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434 - Blanchot. La infinita deriva de lo Neutro
Aproximarse a Maurice Blanchot - porque es lo único que honestamente nos cabe - es instalarse en una zona de borde, sin rostros, solo voces que se confunden y se crispan en el habla, en una intimidad tan atrayente como peligrosa, sustraídos de tiempo, en una soledad esencial, en ese murmullo del lenguaje que finalmente es la vida misma que nos lleva a escribir infringiendo los límites y asomados a honduras insoslayables


Sabemos que Blanchot ha vivido circunstancias complejas e incómodas que remiten a su compromiso político con la derecha nacionalista de los años 30 y luego con el Mayo francés del 68 donde el lenguaje se asumió como respuesta al poder excluyente a través de una revolución provocadora. En ambos extremos se palpa la intransigencia con la cual se ubicó en ellos. Se retira luego de esa escena imprimiendo las huellas de su travesía en la búsqueda constante de una nueva comunidad

Los comentarios sobre su avatar político no fueron amables y algunos de ellos hicieron responsable a la literatura - como su motor para evitar la política, la historia y el mundo, y que remitiría a una literatura que hace del olvido su gran tema y su sujeto, por lo que se lo consideraba un pensamiento peligroso -  y de la impotencia que le genera como la única forma de responder. Pero quizá podría ser el único recurso de que disponía Blanchot para pensar justamente la política, la historia y el mundo. No es posible ignorar sus pasos como uno de los más grandes del siglo XX junto a Roland Barthes a quien lo unió “una relación sin relación”

 

He aquí una de las preguntas que este pequeño libro confía a otros, menos para que lo respondan que para que quieran llevarla consigo y acaso prolongarla. Así se encontrará que ella tiene también un sentido político constringente y que ello no nos permite desinteresarnos por el tiempo presente, el cual, abriendo espacios de libertades desconocidas, nos vuelve responsables de relaciones nuevas, siempre amenazadas, siempre esperanzadas, entre lo que llamamos obra y lo que llamamos desobra

                                        La communauté inavouable

 

Blanchot ha testimoniado más de una vez la incapacidad de equilibrar la enunciación de una afirmación sin que por ello se la reconozca como una negación, una indecibilidad que, al decir de Derrida, es el presentimiento de un Sí completamente nuevo, indefinidamente plural. Plantea la palabra a partir de un porvenir que tendría que ser pensado en el olvido de lo previsible, en la agotadora inestabilidad que, creciendo sin cesar, desarrolla en toda palabra el rechazo a detenerse en alguna afirmación definitiva, y estas mismas líneas parecen merodear su pensamiento de lo Neutro, si bien lejos de las definiciones. Christopher Bident, acertada y brillantemente, sin traicionar a Blanchot, dice que no pensó lo Neutro, lo escribió. Su pensamiento resucita lo callado, esa fisura entre afirmación y negación

La palabra profética, una de las modulaciones de lo Neutro, no es cualquier palabra, sino una palabra que pareciera haber consumado todas sus respuestas: lleva a cuestas una profecía que remite a un tiempo de interrupción, ese otro tiempo que está presente en todo tiempo. Profética es una palabra que no hace depender todo futuro del horizonte insuperable de una reiteración de lo “ya sido”, y que no se apoya en algo que ya es, ni en una verdad en curso, ni en el único lenguaje ya dicho o comprobado. No es solo una palabra futura, sino una dimensión de la palabra que la compromete en una serie de relaciones con el tiempo mucho más importante que el mero descubrimiento de ciertos acontecimientos venideros

Prever y anunciar algún porvenir es poca cosa si ese porvenir se integra al curso ordinario de la duración y se expresa en la regularidad del lenguaje. Pero la palabra profética anuncia un imposible porvenir o bien hace del porvenir que anuncia, y justamente porque lo anuncia, un imposible que debe trastornar todas las referencias firmes de la existencia. Indica el porvenir, ya que no habla todavía. Cuando la palabra se hace profética, no se da el porvenir, sino que se retira el presente, así como cualquier posibilidad de presencia firme, estable y duradera

