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355 - Una plenitud invisible
Hoy la literatura es esa excedencia que rebasa con obstinación los límites que se le cruzan, y a pesar de esa capacidad infatigable de superarlos, sigue siendo un decir articulado en un aquí y un ahora, aunque perturbado por el quiebre del tiempo cronológico

 

Relatos circulares, repeticiones como recursos fragmentarios, discontinuos e inconexos, conforman una literatura interrumpida, una propagación infinita del instante: son los distintos estados del propio presente que deja de ser lineal para adquirir el espesor de sus propias formas en las que se escribe ese mismo estado de presente, cada vez más expandido: un presente eterno

El tiempo sufre la ablación de la temporalidad. El espacio ignora el tiempo y éste boicotea el espacio, así, la descripción se bloquea, se contradice, se atrofia:  es la pertinacia del instante negando la continuidad, de tal forma que la enunciación es sometida a recurrentes fraccionamientos que la obligan a continuarse a través de meandros y enredos al punto de la disgregación. Así, el discurso dice y se desdice, es el devenir de la palabra por un texto infinito que se va tejiendo sentido, que no es más que una irrupción desestructurante de la experiencia real a la que interrumpe mientras se acomoda en un intersticio, un lugar de ambigüedad donde se refleja ese ir y venir de la realidad para alojar lo inabarcable. A través de los intersticios se cuela un elemento que no puede ser explicado racionalmente: La enigmática estructura de ese hueco, de esa especie de fisura que el escritor no puede precisar, es la gran provocación para escribir  

La literatura tienta el límite con un gesto suspendido, sin fin, donde todo parece estar por desaparecer, solo queda el mismo límite, el límite de la verdad, una finalidad sin fin podría decirse, ya que nos devuelve a la incerteza, a la incompletud, de un territorio inhabitable, pero, no obstante, su lugar más propio

Las limitaciones, los condicionamientos del pensamiento convencional y la predisposición de la cultura dejan de lado las excepciones, las contradicciones, las irregularidades, las irrealidades, los sueños, que es donde existe en profundidad el mundo y apuestan por una planicie sin relieves ni incorrecciones. Lo literario corrige el consenso y la unanimidad. Es la irrupción de lo heterogéneo en lo homogéneo por donde lo real se diluye. La literatura o la escritura, con su precaria disposición para una comunicación fidedigna, se vuelven territorio en devenir de la interrupción y el desvío

Quien escribe se enfrenta a las palabras que duermen su sueño asemiótico y a la libertad de las cosas en sí mismas sometidas a nombres aleatorios que no las dicen. Entre significado y significante puja un continuo dilatarse y lo indecible deviene el infinito hilarse del sentido, horadando la gramática para desmentir la realidad que nos inventa, para desarticularla

Pero llega un instante en que lo real se resquebraja y sobreviene la perplejidad, el tesoro del escritor, el roce tembloroso de lo que vacila en lo inefable, ese encuentro que solo logra quien desaprende y se extraña del entorno para que el decir no se mude a otro discurso diría Handke; estar a la espera de pensamientos que no se buscan, desarraigarse a sí mismo como una liberación, un pertenecer a la moral de no sentirse en casa al estar en casa, aplazar la opinión hasta que nazca la gravedad de una sensación vital

Tanto narrar como pensar son modos de acercarse a lo incompleto. Hay una posibilidad de renombrarlo todo, un ejercicio que va contra la lógica del direccionamiento, un acontecimiento de la divergencia inagotable e irresuelta

Quien escribe hoy sabe que su voz se ha dispersado a los cuatro vientos en el fluir del acontecer y que la aventura de escribir consiste en entregarse al extravío para encontrar la verdadera vida. La experiencia del mundo tiene un sustrato religioso (del latín religare que menta la unión) que se percibe a través de una iluminación profana, un extrañarse para ser sorprendido

Handke aboga por liberar a la literatura de lo “literario” así como la fotografía se liberó de la pintura y el cine del teatro, pero no implica con ello abandonar el lenguaje ni hacer estallar el alfabeto sino operar con una lengua afirmada en la tradición Su propuesta no tiene que ver con un cambio epidérmico en el lenguaje sino con otra manera de ver el mundo y sus temas no son ajenos ni a la contracultura ni a la provocación. Considera el gesto y el silencio formas de habla

