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412 - Derrida. Alrededores de la escritura
Cada vez que se escribe algo, se tiene la impresión de un punto de partida; lo Mismo está incesantemente expuesto a la singularidad de lo Otro - otro texto, otra persona, otra palabra

El sobresalto frente a lo que no hice todavía queda virgen e intacto; con prescindencia de qué empiece a escribir, siempre tengo el mismo sentimiento de que no hay que confiarse en nada de lo ya dicho: hay que recomenzar todo. Abrirse a lo que viene puede ser un modo de exponerse al porvenir, a la venida de lo que no depende de mí, y así es en cada texto. Ninguna repetición agotará la novedad de aquello que viene. Aunque pudiera imaginarse que el contenido de la experiencia se repite por completo, que siempre es la misma cosa, la misma persona, el mismo paisaje, el mismo lugar y el mismo texto que retorna, ya el solo hecho de que el presente sea nuevo basta para cambiarlo todo. La temporalidad provoca que no se pueda ser sino ingenuo respecto del tiempo

 

Derrida busca un signo, inscribir una marca en el texto que ya no remita a la presencia, sino que abra la posibilidad de un texto totalmente otro. Nada está nunca presente o simplemente ausente. No hay más que huellas, pero la huella no consigue más que borrarse. Al igual que en la mística, la huella no es lo mixto, el pasaje entre la forma y lo amorfo, sino aquello que, sustrayéndose a esta oposición, la posibilita. Es unión absoluta – la absoluta desunión, lo diferencial – de lo sensible y lo inteligible, y esto explica su valor frente al concepto y la representación

En toda lectura-escritura hay un resto no descifrable que escapa a una interpretación demasiado segura de sí. Leer es perforarla. Ese resto, esa diseminación con la que no contamos, es la que permite que el texto pueda permanecer abierto, indescifrable e inapropiable. Mientras que los conceptos de la filosofía occidental descansan sobre la exigencia de una presencia colmada, la huella derridiana es un resbalar continuo entre presencia y ausencia

Se pregunta qué sucede hoy, qué acontece. Si se escribe públicamente será indispensable que se tome en cuenta eso que sucede hoy de singular, así Derrida,

Ante la singularidad del acontecimiento mundial, es necesario que se responda de manera singular, con la propia firma, al modo propio, no como fetiche estético sino para asumir una responsabilidad - comprometerse, dar en prenda -. Tengo que responder con mi lengua, mi edad, mi historia, mi ductus, mi modo de escribir, de hacer letras, aunque sea ilegible

Decía tener un escrúpulo por la escritura, por la forma, por la retórica, por la política y aclara que no solo es un escrúpulo de responsabilidad en el sentido ético o jurídico, sino que también está el cuidado por el testimonio, por el testamento, por dejar algo que tenga cierta forma, que se deje ver. Tiene que ver con el deseo, la belleza, el sexo y la muerte

Hoy en día, el lenguaje no es más una región particular, ocupa la totalidad del espacio, hay una suerte de extensión sin límites de su imperio, y, a la vez, se vuelve escritura, con una invasión de la estructura gráfica de la experiencia en la vida cotidiana, en la vida política, en la genética, en las comunicaciones, una suerte de fotografía, de imagen de un mundo que está cambiando y, por tanto, deconstruyéndose, lo hace la experiencia de un mundo, de una cultura, de una tradición filosófica a la que le ocurre algo. Algo se mueve, se está dislocando, descoyuntando o desajustando y hace falta responder por eso…si hay un deber mínimo es el de ser lúcidos, no perder de vista lo que sucede

En el caso de Derrida, su obra se concreta en una ciencia general de la escritura, una Gramatología que se constituye en punto de partida de una crítica radical de la cultura y el pensamiento occidental. El discurso acontece en multitud de espacios que permiten penetrar en el estilo de su escritura y en el horizonte de una nueva forma de pensar: es la escritura seminal de un pensamiento como crítica continuamente diferida. Si el hombre debe abrir espacio y no puede pensarse desde sí sino abandona ese sí, surge la necesidad de deconstruir el ícono de este tiempo, y ya estamos hablando de lenguaje, allí se encuentran las huellas diseminadas sostenidas por un poderoso aparato multicéfalo. La deconstrucción busca esas huellas silenciosas y le da presencia a lo que no se adapta a la red dominante de inclusiones y exclusiones

