¿Somos capaces de pensar de manera tan difícil y
hasta vertiginosa? Es el gran interrogante que nos plantea Nancy en su libro Un virus
demasiado humano para lanzarnos una advertencia estremecedora, la de que
solo de esa manera vale la pena ocuparse de combatir el virus porque si no, nos
volveríamos a encontrar en el mismo punto, aliviados, pero prisioneros de la
probable llegada de otras pandemias
Es difícil hablar cuando la palabra deja ver su
pobreza, la precariedad de no poder decir. Hoy, toda palabra expone su
extenuación. No hay un saber garantizado, ni programa de acción o de
pensamiento disponible, afirma Nancy, para considerar que no hay
solidaridad que no tropiece con la necesidad de guardar distancias, ni
afirmación de universalidad que no deba tener en cuenta grandes diferencias
locales
No hay visión del mundo porque no hay un mundo
visible, ni tampoco perspectiva de porvenir, augura, porque se ignora el
desenlace que nos espera
Quizá solamente estemos seguros, nos dice, nada
más quede una cosa, de las enormes dificultades ecológicas o “econológicas” que
nos esperan y de cómo se reorientará el tema de las industrias y las técnicas. Por
otra parte, la palabra está abochornada por la pena y la tristeza, por la
conciencia de la amenaza de muertes que se añaden a las hambrunas, y a todas
las demás enfermedades y condiciones de vida infames
Se refiere también a las fisuras del sistema y
advierte sobre la creencia de que denunciando al viejo enemigo, se hubiera
exorcizado al diablo, pero se olvida, agrega, que ese diablo es muy viejo y
suministró el motor de toda la historia del mundo y el sentido de ser de una
sociedad. Y concede que ese mundo puede estar descomponiéndose, pero sin
suministrarnos nada para reemplazarlo
El avión, el cohete, el átomo, la heladera, la
baquelita, la penicilina, la cibernética, nos enumera, el progreso en suma,
también puso al mundo entero al régimen del valor mercantil y de un crecimiento
de la
distancia entre una riqueza que se incrementaba por sí misma y la pobreza que
ese incremento produjo como su residuo
El virus se transmite por un contagio mucho más
eficaz que el de los derechos, dice, evoca el derecho soberano de la muerte que
se ejerce sobre la vida porque forma parte de la vida. Es ese derecho el que probablemente
legitima en última instancia el derecho de todos a la misma existencia
Después de reflexionar largamente sobre la
selección social – discriminación - y las condiciones de vida, resume
crudamente: llega en avión con los ricos y va a
explotar entre los pobres y a continuación, un comentario que cruza la
lúcida sencillez y el cinismo - que de por sí es todo un discurso que estalla y
se incrusta en todos los sectores que “administran” la pandemia -: cuando se carece de agua, ¿cómo lavarse
frecuentemente las manos?
Aclara que lo que dice no es nuevo, y que en
general las opiniones anticipan limitada y frágilmente lo que vendrá, pero
recalca que lo que importa es el presente, es ahora, en medio del miedo y la tristeza,
cuando hay que preguntarse si sabemos lo que queremos, si comprendimos que lo
que está en cuestión es el principio mismo de la civilización, que la igualdad
no es una amable utopía sino una exigencia existencial, que la equivalencia
mercantil desemboca en una crueldad delirante y en lo que Marx, citando a
Lucrecio llamaba la mors inmortalis del capital
Nancy nos interpela allí, en nuestra misma
condición de seres en el mundo. Desde cualquier territorio de su escritura nos
encontramos con el núcleo vivo de su pensar, de pies a cabeza, entero, en el
sentido de ese mundo sin sentido
El aliento es lo que hace vivir, lo que el virus malogra.
Insta a volver a aprender a respirar y a vivir, simplemente, como los niños
Después de afirmar que el virus no es el mal en
sí, se permite decir que reúne de manera impactante los rasgos del mal y que la
crisis sanitaria de hoy no ha llegado por azar sino después de más de un siglo
de desastres acumulados. La considera una figura expresiva del vuelco de
nuestra historia, así como el progreso revela una capacidad de maldad
desde hace largo tiempo sospechada, pero que ahora fue comprobada. Toda la insistencia
para deconstruir la suficiencia del sujeto, de la voluntad, del humanismo,
quedó olvidado, pero Nancy considera irremediable reconocer que el hombre hace
daño a lo humano y si el mal está ligado a las desigualdades vertiginosas de
las condiciones, tal vez nada fundamente más a la igualdad que la mortalidad. No somos
iguales por un derecho abstracto sino por una condición concreta de existencia
Saber que somos finitos – de manera positiva, absoluta, infinita y
singularmente finitos y no indefinidamente poderosos – es el único medio de dar
sentido a nuestras existencias
Nancy apunta contra los neoviralistas, contra todo
lo que hablan sin decir, respecto a la inmunización natural, tratándola de “una sabia
disposición natural” que permite liquidar los virus liquidando a los” inútiles
y desdichados viejos”. En tono de pregunta cuestiona que si el problema
está en nuestra tecnociencia y en sus condiciones socioeconómicas de práctica,
entonces el problema radica en otra parte: en la concepción misma de la sociedad, de sus
finalidades y desafíos, porque cuando estigmatizan a una sociedad
incapaz de soportar la muerte, olvidan que ha desaparecido todo lo natural y lo
sobrenatural que permitían en el pasado relaciones fuertes y en definitiva vivientes con la
muerte
Del mismo modo que hay un mercado de las
mercancías, hay uno de la vida, de la enfermedad, de la vejez y de la muerte.