La palabra profética es una palabra errante que señala un retorno a la exigencia original de un movimiento opuesto a toda permanencia, a toda fijación, a un arraigo que sería reposo. La exigencia de escribir quiere que sea repetido aquello que no ha tenido lugar, es decir el no-lugar, o la no-presencia de todo origen, y que sea afirmado de la única manera en que es posible por una afirmación nómade que afirma sin ponerse ella misma por encima de su afirmación o por encima de lo afirmado como si asegurara allí la verdad en un sentido adquirido. La afirmación nómade afirma que lo que ella afirma no tiene la forma ni la naturaleza de lo adquirido, de lo establecido, ni de lo fundador, y seguimos en la trama de lo Neutro

O sea que la afirmación nómada es aquella por la cual no puede advenir ningún cumplimiento de sentido y cuya afirmación supone siempre otra afirmación, además del apartarse de toda consigna que revalide un sistema o una certeza. Es una enunciación provisoria que reniega de lo establecido, que puede interrumpir el curso de la historia, capaz de nombrar lo posible y responder a lo imposible. Una palabra súbita, impensada, repentina, intransitiva, una palabra inesperada que aún conserve la extrañeza de lo que no ha sido articulado, una fuerza anárquica que transgreda las fronteras demarcadas hacia el lugar extremo de una interrogación que se formule sin expectativas, vaciada de toda pretensión de verdad, una interrogación sin otro destino que su propio perseverar,

La palabra inesperada impide reverenciar las verdades consensuadas y resonar en otras que ya fueron dichas y que siembren la desconfianza en las voces premonitorias; es un desafío a las etiquetas heredadas y desbarata los valores de las subjetividades amalgamadas al obligarse a enfrentar lo totalmente nuevo, lo totalmente ajeno de un hálito del Afuera hacia un futuro que tendría que ser pensado en el abandono de todo lo que ya ha sido especulado. Una palabra de espaldas a las expectativas que no debería ser sometida al dictado de lo previo, y que asimismo impidiera cualquier antelación, pues debe estar alerta a su mayor peligro: estar al descubierto ante su posible reconocimiento. Es la espera que no espera nada. Ella es la espera de algo que no podría ser fijado de antemano sin poner en riesgo su promesa para permanecer en la proximidad de lo irrealizable

Ninguna estrategia política está a salvo de la palabra unívoca que se espeja en sí misma, pues ya ha agotado sus respuestas para salvaguardar su propia herencia. La palabra en política es política de la palabra, una clausura que no permite el pasaje liberador hacia algo que no cabe esperar, hacia algo que nos sorprenda, y no seguir pensando acerca de qué verdades debemos sostener

En este mundo de la cantidad, de la identidad de la copia, de la espontaneidad dormida, de la palabra agotada, de la parodia política, de nuestro propio olvido de lo que olvidamos, se necesita como dijo Hannah Arendt, en una estrecha afinidad con Blanchot,

 una palabra profética que interrumpa el curso de la repetición, que anuncie, que señale lo que aún no ha sido anunciado, el milagro de una palabra entre la sorpresa y el riesgo, que abra, que espere, que ame la ignorancia del porvenir, que atienda el asombro de lo inesperado

Lo que aún no ha llegado a ser, lo que no ha encontrado todavía significado, un pre-aparecer

Esa palabra inesperada puede ser un excedente que no obstante se insilia en la palabra desde su enunciarse, y en este punto se devela lo Neutro como ese exceso, otra forma de decir lo desconocido. El olvido también reposa en la palabra, ya que ésta, al hablar, va en la misma dirección del olvido. El olvido sería entonces la vía para pensar un porvenir inanticipable. Ello tendría que ser pensado en una palabra que pudiera indicar cada vez su instalación precaria, como la llama Blanchot, o su instancia sin instante, otro nombre de esa espera que no espera nada pre-visto ni pre-visible

