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408 - La fuerza de impugnación de la literatura
Jean-Luc Nancy decía que Blanchot nos ha dejado una herencia que se resiste a ser tomada, que nos vuelve herederos como prolongadores de algo de lo que no podríamos apropiarnos

El pensamiento de Blanchot es arduo, intrincado, y, al mismo tiempo, poroso, de un despojo exacerbado. Participa de una especie de misticismo que abre un vacío, desarticula, se abandona a las oquedades y nos deja una falta que encuentra en la literatura un espacio imposible, el no-lugar, el Afuera, la única forma de expresar  un pensamiento que aleja el pensamiento y que, a la vez, nos pone en relación con él mediante la falta de relación, que obtura la dimensión de lo verdadero y lo falso e incinera todo pensamiento de la mismidad,  desautorizando al propio autor e interponiendo un espacio infinitamente vacío y movedizo entre él y la obra. El mismo Blanchot fustiga su carne hasta hacer desaparecer su imagen, metaforizando el escamoteo, la desaparición de la que vive el lenguaje, una de las ideas fundamentales de su pensamiento

La irradiación de su obra ha cambiado y transformado nuestras maneras de ver y pensar, y aún seguimos revisitando sus palabras y recorriendo sus huellas inapropiables. Su herencia que sigue abriendo interrogantes nos ha dejado en un gran desasosiego y, además, con la enorme tarea de proteger las letras del discurso del mundo. Queda ese extraño placer de leerlo al tiempo que nos perturba y nos enfrenta con la perplejidad de ese habla enigmática indescifrable e inexpresable

En el hueco que media entre los términos de una oposición solo habita una nada más esencial que la Nada misma, el vacío del intermedio, un intervalo que siempre se ahonda y al ahondarse se hincha, esto es, la nada como obra y movimiento

El lenguaje nunca está enteramente en posesión del individuo. El individuo está en el lenguaje que es un fenómeno trans - subjetivo. El campo impersonal del lenguaje es anterior a cualquier cosa que pudiera decir en nombre propio. No siempre se presenta como una herramienta. El escritor no siempre es capaz de hablar o escribir y allí entra en contacto con el ser del lenguaje, y es allí donde se revela como Afuera, no abdicando de la capacidad de significación sino llevándolo hacia lo que en el lenguaje no hace sentido. El olvido infinito del sentido está ya en esos entes finitos que llamamos palabras, eterno retorno de la insignificancia del sentido

El pensamiento del Afuera constituye una ruptura con la subjetividad, y al mismo tiempo con lo real. El yo se distancia del individuo y queda relegado a la esfera del lenguaje, y el pensamiento ya no consiste en ejercer una violencia sobre las cosas, la voluntad de poder nietzscheana, sino que establece su ineficacia

En la perspectiva blanchotiana de la literatura se encuentran dos exigencias distintas que funcionan como un desdoblamiento en su interior, una literaria y otra política; una sería análoga al poder del rechazo y la otra donde se sumergiría en la imposibilidad: esta es la que podría llamarse la vertiente oscura, la que se vuelve hacia ese punto donde perseveraría en la obsesión del sentido deviniendo la afirmación de un poder impersonal en el que se manifiesta la potencia anónima del lenguaje. El lenguaje es una realidad objetiva de la inexistencia. Persiste, al vacío, desposeído de sujeto, carente de objeto al que aferrarse y depurado del mundo que arrastra inercialmente consigo en su caída. Irrumpe en ausencia de mundo con una textura sin trama: Palabras absortas de su reverberación constante

Ese contraste sería provocado a través de la tensión y la incompatibilidad de un doble lenguaje, por un lado, el lenguaje de la dominación y de la energía, de voluntad y señorío, que desea el mundo, y por otro, un lenguaje desobrante y sin poder. Cuando la literatura acoge la exigencia del primero corre el riesgo de aproximarse a un tono autoritario, el del amo que debe probar su poderío sobre las palabras. Esa palabra es vacía, no busca más que mandar, repetir las normas de la vida acostumbrada de la sociedad conservadora para perpetuarse. Pero si hay un lenguaje que puede parangonarse con el de un poder que persiste en su vacuidad a través del autoritarismo, también habrá otro cuya exigencia es justamente la impugnación o el borramiento de todo poder. Este es el reto propio de la escritura literaria. Así se devela cómo la exigencia de un rechazo radical del poder implica la necesidad de forjar un espacio de impoder. La misión del lenguaje, que parece consistir en manifestar las cosas, en realidad las sustituye. Su sentido es su esencial poder de impugnación, desatar el espacio textual que fue absorbido por el sistema. En la obra el hombre habla. Pero la obra da voz en el hombre a lo que no habla, a lo innombrable, a lo inhumano, a lo que carece de verdad, de justicia, de derecho

