La falta de soberanía en nuestras democracias actuales es Hoy más que evidente, no solo por un sometimiento a las estrategias de seducción del capital, sino porque en ellas ha sido sustraído lo más importante; el carácter de alteridad que las define y distingue. Someter lo político a la razón única de un pensamiento único es borrar de un plumazo no solo la alteridad sino también lo político, lo que bien sería otra forma de retirada de lo político - otra de las características de la democracia - pero, a la vez, la condición de un reclamo y una resistencia que posibilitaría la ocasión de reescribir el porvenir de lo político. Derrida afirmaba que lo importante en la democracia por -venir no es la democracia sino el porvenir, lo que resta después de deconstruir el concepto de la democracia actual. La democracia por venir es lo indeconstruible que se diferencia del concepto actual de democracia que hay que deconstruir, como también de una democracia futura más perfecta que la actual
La democracia inaugura la experiencia de una sociedad inaprensible, ingobernable, en la que el pueblo será llamado soberano pero que no dejará de preguntarse sobre su identidad. Es un poder como un lugar vacío, un espacio potencialmente de todos pero que ninguna persona o grupo puede ocupar legítimamente
El concepto actual es limitado y determinado, de ahí que las democracias reales no acaban de realizar las posibilidades contenidas en su concepto, pero las democracias actuales, aun siendo incapaces de encontrar soluciones democráticas no dudan en utilizar su conceptualidad como si fuera un Universal aplicable a cualquier concepto. Por eso es necesario deconstruirlo para poder develar las polaridades engañosas sobre los que funda su retórica. La democracia real, la democracia por- venir tiene una estructura aporética sin salida posible; es imposible pero no en el sentido de lo no realizable sino que de acuerdo a Derrida, debe escapar de esa polaridad real/posible ya que lo imposible es real, pertenece a nuestra realidad, abierta al acontecimiento siempre y cuando éste sea concebido como imposible, como no-esperado, como no siendo nunca el resultado del ejercicio de una norma o de un cálculo. Si no fuera así no sería acontecimiento sino el despliegue de algo ya contenido en el presente y perdería ese carácter de ruptura
Esa democracia por venir es la espectralidad que planea el presente de las democracias actuales
La condición democrática es la sociedad que se debate en sus divisiones y conflictos - se va configurando a medida que se escinde - y que en la indeterminación y carencia de un lugar fijo para el poder, desde la fragilidad de no tener definiciones preestablecidas, está, no obstante, siempre abierta al sentido. En todo vínculo social habita un acto de fe difícilmente superable y, a veces, se ve limitado por los modos de regulación de las democracias actuales que desactivan la posibilidad del acontecimiento y reducen a cálculo la aparición de lo otro como evento
La fe incondicional debería habitar la democracia a menos que renuncie a su condición de sistema abierto. Solo es un sistema universalizable siempre que se defina a sí misma en función de su capacidad de autocrítica, en su máxima apertura que podría y debería ponerla en peligro, que es lo que la salva. La democracia debe aceptar como constitutiva la apertura de la democracia por venir, el peligro y la oportunidad
La política nos suministra una energía motriz cuya finalidad está más allá de ella misma, nos dice Nancy. Para ello debe comprometer su responsabilidad en una consideración de las condiciones de apertura del sentido, pero no en el sentido mismo.
Todo pasa por la política, pero nada se origina en ella ni tampoco termina en ella
Una política democrática abre un espacio donde puede acontecer el destino del ser humano como diferencia en el mundo, pero sin asumirlos como suyos, sin configurarse en la realización de una totalidad, lo que sí haría una política teológica. Quizá esta sea la causa de la decepción que despierta en aquellos que pretenden hacer de ella un destino. En una política a- teológica la obligación es la de permitir el trabajo errante del sentido, es decir, el trabajo del pensamiento en cuanto es trabajo de todos. El campo de sentido que la democracia abre o posibilita está siempre por definir y su errar es su carácter esencial, sentido como devenir de las diferencias que acontecen como tramas, como redes de relación que no son dadas de una vez por todas, ya que en esa interrupción - que es la que permite la relación - se dan y se comparten
La democracia más que una forma es un espíritu, nos dice Jean-Luc Nancy. Es espíritu antes de ser forma, institución, régimen político y social, espíritu que dinamiza y promueve la exigencia de una realización finita de lo infinito. Esto representa una tensión inalcanzable que provoca una demanda continua, la de un deseo de democracia y, a la vez, una permanente falta de sí misma, de falta de democracia en las políticas, incluso en las que fueron democráticas, porque lo que distingue a la democracia es esa separación que ella ejerce sobre sí misma para dejar hacer: su retracción, su rehuso. La democracia nunca es suficiente. No descansa. Siempre persevera
Hoy Occidente se gobierna con unas democracias tecnomediáticas. Su congreso se caracteriza por la concepción de individuos autónomos y autotélicos, sujetos dueños de sus actos y su voluntad. El consenso que se logra vendría a constituir el certificado de verdad dando por sentado que esas reuniones son la representación del hombre, fin en sí mismo, origen de sí, y, sobre todo, quien elige su propio destino. Al mismo tiempo que se da su destino, se da su sentido, amparado por una “Razón universal” que confiere a la humanidad un suelo para su hacer. Así, la verdad de la democracia vendría también a separarse de aquella democracia ilustrada que solo resulta ser una coartada político- teológica más para la unidad identitaria. Este consenso se basa en un orden de valoración que proviene de la unidad como valor, de la equivalencia infinita de los valores, siendo “infinita” un dato clave de su irreductibilidad a la uniformidad de un sistema general de equivalencias, ya que valorar es reducir algo al valor único, y, en cambio, abrir un espacio es dar a cada gesto valorativo, a cada sentido, su posibilidad de afirmación en lo que tiene de incalculable y, justamente por eso, irreductible a la uniformidad, al intercambio o al reemplazo. Si esa afirmación no es de carácter político, entonces se requiere de la democracia que sea de algún modo no política. De esta manera se convierte en el punto de resistencia por excelencia frente a una universalización cuya homogeneidad extiende su poder uniformante. La apertura de ese espacio que habilita, lo hace a través de un deseo de ser-juntos, pero a la vez de serlo “cada-uno” a partir de compartir la singularidad, la excepcionalidad del “cada cual”, aquello incalculable que viene en cada existencia y que es irreductible a la homogeneidad de un “en-común” entendido como un todo unitario, como una forma de identidad, el “nosotros”