Quizá alcanzamos a comprender que no somos libres de la libertad mezquina del
sujeto seguro de sí y de sus derechos que se reducen al derecho de obedecer al mercado
de unos y a los caprichos de otros. Tenemos que inventar todo de cero. Incluso el
sentido mismo de nuestros derechos, de nuestra humanidad y de una “libertad”.
Ninguna filosofía pensó una libertad que fuera simple autonomía del individuo y
no inscripción de su existencia en un mundo infinitamente abierto más allá de
sí mismo
El conjunto de las crisis en las cuales estamos
cautivos procede de la extensión ilimitada del libre uso de todas las fuerzas
disponibles, naturales y humanas, con miras a una producción que no tiene otra
producción que ella misma y su propio poder. El virus viene a señalarnos que
hay límites. El neoviralismo no admite la solidaridad y las exigencias sociales
que se manifiestan de nuevos modos, quieren cortar de raíz toda veleidad de cambiar
este mundo autoinfectado, que no se amenace nada de la libre empresa y del
libre comercio, inclusive con los virus
Uno de los rasgos de este mundo es haber
descartado todas las formas de autoridad no libremente consentidas, desde el
derecho de esclavitud hasta el derecho divino o dinástico o de ejercer el
poder. Lo importante es que sea el individuo libre quien decida, reafirma. Esta
libertad requiere ser garantizada y protegida, por eso la única forma de
organización social y política que le conviene a la democracia es una libre
participación de todos en las decisiones según las cuales es garantizada la
existencia común. La comunidad así formada equivale a la coexistencia de los individuos
libres
Determina el imperio tanto individual como
colectivo de esa misma libertad. Esto responde a la única definición posible de
la libertad, la capacidad de no actuar sino según su propia decisión. Es lo propio de
un sujeto, su capacidad para autodeterminarse, por eso, podría decirse
que libertad y subjetividad son dos conceptos recíprocos y sustituibles y
responden a una dignidad ontológica
El único principio es la libertad, lo que
significa que también incluye la finalidad última. Somos libres para ser libres
Todo el resto solo está subordinado. Las producciones, las posesiones, las
acciones y las obras no son más que secuelas marginales de la libertad que se
afirma
Las críticas a la libertad, continúa, develaron
que las desigualdades de propiedad determinaban un uso desigual de la libertad
y que ese uso degradaba la libertad misma. La más sencilla e indispensable de
las libertades, la de procurarse la subsistencia, aparece como una comedia cuando unos
son libres de venderse en un mercado del trabajo y los otro libres de regular
de manera soberana o tiránica las condiciones de ese mercado. Con el
tiempo, historia la ruta del capitalismo aumentó la distancia entre la libertad
de los que toman las decisiones y la sumisión de quienes las ejecutan, en
cambio grandes espacios de libertad se abrieron en la forma de las elecciones
multiplicadas de bienes de consumo. A las medidas de confort y subsistencia, se
añadieron los esparcimientos, los bienes culturales y lo que sería una
absorción pasiva aunque adictiva, del gran espectáculo de esa sobreabundancia y
de nuestra dependencia con ella
La libertad se ha convertido en el uso recomendado de las imágenes de
nuestras capacidades de dominio y de satisfacción
Pero, ¿qué constituye la libertad, qué constituye
la propiedad esencial del ser supuestamente dotado de libertad? Se pregunta
Nancy
La autodeterminación plena y total nunca fue
pensada sino de un ser perfecto – Dios, Razón, Espíritu, Naturaleza, Historia –
pero nunca identificada con el hombre.
Nuestra cultura fue esquizofrénica: por un lado, debíamos ser libres, por
el otro sabíamos que no lo éramos
Por eso, no hemos dejado de hablar de liberación,
de independencia o de emancipación, o sea de operaciones que presuponen una
ausencia primigenia de libertad, de una libertad que no tiene ninguna propiedad
como la de un derecho del que se dispone, ni identidad alguna simple – “mi
libertad”, un pueblo “libre”, una obra “libre”, todo esto no existe sino
mezclado a todo cuanto la libertad quiere ignorar, que la rechaza y la obliga
Después de despejar el término libertad de todo lo
que la confunde, aclara, ante la pregunta de “si la filosofía está bloqueada
por el virus “que la filosofía nunca fue un arte de la sabiduría, es ante todo reconocimiento
de que la realidad escapa a toda captura, el reconocimiento del hecho de que no
puede haber conocimiento ni reconocimiento de esa escapatoria, y que, al mismo
tiempo es a ella o por ella a la que estamos verdaderamente destinados.
