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401 - Todo es eternamente
Solemos ubicar en una especie de rizoma de ecos infinitos a los pensadores que seguimos con nada disimulada pasión. Enmanuele Severino, suscitando un gran estupor, irrumpió desde un afuera de disenso que cuestionó una de las nociones que más hemos frecuentado en los últimos tiempos, el devenir, arrasando a Heráclito y su panta rei, a Spinoza y su ser inmanente al devenir, al mismísimo Nietzsche, y afirmando rotundamente el concepto greco romano del ser de Parménides (sustrayéndole el futuro) cuyo olvido por Occidente consideró su más grande error.

Enmanuele Severino - Brescia 1929 - 2020

Discípulo directo de Heidegger, poco conocido por estos lares, tuvo una visión propia que llegó a interesar al mismísimo Maestro, pese que se situaba a contrapelo de la filosofía contemporánea. A veces supo rozar la paradoja y el absurdo (¿Qué diría Deleuze?) cuando sustentó que todo es eterno, no solo cada hombre y cada cosa sino cada momento, cada sentimiento, cada aspecto de la realidad y en consecuencia, nada desaparece, nada muere. La eternidad es su pasión, su vocación

Aún creemos que hay tiempo y que en él suceden cosas, puesto que las cosas surgen y desaparecen en el tiempo dice Severino, pero el futuro es una doxa de los humanos, según Parménides: el mundo mismo que se nos aparece delante es eterno. Para él todo era eterno, y quizá no fue consciente de la influencia cristiana que pesaba sobre esa idea de eternidad del ser, a pesar de reconocerse ateo. Se ubicó en el medio del conflicto secular entre religión y Filosofía, situándose de parte de ésta. Su pensamiento ancla en lo que es AHORA (una resonancia nancyana) que no posterga a un incierto Más – allá el momento de la salvación. La Filosofía decía, es conocimiento y ayuda a comprender cómo son las cosas: que no hay nada más allá de los entes - nosotros, las cosas - y que la muerte no existe, y que el Paraíso, la Gloria es lo que existe ahora

Severino fue un erudito como poco; su obra, inmensa, y Cacciari lo considera el único filósofo que, en el siglo XIX, se puede contraponer a Heidegger. Un intelectual fuera de serie que logró conectar las raíces del Pensamiento occidental con las tribulaciones de nuestros “tiempos desordenados”, sin renunciar a su diferencia. Nuestra propuesta se centra en las vías que toma en su por demás interesante análisis sobre un tema que nació con el ser humano y que nos hospeda desde entonces, el lenguaje; y, especialmente se interroga si éste y el poder no están ya emparentados genéticamente desde el vamos, si su vinculación es endogámica, o si solo son dos ámbitos que se vinculan a posteriori,  y si, por otra parte, el lenguaje, es además de un instrumento comunicacional, un artefacto nihilizador

Aumentar el propio poder siempre ha constituido el deseo más profundo de los seres humanos ya que piensan que la potencia los hará capaces de vencer al dolor y la muerte. La narración fundacional de esta idea se encuentra en el Paraíso Terrenal cuando la serpiente asegura que comiendo el fruto prohibido nos volveremos como dioses y se tendrá su potencia

Las lenguas griegas y latinas son el lugar de nacimiento del lenguaje de Occidente. En ellas resuenan dos timbres contrastantes con los que el hombre de los Comienzos se encontró a su alrededor: el de la flexión, una potencia capaz de modificar el mundo, de hacer que las cosas se conviertan en lo otro de lo que son, en suma, de doblegarlas, y el de la inflexión que se refiere al obstáculo, la resistencia frente a la que el hombre se siente impotente. Lo inflexible es lo inmutable, lo inmodificable, por tanto, surge entre ellos una fricción, una tensión polarizada: lo que cae en el dominio de la acción convirtiéndolo en el objeto de la misma, o la barrera insuperable que no se pliega ante la voluntad humana ni cede ante los dioses. Esta situación deriva en dos interrogantes, en cómo se expresa en la lengua esta violencia contra el inflexible acaecer del mundo y con qué puede derrumbar el hombre aquello que se le presenta como invulnerable

El ser humano logra transformar los objetos gracias a dos acciones vinculadas estrechamente entre sí: como artífice, cuando el hombre se apropia del mundo por medio de un arte o de una técnica con la que logra dominar la totalidad de lo existente, o, por medio del instrumento extraordinario, la palabra