Lo que hay que oír es esa palabra, la palabra profética, lo que siempre se ha dicho no puede dejar de decirse y esta palabra no puede ser oída ni pronunciada sino en su reverberación, en una vibración como resonancia. Lo Neutro no toma forma, no se estabiliza, no se detiene para ser oído o para ser transcrito como una voz bien definida, sino que es experiencia de la neutralización. No se deja pronunciar, solo resuena en el espacio de lo no determinado. La voz neutra no se da a sí misma su voz, no se dice a sí misma, no se nombra, sino que dice lo inapropiable. Voz dispersa que dispersa la voz, es la dispersión de la voz única que no puede encontrar asiento en un sentido o lugar estable. Palabra que resiste a la muerte, fragmentaria e impersonal

Así, la palabra neutra es esa palabra de más, ese exceso que se sustrae, que se disloca distribuyéndose de manera múltiple. Según Jean-Luc Nancy no es exagerado considerar que todo en este pensamiento se relaciona con lo Neutro como con su punto de condensación de incandescencia y de fuga simultáneamente, una afirmación que concilia con la de Bident

El Afuera es lo impersonal de cualquier relación, el espacio de la comunidad anónima donde la diferencia no designa a nada, ella se escamotea de los términos implicados en la relación y se conjuga en lo Neutro, en una doble ausencia que dice ni lo uno ni lo otro sino el vacío entre los dos

El Afuera, lo que precede todo discurso, lo que subyace a todo silencio, el murmullo continuo del lenguaje, la experiencia original (Afuera, Neutro, Desastre) que no son sino los nombres de la dislocación, los cuatro vientos del espíritu que sopla desde ninguna parte, la efulgencia de un pensamiento oscuro que se sustrae cuando te acercas. Un espacio donde el ser genera continuamente no-ser

Ante lo oscuro el yo abdica de su soberanía y se diluye en un drástico anonimato que deviene un camino de errancia a través del lenguaje

Yo de nómade que se enraíza en su marcha y no en un lugar propio, en las fronteras de la no-verdad, en un reino que se extiende más lejos que lo verdadero

 

No es posible aproximarse a lo Neutro, o no es posible sino bajo la condición de un alejamiento infinito inscripto en la aproximación misma. Se sustrae al lenguaje, casi no habla, es el nombre sin nombre y así nos volvemos nómades del lenguaje, errantes. Lo Neutro no aporta datos nuevos, sino que desplaza el problema a partir de una serie potencialmente infinita de figuras

Blanchot, por su parte se pregunta cómo dar o tomar una palabra que ya no se espera, que provoque una separación en una comunidad que siempre entremezcla la promesa con su realización, ya que el intelectual, el escritor, quien de alguna forma ocupa su lugar en el intento de hacer pública una palabra, se arriesga con una decisión que puede producir un daño irreparable a la posteridad. Se refiere a una comunidad que es cada vez aquella que solo se dice esencialmente por defecto y que solo queda por ser dicha. El espacio en que resuena, para todos y para cada uno, por tanto, para nadie: el habla siempre por venir de la desobra, un espacio de lo desconocido que hay entre los seres, espacio de la “comunidad” del Afuera en tanto que distancia: esta es la experiencia de la distancia insuperable entre nosotros, llevando nuestras relaciones al espacio errante del Afuera donde no nos encontramos, donde vamos fuera de todo encuentro 

Hay una comunidad por venir solo si hay lugar para una palabra inesperada - la palabra profética - pero también si, y solo si no se la considera sencillamente, como una palabra sin espera que no es distinto que una espera, que corre el riesgo de saturarla siguiendo el envío de su pasado, suturando ese envío en una política más o menos determinada

Blanchot piensa conjuntamente la promesa de este porvenir como la promesa de un olvido que haría posible un porvenir, un porvenir que fuera sin herencia. La palabra inesperada, cómplice de lo desconocido puede ser un camino para pensar la liberación del porvenir