La literatura realiza el deseo del lenguaje, comunicar el silencio por medio de palabras, expresar la libertad a través de las reglas, pero al mismo tiempo, lo impugna, lo destruye, por eso, si el lenguaje ha de significar, ha de sostenerse a sí mismo al filo de la muerte, por tanto, la escritura no es una expresión de la lengua: en ella palpita la ausencia, apunta al Afuera del discurso, es lo que desde adentro deshace la obra y pone en cuestión la permanencia de todo. Lo que afirma es lo inexpresable. La escritura se apoya en el lenguaje, se encabalga en él así como también lo desconoce, lo deshabla y lo vuelve a hablar en una enunciación infinita que provoca la vuelta del lenguaje sobre sí mismo. Trama de sonoridades semánticas, es un territorio en el que ningún lenguaje se empodera y se impone sobre otro, donde todos los lenguajes fluyen

En la obra de Blanchot, pensar supone distanciase del pensamiento, establecer una separación entre ese pensamiento y el yo mismo, que, situado en el Afuera, ya no me pertenece y no supone propiedad alguna. En este espacio literario el lenguaje ya no es un medio para pensar y actuar el mundo. La experiencia de la escritura ocupa ese lugar, y, con ella una impersonalidad y un modo de ausentarse que cuestiona la noción de autoría. Así el lenguaje se convierte en una exterioridad no limitada por su contenido, su representación, o por una verdad y el sujeto se fragmenta hasta desapareder

Aceptas considerarte tu escritor, como autor, considerado como infinitamente sustituible, sabiendo entonces que tu palabra o tu escritura no es la tuya…aceptas considerarte como infinitamente sustituible como autor y, como tú, tú mismo, como alguien simplemente, como alguien parecido a otro, como cualquiera… esto es lo que hace por un instante la muerte alegre aleatoria (La Conversación infinita, citado por J-L Nancy

La soledad esencial, la fascinación reina allí donde estoy solo, donde el exterior es la intrusión que asfixia. Es la desnudez, es el frío en lo que se permanece descubierto

 

En el lenguaje del mundo el lenguaje se calla como ser del lenguaje y como lenguaje del ser, silencio en virtud del cual los seres hablan y ceden a su acontecer, al olvido y al reposo. En el fondo de la palabrería de la vida pública, como en el habla incesante, errante y obsesiva de la literatura, se da una reiteración indefinida de palabras, por eso Blanchot dice

Habla sin comienzo ni fin. Dar palabra a ese movimiento neutro que es como el todo de la palabra, ¿es hacer obra de charla o de literatura?


Lo neutro es lo infrecuente, se sitúa en un no – lugar, algo que no podría ser pensado, no una voz emitida desde un punto, sino algo afocal, una voz que solo resuena en el espacio de lo indeterminado, que la escritura quiere ensordecer, una aventura puramente verbal. Es un tercero que ni siquiera es.

Le da un nombre a la brecha entre la afirmación y la negación. No es un concepto sino una vía que no comulga con la taxonomía de nuestro lenguaje. Siempre abre nuevos modos de pensar que esquivan las categorías tradicionales. La literatura se ocuparía en borrar su significación, borrar las borraduras al infinito. Retroactividad interminable ese borrar sus huellas y las huellas que deja la borradura

 Dijo Blanchot que en toda la historia de la filosofía se dio un esfuerzo por aclimatar y domesticar lo neutro sustituyéndolo por la ley de lo impersonal y el reinado de lo universal. Así se rechazó constantemente lo neutro de nuestros lenguajes y de nuestras verdades

Este pensamiento no se deja determinar por el lenguaje porque lo anula, lo pone en jaque, ya que lo neutro es el nombre de lo que no puede adquirir uno. Un punto de condensación, de incandescencia y de fuga, un silencio, el de la afonía de lo neutro que se propaga en el vacío del espacio donde la escritura es el cuerpo resonante del sentido ausente. La voz neutra no se da a sí misma su voz, no se dice a sí misma, no se nombra, sino que dice lo inapropiable