Donde la rigidez de lo inflexible no se puede erradicar, los distintos instrumentos al alcance del hombre hacen posible la ruptura de la barrera infranqueable de lo inmutable, un modo primitivo de violencia

La palabra es un instrumento diseñado por el legislador, cuya función tiene como fin fundamentar los nombres como estatuas de las cosas. El ser de la cosa se fija por convención – no por naturaleza – Por tanto, el legislador es dueño de los nombres y lo es en virtud de su palabra, es el que conoce las normas por las que el nombre es lo que es, ya que esta acción no está al alcance de cualquiera. Aquel que pone el nombre instituye a través de la palabra, establece su uso correcto, por eso impone, hace valer su autoridad al marcar la dirección que debe seguir quien haga uso del nombre. La desviación no se permite bajo ningún concepto. Ya Kant lo decía: forjar nuevas palabras es una insolencia y una usurpación. Estamos en una era de leyes a hierro y fuego. Quien forja palabras - es como el herrero - hace una incisión en lo real a fin de extraer de ese material heterogéneo elementos específicos con los que ordena y legisla. Su acción violenta y no menos – “arrogante”, ya que se arroga el derecho sin más – no obstante, permite habitar en el mundo con los instrumentos de la lengua, ordenar el pensamiento y saber lo que las cosas son

Las cosas que distinguimos primero lo hacemos porque han sido conquistadas por la acción del hombre y la acción que gana para sí la cosa no puede ocultar la violencia que queda grabada en el vehículo de la difusión de la acción que es el lenguaje occidental

La acción de la civilización occidental es una acción violenta que se reproduce entre los estados y entre los individuos y en el interior de los individuos

La palabra que dice la cosa por razón del nombre es aquella que se obtiene porque uno lo reclama como suyo. La voluntad que se enseñorea de la cosa la arrebata con violencia de su quicio natural y la utiliza en aquello que considera necesario

 

La misma civilización occidental que condena la fuerza y la violencia impone su fuerza y su violencia: - implícita - a través de la palabra sobre la que se articulan instituciones políticas, sociales y culturales, instituciones que se ven obligadas a desplegar una fuerza todavía mayor que la que combaten como códigos, mandatos, imperativos, leyes, etc. Y - explícita -  por medio de la policía, el ejército, los cuerpos de seguridad del Estado que, entre todos, ostenta el monopolio de la fuerza

La palabra aislada no es todavía algo. Para que haya lenguaje, discurso, se necesita la dualidad unificada, o sea, la conexión entre un verbo que muestra las acciones y un nombre que sea el agente que lleva la acción. El lenguaje es ontológicamente ambiguo en virtud de esa conexión y entonces hay discurso

La palabra se conecta con lo que deviene en el tiempo, por eso provoca en quien la usa la ilusión de alterar la realidad, bien transformándola o sustituyéndola. El verbo y el nombre anonadan, la nihilidad del lenguaje se evidencia en su mismo seno porque el logos es el decir que lleva al lenguaje lo que aparece de la nada a la nada donde retorna. Este movimiento en el que el ente vacila entre el ser y la nada es el mismo que produce la enajenación del individuo social

Sobre la identificación del ser y la nada se funda la historia de Occidente, la historia del nihilismo

La fe absoluta en la existencia del devenir es la forma originaria de la voluntad de dominio y si es en el horizonte de inestabilidad del ente que se plasma la voluntad de dominio, la palabra que afirma el devenir, ese oscilar entre el ser y la nada, es ya voluntad de dominio

 

La palabra comunitaria y razonada del diálogo, entonces, además de la máscara, es lucha, lucha solapada entre dos formas de persuasión que, si bien no están enfrentadas directamente, son como formas de persuasión o convicción, fuerza, potencia, voluntad de dominio

La pulsión agonal se oculta en el diálogo bajo la apariencia de la convicción, porque la convicción, que es hipótesis, fe, creencia, quiere imponerse como logos. En la reciprocidad del diálogo, una de las partes quiere llevar su propio estar-persuadido al espacio de la episteme. En un mundo como el occidental en el que la acción instrumental ha llevado al hombre a la devastación de toda necesidad, de todo orden estable, y, en definitiva, de todo inmutable, la voluntad que apela a una necesidad de orden estable es una voluntad que hace violencia a la verdad y que además quiere arrogarse con su acción un sentido de la verdad espurio.