Al investigar la escritura no hay que quedar atado a la filosofía o a la literatura. Más allá de esta división puede perfilarse la singularidad de la huella que no es todavía lenguaje ni palabra ni signo ni escritura. La huella llega de afuera pero no de otra parte, nunca se alcanza, pero se sigue anunciando. Es una reserva inacabable de sentido, un agujero simbólico, la diferencia entre la enunciación y todo posible aparecer: es un sentido en custodia, un custodiar la ausencia  

No se trata de que la escritura se oponga a la palabra ni a la voz, sino de analizar la autoridad que se le ha atribuido. Desde la perspectiva derridiana la escritura significa inscripción e institución durable de un signo. La misma semiología ya nos ofrece la oportunidad de pensar todo sistema de signos como sistema de signos escritos o inscritos, y es en ese sentido que el concepto de huella crea un espaciamiento - los elementos se interrelacionan produciendo distancias - y surge una temporalidad, en virtud de la cual, la intuición, la percepción, la relación con una realidad presente es siempre diferida. Hay un ahora de lo inactual, hay una singularidad: la de esa disyunción del presente. Hay un ahora sin presente, hay una singularidad del hic et nunc, mientras que la presencia para sí está dislocada. En este punto, la biografía sería la existencia singular, si bien consagrada a la no presencia para sí, a la dislocación, a la no reapropiación de un presente, debe tenerse en cuenta la singularidad de lo inactual, de la no-contemporaneidad

Pero, ya que no hay más que contextos individuales, recurriríamos a la estrategia que siempre implica la apuesta, cierto modo de confiarse al no saber, a lo incalculable. Entonces, la apuesta estratégica siempre consiste en tomar una decisión o, más bien, paradójicamente, en entregarse a una decisión, en tomar decisiones que no pueden justificarse por completo

Se llega a la apuesta estratégica porque el contexto no es del todo determinable, existe, pero no se lo puede analizar exhaustivamente, está abierto porque acontece, porque hay porvenir. Es mejor que haya un porvenir a que no lo haya, afirma Derrida. Para que algo advenga hace falta un porvenir y si hay un imperativo categórico es el de hacer todo lo posible para que el porvenir permanezca abierto

Para poder tomar decisiones y comprometerse en una apuesta hay que aceptar el concepto de contexto no saturable y tener en cuenta tanto el contexto como su estructura abierta, o sea, arriesgar sin saber, sin estar seguro de que se obtendrá un triunfo. Y esta trama de responsabilidad y de aceptación de una zona de sombra, hace que el afán de coherencia no sistemática, impulse a apostar a un porvenir que en el mejor de los casos confirmaría la incoherencia

Una obra es algo que permanece y no es del todo traducible, que lleva una firma, algo que tiene un lugar, algo que se archiva, a lo que se puede volver y repetir en un contexto distinto, algo que todavía podrá leerse en un contexto en que las condiciones de lectura habrán cambiado. Permanecerá legible como cierto corpus con una forma insistente, la misma. Un contrato. No el nombre propio, no el derecho de autor, no la propiedad: una insistencia de ese mismo que firma, que rubrica la apuesta

La coherencia y la consistencia de la Obra deberá hacer que muchos años más tarde, lo dicho en aquel contexto no sea contradicho o superado sin más, sino que resista, de manera tal que el contexto no sea ya un mero conjunto de condiciones que rodean a cuanto digo, sino que también esté formado por cuanto dije, o sea, producir performativamente no un contexto general, sino “cierto” contexto que no haya precedido ni circunscripto los enunciados pero que haya sido marcado por ellos. En otras palabras, no es cuestión de registrar el contexto, sino de reflejar sus contornos, de darse e imprimir un contexto

Una obra, de alguna forma, es su contexto, en el sentido de que no puede pensarse el contexto general si se prescinde del acontecimiento en cuestión

Se pregunta por qué el acontecimiento valdría más que el no acontecimiento y aquí se podría encontrar algo similar a una dimensión ética, dado que el porvenir es la apertura en la cual lo Otro acontece y el valor de alteridad serviría como justificación

Si nos ocupamos del porvenir, de la apertura a lo por-venir  - no solo al futuro sino a lo que adviene    - debemos vincular la apertura con un movimiento que consiste no solo en inscribirse en un contexto - y desde este punto de vista no hay nada más que contexto - , sino también, al inscribirse, en producir un contexto, en transformar el contexto dado, abriéndolo y dando lugar a un  nuevo dato contextual. Desde esta perspectiva, una obra supedita al contexto, reclamando uno nuevo. Una simple frase cobra sentido dentro de un contexto dado y ya reclama otro en que será comprendida, y para que eso suceda es imprescindible que modifique el contexto en el cual se inscribe, por eso la producción de un nuevo contexto quedará abierta por ese reclamo, por esa promesa del porvenir