La literatura es la experiencia misma de la neutralidad, la cual es inaudible porque cuando habla solo quien le impone silencio prepara las condiciones para la audición, pero, no obstante, lo que hay que oír es esa palabra neutra: lo que siempre se ha dicho no puede dejar de decirse y no puede ser oído, rumor constante, intranscribible que se desliza infinitamente en el río de la escritura

Hay una palabra parlante entre el ruido cotidiano y la literatura a la que Blanchot le da más importancia por su ambigüedad. Pesaría más sobre la primera pues se supone que cuando se llega a un malentendido, se tendría la posibilidad de limitarlo buscando la fuente y deteniendo todo rumor, mientras que en la literatura la ambigüedad estaría buscándose a sí misma. Es por eso que Blanchot le da a la literatura el carácter indeterminado pero singular de ser el lenguaje que se hace ambigüedad. La literatura forma parte de un murmullo incesante en el que está librada a los excesos d esa misma ambigüedad, sin ser, no obstante, aquella misma reiteración de palabras de la vida cotidiana, sino más bien, una especie de reverberación de lo que no cesa de susurrar, lo que no puede encerrarse en la unidad de un único sentido o de una sola comprensión, ya que el lenguaje literario es esa zona de sombra en la que desaparece la auto comprensión conceptual reflexiva del lenguaje. Es el espacio donde la palabra nunca alcanza la delimitación de lo dicho y se retira al otro lado de una opacidad que la extrañeza no hace más que señalar. La literatura es lo que aún no era, eso que es siempre lo que la obra todavía está no siendo

Relacionar la literatura con el movimiento indeterminado de una palabra que no tiene comienzo ni fin, implicará que ella debe abandonar las esperanzas de ser o de devenir un lenguaje original o auténtico. Así, ante cualquier cuestionamiento sobre la esencia particular de la literatura habría que preguntarse por ese murmullo incesante en el que parece estar atrapada. La clave es la ambigüedad que Blanchot encuentra entre el murmullo y el silencio, siendo el murmullo el fondo del silencio, el eco siempre parlante en medio del silencio. Es la palabra secreta sin secreto, y sugiere que cada uno en el disimulo de la soledad busca una manera peculiar de convertirla en palabra vana, a ella que no pide más que ser cada vez más vana, pues esta es la forma de su dominación, e incluso en el silencio uno se siente cautivo por el exceso de esa palabra, pues cuando más silencio hay, más se transforma en rumor, en eterna perturbación de la calma

Estas palabras van a resonar en lo que él dice apropósito del habla vacía de la voz de mando - el habla de la repetición imperiosa del hombre poderoso - cuando afirma que es necesario que el escritor le imponga silencio, no con la responsabilidad de apaciguarla en él mismo sino a través de la necesidad de reconducirla hacia el silencio que está en ella, ya que la exigencia de imponer silencio al murmullo incesante no sería posible más que a través de la intimidad del murmullo mismo

Al escuchar el silencio de lo que habla incesantemente el escritor se somete a su desmesura para reconducirla a su propio silencio y preservarla así, silencioso, es decir, en lugar de volverlo una voz de mando o una palabra luminosa, él lo vaciará de todo poder, de toda unidad y de toda claridad convirtiéndolo en una palabra con la que nada pueda ser dicho

Un escritor es aquel que impone silencio a esta palabra, y una obra literaria es para quien sabe penetrar en ella una rica morada de silencio, una defensa firme, una muralla alta contra esa inmensidad hablante que se dirige a nosotros apartándose de nosotros

 

Si el escritor debe expresarse contra lo incesante de una inmensidad hablante para hacer del silencio una morada, ese silencio tampoco sería el rechazo del habla sino lo que en la mínima habla aún no se ha desarrollado en modos de habla, o sea, la voz que aún no ha hablado nada, que se despierta y despierta

El silencio del escritor designa la interrupción por la cual emerge una palabra distinta, pero debajo de ésta se hace escuchar la crepitación de lo incesante como si a partir del silencio el escritor no hiciera más que recomenzar e intensificar el rumor inicial, por lo tanto, si la palabra del comienzo tiene lugar en la interrupción, ésta no será definitiva sino un recomenzar eterno, una pura discontinuidad: la designación de un límite transitorio a lo que se repite sin fin. El escritor solo logra rebasar la palabra incesante, repitiéndola hacia esa palabra de más en que desfallece el lenguaje, esa palabra de más que no hace sino prolongar el rumor a través de aquella reiteración infinita de la escritura mediante la cual se busca guardar silencio