No muy lejos, Pasolini había vuelto extraños los objetos creando las condiciones para que ellos impongan su presencia brutal, pre-conceptual, pre-histórica, bárbara con respecto a una lengua normalizada y tecnocrática de un sistema que ha sepultado las experiencias culturales de los olvidados de siempre. Su poesía de la sangre insomne  bucea en la profundidad de las lenguas perdidas para encontrar una reivindicación de lo prehistórico y de lo arcaico, no solo en la esfera social y lingüística, también en el del goce de los sentidos totalmente adormecido por el falso hedonismo de una moral de consumo

Pasolini desmitifica el logos de la cultura occidental aceptada que ha logrado una verdadera masacre cultural, sin ocultarse tras el telón de un supuesto objetivo de lo real sino creando las condiciones previas para que lo real pueda decirse. Construye la belleza arrojándose de cabeza en la ciénaga del mundo

Pero la escritura ha sido violentada. A través del lenguaje se estremece la incerteza del acontecimiento mismo, es la escritura límite que apunta al afuera donde ya no habría lenguaje sino un vacío que no alcanza a decir, pero que constantemente la acecha, y al que solo podrá acercarse mediante desvíos. Aunque aún se narra, lo que se cuenta se halla en los bordes de la narración sobre un límite más allá del cual sería imposible narrar. Los textos se lanzan desde el interior del lenguaje hacia ese extremo donde ya no lo hay, ese Afuera esquivo, ese vacío riesgoso para un ritual de silencio

La gran cuestión de la escritura es ese aproximarse a lo inaproximable. Es el lenguaje, en su propia materia, el que encarna esa imposibilidad. Allí encuentra su única ubicación y su único rigor

La literatura, ese sabotaje turbulento, ese arte que tiene la estructura misma del suicidio y cuyo estilo es la manera de existir de un silencio

 

La palabra se ha osificado, los vocablos se han congelado y han sido encofrados en su propia significación con un léxico precario, de ahí que las palabras solo atentan a amortajar el pensamiento, desvirtuándolo como conclusión; son solo palabras vacías, exentas de un vínculo natural y necesario con la realidad

¿Cómo remontar hacia lo decible cuando se ha perdido el sentido, cuando culturalmente se ha ido tan lejos que nada de lo que se haga pueda asegurar acogimiento?

Un soplo que en verdad no habla. Un soplo posterior a la palabra y anterior a otra, dice Jean-Luc Nancy

 

El acto creador es ese espacio de conflicto donde la condición humana se siente incapacitada para encontrar respuestas, donde la palabra se siente agrietada por sus propias contradicciones, por ese silencio interno, ese resto que siempre ha estado allí resquebrajando toda posibilidad de presencia y de significación totalizante

 

Un bellísimo fragmento de Stephane Nadaud, que tiene todo que ver y, al mismo tiempo, nada que ver

Uno se instala en la espera, aguardando del tiempo el pasaje propicio a ese espacio que a través de la intensidad pura del acontecer haga existir lo inexistente, un espacio donde se apoya el puro instante esencial en el momento en que se hará palabra

Ese espacio/tiempo de espera en el cual, a cada momento, el autor y la obra se indistinguen, es la auténtica materia del universo, puesto que incluye todo lo que puede ser. Su indeterminación no es tanto ausencia de determinación como virtualidad de todas las determinaciones posibles. Por eso ese lugar no puede estar vacío, puesto que ya está repleto de espera, no deja lugar a nada más que a todos los devenires posibles que nacen de esa espera

Apoyarse en el movimiento de los días y aguardar pacientemente un acontecimiento que solo cabe esperar de un tiempo por venir, y que a menudo defrauda. El acontecimiento quiebra la situación, subvierte sus reglas, extraña. Su poder se concentra en el instante, la irrupción es fugaz y puede fugar y esa palabra por venir, ese autor por venir en el sentido de un lugar vacío sigue a la espera

El acontecimiento roza un punto del espacio y cualesquiera de esos puntos puede ser una excedencia, una posibilidad, la concentración de lo infinito en un trazo

La palabra siempre afirma y si a veces parece socia de la ausencia, esta ausencia no es otra cosa que la plenitud invisible del mundo, cuya evidencia debe ser señalada por la palabra, un vacío que no se deja ver pero de algún modo irradia una presencia, una hendidura por donde se filtra la invisibilidad. Lo que allí sucede es un gesto de subjetivación donde el autor espera su devenir-obra o su devenir- autor, el por-venir que no habita un futuro en el sentido cronológico. Este espacio sería el caos, un espacio lleno de vacíos, una virtualidad  plena de virtualidades

El espacio se lee en términos positivos ya que es algo que no deja lugar a nada más que a todos los devenires posibles

 

 

 

Febrero 2021