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352 - Jean-Luc Nancy. Un Virus demasiado humano
Las que siguen son palabras que requieren una escucha profunda para entrar en la inquietante zona de pensar y avanzar en la comprensión de lo propio del individuo al decir de Nancy que dijo Marx, como un ser incomparable, inconmensurable e inasimilable, incluso a sí mismo, lo que no radica en poseer bienes sino en ser una posibilidad de realización única, exclusiva y cuya unicidad exclusiva no se realiza sino entre todos y con todos; contra todos o a pesar de todos igualmente pero siempre en la relación y el intercambio. Se trata de un valor que no equivale ni al dinero ni tampoco al de una plusvalía usurpada, sino de un valor que no se mide de ninguna manera


¿Somos capaces de pensar de manera tan difícil y hasta vertiginosa? Es el gran interrogante que nos plantea Nancy en su libro Un virus demasiado humano para lanzarnos una advertencia estremecedora, la de que solo de esa manera vale la pena ocuparse de combatir el virus porque si no, nos volveríamos a encontrar en el mismo punto, aliviados, pero prisioneros de la probable llegada de otras pandemias

Es difícil hablar cuando la palabra deja ver su pobreza, la precariedad de no poder decir. Hoy, toda palabra expone su extenuación. No hay un saber garantizado, ni programa de acción o de pensamiento disponible, afirma Nancy, para considerar que no hay solidaridad que no tropiece con la necesidad de guardar distancias, ni afirmación de universalidad que no deba tener en cuenta grandes diferencias locales

No hay visión del mundo porque no hay un mundo visible, ni tampoco perspectiva de porvenir, augura, porque se ignora el desenlace que nos espera

Quizá solamente estemos seguros, nos dice, nada más quede una cosa, de las enormes dificultades ecológicas o “econológicas” que nos esperan y de cómo se reorientará el tema de las industrias y las técnicas. Por otra parte, la palabra está abochornada por la pena y la tristeza, por la conciencia de la amenaza de muertes que se añaden a las hambrunas, y a todas las demás enfermedades y condiciones de vida infames

Se refiere también a las fisuras del sistema y advierte sobre la creencia de que denunciando al viejo enemigo, se hubiera exorcizado al diablo, pero se olvida, agrega, que ese diablo es muy viejo y suministró el motor de toda la historia del mundo y el sentido de ser de una sociedad. Y concede que ese mundo puede estar descomponiéndose, pero sin suministrarnos nada para reemplazarlo

El avión, el cohete, el átomo, la heladera, la baquelita, la penicilina, la cibernética, nos enumera, el progreso en suma, también puso al mundo entero al régimen del valor mercantil y de un crecimiento de la distancia entre una riqueza que se incrementaba por sí misma y la pobreza que ese incremento produjo como su residuo

El virus se transmite por un contagio mucho más eficaz que el de los derechos, dice, evoca el derecho soberano de la muerte que se ejerce sobre la vida porque forma parte de la vida. Es ese derecho el que probablemente legitima en última instancia el derecho de todos a la misma existencia

Después de reflexionar largamente sobre la selección social – discriminación - y las condiciones de vida, resume crudamente:  llega en avión con los ricos y va a explotar entre los pobres y a continuación, un comentario que cruza la lúcida sencillez y el cinismo - que de por sí es todo un discurso que estalla y se incrusta en todos los sectores que “administran” la pandemia -:  cuando se carece de agua, ¿cómo lavarse frecuentemente las manos?

