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429 - Roand Barthes. La herida que no cierra
Roland Barthes configuró en los años 60 una teoría de la lectura cuyas características lindaban con el rigor científico. A principios de los 70, sus intereses se desplazaron hacia un desajuste del sentido amalgamado alrededor de tres instancias, Texto, Escritura y Placer.

Las cualidades con que el estructuralismo había pensado el texto mutaron hacia una nueva concepción caracterizada por el descentramiento estructural y el abandono de las restricciones científicas

El texto se desmarca de la tarea de fundar verdades y se suscribe a una práctica significante que gira en torno al sentido irreductible, al fragmentarismo y a la ausencia de autor. Estos cambios acarrean una revisión de otras características inmanentes al texto como la lectura, y al dejar de pensarse como una estructura de significados y pasar a ser un universo de significantes, abandona la noción de producto, y así la lectura se convierte en un trabajo de lenguaje, la aventura del significante

La lectura fue concebida por Barthes como un campo plural de prácticas dispersas, de efectos irreductibles, un destello de ideas, de temores, de deseos, de goces, de opresiones

Una lectura que sucede cada vez, haciendo trastabillar los valores establecidos, una vía vacía de contenidos, de ideas de lo ya conocido, una espera de lo nuevo, de lo que aún no fue, sin el peso del pasado, jaqueando la continuidad, a la espera de lo que no se espera. Un espacio virgen donde se lee lo que no está escrito. Un pasaje a lo impensado, aboliendo la engañosa solidez de los axiomas que obligan a la univocidad de la lectura, y desbaratando la violencia institucional que se pretende sin fisuras, y la banalidad que otorga el significado aceptable de lo inaceptable

Leer es estar frente a una presencia camuflada que interroga, que convoca. Es dar el salto desde la letra a la ausencia, sostenidos por lo incierto donde irrumpe un más allá de lo esperable, una lectura contra toda expectativa, una interrupción, semejante a la que implicaba” levantar la cabeza del texto” según Barthes, un tipo de lectura irrespetuosa, en tanto dispersa y disemina. Es la interrupción que sacude al cuerpo sacándolo de la somnolencia y del letargo del sentido porque se trata de deslizar lejos el significado, una y otra vez, y de hacer vibrar otra cosa que el sentido

La lectura crea en la medida en que también constituye su objeto, así, en lugar de encontrar sentido en el texto, lo produce. Es la propia lectura la que funda la legibilidad de los objetos, lo que pauta un crecimiento, una dilatación de la lectura en el sentido de que ahora es posible leer todo Se pueden hacer retroceder hasta el infinito los límites de lo legible, decidir que todo es, en definitiva, legible, pero también en sentido inverso, se podría decir que, en el fondo de todo texto, queda un resto de ilegibilidad. Ese resto blanchotiano, ese excedente que Blanchot se aproximó a definir como eso Neutro que se halla asilado en toda palabra y que no es otra cosa que lo desconocido, extraño a toda exigencia de presencia. El saber leer puede controlarse en su estadio inaugural, pero muy pronto se convierte en algo sin fondo, sin reglas y sin término

Barthes se vuelve admonitorio contra la censura del placer y se ensaña contra el consenso, la opinión de la mayoría, filtro convencional del sentido común, de la moral amalgamada que rechaza las contradicciones y el riesgo, apostando a lo seguro

Las intervenciones bartheanas produjeron un intersticio por donde pudo colarse el deseo y empezar a respirarse esa lectura del deseo. La lectura pasa a ser una intervención que va a involucrar a la escritura como vehículo principal

Leer implica escribir ya que leer es una buena conductora del deseo

Barthes fue el gran explorador de doxas, de opiniones, de tal manera que sus cuestionamientos hicieron que la lectura se asumiera como una resistencia a la doxa, como sorpresa de lo que sucede, de lo que acontece más allá de cualquier intención. Sustituyó el círculo canónico y dogmático de la cultura burguesa por un discurso que reinventaba al lector en tanto que sujeto que invalidaba por medio del placer el monstruo del estereotipo

Hay una cercanía notable entre Barthes y Deleuze en algunas cuestiones: así Deleuze posibilita la novedad en la creación introduciendo paradojas en el discurso, allí donde no se ven, allí donde no están, destruyendo el buen sentido como sentido único, colocándonos en el umbral de la incertidumbre, Barthes la considera como un procedimiento necesario que provoca que las cosas no cuajen y se salgan de sus goznes.

