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415 - Derrida. La alteridad imposible
Derrida dejó claro que sus obras no se resolvían en una respuesta o en una tesis. Sus lectores lo experimentamos continuamente cuando nos perdemos en esos hilos laberínticos que no acaban de arribar a una conclusión

Justamente, ese sentimiento de perplejidad y vacilación ante la falta de salida es lo que nos propone esta escritura, un nuevo escenario de premisas que no hay que buscar detrás de lo que el discurso occidental dice, sino en lo que supone que significa “decir”, decir y escribir. Es preciso tener en cuenta claramente que las operaciones derridianas no apelan contra la razón,

No hay transgresión si se entiende por eso la instalación pura y simple en un más allá de la metafísica, en un punto que sería también, no lo olvidemos, y, en primer lugar, un punto de lenguaje o de escritura. Incluso en las agresiones o en las transgresiones, nos sostenemos con un código al que la metafísica está irreductiblemente ligada, de tal suerte que cualquier gesto transgresivo nos encierra, exponiéndonos, en el interior de la clausura. Uno no se instala nunca en una transgresión ni habita jamás en otra parte. La transgresión implica que el límite está siempre presente

La deconstrucción no es una propuesta de salirse de la metafísica por un gesto voluntarista, tampoco de un olvido del peso de la tradición que no puede ser olvidada o borrada programáticamente. Se trata de marcar y aflojar los límites del sistema, trastornar el edificio en sus propios desajustes

Las deconstrucciones, a las cuales prefiero decir en plural, no han nombrado nunca, sin duda alguna, un proyecto, un método o un sistema. Ni menos un sistema filosófico. En contextos que son siempre muy determinados, es uno de los nombres posibles para designar por metonimia al cabo, lo que ocurre o deja de ocurrir, a saber, una cierta dislocación que de hecho es repetida regularmente - y en todo lugar donde existe más bien algo que la nada: en lo que se denomina los textos de la filosofía clásica, desde luego, pero también en cada texto, en el sentido general que trato de justificar para esta palabra, esto es, en el ámbito de la experiencia, en la realidad social, histórica, económica, técnica, etcétera

 

Sostiene a propósito que la deconstrucción “tiene lugar”; es un acontecimiento que no espera deliberación, la conciencia o la organización del sujeto, ni siquiera de la modernidad. Ello se deconstruye. Todo texto está en deconstrucción más allá de cualquier intención o presunción de clausurar su sentido. Es un proceso que acontece más allá de toda intención, fin o método que un sujeto pudiera emprender

Para Derrida el sentido se encuentra siempre diseminado. Lo demuestra en el Timeo donde el cuerpo de la escritura se enajena, se sale de cualquier cauce determinado y previsible, de modo que la posibilidad de leer los escritos en claves antagónicas se encuentra en los mismos textos, por eso es factible dialogar con la tradición, creando un pólemos en su interior - la identidad de las cosas es su mismo ser diferente y opuesto -. En todo texto hay un espacio para la posibilidad de disolver la existencia de cualquier sentido único y fijo, y está expuesto a que el sentido se dispare incesantemente más allá de todo lugar que se le haya querido asignar. Del mismo modo se comportan nuestros pensamientos, nuestra lengua, nuestros textos: se deconstruyen, se diseminan, desvarían y circulan. Por eso, todo escrito es una potencia embrionaria infinita de sentidos no utilizados, codificados en ellos y a la espera de su liberación. Esta es la manera en que actúa la deconstrucción - tan nombrada, tan citada y a veces interpretada desde lugares hostiles per se – develando que cada texto es sensible a la pluralidad de significaciones que se dan en cada acontecimiento singular de lecto-escritura

El propio Derrida asume la dificultad de definir el término “deconstrucción”

Para ser muy esquemático, diré que la dificultad de definir y también de traducir la palabra, procede de que todos los predicados, todos los conceptos definitorios, todas las significaciones relativas al léxico e, incluso, todas las articulaciones sintácticas que, por un momento, parecen prestarse a la definición y a esa traducción son asimismo deconstruidos, deconstruibles directamente o no