Aclara que lo que dice no es nuevo, y que en general las opiniones anticipan limitada y frágilmente lo que vendrá, pero recalca que lo que importa es el presente, es ahora, en medio del miedo y la tristeza, cuando hay que preguntarse si sabemos lo que queremos, si comprendimos que lo que está en cuestión es el principio mismo de la civilización, que la igualdad no es una amable utopía sino una exigencia existencial, que la equivalencia mercantil desemboca en una crueldad delirante y en lo que Marx, citando a Lucrecio llamaba la mors inmortalis del capital

Nancy nos interpela allí, en nuestra misma condición de seres en el mundo. Desde cualquier territorio de su escritura nos encontramos con el núcleo vivo de su pensar, de pies a cabeza, entero, en el sentido de ese mundo sin sentido

El aliento es lo que hace vivir, lo que el virus malogra. Insta a volver a aprender a respirar y a vivir, simplemente, como los niños

Después de afirmar que el virus no es el mal en sí, se permite decir que reúne de manera impactante los rasgos del mal y que la crisis sanitaria de hoy no ha llegado por azar sino después de más de un siglo de desastres acumulados. La considera una figura expresiva del vuelco de nuestra historia, así como el progreso revela una capacidad de maldad desde hace largo tiempo sospechada, pero que ahora fue comprobada. Toda la insistencia para deconstruir la suficiencia del sujeto, de la voluntad, del humanismo, quedó olvidado, pero Nancy considera irremediable reconocer que el hombre hace daño a lo humano y si el mal está ligado a las desigualdades vertiginosas de las condiciones, tal vez nada fundamente más a la igualdad que la mortalidad. No somos iguales por un derecho abstracto sino por una condición concreta de existencia

Saber que somos finitos – de manera positiva, absoluta, infinita y singularmente finitos y no indefinidamente poderosos – es el único medio de dar sentido a nuestras existencias

 

Nancy apunta contra los neoviralistas, contra todo lo que hablan sin decir, respecto a la inmunización natural, tratándola de “una sabia disposición natural” que permite liquidar los virus liquidando a los” inútiles y desdichados viejos”. En tono de pregunta cuestiona que si el problema está en nuestra tecnociencia y en sus condiciones socioeconómicas de práctica, entonces el problema radica en otra parte:  en la concepción misma de la sociedad, de sus finalidades y desafíos, porque cuando estigmatizan a una sociedad incapaz de soportar la muerte, olvidan que ha desaparecido todo lo natural y lo sobrenatural que permitían en el pasado relaciones fuertes y en definitiva vivientes con la muerte

 

Del mismo modo que hay un mercado de las mercancías, hay uno de la vida, de la enfermedad, de la vejez y de la muerte. Quizá alcanzamos a comprender que no somos libres de la libertad mezquina del sujeto seguro de sí y de sus derechos que se reducen al derecho de obedecer al mercado de unos y a los caprichos de otros. Tenemos que inventar todo de cero. Incluso el sentido mismo de nuestros derechos, de nuestra humanidad y de una “libertad”. Ninguna filosofía pensó una libertad que fuera simple autonomía del individuo y no inscripción de su existencia en un mundo infinitamente abierto más allá de sí mismo

El conjunto de las crisis en las cuales estamos cautivos procede de la extensión ilimitada del libre uso de todas las fuerzas disponibles, naturales y humanas, con miras a una producción que no tiene otra producción que ella misma y su propio poder. El virus viene a señalarnos que hay límites. El neoviralismo no admite la solidaridad y las exigencias sociales que se manifiestan de nuevos modos, quieren cortar de raíz toda veleidad de cambiar este mundo autoinfectado, que no se amenace nada de la libre empresa y del libre comercio, inclusive con los virus

 

Uno de los rasgos de este mundo es haber descartado todas las formas de autoridad no libremente consentidas, desde el derecho de esclavitud hasta el derecho divino o dinástico o de ejercer el poder. Lo importante es que sea el individuo libre quien decida, reafirma. Esta libertad requiere ser garantizada y protegida, por eso la única forma de organización social y política que le conviene a la democracia es una libre participación de todos en las decisiones según las cuales es garantizada la existencia común. La comunidad así formada equivale a la coexistencia de los individuos libres

