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423 - Wes Anderson. Una obra de arte en movimiento
No voy a ocultar que Wes Anderson es uno de mis directores preferidos y lo sigue siendo, aun cuando su última película, The French Dispatch, no haya sido lo que largamente esperé. Y creo, más bien estoy convencida, de que fue lo mejor que me pudo pasar. De ninguna manera abogaría por un eterno mismo Wes que tratara de ganar mis favores de espectadora repitiendo lo que hemos aplaudido hasta ahora.


De todas maneras, si entrara en un cine ignorando el director y viera los primeros planos de The French Dispatch, no dudaría ni un segundo de su autoría. ¿Entonces?

Cualquier garabato, por así decir, que haga Wes, tiene inevitablemente su sello, su espíritu, porque es un artista como pocos, e inevitablemente deja su marca, aún sin buscarlo, fatalmente, por eso vibramos con sus signos, porque los reconocemos. Y si quiere retorcer esos signos, desplazarlos, o hacerlos desaparecer, reconoceríamos su ausencia y esa ausencia también sería un signo de Wes

La ansiedad que ha generado este film en algunos espectadores -  y a veces, el agobio - se debe a sus innumerables piruetas discursivas, y no solo, sino también, a la velocidad que le imprime y a la vigilancia que exige a nuestra mirada, una de las principales exigencias del cine contemporáneo a todo espectador que aterrice distraído y que olvide el salto al vacío que le puede demandar su visión. Hay un factor que puede pesar en este tema y es el avance de la tecnología en cuanto a la rapidez con que manejamos nuestros dispositivos, además de la omnipresencia de Internet que nos sitúa continuamente en un tiempo simultáneo y en un mismo espacio que nos reenvía a todos lados. Es nuestra nueva normalidad y no podemos evitarla

En todos sus films anteriores, El oficio y el genio de Anderson se nos daban quizá - se podría decir -  más amablemente, la mirada se instalaba dentro de la historia, no había momento para dejarla a un costado, mirar y pensar eran una sola cosa, se daban en un mismo insight junto con ese goce estético que produce su escritura. El Gran Hotel Budapest 2014) nos exigió más que sus películas anteriores, pero nunca el discurso alcanzó el grado de dispersión de La Crónica Francesa (2021), todo lo contrario, la sintaxis quebrada hecha a base de ecos de otras escrituras, convergían en una sola coreografía que se abstenía de todo intento de realismo a pesar del quiebre de la linealidad y sus continuas citas- incluida un cartoon- lograba la verosimilitud de lo inverosímil

Aquí, partimos de una ingeniosísima descripción de los horrores de Ennui - sur- Blasé -, ciudada imaginaria, a cargo de Owen Wilson, un habitué de la familia Anderson poco afecto al encanto del lugar, y en cambio, más proclive a resaltar sus aspectos siniestros - que va a ser la sede de The Frenc Dispatch del Liberty Kansas Evening Sun, una especie de “diario del domingo” que acoge tanto críticas de los conflictos del mundo global y temas como Arte, Moda, Cocina, Sociedad etc.  The Cycling Reporter narra un día a lo largo de 250 años. Acá impera la simultaneidad a través de fotos fijas que alternan el pasado y el presente de los trabajadores del  lugar

Anderson es endiabladamente culto y poliédrico y todas sus habilidades las vuelca sin mezquinar en sus films, pero en la última no supo frenar, ¿o no quiso?

En la Crónica, su intención es el homenaje a un ya desaparecido periodismo: una Carta de amor según lo bautizaron, el de la vieja escuela, y a sus periodistas como seres que se comprometen con lo que escriben y que a veces actúan en el mismo meollo de la cuestión, un periodismo totalmente desconocido por las generaciones actuales y que Wes parece querer que no se olvide. Aquí podemos hacer mención a The Hour, una serie del 2011, con la misma intención y una primera temporada de excelencia (post 372 Julia Vincent Blog). No es el interés compararlas, sería imposible, pero sí hacer notar la distancia que toma Wes de la emoción - más bien de su manifestación – no solo en este film sino en todos sus anteriores, una distancia que se pone de relieve en los momentos culminantes, con una especie de mirada al espectador fija e intensa, “impasible” (según la acertada definición de Zeffirelli a Lucinda), casi mecánica, algo desafiante que parece querer decir: no hay remedio- hice todo lo que pude - no esperes que llore, y que si bien no implica una renuncia, sí una aceptación ante lo imposible habiendo no obstante tratado todo. Siempre se recalca el desafío a la autoridad que le es común en todos sus films a los niños adultos incomprendidos por los adultos niños de Moonrise Kingdom , Viaje a Dargeeling, Los Excéntricos  Tenenbaums. En Isla de Perros, apenas una lágrima de Spots dulcifica la pérdida del amo. Parecería que el director toma una línea de fuga de todo aquello que implica la emoción explícita y la mediatiza con el estilo, como si su manera de ponerla en escena fuera sobreentendiéndola detrás de una impostura silenciosa y entregándosela al espectador para que él mismo la procese. Curiosamente en La  Crónica hay un leitmotiv que echa luz sobre este aspecto: “aquí no se llora”, pero, no obstante, la emoción asoma en el tercer episodio: El Comedor Privado del Comisionado de Policía en un diálogo del cocinero Nescaffier y el cronista de Tastes and Smells,”de memoria tipográfica", Roebuck Wright. Es interesante reproducirlo porque parece contener algo de la intención del director: allí el cocinero dice,