La convicción no es episteme.  La fe o la convicción de quien a través de la palabra quiere llegar a encontrar un remedio racional contra la violencia, se impone - sea o no consciente de ello - a las distintas alternativas que se presentan en el diálogo

Por este imponerse, una convicción en el diálogo anuncia que la razón dialogante, aunque pretende lograr el consenso por medio de un discurso sin violencia es un momento siquiera teórico de la misma violencia 

El diálogo y la violencia constituyen no dos soluciones antagónicas, son complementarias, representan dos modos de expresión de una misma esencia, como si las raíces de la violencia estuvieran precisamente constituidas por el sentido que la razón ha asumido en la civilización occidental

Se funda en que la propia razón es aquella que reúne lo que deviene: el continuo devenir de las cosas. El que las cosas estén a disposición del hombre porque son sustancialmente nada, es el axioma del que parte el lenguaje metafísico occidental. Sin embargo, es a partir de ese mismo lenguaje que la razón se presenta como negación de la violencia

Inicialmente el mortal habita la Tierra por medio del dominio de la palabra - voz - escritura y del símbolo, o sea de las imagines en las que se reflejan las cosas de la Tierra

El dominio humano, que hace del espacio en el que habita no la Tierra segura, sino la Tierra Aislada del devenir, comienza con la palabra sobre la base de ciertas convenciones. Refiere un tipo de significado a ciertas categorías semánticas más amplias. Uno entiende desde esta estructura previa, la estructura previa de la comprensión, dijo Heidegger, Severino dice, en cambio,  que esta estructura previa se organiza a partir de las categorías de un lenguaje. Tanto el intérprete como lo interpretado se mueven en este espacio común, el espacio de la palabra enajenada respecto de la verdad del ser

La intuición puede develar la que sería una gran mistificación de la cultura occidental, según el discípulo de Heidegger: que el devenir es el salir los entes de la nada y su regreso a ella; el ser pensado como oscilación entre el ser y la nada. En cambio, sostiene que, todo ente es eterno y que están desde siempre a salvo en el círculo del aparecer porque es la estructura originaria, el trasfondo del continuo aparecer y desaparecer de los entes, por tanto, concluye que, pensar que el ente es ente y es nada, es resultado de la voluntad que interpreta desde la palabra cautiva de la metafísica occidental

Es el fundamento de la alienación que condena al ocaso de Occidente

El poder que aísla la Tierra es lenguaje. El lenguaje al ser interpretación es voluntad de dominio: al hacer de la cosa un signo y un significado es fruto del acuerdo, aclara, de un consenso o un pacto que es aceptado no solo por los usuarios de un lenguaje sino también por los intérpretes del mismo. La palabra es el aparecer de la cosa en una lengua que se deja interpretar, por lo tanto, es lo que aparece en el interior de la interpretación y es ésta la que ubica en la historia el elemento lingüístico en que aparece. Todo interpretar es ya una interpretación puesto que surge ya en el seno de las palabras que la expresan cuyo significado remite a otra hasta el infinito. Por otra parte, interpretar no significa fijar el valor de aquello que aparece, sino que es algo establecido por el intérprete. Todo intérprete se funda en convenciones porque nada indica que una palabra sea necesariamente el signo de otra cosa igual

Que una cosa sea signo y que un signo sea signo de una cosa es propio de la voluntad del lenguaje de Occidente. Al fijar desde afuera el significado de la cosa queda a disposición de la voluntad del intérprete que puede hacer lo que sea pero que debe dejarse iluminar y protegerse de la arbitrariedad

 

La palabra aislada no es todavía algo. Para que haya lenguaje, discurso, es necesario la dualidad unificada, la conexión entre un verbo que muestra las acciones y un nombre para el agente de la acción. El lenguaje es ontológicamente ambiguo: únicamente en virtud de la síntesis que aglutina una cosa y una acción por medio de un nombre y un verbo se puede decir que hay discurso

Poner la palabra en el tiempo equivale a conectarla con lo que es, era o sería, con aquello que deviene, por eso el verbo provoca en el usuario de la lengua la ilusión de alterar la realidad, transformarla o sustituirla. El nombre también paraliza o retiene

En el mismo seno del logos se evidencia la nihilidad del lenguaje porque el logos es el decir que lleva al lenguaje lo que aparece de la nada a la nada donde retorna