La deconstrucción emerge en la deriva de un pensamiento que tiene como hilo conductor a la escritura, y se despliega como una escritura de la escritura, que implica e insiste en “otra” lectura - no sometida a un campo de  legibilidad dominado por la impronta del querer- decir  de un discurso - una lectura que revele su fondo de ilegibilidad, es decir, las instancias no intencionales inscritas en los sistemas significantes de un discurso que lo configuran como texto, una lectura que perturbe la posibilidad de ser etiquetada como expresión de un sentido,

Si es verdad que la lectura abre la posibilidad de acceso a un sentido transmisible, y, por ello, en su identidad propia y unívoca, traducible, entonces ese título es ilegible. Pero con una ilegibilidad que no se detiene en un frente de opacidad. Por el contrario, aquélla hace que vuelva a dispararse tanto la lectura como la escritura y la traducción. Lo ilegible no es lo contrario de lo legible, es la cuña que le da la ocasión o la fuerza para volver a empezar

 

Las premisas implícitas en los discursos  se neutralizan con un gesto destinado a vaciar esa carga de supuestos, de órdenes discursivas establecidas, con la venida de un elemento completamente otro que perturba al sistema que lo hospeda, y supone la irrupción de una dificultad insuperable, una aporía, y que obliga al discurso a diferir de sí mismo y a erigirse más allá. Así el texto se vuelve otro, tras la llegada inesperada e impensable de esta imposibilidad. Esta experiencia de la alteridad absoluta instala el texto en la indecibilidad, en la perplejidad de la irresolución y en medio de una instancia subversiva como pensamiento de la Sospecha que busca desocultar lo que se esconde tras la cultura. Esta lectura demuestra que existen ciertos conceptos que suponen indicios de algo indecible y escurridizo que escapa a la lógica metafísica oposicional. Derrida afirma que un texto no es un campo homogéneo: es un campo de fuerzas heterogéneas que al mismo tiempo que le dan forma, lo quiebran desde dentro obstruyendo cualquier atisbo de homogeneidad: son las “marcas” que Derrida denomina la estrategia - la experiencia – de la indecibilidad

El texto es un espacio excesivo, incalculable. Las lecturas que lo atraviesan se enfrentan con instancias de indecibilidad; la grieta entre lector y texto no solo supone que los significados son indeterminados, sino que, lejos de cualquier derivación hacia la clausura de una verdad total, están en perpetua diseminación

La deconstrucción no es ni una filosofía ni una ciencia, ni método, ni doctrina sino lo que viene a perturbarlos a todos, lo imposible, eso que llega que resulta completamente inconcebible e impensable, una alteridad, un absoluto otro para nuestro espacio de entendimiento, algo que desbarata cualquier certeza y embarga al texto y al lector en una absoluta inquietud. Es la inversión del confortable espacio de la mismidad tan conocida y aceptada donde hay un control abstracto y frío sobre lo posible, y donde el entendimiento hace de lo no existente algo calculable. Sería como una lógica textual que anuncia que hay algo que no se puede anunciar ni enunciar: la experiencia de lo imposible, y que Derrida llama la posibilidad de lo imposible. Esta estrategia deconstructiva es la misma con la que Derrida aborda la justicia, Dios, la democracia, el tiempo desbaratado o fuera de sus goznes, como el acontecimiento. Toda su obra está atravesada por la atención a la alteridad, por una fidelidad al lenguaje de lo otro (que irrumpe), del otro (que escribe en mí). La alteridad se conjuga en sus más diferentes formas, como lo otro (la diferencia, la repetición, el deseo, la muerte…) como el otro (la mujer, el judío, el espectro, el extranjero…) o como los otros (las xenofobias, los nacionalismos, la guerra…) y en todos los casos atiende a liberar las diferencias de su sumisión a los antagonismos

La justicia consiste en aprender a vivir con el otro

No es la posibilidad, como podría pensarse, la condición de lo real - la condición para que algo suceda - sino más bien, la imposibilidad, es decir, que haya un espectro amplio de posibilidades otras, de posibilidades imposibles e inasumibles, que puedan realizarse sin ser susceptibles al cálculo - lo que no sería sino el despliegue de un programa, el desarrollo de una única posibilidad ya probada -.  La condición de posibilidad es una condición de imposibilidad, y solo lo imposible tiene lugar, no es simplemente lo contrario de lo posible porque es absurdo y no puede ocurrir