El porvenir no es presente, pero se da una apertura al porvenir y un contexto es siempre abierto porque hay porvenir: la “apertura” del contexto es otro nombre para lo que queda por venir

Lo Otro puede venir, puede no venir, no puedo programarlo, pero dejo un sitio para que pueda venir si viene. Es la ética de la hospitalidad. Dar cabida, dejar lugar al Otro, no significa hacerle un lugar. El Otro está en mí antes de mí: el ego implica la alteridad como condición propia. Es un yo estructurado por la alteridad que hay en él y él mismo está en estado de dislocación. Aquí encontramos la posibilidad de la ética, pero no es ética simplemente, el Otro vendrá, si desea, pero antes de mí, antes de que haya podido preverlo

Acaso haya que liberar al porvenir del matiz de horizonte que tradicionalmente lo acompaña, dado que el horizonte es un límite a partir del cual se pre-comprende el porvenir. Lo aguardo, lo predetermino, por ende, lo anulo. La teleología es, a fin de cuentas, la negación del porvenir, un medio para saber por anticipado qué forma habrá cobrado lo que queda por venir

 

Cada época, cada período, contexto, cultura, cada momento nacional, histórico, disciplinar, tiene cierta coherencia, pero también cierta heterogeneidad: es un sistema en el cual existen zona de mayor o menor aceptabilidad. Y quien busca lo inactual intenta reconocer cierta aceptabilidad en zonas de mínima aceptabilidad o conformidad: cuando se comprende que se va contra la corriente, se intuye también otra corriente todavía secundaria, virtual, inhibida, que aguarda grávida de una aceptabilidad posible. Se trata de buscar algo que todavía no es bien recibido pero que espera serlo

Cada vez que intenté hacer gestos extraños e inactuales fue porque tenía la impresión de que eran requeridos, más o menos silenciosamente desde otros sectores, por otras fuerzas, las cuales, aunque todavía minoritarias, ya se delineaban como presentes. Es una suerte de cálculo de lo incalculable, y la intempestividad es un tipo de tempestividad en vías de formación

 

Es sabido que Derrida espera que de lo que escribe no todos entiendan todo, ya que, si la transparencia de la inteligibilidad estuviera garantizada, destruiría el texto, demostraría que no tiene porvenir, que no rebasa el presente, que de inmediato se consume; entonces, cierta zona de desconocimiento e incomprensión es también una reserva y una posibilidad excesiva: una posibilidad para el exceso de tener un porvenir y, por consiguiente, de generar nuevos contextos

Si todos pueden comprender de inmediato qué quiero decir, no generé contexto alguno, respondí mecánicamente a la expectativa, y todo queda allí, aunque la gente aplauda y quizá lea con placer. Después cierra el libro y asunto terminado

Debo admitir que en la escritura subyace la exigencia de un exceso aun respecto de aquello que puedo comprender de cuanto digo. La necesidad de dejar una suerte de apertura, de juego, de indeterminación, que significa hospitalidad para el porvenir. Es un modo de dar a leer. Si se da a leer algo completamente inteligible, plenamente saturado de sentido, no se lo da a leer al otro. Dar de leer al otro significa también “dejar desear”

Un elemento solo funciona o significa cuando remite a otro elemento, sea este pasado o futuro, de ahí que la huella sea el origen absoluto del sentido general, lo que pone de manifiesto que no hay origen absoluto del sentido. Decir escritura es decir infinidad, un más allá del lenguaje, lo desconocido donde se pierde el comienzo, el paso cada vez más atrás, cada vez más allá. La huella desordena, transvalora, señala no una presencia anterior sino una ausencia absoluta, algo que no es, pero tampoco es nada, un entre ser y nada

De ahí que la Gramatología es la teoría de la posibilidad general de toda inscripción. Pensar en y desde las diferencias, desde lo Otro, significa instalarse en la inseguridad, en el límite o la clausura de la episteme lógica occidental: salir del planteamiento de lo Mismo para abrir sendas a lo Otro. Lo que propone cuestionar esta crítica es el sentido como significado trascendental, su expresión logocéntrica, o sea, no hay significado único y exclusivo, no hay verdad única

La propuesta de estos textos plurales en significación y temas diseminados, cuyas diferencias engendran el significado, indica una visión que reivindica el placer del texto: constituye otra manera de abrir el texto a la legibilidad. La eficacia de la Gramatología, del pensamiento de la escritura como archihuella habrá sido la de desmontar el postulado logocéntrico del significado trascendental. Ampliar la legibilidad de los textos requiere que estos sean traspasados por la escritura; leer es siempre rescribir, sumar, añadir al tejido del texto algún nuevo hito, atreverse con el texto y sus códigos