Soy extranjero  

Buscamos algo que nos falta, algo que dejamos atrás

Y Roebuck,

Con un poco de suerte encontraremos lo que nos esquivó

En los lugares que solían ser nuestro hogar

 

Si bien este director privilegia lo visual con su obsesivo preciosismo en el detalle y la simetría en la composición de los planos, en la utilización del recurso de los escenarios teatrales reconvertidos en puro cine con el correr de la cámara (como todo lo que toca Wes), en la implementación de planos móviles que dinamizan la puesta en escena y ponen de relieve el constante cambio y la fugacidad de todo – y la simultaneidad - en el decorado, los colores alternando con el blanco y negro, la parodia va por debajo, esmerilando la continuidad de la escritura, quebrando la sintaxis a través de las resonancias de diversos textos que continuamente se abren, se cruzan y se unen a través de un bucle que ensambla todas las historias 

El exceso de factores simultáneos a los que hay que atender no es poco y es realmente una hazaña tratar de abarcar todo de una vez: la tipografía, las pantallas múltiples que no perdonan ser ignoradas, el narrador que urde una trama distinta del texto que se lee, los subtítulos que, a veces, difieren de las voces, acompañados de otros más pequeños que remiten a los famosos “globitos” utilizados en las historietas y que parecen contener reflexiones personales - un recurso caro a De Palma - pero la historia sigue y no espera y el espectador a veces desespera

La gran cantidad de figuras notables (Wilhelm Dafoe como el contador del inframundo,  Edward Norton el cabecilla encargado del secuestro, Christoph Waltz, Griffith Dune de la increíble 24 horas, Kate Winslet, Natalie Portman, Saoirse Roman) que desfilan por doquier, algunos con un rol de unos pocos segundos o minutos (Dafoe, Norton) y otros que no alcanzamos a seguir, ¿son cameos o nos señalan un mundo globalizado donde no alcanzamos a conocernos del todo y atravesamos todos los espacios posibles tratando de encontrar nuestro lugar?. A pesar que el film remite al siglo XX, especialmente el episodio de Revisiones de un Manifiesto con todas las resonancias del Mayo francés mediatizado también a través de la Nouvelle Vague, del cine de Godard y Truffaut revisitados, la puesta calladamente, por lo bajo, apunta a un mundo más siglo XXI de jóvenes rebeldes sedientos de éxito, de visibilidad, luchando por su autonomía y su independencia, extremadamente radicales en sus elecciones, defendiendo sus ilusiones como abstracciones luminosas, queriéndolo todo ya, prefiriendo el suicidio como Morisot que no puede esperar 48 años la jubilación como sus padres o entregándose  en cuerpo y alma al movimiento como Zeffirelli y encontrando la muerte tratando de arreglar una antena para ser luego convertido en fetiche. Lucinda Krementz, su cronista, corona este episodio diciendo,

Conmovedor el narcisismo de la juventud

El humor no le falta a Wes en ninguna circunstancia, es parte de su cine y lo encontraremos en todos sus films: la parodia actúa como comentario de las circunstancias desdramatizándolas para de esa forma abatir todo realismo sin negarlo

Se puede decir que este film ofrece un menú pantagruélico, exquisito, pero que la demasía de historias y recursos, aun ya conocidos, afecta su nivel narrativo en la llegada a algunos espectadores que no pueden asimilarlo de una sola vez, pero seguramente habrá quienes, no obstante, volverán a verlo una y otra vez antes de rendirse

No me agrada juzgar a un director que está suspendido en pleno salto hacia algo diferente, y menos si ha dado prueba de su excelencia con creces. Solo diría que en el arte la suma de recursos puede ser un enemigo y en este film, Wes no le dejó el lugar al vacío, y quizá esa clausura se deba a la condición de homenaje con que fue planeado el film, y, sobre todo, partiendo de un Obituario. Pero, su sello personal permanece intocable, es una obra de arte en movimiento

 Ficha técnica

Año 2021

Duración 108´

Dirección Wes Anderson

Guión Wes Anderson, Roman Coppola, Jason Schwartzman, Hugo Guinnes

Música Alexander Desplat (acordes de Erik Satie y T Monk)

Fotografia Robert D Yeoman

Reparto Benicio del Toro, Jeffrey Wright, Tilda Swinton, Tioithée Chalamet, Lea Seydoux, Mathieu Amalric, Lyna Khoudry, Bill Murray Elizabeth Moss, Wilhelm Dafoe, Adian Brody, Francis Mc Normand, Liev Schreiber, Owen Wilson, Owen W Mathieu, Steve Park, Saorse Ronan, Edward Norton, Griffin Dunne, Kate Winslet , +14




Enero 17 de 2021