Asimismo, Deleuze introduce la desmemoria en el centro de la creación intelectual, y afirma que cuando el discurso se repite o se pliega a lo establecido, inicia su agonía y subraya la necesidad de experimentar, sortear lo establecido, evitar la respuesta, abrirse a lo que acontece

Barthes por su parte piensa que no hay lectura sino en el hallazgo y este solo puede ocurrir en el olvido. Leo porque olvido. Y estos olvidos acaso sean el fundamento de las lecturas posibles

Porque hay olvido es que se puede empezar a leer

La pregunta recalca lo incierto y resiste el sentido instituido: Aquí Barthes parece invertir lo dicho por Deleuze acerca de evitar la respuesta al “estar en la pregunta”

Estar en la pregunta es soportar la aventura, desprenderse de toda apropiación. Estar en la pregunta diluye la pretensión de ser, suscita intersticios, provoca un entre, hace jugar una tensión entre lo que se fuga y lo que ocurre, lo que se fuga en lo que acontece, entre placer y goce, entre lo que se intenta asir y lo que fuga, entre el deseo y el cuerpo, entre la doxa y la paradoja, entre el poder y el fuera del poder, entre la solidez y lo que se diluye, entre lo institución y lo instituyente, entre la tranquilidad del sentido y la inquietud de la lectura, entre lo mismo y lo otro, entre el adormecimiento del estereotipo y el despertar del cuerpo, entre la repetición y la ocurrencia, entre el trabajo y el juego

Desplazar la palabra es hacer una revolución

Abrirse a la lectura es estar dispuesto a transgredirla, a dejar de dominar el texto y a cuestionar la imposición de quien la produce. La lectura ya no es lectura de un texto, el texto es la experiencia. Leer y escribir es vivir esa experiencia. Los enunciados se apropian de los cuerpos. Somos cuerpos, palabra que deambula, cuerpo de escritura, cuerpos escritos, leídos y rescritos

Se lee con el cuerpo. Leer es reencontrarse con el nivel del cuerpo, y no de la conciencia como ha sido dicho. Es ponerse en la producción, no en el producto. La lectura es un gesto del cuerpo y cada vez que se lee se abre ineludiblemente una herida en el sujeto. Si bien se refiere a la herida que provoca la lectura, Barthes se remite más concretamente a la escritura que produce la verdadera lectura. Así la lectura sería una hemorragia permanente por la que la estructura se escurriría

Barthes, descree ya de la teoría de la lectura de años anteriores, pero sí cree en la lectura como resto, una zona de excedencia, que puede no querer decir nada y es la que impide toda apropiación y la que permite lo abierto y lo indescifrable. El resto no es indeterminado porque la lectura sea el resultado de una impresión, sino porque ninguna lectura queda agotada después del punto final, y, porque todo buen texto rebasa lecturas

La lectura sería el lugar donde la estructura se trastorna

Hay una advertencia de Barthes sobre el sentir la necesidad de levantar la cabeza de un texto que nos resulta demasiado interesante a causa de una gran afluencia de ideas, de excitaciones, de asociaciones y nos conduce a la propia escritura, a nuestro propio deseo de escritura. Sería otro texto, un espacio de deseo, el punto de partida como el no saber – levanto la vista, pienso en leer y no sé qué es leer

Entonces, ¿Qué es S/Z? se pregunta Barthes,

Un texto simplemente, el texto ese que escribimos en nuestra cabeza cada vez que la levantamos. Ese texto, que convendría llamar con una sola palabra: un texto-lectura

A veces, aclara Barthes, vemos perfectamente que una determinada obligación de seguir un camino (el “suspenso”) lucha sin tregua dentro de nosotros contra la fuerza explosiva del texto, su energía digresiva: con la lógica de la razón (que hace legible la historia) se entremezcla una lógica del símbolo. Esta lógica no es deductiva, sino asociativa: asocia al texto material, otras ideas, otras imágenes, otras significaciones

El texto solo no existe, en lo que estoy leyendo hay, de manera inmediata, un suplemento de sentido del que ni el diccionario ni la gramática pueden dar cuenta. No he reconstituido un lector, sino la lectura… No hay verdad objetiva o subjetiva de la lectura, sino una verdad lúdica

