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437 - Extrañando a Jean-Luc Nancy
Se extraña a Nancy, quien supo alertarnos de ese sentimiento de estar expuestos al abandono del sentido. Se extraña a ese pensador entrañable que hasta su último aliento se involucró en este aquí, compartiendo su finitud, atento a ese acontecer de la existencia que abre un afuera que no es otro mundo sino la verdad del mundo -la inscripción de ese afuera aquí - que rescata al hombre y lo hace singular, ese hombre que no se deja medir, que hace para sí la experiencia de su valor más propio, su ethos, la alteridad constitutiva e irreductible

Una de sus últimas grandes líneas,

Nosotros tenemos que sabernos y pensarnos expuestos a la muerte, es decir, a la inclusión del sentido…Es bello porque de una manera o de otra la vida coincide consigo misma: se suspende al borde de su miedo

Algunas de sus inolvidables reflexiones que parecen escritas hoy

El estado actual del mundo no es una guerra de civilizaciones, afirmó. Es una guerra civil: es la guerra intestina de la ciudad, de la ciudadanía que se despliega hasta los límites del mundo y, por eso, hasta los extremos y los bordes de sus propios conceptos. Hasta la extenuación de lo divino.

Lo que ha ocurrido es un agotamiento del pensamiento de lo Uno y de una destinación única del mundo que acaba en una única ausencia de destinación, en una expansión ilimitada de la equivalencia general, o en los sobresaltos violentos que reafirman la omnipotencia y omnipresencia de un Uno que se ha vuelto su propia monstruosidad. Se pregunta,

¿Cómo salir de nuestro pensamiento monolítico para poder captar allí el reverso de su agotamiento?

¿Cómo capturar lo que podría escapar al nihilismo, lo que podría salir desde el interior?

¿Cómo pensar el nihil sin convertirlo en monstruosidad omnipotente y omnipresente?

La apertura que se forma es la del sentido, de la verdad o del valor. Todas las formas de fractura y de ruptura, social, económica, política, cultural, poseen en esta apertura la condición de su posibilidad

La estrategia política es necesaria, la regulación económica y social es necesaria, y la obstinación en la exigencia de justicia, la resistencia y la rebelión, lo son también. Pero es menester, sin embargo, pensar sin sosiego un mundo que se sale, de manera a la vez lenta y brutal, de todas sus condiciones adquiridas de verdad, de sentido y de valor

El enorme desequilibrio económico, vale decir, el desequilibrio de la vida, del hambre, de la dignidad, del pensamiento, es el corolario del desarrollo de un mundo que ya no se reproduce ( que ya no conduce ni su propia existencia ni su propio sentido), sino que produce una ilimitación de su propia mundialidad, hasta tal punto que parece ya solo poder explotar: pues en el centro de la ilimitación se abre una separación que consiste en una desigualdad del mundo consigo mismo, una imposibilidad de poder dotarse a sí mismo de sentido, de valor o de verdad, una precipitación en la equivalencia general que se transforma progresivamente en la civilización como obra de muerte. No solo una forma de civilización, sino la civilización, quizá la historia del hombre y quizá junto con ella la historia de la naturaleza. Y no hay otra forma en el horizonte, ni nueva ni vieja

Para Nancy, la cuestión capital es el poder de la existencia, pues el estar juntos o el coexistir no se da más que en la ambivalencia de la relación con el otro: lo necesito y me amenaza. El poder es la fuerza que, para asegurar la cohesión del grupo, debe también eventualmente poder ejercerse hasta los parajes de la muerte, la guerra, por ejemplo

Existe el poder porque la coexistencia no es pacífica, porque es competitiva y hostil, al mismo tiempo que cooperativa y fraterna. Esta ambivalencia es la de la negatividad que compartimos

El poder es anorgánico (somos una comunidad anorgánica, sin obra). Podría decirse que es el órgano de la obligación, del constreñimiento, allí donde hace falta un órgano de confianza, sin lo cual se convierte en terror

Pero la obligación es necesaria. Es necesaria a falta de confianza, y esa falta se debe a la finitud que compartimos. Hay que deducir el poder de la impotencia, del no-poder del existente a auto-administrarse, a organizarse en el sentido fuerte y ontológico del término