El cambio que introduce la democracia no es un cambio en la forma de gobierno ni en el sentido de orientación de la misma, sino más bien un cambio en la lógica del sentido o del valor. No actúa en el nivel de las valoraciones sino en el de las leyes de las que surgen esos valores. No representa una revolución sino una transvaloración de todos los valores
Debajo de toda institucionalidad política se encuentra un estado de cosas que compromete no solo al hombre sino a la existencia, al sentido del mundo, al ser como hacedor de cuanto ocurre. Este acontecer que conlleva la existencia, en política reviste una condición espacial, un tener lugar, si bien el sentido de la existencia no es político. Es un acceso entre otros a ese sentido de la existencia, y aquí es donde entra en juego la democracia que no es del todo una forma política, ya que permite la apertura de un espacio de sentido para el acontecer de las existencias de “cada uno”
De esta forma se pondría de relieve una falta de fundamentación y de unidad esencial en lo político. Suelen dársele modos de fundamentación al precio de desustancializarlo, y este hecho deriva justamente de esa falta de fundamentación propia de lo político, de esa especie de indigencia que lo caracteriza, una cierta retirada de lo político. Esta circunstancia no menta un repliegue, una fuga, sino una referencia a su reescritura, a su porvenir. Ello no señala un espacio apolítico a salvo de lo político, sino una carencia de totalidad en lo político. Por tanto, lo político acusa una ausencia de forma predefinida, y ese límite en retirada es lo que indica el estatuto de la democracia, por eso no es del todo una “forma política”
Desde el nacimiento, la democracia (la de Rousseau) se sabe infundada. Es su ocasión, y su debilidad: estamos en lo más vivo de ese quiasmo
Lo que la democracia permite compartir es la infinitud de cada existencia y es justamente aquí donde rebasa cualquier forma política. Dentro de cada uno late una infinitud, que borra su limitación, se hace infinito y esa infinitud no calculable abre la comunicación de la comunidad que se concreta en formas de acceso al sentido de la existencia
Si la democracia tiene un sentido, debe ser el de no disponer en absoluto de autoridad identificable a partir de otro lugar y de otro aliento que el de un deseo - de una voluntad, de una espera, de un pensamiento – en el cual se expresa y reconozca una verdadera posibilidad de ser todos juntos, todos y cada uno de todos
El totalitarismo político consistiría precisamente en hacer de estos modos las exposiciones de una política. Así, una política totalitaria no requiere una forma única y concreta de lo político, sino también el absoluto político, lo político sin marco de limitación, sin retirada. En toda política democrática hay un distanciamiento, un tener lugar y una retirada de lo político en lo político, por lo tanto, en democracia no todo es política, y esto es así porque el “con” que sostiene y que exige la democracia se despliega ante todo no en una política sino en una ontología o antropología. La política pierde allí su gloria pero gana en precisión y en exigencia
La democracia no es un sumatorio como podrían serlo las partes elementales de un sistema, por tanto, lo que permite no es la unidad autoconstruida del sujeto Estado, sino la comparecencia de los “cada-unos” según itinerarios que se diseminan en líneas de sentido diferentes. En ese “cada-uno” se juega el sentido de la democracia, según Nancy, dado que ese “cada-uno” reclama el “todos”; el “cada-uno” no es sino la comparecencia de la inconmensurable infinitud de una singularidad (lo sin relación) que toma lugar (concreción finita) en eso común que la democracia debe posibilitar como espíritu
Ese tomar lugar de la concepción o del sentido (su “hay”) lo es en el
cuerpo y no viene justificada por ninguna finalidad fuera del cuerpo, por
ninguna infinitud fuera del aquí y del ahora, del “esto”, de esta finitud que
constituye el mundo. Sin razón para ello, sin transacción negociable, sin valor
que sirve a otras valoraciones, sin reemplazabilidad, sin cálculo. Aquí puede
tal vez alcanzar el “demos” su soberanía en cuanto no sirve tampoco a ninguna
figura política ni, en consecuencia, a ningún Estado. De aquí toma su condición
la democracia:
El “demos” no podría ser soberano sino bajo una condición que le distingue del Estado y de cualquier conformación política: he aquí la condición de la democracia
La democracia es ese lugar sin lugar donde lo político se retrae, se distancia, se distingue y se diferencia, allí donde tiene lugar la retirada de lo político, Esa distinción de lo político permite la diferencia e impide su hipóstasis en una figura modelo. De este modo se infunde a la democracia una indefinición y a la vez, un impulso constante de apertura de trayectorias de sentido, de constitución de figuras políticas que permitan la inclusión de lo que no es intercambiable o reemplazable, de lo que no puede convertirse en neutralización del significante universal que valora todo y lo reduce a un valor cuyo origen es el capital. Tampoco puede ser entendida como la persecución indefinida de un fin en perpetuo retroceso
Una política que no es una caja de resonancia para una voz no puede ser
realmente una política
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