Determina el imperio tanto individual como colectivo de esa misma libertad. Esto responde a la única definición posible de la libertad, la capacidad de no actuar sino según su propia decisión. Es lo propio de un sujeto, su capacidad para autodeterminarse, por eso, podría decirse que libertad y subjetividad son dos conceptos recíprocos y sustituibles y responden a una dignidad ontológica

El único principio es la libertad, lo que significa que también incluye la finalidad última. Somos libres para ser libres

Todo el resto solo está subordinado. Las producciones, las posesiones, las acciones y las obras no son más que secuelas marginales de la libertad que se afirma

 

Las críticas a la libertad, continúa, develaron que las desigualdades de propiedad determinaban un uso desigual de la libertad y que ese uso degradaba la libertad misma. La más sencilla e indispensable de las libertades, la de procurarse la subsistencia, aparece como una comedia cuando unos son libres de venderse en un mercado del trabajo y los otro libres de regular de manera soberana o tiránica las condiciones de ese mercado. Con el tiempo, historia la ruta del capitalismo aumentó la distancia entre la libertad de los que toman las decisiones y la sumisión de quienes las ejecutan, en cambio grandes espacios de libertad se abrieron en la forma de las elecciones multiplicadas de bienes de consumo. A las medidas de confort y subsistencia, se añadieron los esparcimientos, los bienes culturales y lo que sería una absorción pasiva aunque adictiva, del gran espectáculo de esa sobreabundancia y de nuestra dependencia con ella

La libertad se ha convertido en el uso recomendado de las imágenes de nuestras capacidades de dominio y de satisfacción

 

Pero, ¿qué constituye la libertad, qué constituye la propiedad esencial del ser supuestamente dotado de libertad? Se pregunta Nancy

 

La autodeterminación plena y total nunca fue pensada sino de un ser perfecto – Dios, Razón, Espíritu, Naturaleza, Historia – pero nunca identificada con el hombre.

Nuestra cultura fue esquizofrénica: por un lado, debíamos ser libres, por el otro sabíamos que no lo éramos

Por eso, no hemos dejado de hablar de liberación, de independencia o de emancipación, o sea de operaciones que presuponen una ausencia primigenia de libertad, de una libertad que no tiene ninguna propiedad como la de un derecho del que se dispone, ni identidad alguna simple – “mi libertad”, un pueblo “libre”, una obra “libre”, todo esto no existe sino mezclado a todo cuanto la libertad quiere ignorar, que la rechaza y la obliga

Después de despejar el término libertad de todo lo que la confunde, aclara, ante la pregunta de “si la filosofía está bloqueada por el virus “que la filosofía nunca fue un arte de la sabiduría, es ante todo reconocimiento de que la realidad escapa a toda captura, el reconocimiento del hecho de que no puede haber conocimiento ni reconocimiento de esa escapatoria, y que, al mismo tiempo es a ella o por ella a la que estamos verdaderamente destinados. Esta destinación no constituye un destino en el sentido fatalista sino un impulso, un empuje, nada que no se deba buscar ni detrás no delante de ese envío. El ser humano es el que se aventura, y se arriesga, como decía Derrida, “destinerrancia”, un destino para errar, la experiencia de ser despachado no solo a lo desconocido sino a lo incognoscible

 

La pandemia es una suerte de espejo aumentado del mundo. El virus es nuevo pero ninguna otra cosa es novedosa en esta crisis, salvo el miedo, que hasta ahora estaba relativamente limitado por los campos de las enfermedades mejor localizadas, de las posibilidades criminales o de los atentados, pero no era un miedo difuso manifestado por gestos que alimentan una ansiedad suplementaria, las máscaras, por ejemplo. La filosofía no está exenta del miedo, nos dice y nos regala unas de sus acostumbradas líneas descriptivas de excelencia:  está formada por el miedo a no tener seguridad, pero de ese miedo hace un asombro, una profunda perplejidad