Bienvenido el porvenir que no viene, no comienza ni termina y cuya incertidumbre rompe la historia. ¿Cómo pensar esta ruptura? Por el olvido. El olvido libera al porvenir del tiempo mismo. El olvido es esa falta que falta al deseo, no únicamente para permitirlo, sino de modo tal que el deseo falta, se olvida de desear

 

La palabra siempre puede destruir aquello a lo que antecede, y así, por supuesto, toda palabra que anuncie la esperanza de una comunidad. El escritor o el intelectual tendrían que estar expuestos a que su palabra trate de tocar ese anonimato, y ceda su lugar a lo que no está y a lo que queda por venir. Esa palabra inesperada puede ser un exceso, un excedente de palabra, que escapa a la solidez que ella también arrastra al enunciarse y al prometerse una comunidad

Ese excedente, ese resto, es una de las formas como Blanchot se aproximó a definir eso Neutro que se halla injertado en toda palabra y que no es otra cosa que lo desconocido, extraño a toda exigencia de presencia. Es el nombre de lo que escamotea todos los nombres. Nuestro lenguaje no ha sabido responsabilizarse de ese resto entre la afirmación y la negación: la ruptura del binarismo

Lo propio de lo Neutro reside quizá en la continuidad de sentido que propone necesariamente un nombre, mientras que dicho nombre no deja de hacerse eco a sí mismo a fin de sustraerse a él. Lo Neutro es impropio, pero ni siquiera eso es su propiedad

El pensamiento del Afuera supone una ruptura con la subjetividad y al mismo tiempo con lo real. Es un pensamiento no- solar que va más allá de los límites que ordena la visión de los espacios que alcanza la mirada, un espacio de diferencia que es el del pensamiento al borde de su quiebre, el de la escritura que escribe su propia falta. Allí habita solo una Nada más esencial que la nada misma, el vacío del intermedio, la Nada en movimiento que es el Afuera, lo Neutro, la Desobra

Es poner en movimiento la realidad todavía invisible, explorar el no-sentido y lo inexplicable de la existencia, abrir el tiempo al no-saber, o a una nueva forma de saber, es inaugurar un tiempo transgresor, un espacio revolucionario, una desfundamentación general como acontecimiento positivo. Una sola palabra puede demoler todo el sistema, la palabra inesperada

El pensamiento es una relación neutra que abre un espacio infinito que es el Afuera mismo y que no une nuestro pensamiento con lo real sino consigo mismo, lo que sería su desastre: el pensamiento como no-estructura, no-poder, como distancia sin unión o separación. El desastre nos sitúa ante lo no pensable. Lo Neutro no es alguien ni siquiera algo, no es más que un tercero (tertii exclusi) que ni siquiera es. Es aquello que desbarata el paradigma

Lo Neutro ni es afirmación ni negación del ser. Es lo infrecuente y extraordinario por excelencia, la atmósfera de la realidad de lo irreal, de una presencia de la ausencia. Es extraño en el mundo, de una extrañeza más allá de toda extrañeza. Se sitúa en un no-lugar, es algo que no podría ser pensado y que no llama a la puerta del pensamiento. Es ausencia de lenguaje y un espacio sin lugar y un tiempo sin engendramiento. El pensamiento de lo Neutro viene a recuperar lo que ha sido adormecido. El camino errante de la experiencia

Un acontecimiento debe venir del porvenir mismo, afirma Derrida, no se puede deducir su temporalidad desde la presencia, ya sea presente o pasada. La posibilidad de su llegada arriba como lo imposible, como la improbable posibilidad de lo imposible, y esta posibilidad de lo imposible constituye el único acontecimiento posible, a saber, el acontecimiento imposible

La posibilidad de este imposible debe permanecer tan indecible y tan decisivo como el porvenir mismo que es lo que viene como incontrolable e inanticipable. Lo imprevisto. Solo ahí cabe la posibilidad de la decisión que debe enfrentar a la indecibilidad siempre aporética de lo imposible

Es posible experimentar la inquietante extrañeza de lo que acontece como alteridad en un espacio Neutro paradojal, como un eco del porvenir

 

 Marzo 22 del 2022