El poder regula, controla, lo común -  y lo amenaza constantemente – aunque no puede darle su sentido: ni un lugar de sentido pleno, ni un lugar de apertura al que tenemos el derecho de exigir del poder, escape del sentido hacia su propio más allá, hacia su verdad. El poder bloquea el sentido y la ausencia de sentido, lo que explica por qué parece tener sentido y solo es constreñimiento. Una vez que se reconoce, se puede pensar el resto, el no-poder en el que coexistimos y a partir del cual tenemos el derecho de exigir, del poder, que asegure la apertura de esta coexistencia a sí misma

Esta exigencia implica la resistencia al poder. Esta resistencia no es, no debe ser simplemente aquella de un contra-poder que persiga suplantar al primero. No es en este sentido “revolucionaria”, sino que puede ser subversiva, rebelde, insurreccional: lo que en ella vale es el contrapeso al poder, que no es contra-poder. Es justamente el contrapeso del no-poder, es la fuerza de resistencia a la dominación, que no invierte a ésta, sino que la llama y en cierto sentido la reconduce a su inanidad en términos de sentido

Si de este modo comprendemos la soberanía como NADA en el sentido de Bataille, como el no-poder (l´impouvoir) mismo y lo opuesto al dominio, entonces la existencia es soberana. Pero si ponemos el acento en lo excesivo de las leyes, en el momento de constreñimiento necesario y de la ruptura del sentido, entonces la soberanía pertenece al poder y entonces ya no es nada. ¡Pero la primera resiste a la segunda!

 Si hablamos de espacios a compartir nos referimos a exponer ante otros lo que tenemos en común. El espacio así vendría a ser el ámbito de encuentro con un “otro” que tiene algo “igual a mí”, una idea, una creencia, una etnia, pero, según Nancy, el espacio es el “estar fuera” de la comunidad. Si la existencia no es otra cosa que el ser expuesto: salida de su propia identidad a sí y de su pura posición, expuesta al surgimiento, a la creación, por tanto, al afuera, a la exterioridad, a la multiplicidad, a la alteridad y a la alteración, entonces en la finitud “se hace comunidad”: “la comunidad es de entrada, como tal, compromiso de sentido, no de “un” sentido colectivo sino del reparto (partage) de la finitud “

Nancy habla de un “riesgo” que reenvía al peligro nietzscheano de mirar abismos o monstruos y aclara que no es posible enfrentarse al otro con morales altruistas, sino que en el enfrentamiento hay que reconocer y mantener la extrañeza de lo extraño. Extrañeza que es hostilidad, diferencia no siempre pacífica, motivo de desconcierto y desvelo

La idea de “un” sentido colectivo es la que ha dado aliento a las ideologías que hemos conocido y padecido durante el siglo XX y XXI, afirma Nancy, y continúa “Vivimos entre estos dos siglos diversos intentos políticos de la búsqueda de ese sentido colectivo”. Frente a estos modos, ésta es la comunidad desobrada (desouvreé) en el sentido en que se halla libre de teleología y de la necesidad de producción del sentido

La filosofía moderna y sus humanismos interpretaron al hombre como posibilidad de productividad: una entidad aislada que entra en relación con otros individuos – iguales a él – en el mundo del intercambio. Ese hombre debe producir-se a sí mismo. Frente a esta “soberbia” concepción de lo humano, la idea de Nancy del ser singular-plural está indicando otro modo de ser del existente. La singularidad nancyana no es la individualidad moderna: esta singularidad es la que nos hace comparecer los unos a los otros. Somos comunidad - como imposible comunión  de sentido - en la exposición a la finitud. Saber que somos finitos - de manera positiva, absoluta, infinita y singularmente finitos y no indefinidamente poderosos – es el único medio de dar sentido a nuestras existencias

Somos una pluralidad de singularidades finitas únicas e irreemplazables y por eso, inconmensurables. No hay que escuchar otra cosa que la vida misma, repetía Nancy, que la constitución final a priori del vivir en su desnudez. Ella hace del hombre ese extraño viviente que haga lo que haga o deje de hacer lo que deje de hacer, padezca o no, hable o calle, responde al mundo y responde del mundo, y continúa,

Cada uno, cada quien, cada alguien, se presenta y se expone como el último, como ser singular, ya que cada uno – que no es singular debido a una singularidad externa – se singulariza gracias a lo propio de sí mismo. Es per se. No somos iguales por un derecho abstracto sino por una condición concreta de existencia

Quien se compromete en una búsqueda, en una acción, también se compromete a sí mismo. Su único valor debe ser el ser y el hacer un instante de presencia, de exposición al mundo: un instante de mundo, el mundo en un instante

Como corolario,

La vida no es el mantenimiento de una inercia, sino el riesgo de una existencia

 

 

Marzo 31 de 2022