Entre lo posible, entendido como el conjunto de probabilidades proyectables desde un sistema lógico y lo im-posible, comprendido como el espacio inconcebible de posibilidades que exceden todas las determinaciones de tal sistema lógico, no hay ni una simple contradicción lógica. Lo uno no es lo opuesto a lo otro, sino que lo imposible atraviesa todo el reino de lo posible y lo acecha sin pausa. Lo imposible es lo singular, lo exceptuado, trae la discordia y la inquietud, quiebra cualquier expectativa y cálculo, impide que el sistema se cierre y con su irrupción dicta las urgencias inmediatas y concretas, deconstruye el discurso y obliga a pensarlo de otra manera

La complejidad de lo real nos enfrenta con nuestra incapacidad para comprenderlo y explicarlo, y esto lo hace mediante la transgresión de la idea (convencional y arbitraria) que el lector tiene de la realidad, lo que implica una continua reflexión acerca de las concepciones que desarrollamos para explicar y representarnos el mundo

Por su resistencia a la simbolización, lo imposible no puede hacerse presente como tal, sino que está siempre por venir. Esto no quiere decir ni que no llegue nunca o no ocurra (utopía) ni que pertenezca al futuro (es decir, al orden de lo posible y lo programado) sino que siempre está viniendo y asediando al reino de lo posible, inquietando las coordenadas de cualquier discurso. El acontecimiento es lo que tiene lugar en su singularidad y en su excepcionalidad. Si fuera vaticinable, previsible, no sería acontecimiento imposible sino otra versión de algo que ya es y es comprendiéndose. Eso no conduce a la deconstrucción al mutismo, sino al contrario: el lenguaje prolifera, tartamudea y se extiende, abunda, en tropos y recursos

Esta alteridad imposible es la fuente de lo posible, su condición misma de posibilidad, el exceso de indeterminación que resta en todo sistema y que impide su cierre. Así, lo imposible es esa condición sin condición de lo posible que es la muerte para la libertad: es ese espacio restante de incondicionalidad, indecidible, del que brotan nuestras concepciones y sistemas, aquellos gracias a lo cual tienen lugar los acontecimientos. Por tanto, lo imposible solo es posible en tanto que incondicional, allí donde su posibilidad como incondicional consiste en su imposibilidad

Lo imposible ocurre sin condición y sin previo aviso, irrumpe como algo incodificable, y que se revela como condición misma de cualquier código, como lo incondicional de toda codificación. Lo imposible consiste en ser un exceso, en aludir a un más allá del límite inasimilable. En su carácter de incondicional, lo imposible rompe el círculo de la economía y el círculo de la ontología. Sus exigencias son de infinitud, el deber que se le debe, es in-condicionado y absoluto, solo es posible como un imposible, desarmando cualquiera de nuestras condiciones de realidad

Oponiéndose a la idea husserliana de volver a las cosas mismas, o sea a la garantía del acceso a la realidad, Derrida afirma que la cosa misma siempre escapa. Pero si en el realismo el alcance del conocimiento se extiende hasta la “cosa misma”, en la deconstrucción ésta siempre escapa, siempre se sustrae al juego de significantes, siempre se sustrae al juego de lo real como si estuviese oculta tras velos, en fuga, sin querer ser hallada, no por ser esquiva sino por ser fugitiva

Y contrariamente a lo que la fenomenología – que es siempre fenomenología de la percepción – ha intentado hacernos creer, contrariamente a lo que nuestro deseo no puede no estar tentado de creer, la cosa misma se sustrae siempre

 

En su Gramatología, Derrida deja sentado el sentido de la escritura como “metaforicidad en sí misma” y que más tarde se traducirá en la concepción de lo real como un juego de velos que se suceden infinitamente sin que exista el hecho de lo velado. Por tanto, lo real es en sí mismo ese juego de velos, la red de envíos entre huellas y que, por eso, la cosa misma siempre escaparía – no porque se sustrae al juego, estando fuera de él sino porque la estructura de lo real es el propio escapar, o, el mismo juego de escape