Surge la reflexión entonces sobre otra manera de ver la lectura, cómo ser fiel a su efecto, al Lugar donde siempre es otra para el sujeto que lee, de la lectura a la escritura El texto del placer es la satisfacción, aquella que se refiere a la estabilidad del yo y asegura los valores de plenitud, relajamiento y confortabilidad, los que remiten a todo el espectro de lectura de los clásicos

El texto del goce convoca a la desaparición, la atopía, una cierta experiencia de la soledad y del alejamiento de la sociedad, a través de la cual el sujeto se pierde y su cuerpo se desgasta. Por lo tanto, la lectura del goce se vuelve una especie de perversión que pone entre paréntesis el yo del lector y coloca en primer plano su cuerpo, de tal manera que la noción de lectura incorpora el concepto del cuerpo del lector

El lector, al desbaratar la censura y la desaprobación cultural, al levantar la cabeza del libro y dejar que el cuerpo escriba sus propias ideas, demuele el carácter indolente y solitario de la escritura

Hay una insoslayable comunión entre Barthes y Proust y no solo por las coincidencias de sus respectivas biografías, sino porque la lectura en ambos es una experiencia activa que abandona el reposo solitario para constituirse en una verdadera práctica de sentido que borra los límites entre el adentro y el afuera del acto de leer

Lo que sucede no es un deseo de escribir, sino escribir como deseo, es hacer una lectura. Hay un leer que es escribir, más aún, leer es escribir, es producir una escritura en sí mismo. Así, la lectura se convierte en producción de trabajo. El producto (consumido) se convierte en producción, en promesa, en deseo de producción, y la cadena de los deseos comienza a desencadenarse hasta que cada lectura vale por la escritura que engendra y así hasta el infinito

Escribir está ahí en la lectura cuando se ejerce de manera activa, de ahí que la lectura que no adormece es escritura, y de alguna manera, la otra también pues se refugia en los sueños. En una intentamos acomodarnos y la otra es una provocación debido a la irrupción inevitable de la subjetividad que trastorna la estructura. Cuando la lectura la lee es escritura

No se trata de pasar del autor al lector, sino que sucede un cambio de nivel de percepción. Ambas deben definirse y redefinirse juntas porque si persisten en separarse podría producirse una Teoría de la literatura que no será sino una teoría de orden sociológico. Escritura y Lectura se implican y se conciernen mutuamente

¿Qué es lo que hace del dicho un decir?

Lo que pone en juego la enunciación y crea un sujeto que irrumpe en la discontinuidad diluyendo la pretendida estabilidad del sentido y la intención. El sentido puede liberar la lectura hasta el infinito ya que no hay límite estructural que pueda clausurar la lectura. Barthes hace del objeto una creación de la lectura, aquel que la hace surgir en su impertinencia, que es, en cierto modo, algo congénito a la lectura como si algo por derecho propio enturbiara el análisis de los objetos y los niveles de lectura y condujera así al fracaso, no tan solo a toda búsqueda de pertinencia sino también, al mismísimo concepto de pertinencia

Barthes juega con los límites de la legibilidad y la ilegibilidad porque se trata de sostenerse frágilmente en esos intersticios sin arrojarse a los bordes. Se trata de lidiar con el juego que desbarata cualquier intento de optar un sentido claro o un sin-sentido. Desplaza la pertinencia a la impertinencia. La lectura es impertinente porque ella hace fracasar a la vez al mismo concepto de impertinencia. Allí se produce un intersticio por donde se cuela el deseo y hace de la lectura algo inesperado, nunca allí donde la esperábamos.


Ese intersticio es el aire que permite que se respire frente al ahogo de la normalidad, de la mismidad, la estupidez y la doxa, en suma, de la opinión pública, una” institución” que almacena lo que hay que saber, una fortaleza que preserva las palabras efímeras que leen el mundo, un anónimo genérico como escudo que defiende el lugar de la seguridad y la pertenencia

 Leer es hacer trabajar a nuestro cuerpo (desde el psicoanálisis se sabe que ese cuerpo sobrepasa ampliamente nuestra memoria y nuestra conciencia) siguiendo la llamada de los signos del texto, de todos esos lenguajes que lo atraviesan y que forman una especie de irisada profundidad en cada frase

 

 

 

 Marzo 1 de 2022