Escribir es producir la ausencia de obra: Escribir como desobra es el exceso de la imposibilidad, la vana sobreabundancia donde la realización del lenguaje coincide con su desaparición y la palabra misma no es sino la apariencia de lo que desaparecería. Lleva al lenguaje a esa profundidad vacía donde el lenguaje mismo no es el poder de decir pues no habla sino como ausencia: allí donde no habla, ya habla; cuando cesa, persevera. No es silencioso porque precisamente en el silencio se habla. Eso habla, pero sin comienzo. Eso dice, pero no remite a algo que decir, a algo silencioso que lo garantizaría como su sentido. El carácter incesante y errante de la escritura designa la exterioridad del exilio, el Afuera teniendo lugar al interior del lenguaje literario y dejando al escritor extraviado, privado de toda intimidad, ausente de sí mismo. El interminable vórtice de la ausencia es la ley del desobramiento, la ausencia de obra en tanto que inacabamiento conduce al escritor a la errancia perpetua en la cual se sentirá perdido, borrado, liberado a la intimidad de un lenguaje que finalmente se vuelve un Afuera infinitamente distendido. La escritura es un periplo sin fin de lo que pasa sin pasar hacia ese no – lugar del origen y el fuera de lugar del Afuera, al que no se trata de llegar, sino que llega

Si escribir es descubrir lo interminable, el escritor que penetra esa región, no va hacia un mundo más seguro, más bello, más justo. No descubre ningún lenguaje honorable para todos. Lo que en él habla es que de una u otra manera ya no es el mismo, ya no es nadie. El lenguaje es el lugar de un secreto al que ningún hablante se ha de acercar. La palabra da el ser, pero impregna cada cosa con la nada. Cuando un escritor se entrega a su obra no encuentra en ella el refugio donde podría permanecer en su yo, apacible y protegido, el abrigo de los tropiezos del mundo, sino que se verá expuesto a la amenaza que le viene de ese Afuera infinitamente distendido en que se experimenta la intimidad del lenguaje literario y el escritor no debe defenderse de esta amenaza, debe entregarse a ella. Esto exige la obra, que quien escribe se sacrifique por ella, que se convierta en otro, no en algún otro del viviente que era, el escritor con sus deberes, sus satisfacciones y sus intereses, sino más bien, en Nadie, en el lugar vacío donde resuene el llamado de la obra

La imposibilidad es la relación con el Afuera, y dado que esta relación sin relación es la pasión que no se deja someter como paciencia, ergo, la imposibilidad es la pasión del Afuera. La obra no pide que el escritor se vuelva hacia sí mismo, sino hacia ese Afuera del desobramiento en el cual lo determinante no tiene que ver con la afirmación del yo de quien escribe, se trata de lo que se llama el reino fascinante de la ausencia de tiempo, y que, según él, se aproxima al tiempo sin tiempo del momento, en el círculo donde se espejan dos afirmaciones: escribir para desaparecer y desaparecer para escribir. A medida que la obra busca cumplirse, es atraída hacia ese punto en que pasa por la prueba de lo imposible, la ausencia de la obra, la ausencia de autor y la ausencia de tiempo. Toda tentativa para componer la obra no sería comprensible más que en el punto elemental donde lo que existe es la desposesión de todo poder

El pensamiento de Blanchot aleja su propio poder, el poder del pensamiento y lo toma como un pensamiento que yuxtapone las cosas sin relación alguna, sin el trabajo de oponer, sumar, ligar, separar: una relación neutra que abre un espacio infinito, el Afuera, y que no liga nuestro pensamiento con lo real sino consigo mismo, para descubrir el fracaso que supone concebir la identidad del pensamiento. Es lo que Blanchot llama desastre, no alcanza a un yo, sino que es el no alcance de una subjetividad, lo que está desestructurado, el pensamiento en tanto que no - estructura, no - poder porque no hay una subjetividad trascendente que pueda pensar el mundo y porque tampoco hay mundo ya que pensar sino, la ausencia de mundo. Por eso dice que pensar el desastre es ya no tener más porvenir para pensarlo

El desastre nos sitúa ante lo no pensable sin establecer una relación entre nosotros y las cosas. Por el desastre se llega a ese pensamiento que nos permite dejar al margen todo pensamiento arrinconándolo en el espacio del Afuera, acercándonos a esa frontera liminar en que pensar supone dejar de pensar

