastre del lenguaje, el que se espeja en la estructura del film. Es esa aproximación al gesto del origen, a la palabra que quiere asomar sin la carga semántica de los tiempos, naciente, desnuda
En el cine anterior, el espectador se acomodaba en la distancia que le imponía el director. Hoy esa distancia se ha quebrado y el film atraviesa su mirada exigiendo y al mismo tiempo rehusándose, esquivo, críptico, inaprensible. Pretende un desempoderamiento del espectador al decir de Haneke, un cine que plantee preguntas y no falsas respuestas, que clarifique la distancia en lugar de violar la cercanía y convierta todo en banalmente accesible, que provoque conflicto, y luego diálogo en lugar de consumo y consenso
Haneke parece no filmar con una cámara sino con un estilete que desmenuza las emociones, que nos desmenuza, que quiere nuestra cara más verdadera frente a lo que está mostrando, como en la secuencia del teatro donde a Binoche, amenazada de una muerte inminente, se le pide, justamente, su cara más auténtica
Hay muchas de estas “pistas”, Haneke no deja tan solo a su espectador como podría parecer
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Diciembre 2020