Pero el poder no se limita a
esto, interviene también modificando los mismos hechos. Así, si la mentira de
una falsa organización de los hechos puede ser descifrada y descubierta a través
de las incongruencias y los orificios en la trama de los eventos, esto ya no es
posible cuando el poder ha obrado una completa reorganización de todo el tejido
factual en el que las mentiras se colocan naturalmente, sin grietas o fisuras,
en el lugar ocupado por los hechos
La
última frontera es superada cuando el engaño se vuelve autoengaño. Cuando el
sujeto, autor de la mentira, pierde la conciencia de decirla, o sea, la
conciencia de que de todos modos hay otra verdad en algún lugar
Es el delirio del poder, que obliga a los vencidos a soñar su sueño
Simone Weil
De
todos modos, la verdad sigue siendo un motivo político fundamental
Quien dice la verdad ha
comenzado a obrar…ha dado un primer paso hacia el cambio del mundo
Hannah Arendt
El
historiador, como el novelista, mueve la historia y los hechos descubriendo
debajo de ellos las cosas que tenemos que amar “tal cual son”. Y tal vez
encuentre en su recorrido a Homero que celebra de igual modo al vencedor
Aquiles y al vencido Héctor. Esta es la raíz de la llamada objetividad, esta amorosa
pasión por la integridad intelectual a cualquier precio
- A
veces nos asalta una convicción dolorosa de que vivimos engañados o, autoengañados
- Todo
es falso. Autoengaño, nosotros que hablamos, los otros que nos hablan: un velo,
una red tendida sobre la nada
- La
historia, es decir, la superstición sobre la historia, es el inmenso depósito
en el que se acumulan las repeticiones, las cacofonías, las transformaciones y
los enmascaramientos. Después de las orgías intelectuales de este siglo es
indispensable desconfiar de la historia y aprender a pensar más sobriamente.
Ejercicios de desnudez: eliminar las transformaciones, sacarse las máscaras,
pero, ¿qué hay debajo?
- La
historia ha demostrado que las luchas para cambiar el mundo lo han reconducido
a su feroz presencia, a su inexorable ser-allí: frente a nosotros, como un
misterio o un inexplicable horror. La historia, entonces, debería haber dicho
la verdad del horror, aun contando lo falso
- La
historia no enseña nada. El futuro es impenetrable: esta es la gran lección que
nos han dejado las ideologías que pretendían poseer las claves de la historia.
Es verdad que el horizonte se cubre de signos, pero ¿quién los traza y quién
puede descifrarlos?
- Los
estados y los gobiernos no son lo que son. Al final de los destinos
individuales, o la huella evanescente de un nombre, de un recuerdo, no se
encuentra nada. Tampoco el recuerdo corresponde a la realidad y la realidad no
corresponde con el recuerdo. No sé si es verdadera la realidad, que me dice que
mi recuerdo es una ilusión detrás de la cual me he protegido a mí mismo de la
melancolía, de la sensación de la nada a cada instante. O si es verdadero mi
recuerdo, y la realidad una ficción. Pero, ¿para qué me puede servir el
recuerdo, suponiendo que sea verdad, si hoy no se corresponde con los hechos,
con las cosas, con las huellas diseminadas por el mundo? Todo es engaño, es
autoengaño
- Pero
el dolor es verdadero. También el sentido de la muerte es verdadero: cuando un
filo de oscuridad atraviesa la mirada y la respiración se vuelve agitada, y
nuestro gesto incierto, y la tierra sobre la que apoyamos los pies no nos
parece más amplia que nuestro pie, y estamos como suspendidos en el abismo,
tendidos sobre la desnudez de la vida...