La tesis capital de la lectura como diseminación es la ablación de toda tesis, ya que no es posible que una voz se oiga a sí misma. Cada signo repite o prefigura otro: se hace preciso entender la escritura como afirmación, “es siempre la afirmación de algún otro, para el otro, dirigida al otro, a algún otro”

La investigación deconstructiva va siempre más allá del signo, a lo incalculable, lo impensable de otro texto: un desafío de pensar y sentir. Aquí no se pone en escena una técnica sino prácticamente la différance, la diseminación, la deconstrucción, cuyo sentido afirmativo es la construcción inventiva como hipercrítica de todo tipo de signos de esta época

Todo lo que la cultura y la tradición occidental ha silenciado, ha excluido, eliminado o satanizado de sus textos o de su historia del pensamiento, de su sensibilidad y accionar cotidiano, es puesto de relieve por la obra y la escritura de Derrida. Su interés siempre recae sobre lo no definido, aquello que todavía está en suspenso, lo Otro, pero, de todas formas, su obra no puede clausurarse en un corpus ni en un sistema. Sus textos siempre están abiertos a modificaciones y fluctuaciones, por tanto, hay que considerar su escritura como un haz, un tejido, una red de múltiples interconexiones, referencias y estilos

De su discurso solo es posible deducir una dispersión, una diseminación, una différance, la imposibilidad de identificación. La deconstrucción, por tanto, suele consistir de modo regular o recurrente, en hacer aparecer en todo pretendido sistema, en toda auto interpretación del sistema, una fuerza de dislocación, un límite en la totalización. Su interés se dirige hacia problemas pasados por alto o considerados en notas a pie de página – hacia todo lo que hace posible enredar el sistema y, a la vez, dar cuenta del subsuelo en que se forma frenando aquello que lo hace posible y que no es sistémico

Si bien Derrida objetó siempre su pertenencia a la mística, ya que, decía, una cierta necesidad gobierna mi vida y es totalmente extraña a la mística  - su voluntad de escribir - su escritura guarda una cierta aura que lo desmiente en algunos tramos de su experiencia de la escritura, de la muerte de la escritura, que siempre se da en los términos de la posibilidad de lo imposible, de una irrupción instantánea de los acontecimientos

Existe sí la fascinación por la ausencia o lo que, en el trabajo de escritura, en la labor del pensamiento, puede adscribirse a la fascinación, es la fase o el modo indispensable para el impulso de la afirmación, pero si se toma esta palabra implicando la experiencia de la presencia, el contacto, la intuición, me parece que soy tan poco místico como sea posible

La mística, lejos de perderse en la inmensidad del océano o en la experiencia irracional de lo extraordinario, revela un pensamiento, una filosofía cuyo rigor es el mismo que se puede analizar en la escritura donde se expresa, ya que se la considera como experiencia del lenguaje y de la escritura. Asimila la ausencia con el instante presente o el comienzo en el hic et nunc, así como Derrida, y, a la vez, este comienzo está perdido para siempre haciendo posible una palabra y una escritura místicas y haciendo imposible toda apropiación completa. La ausencia no es solo el objeto de la escritura sino su razón de ser, su a priori originario

La mística remite al vacío, al desierto, a la ausencia, a la nada. La huella, de naturaleza oximórica (presencia-ausencia) es como el signo que sustituye a la cosa, e incluso el espectro, y remite a todos los términos que estipulan un espacio intermedio

El sí (como consentimiento) sería requerido antes de toda cuestión o discurso crítico. Es originario: toda acción o discurso implica un asentimiento, ya que es de naturaleza performativa, se compromete en lo performativo de una afirmación originaria, y queda así supuesto para toda enunciación, el sujeto de sí: este sí es “en efecto” y porque es “efecto”, es infinito: lo ilimitado de un Sí como postulado místico

La escritura es la huella de la voz, cuando uno llega a comprender su espíritu, pero también aquello que conserva la esencia de ella más allá de la discontinuidad temporal. Es aquello que desaparece en el comprender que posibilitó: las letras se desvanecen

 

El místico es aquel que no puede parar de caminar y que con la certidumbre de lo que falta, sabe de cada lugar de cada objeto que no es eso, que uno no puede residir aquí ni contentarse con esto, así el deseo crea un exceso, excede, pasa y pierde los lugares. Hace ir más  a otra parte, no habita en ningún lugar. Es habitado

 

 

Diciembre 6 de 2021