Es necesario atravesar el abismo para interpretar el mundo, el texto, la literatura. El desastre dice que nada es interpretable porque n hay ninguna relación que sobreviva en la realidad, salvo la que nos pone en la distancia de una no-relación. El desastre desescribe, habita en lo inestable, y la escritura del desastre velará por ese sentido ausente que constituye el desastre. La escritura del desastre supondría un quiebre sobre el cual ya no podría inscribirse el acontecimiento. En esa falla, sobre esa superficie perforada, la escritura del desastre afirma la no pertenencia entre las palabras y las cosas, desata las hebras de lo que nos une a las verdades de lo cotidiano y desestima la visión de nuestras retinas

Hay un gran riesgo en el punto donde la impotencia no coincide ya con la inspiración. Estamos en la afirmación de la obra por la impotencia ya que mientras esta inspiración da lugar a la escritura, la otra va a convertirse en la esterilidad que hay que afrontar para intentar transfigurarse en algo que podría comenzar a desarrollarse en lenguaje

La obra de arte no tiene poder, es impotente, y no porque sea el reverso de las variadas formas de la posibilidad, sino porque designa un espacio donde la impotencia no es privación sino afirmación. La inspiración es ese punto donde ella falta

Hay otra exigencia a la que debe responder la literatura y en la cual su poder de impugnación entra en tensión con la responsabilidad de borrar en ella todo rastro de poder para convertirse en una potencia neutra donde la impugnación se abre al infinito, a la superabundancia vana de la inacción. Así, la literatura es - igual a otras formas de arte – discusión infinita, discusión sobre sí misma y sobre otras formas de poder, no como pesadumbre, sino en la libre búsqueda del poder original que el arte y la literatura representan – poder sin poder

Blanchot no busca privilegiar el posible poder cultural que existiría en la literatura porque advierte el peligro que corre al ponerse al servicio de otro poder que la subordine, en cambio insiste en la fuerza impugnadora y neutra de la literatura, una apuesta primordial ya que ella es contestación del poder establecido, de lo que es y del hecho de ser, del lenguaje literario, de ella misma


La escritura literaria está en busca de un no - poder que rechace la maestría, el dominio, y, ante todo, el orden establecido y prefiera el silencio a una palabra de absoluta verdad. La obra literaria, afirma ese desvío infinito en el que la diferencia es llevada hacia la indiferencia, pero sin dejarla en una uniformidad definitiva, sino preservando la diferencia como lo que se sustrae indefinidamente, la diferencia infinita, la diferencia postergada indefinidamente. La obra corre el riesgo de ser devorada por su propia indeterminación y de ser despreciada por un mundo que pide obras más precisas y claras, o que termina asimilándola a causa de su carácter impreciso e inofensivo como una pieza más de la cultura conservadora

No obstante, hay que presentir una palabra completamente otra que libere al pensamiento de ser solo un pensamiento con vistas a la unidad, señalando otra dimensión distinta de la posibilidad del poder. Aquí se transita por un doble movimiento, uno, donde la literatura no busque ni el poder ni la unidad, otro donde ella expresa la voluntad de dar curso al error del infinito; aquí la literatura se transforma en la errancia de la literatura - el Afuera - una errancia en la que es llevada a girarse incesantemente hacia su propio cuestionamiento, encontrando así que su esencia es escapar a toda determinación esencial, a toda afirmación que la estabilice o realice

Ella nunca está aquí, siempre hay que encontrarla o inventarla de nuevo

A partir de Blanchot la exigencia infinita de la literatura no prueba nada ni a nadie, dejando resonar únicamente el movimiento infinito del desobramiento. Con ese movimiento él abrió para la literatura un horizonte distinto de aquel de lo posible, un horizonte en el cual el escritor entrega todo el poder a la potencia neutra del lenguaje, que, en lugar de concederle la posibilidad de una dominación, lo lleva a ser perturbado por esa potencia que hace de él mismo alguien anónimo y sin poder, que lo hace deslizar hacia la inmensurable fisura del Afuera, el lugar reservado al borramiento, allí donde cesa toda forma de autoridad. Búsqueda de un espacio otro y una exigencia otra que se manifiesta en lo imposible y la condición de impoder que de allí se desprende

La búsqueda del Afuera está envuelta en la imposibilidad que hace que nunca se esté verdaderamente Afuera y por lo tanto seguir buscando y estirando los límites cual vorágine interminable que en su movimiento desobrante solo afirma la potencia de lo inacabado


Noviembre 15 de 2021