Para apresar lo que realmente se le escapa (una retórica de lo indecible, algo así como una poética de los vacíos) no hace del vacío un silencio hueco, sino todo un lenguaje nuevo, renovado

En La farmacia de Platón se lee

La tela que envuelve a la tela. Siglos para deshacer la tela, deconstruyéndola así como un organismo. Regenerando indefinidamente su propio tejido tras la huella cortante…Hay que arreglárselas para pensar eso: que no se trata de bordar, salvo si se considera que saber bordar es saber seguir el hilo dado

Por tanto, deconstruir lo real sería mostrar que la realidad es texto, es textil, es tejida. Se habla del “secreto” de Derrida, pero nunca podría ser comprendido como lo que se oculta. El secreto no es lo escondido, por debajo de los velos, secreto es justamente lo que se secreta, la secreción, lo que desborda, lo que se derrama y que es enigmático en su aparecer. Es lo que Derrida llama “críptico”, no algo a ser develado, sino una inscripción indescifrable, marcada en el tejido, en la lengua, en la piel

Lo imposible en Derrida supone una oportunidad, una apertura. Hay una resistencia, un esfuerzo por emplear conceptos diferentemente y señalar que hay algo que se pierde y no se alcanza en el despliegue del texto, que hay una alteridad que perturba el discurso y que el texto no puede apresar

Si la justicia, por ejemplo, solo puede evocarse a través del derecho (como lo imposible solo podía evocarse en el lenguaje que nunca lo capta) nunca puede reducirse a éste: su identidad con el derecho significaría la completud del sistema legal, la saturación de lo real por lo legal y con ello la entrada en un sistema totalitario

La justicia, como resto excesivo del derecho, como un incondicional al que todo derecho, como aquello real no simbolizable, impide el cierre de la totalidad: escandaliza al derecho, le obliga a una continua reformulación. La justicia inquieta al derecho, lo distorsiona y lo perturba, pero gracias a su irrupción es que el derecho puede volverse otro, que todo puede cambiar y que pueda dibujarse en un nuevo orden de derecho, siempre por venir y quizá siempre más justo. La justicia es ese incondicional que en su imposibilidad funda el derecho, del mismo modo que es ese exceso sobrepasa la lógica de su código, la quebranta y la inquieta y con ello le exige definiciones

La hospitalidad, en tanto encuentro con la imposible alteridad (sea en el plano político, lingüístico, religioso, etc) no puede ser pacífica sino hostil. Lo extraño, o lo otro es acogido como enemigo, amenaza el logos paternal y es lo que pone en cuestión la mismidad del discurso. Así el discurso que acoge la alteridad nunca está preparado ni es capaz de predecir su llegada

La hospitalidad no es tanto invitación como una visitación. No se trata de que el discurso en un gesto soberano y como dueño de casa acoja a lo extraño y le haga un espacio, sino que, en su venida, en su visitación incalculable, la alteridad descontrola y desarma el discurso y le muestra que lejos de ostentar la soberanía, gobierna la casa, es él quien es gobernado por la alteridad, asediado por lo imposible y rehén del otro que en su perturbación transgresora impone la expropiación. Por todo ello, la hospitalidad como visitación y hostilidad hacia la alteridad imposible que siembra el conflicto, transfigura el discurso que ya no podrá ser el mismo y esta transfiguración, esta invasión de la alteridad que desvirtúa el discurso, genera un espacio paradójico aporético en el que no hay posibilidad de determinación ni capacidad de decir

Lo imposible desestabiliza y siempre provoca la liberación de las asfixiantes y restrictivas estructuras del logocentrismo. Es una experiencia que hace temblar tanto al discurso, que queda sumido en la perplejidad, como al lector. Esta indeterminación, esta tensión y vulnerabilidad de la posición es cualidad indisociable de la experiencia de la imposible alteridad


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Diciembre 19 de 2021