Esta destinación no constituye un destino en el sentido fatalista sino un
impulso, un empuje, nada que no se deba buscar ni detrás no delante de ese
envío. El ser humano es el que se aventura, y se arriesga, como decía Derrida, “destinerrancia”,
un destino para errar, la experiencia de ser despachado no solo a lo
desconocido sino a lo incognoscible
La pandemia es una suerte de espejo aumentado del
mundo. El virus es nuevo pero ninguna otra cosa es novedosa en esta crisis,
salvo el miedo, que hasta ahora estaba relativamente limitado por los campos de
las enfermedades mejor localizadas, de las posibilidades criminales o de los
atentados, pero no era un miedo difuso manifestado por gestos que alimentan una
ansiedad suplementaria, las máscaras, por ejemplo. La filosofía no está exenta
del miedo, nos dice y nos regala unas de sus acostumbradas líneas descriptivas de
excelencia: está formada por el miedo a no
tener seguridad, pero de ese miedo hace un asombro, una profunda perplejidad
Toda la filosofía proviene del miedo a la muerte y ese miedo de una
ausencia de garantías religiosas, y esa ausencia es constitutiva de nuestras
sociedades: pero esto significa que nosotros tenemos que sabernos y pensarnos,
en efecto, expuestos a la muerte. Es decir, a la inconclusión del sentido… Es bello porque de
una manera o de otra la vida coincide consigo misma: se suspende al borde de su
miedo
Palabras tanto sobrecogedoras como poéticas y
concluye,
La vida no es el mantenimiento de una inercia sino el riesgo de una
existencia
En el último capítulo de su libro menciona cinco
señales de lo que la pandemia develó
-
La experiencia de la incertidumbre. La
certidumbre ordena todas nuestras representaciones de saberes, por lo tanto, el
orden entero de nuestras inseguridades es puesto a prueba. Hacer una
experiencia es siempre estar perdido. Se pierde el control. En un
sentido uno nunca es realmente el sujeto de la experiencia. Es más bien ella la
que suscita un sujeto nuevo. Otro “nosotros” está en gestación. Una experiencia
supera, desborda, o no es una experiencia. Toca lo incalculable que está fuera
de precio y vale en sí absolutamente
-
La autosuficiencia se tambaleó. El auto
-, el por sí mismo, la voluntad autónoma, la conciencia de sí, la autogestión,
la automatización, la autarquía soberana marcan los ángulos sobresalientes de
la fortaleza occidental-mundial, tecnológica y autodeclarada democrática. La
autosuficiencia bien podría ser aquello sobre lo cual tropieza la modernidad.
Del “conócete a ti mismo” de Sócrates al “aféctate a ti mismo “de Schlegel,
corre la
ambigüedad que hace olvidar que el “mismo” es siempre otro. Por eso,
precisamente, dice Nancy, son estériles los llamados al altruismo: ellos
invocan otro exterior, extrínseco
Sin embargo, es una alteridad intrínseca la que hace la
estructura y la energía de una identidad, ya se trate de una persona, un
pueblo, o del género humano
-
La biocultura. La pandemia pone en un
lugar destacado la gestión pública de la salud y, por tanto, en principio, del
conjunto de las condiciones de vida social e individual. La biopolítica se
invirtió hacia un ideal de salud, un auto-mantenimiento ilimitado de la vida
humana. Una democracia floreciente, se pregunta Nancy, ¿pondría sus
expectativas en una política biologista?
Una política de la vida y del
cuidado, ¿respondería al “bien vivir?: la pandemia nos muestra que evitar los
virus no define el bien de una vida ni individual ni colectiva. Tendremos que
habérnosla, concluye, con la polisemia de la palabra “sobre-vivir” que nos dejó
Derrida
-
La igualdad. Todo lo que antecede
conduce a este punto. Nuestra civilización plantea una igualdad que supone
fundada en un igual valor (o dignidad) de las vidas. No sabemos lo que nos hace
iguales, por eso nos contentamos con proyectarlo a un “mundo mejor”. Pero la desigualdad
real nos obliga a una respuesta.
Si nuestra razón de ser es nacer
y morir, no adquirir bienes, poderes y saberes, o si nuestra razón de vivir no
puede encontrarse sino en la sinrazón de un más-que-vivir ¿quién puede dar la
medida de nacer y de morir, de aparecer y desaparecer?
-
El punto. ¿Podemos hacer del “sin-porqué”
una medida de civilización? Si no podemos hacerlo, no es seguro que vayamos
todavía muy lejos en nuestra trayectoria ya vacilante. Todo el resto es
agitación viral
Seríamos demasiado humanos para abstenernos del ”porqué”?
Pero ¿no es en el fondo lo que ya
comprendemos oscuramente, confusamente, al vivir nuestras vidas de todos los
días? Sabemos de manera inconsciente, espontánea, que “sin razón” es más
fuerte, más intenso que toda razón
Cada uno puede responder a eso
con su propia “sin-razón”
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Julia Vincent Blog
Febrero 2021