El lenguaje, cuando se enfrentó a la palabra logos reflexionó sobre sí mismo y se vio como lo que reúne en sí todo el mundo. Que el logos reúna lo que deviene es aceptar que las cosas son y dejan de ser, arguye Severino y que el devenir es la evidencia originaria, la intuición de que todo se genera y se destruye, que todo es y no es, y que, como tal, puede ser no solo aniquilado sino también creado: oscila entre el ser y la nada

En el debatirse entre lo uno y lo otro palpita la alienación extrema y la locura de Occidente, afirma, la convicción de que cada ente es fatalmente arrojado al orden alternativo o sucesivo del nacimiento y la muerte. La lengua griega es testigo, testimonio en la apertura del espacio ontológico, del agitarse entre los entes en ese movimiento fluctuante. Ese testimonio muestra la vocación fundamental del lenguaje de Occidente, su voluntad de nada

La gran pregunta, ¿es la nada lo que conforma la esencia de Occidente?

El ente es disponibilidad para la nada, y si es así, resulta que el ente y por consiguiente también el hombre está destinado a la manipulación, a la violación, a la explotación por obra de los dioses y de los amos de la técnica. Nietzsche dijo que el hombre prefería creer en la nada a no creer, pero Enmanuele señala que no es así, sino que, en el inconsciente de Occidente reverbera la persuasión que el mismo ente es ya nada

Concluye este filósofo intempestivo que sobre esta identificación del ser y la nada se funda la historia de Occidente, por tanto, la historia del nihilismo, que toca el núcleo de una fe inquebrantable, afirma que la existencia del devenir es la forma originaria de la voluntad de dominio, por tanto, la palabra que afirma el devenir es ya voluntad de dominio, y fuerza, voluntad y violencia

El devenir abre para el ser humano la presencia de la violencia última, pues la fe en el devenir entraña la creación ex nihilo y la destrucción de todo lo inmutable, y la fe es convicción, persuasión, pero no conocimiento

Identificar el ser con el no-ser viola el mandato que prohíbe que algo sin ser sea. Esta palabra es la que ha llevado a la civilización occidental al alejamiento de lo que para Severino representa la verdad del ser, y que se ha convertido en un eco lejano, hoy prácticamente imperceptible, el desarrollo del olvido del ser, eco de su maestro. El ser humano ha perdido la memoria del ser, el olvido de la verdad del ser que no debe entenderse en términos de cosificación, y afirma rotundamente, que lo que se olvidó es que el ser es lo inmutable, lo eterno, sin límite

Afirma que, al olvidar la naturaleza permanente e invariable del ser, la totalidad de lo existente se transforma en una región inhóspita: la Tierra aislada del devenir. El olvido se convierte en un potente instrumento contra el ser, un medio coactivo al servicio de la civilización de la técnica. La Tierra aislada es empero la misma Tierra que sustenta la no-verdad de Occidente, la Tierra que hace de la totalidad de lo real potencia, fuerza y poder

En la actualidad el hombre ya ha empujado al ocaso todo lo inflexible y cree que todas las cosas son objeto de su voluntad, pero este ocaso empieza ya en el comienzo de la historia de nuestro lenguaje cuando las mismas palabras que originariamente nombraban el inviolable acaecer del mundo se ven empujadas a indicar el arte de la técnica con la que el hombre se adueña del mundo e interpretar el mismo mundo como la obra de un arte supremo cuya clave debe descubrir

El progresivo aislamiento de la Tierra comienza con la palabra que se arroga la cosa al precio de destruir lo inmutable

Nada debe erigirse como inmutable, como totalmente incontrovertible e indomeñable porque eso mismo inmutable incontrovertible e indomeñable entra en conflicto con el eterno devenir de lo existente

Severino afirma que Occidente no comprende que el ser es en sí mismo inmutable, incontrovertible e indomeñable, y defiende que no es posible doblegarlo con la palabra y la acción porque lo que una y otra creen doblegar no es sino el ser mismo

Si la verdad del ser es lo inmutable y lo imperecedero, cómo se muestran lo inmutable y lo perecedero en el lenguaje occidental y qué fuerza puede poner a salvo el ser y cómo garantiza la verdad del ser se pregunta Severino, y razona de la siguiente manera: 