Toda la filosofía proviene del miedo a la muerte y ese miedo de una ausencia de garantías religiosas, y esa ausencia es constitutiva de nuestras sociedades: pero esto significa que nosotros tenemos que sabernos y pensarnos, en efecto, expuestos a la muerte. Es decir, a la inconclusión del sentido… Es bello porque de una manera o de otra la vida coincide consigo misma: se suspende al borde de su miedo

Palabras tanto sobrecogedoras como poéticas y concluye,

La vida no es el mantenimiento de una inercia sino el riesgo de una existencia

 

En el último capítulo de su libro menciona cinco señales de lo que la pandemia develó

-      La experiencia de la incertidumbre. La certidumbre ordena todas nuestras representaciones de saberes, por lo tanto, el orden entero de nuestras inseguridades es puesto a prueba. Hacer una experiencia es siempre estar perdido. Se pierde el control. En un sentido uno nunca es realmente el sujeto de la experiencia. Es más bien ella la que suscita un sujeto nuevo. Otro “nosotros” está en gestación. Una experiencia supera, desborda, o no es una experiencia. Toca lo incalculable que está fuera de precio y vale en sí absolutamente

 

-      La autosuficiencia se tambaleó. El auto -, el por sí mismo, la voluntad autónoma, la conciencia de sí, la autogestión, la automatización, la autarquía soberana marcan los ángulos sobresalientes de la fortaleza occidental-mundial, tecnológica y autodeclarada democrática. La autosuficiencia bien podría ser aquello sobre lo cual tropieza la modernidad. Del “conócete a ti mismo” de Sócrates al “aféctate a ti mismo “de Schlegel, corre la ambigüedad que hace olvidar que el “mismo” es siempre otro. Por eso, precisamente, dice Nancy, son estériles los llamados al altruismo: ellos invocan otro exterior, extrínseco

 

Sin embargo, es una alteridad intrínseca la que hace la estructura y la energía de una identidad, ya se trate de una persona, un pueblo, o del género humano

 

-      La biocultura. La pandemia pone en un lugar destacado la gestión pública de la salud y, por tanto, en principio, del conjunto de las condiciones de vida social e individual. La biopolítica se invirtió hacia un ideal de salud, un auto-mantenimiento ilimitado de la vida humana. Una democracia floreciente, se pregunta Nancy, ¿pondría sus expectativas en una política biologista?

Una política de la vida y del cuidado, ¿respondería al “bien vivir?: la pandemia nos muestra que evitar los virus no define el bien de una vida ni individual ni colectiva. Tendremos que habérnosla, concluye, con la polisemia de la palabra “sobre-vivir” que nos dejó Derrida

 

-      La igualdad. Todo lo que antecede conduce a este punto. Nuestra civilización plantea una igualdad que supone fundada en un igual valor (o dignidad) de las vidas. No sabemos lo que nos hace iguales, por eso nos contentamos con proyectarlo a un “mundo mejor”. Pero la desigualdad real nos obliga a una respuesta.

Si nuestra razón de ser es nacer y morir, no adquirir bienes, poderes y saberes, o si nuestra razón de vivir no puede encontrarse sino en la sinrazón de un más-que-vivir ¿quién puede dar la medida de nacer y de morir, de aparecer y desaparecer?

 

-      El punto. ¿Podemos hacer del “sin-porqué” una medida de civilización? Si no podemos hacerlo, no es seguro que vayamos todavía muy lejos en nuestra trayectoria ya vacilante. Todo el resto es agitación viral

 

Seríamos demasiado humanos para abstenernos del ”porqué”?

 

Pero ¿no es en el fondo lo que ya comprendemos oscuramente, confusamente, al vivir nuestras vidas de todos los días? Sabemos de manera inconsciente, espontánea, que “sin razón” es más fuerte, más intenso que toda razón

 

Cada uno puede responder a eso con su propia “sin-razón”

 

 

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Febrero 2021