- Una
aproximación, una mirada para un sentimiento que no tiene palabras y que, por
lo tanto, está más acá o más allá de la mentira y de la verdad: privado de
logos, en el sentido de razón, pero también de capacidad discursiva
- El poder. No hay un afuera del poder: un más
allá, otro lugar. Y nosotros seguimos diciéndole afuera o llamando al compromiso
y a la lucha contra él, en cuanto presuponemos estar afuera de ello. Este es el
engaño: pensar que se está afuera, mientras pronunciamos las palabras en la
oscuridad, convirtiéndose en palabras de libertad
- Tal
vez no se trata de un engaño sino de una paradoja. Una paradoja, algo
inconciliado e inconciliable Así Simone Weil,
La fuerza, el poder, hieren a cualquiera: como una espada que golpea
de empuñadura y de punta
Sin
embargo, Weil ha sostenido la necesidad de combatir, llegar a un punto en el
que las fuerzas se equilibren de tal modo que no tengan más peso, que no
presionen más, que se liberen fácilmente. Llama a ese punto “justicia”. Si el
equilibrio es un equilibrio de fuerzas, entonces un equilibrio total no se
tendría nunca: porque hay tantos condenados de la tierra que no tienen ninguna
fuerza para poner en juego, que no tienen peso y que, por lo tanto, estarán
siempre fuera del equilibrio, de la justicia. La ligereza entonces es tal
porque vuela literalmente por encima de los condenados de la tierra. A pesar de
esto, o precisamente por esto, Simone Weil afirma que, de todos modos, es
necesario luchar para que las relaciones de fuerza cambien, sin aplastar al adversario,
porque entonces sería nuestra fuerza aplastar a los demás contra el piso
Luchar
para que nadie sea vencido y nadie sea vencedor, pero para que las relaciones de
fuerza cambien hasta alcanzar el equilibrio. Y cada vez que el equilibrio se
desplaza, volver a luchar. Ella ha luchado toda la vida ¿conscientemente o se
ha autoengañado? De cualquier manera, de este engaño han surgido un compromiso,
hechos, comportamientos
- En
Simone Weil se encuentra el punto que va más allá de todo engaño, el punto en
el que el uso más correcto de nuestra razón, de la lógica, del pensamiento nos
dice que estamos frente a algo sin solución, a una contradicción no negociable;
o sea frente a un misterio, al misterio de una puerta cerrada, por abrir, sin
saber qué hay más allá de esta
- Pero
ya poner una puerta pensando que detrás de ella hay una verdad incógnita, es
autoengaño
-
Podemos vivir solo engañándonos, y esto lo dice Leopardi. Sin ilusiones no hay
vida, sino solo el silencio abismal de la muerte. Por lo tanto, yo mismo me
engaño. Ya no se trata de que mi acción lleve el reino de la justicia sobre la
tierra. Ni que el mundo sea modificable a través de políticas colectivas, o hechos
subjetivos. Me engaño pensando que las palabras que escribo dan un sentido a
esta convicción mía, que constituyen a partir de ella, una forma, una realidad
que prescinde de mí y de mi misma convicción: que llegue a otros, que resista
como una realidad. Por eso recorro las huellas de nombres y figuras que han
estado y que no son lo que parecen. O que no lo fueron para nada. O que lo
fueron. Pero esta nada que está detrás de la investigación se convierte en el
algo de la forma que asume mi investigación sobre la página, en las palabras,
en su ritmo. No me liberan del autoengaño, pero tal vez me consuelan…
- La
escritura como una red tendida sobre el abismo de la nada. Debería haber sido
una escritura sobre nada, y su conclusión me parece irrefutable. En comparación
con ella, prefiero ciertas escrituras fluviales, que arrastran consigo
escorias, elementos espurios, en un flujo que, me parece, si bien no sé dar un
motivo, contenga más verdad o más realidad. Moviéndome con ellas encuentro esa
oscilación que es, según mi opinión, nuestro mismo oscilar en el mundo
- En
alguna parte de mí está la sensación de que esta nada, de todos modos, es algo,
y que en cada algo hay un fragmento de lo ignoto, un fragmento de vida que
espero con ansia que se abra y se revele
- El
mundo verdadero que decía Nietzsche es falso porque lo que es no puede no
aparecer, no puede no ser apariencia y más allá de la apariencia, no está en el
mundo verdadero. No hay nada
- No
sé. Solo sé, como ha dicho Beckett, que también en el silencio, también donde
no se sabe, de todos modos, es necesario continuar, y yo continuaré