La verdad es un decir que se descubre a sí mismo como aquello que no puede ser desmentido. Lo que es dicho es la verdad del ser, es el decir incontrovertible que se impone porque lleva en sí mismo la fuerza para hacerse valer, para expulsar de sí lo que se le resiste. Como el decir que se impone y domina y que no queda desmentido la verdad es en primer lugar lo que se dice en la episteme – aquello que se pone sobre algo y que por tanto lleva en sí mismo la fuerza para hacerse valer sobre cualquier otro discurso – a diferencia de la doxa donde la verdad del ser es silenciada o rotundamente negada

 

La verdad del ser se coloca por encima de cualquier otro discurso porque no puede ocultar para siempre el decir que sabe que cada ente es el actual y eterno aparecer del ser; no puede ser desmentido. Este saber es un saber y de él brota una fuerza que lo hace invencible. También de esta manera se hace violencia porque no se lo encuentra sino en compañía de la verdad del ser

Decir la verdad del ser es arrancar el ser a la metafísica con la violencia de la palabra

Nietzsche afirma que la interpretación es ya un medio de enseñorearse de la cosa. Heidegger alega que para saber lo que la palabra dice debe recurrir necesariamente a la fuerza. El intérprete tiene que ser capaz de arrancar de la palabra su auténtico y oculto significado. Interpretar es penetrar en lo que ha quedado sin decir para sacarlo a la luz con violencia

 

El diálogo y la violencia constituyen no dos soluciones antagónicas sino complementarias, dos modos de expresión de una misma esencia

¿Y si las raíces de la violencia estuvieran precisamente constituidas por el sentido que la razón ha asumido en la civilización Occidental?

Se funda en que la propia razón es aquello que reúne lo que deviene, el continuo devenir de las cosas, el que las cosas estén a disponibilidad del hombre porque son sustancialmente nada: es el axioma del que parte in el lenguaje metafísico de Occidente. Sin embargo es a partir de ese mismo lenguaje metafísico que la razón se presenta como negación de la violencia

¿Sostener que diálogo y violencia brotan de una raíz común no es afirmar que el logos del diálogo es una fuerza que trata de imponerse en el encuentro intersubjetivo del uno con el otro?

A través de la palabra el hombre se apodera de la totalidad de lo existente ¿por qué estimar que la palabra que brota en el diálogo es ajena a la voluntad de dominio que guía a la razón?

La persuasión de que las cosas son aniquiladas para siempre es la extrema violencia a la que la razón somete a las cosas, la extrema falta de respeto a ser lo que son. Esta persuasión es la raíz secreta oculta desde la que se desarrolla la historia Occidental, esto es, la historia de la violencia extrema

El diálogo debe ser desenmascarado, es siempre un equívoco, es la máscara de la lucha entre los hombres porque oculta bajo la apariencia de la razón común la estructura ontológica del devenir. Si la cosa es nada puede forzarse, violentarse. Pero si puede hacer violencia a la cosa es porque la fe en el devenir se presenta junto a la fe que afirma la imposibilidad de cualquier verdad inmutable incontrovertible o indomeñable. Si nada hay definitivo todo puede ser sobrepasado, vulnerado, violado

En nuestra civilización todo se ha vuelto fe: la ciencia, la moral, la política, el arte, la religión, e incluso, la incredulidad religiosa. En nombre del contenido de su fe, nuestra civilización, condena la violencia, pero la fe en cuanto tal ¿no es acaso la forma original de la violencia? La fe o la convicción de quien a través de la palabra quiere llegar a encontrar un remedio racional contra la violencia, se impone, sea o no consciente de ello, a las diferencias alternativas que se presentan en el diálogo

Este imponerse una convicción en el diálogo anuncia que la razón dialogante, aunque pretende lograr el consenso por medio de un discurso sin violencia es un momento teórico de la misma violencia

Spinoza en su Tratado teórico político dice que el Estado violento por excelencia es aquel que niega a cada uno la libertad de decir y manifestar lo que piensa. Y es que el Estado no solo puede intimidar o disuadir sino también persuadir de la legitimidad del uso de la fuerza, no en vano es el Estado la fuente del derecho a la violencia, entonces, las vías del lenguaje-deliberación, reunión, debate, diálogo parecen están emparentadas genéticamente con la violencia

Al constreñir a una minoría al silencio se revocan las acciones comunicativas que posibilitan el consenso impidiendo la cancelación de aquellas relaciones de violencia que se han acomodado inadvertidamente en las estructuras comunicacionales

 

Nada más, cruzar el espejo y ver desde Otro Lugar

 

 

Octubre 12 de 2021