Vae soli !
Todas las
circunstancias esenciales para mi felicidad no están en el poder del poder.
Creí que era por valores que se oponían a los que estaban vigentes a mi alrededor que de pronto renuncié a todas las actividades que hasta entonces llevaba a cabo; pero sin duda era la meta de mi vida. La domesticación colectiva humana es agotadora, ensordecedora. Está hecha de diálogo incansable, de aglutinamiento requerido, de significaciones prescriptivas, de amonestaciones desprovistas de sentido. Abandonar una misión es dimitir. Abandonar la domus es desdomesticarse. Ser apolis es al mismo tiempo dejar la ciudad pero, no arrastrar a nadie detrás de uno.
Es obtener un
poco de silencio.
Hay que
precipitarse hacia lo que uno prefiere sin que sea necesario juzgarlo
Leer como los
letrados. Acercarse a la tierra como si uno fuera a morir.
Libres como los gatos.
Y mudos como las piedras a donde van, en donde saltan, donde se apelotonan, donde se calientan al rayo del sol que colorea y que cae.
El meollo de lo que escribo es un único asombro. Es
asombroso que dentro de todas las agrupaciones humanas exista desde siempre un deseo
de huir que ningún grupo acepta. Este misterio ha
enardecido mis días desde la más tierna infancia. En el seno mismo del
movimiento de asociación de los seres, de la focalización de hogares, del culto
a los muertos, de la arquitectura cuadrangular de las puertas y los templos, de
la fetichización del sitio, del diálogo de todos con todos en la lengua hablada
en común, hay una brecha.
Una válvula.
Un hueco.
Una fisura que
recuerda la fossa misma donde el nacimiento interpela los
rostros
Hay un celo fúnebre
en la voluntad de ser feliz en todo momento ante aquellos que no lo son más que
nosotros y que tiemblan de miedo a morir como nosotros. Dejen de obligarse a
ser ganadores en un juego donde la apuesta está de antemano, a la vista de ustedes,
excluida de sus días. Todo es perder, todo está perdido, todo es frágil, todo
es raro y todo, al volverse menos numeroso, se vuelve más raro, se vuelve
espléndido. Un esplendor tanto más radiante en la medida en que se hace más
raro y disperso
La palabra francesa
época viene de epokhé. De modo que es imposible ser contemporáneo de lo que
fuera en este mundo. En griego antiguo significaba simplemente parada. En la
Antigüedad los escépticos llamaban epokhé a la suspensión súbita en medio de la
búsqueda. En nuestros días, el hecho de poner entre paréntesis el yo, el
objeto, el mundo y examinar lo que aparece sin recurrir a un saber previo.
Pero la palabra
epokhé puede ser acentuada de manera
mucho más profunda. Hay que permanecer en la Antigüedad Basta con añadir a la
lección de Sextus Empiricus la conminación de Jesús citada en Juan VII, 24:
Nolite judicare. Entonces “No juzguéis” ya no significa solo “Abandonad la
búsqueda de la verdad” sino también “Abandonen la interiorización de la
sociedad en el alma y renuncien a la obediencia al sentido común”. Ya está en
Kant; pensar por sí mismo (abandonar el estado de minoridad) rompe con el
pensamiento colectivo, con la alucinación mítica de los súbditos.
La tesis de Jesús
fue aún más profunda. No se trata solamente de aceptar no saber aquello de lo
que no se tiene certeza, se trata de negarse a obedecer toda representación
social, toda tiranía política, toda profecía religiosa.
La versión del
Nolite judicare de Jesús es diferente en Lucas VI, 37, donde el texto agrega
una implicación: No juzguéis y no seréis condenados. Juicio en griego se dice
Krisis, crisis, si no ingresan en el mundo del juicio, no entrarán en el mundo
de la exclusión y de la condena. Dad. Dad incluso si sois heridos. La creación
es puro don, es un don sin cálculo.
No busquen ninguna
mirada. No a-guarden ningún res-guardo. Avancen.
Epokhé en términos de
Husserl: dejo fuera de circulación mi creencia en el mundo. Pongo
momentáneamente entre paréntesis no solo la historia sino el tiempo
En términos de Jesús:
dejo de obedecer, abandono la jauría, escribo
Yo había estudiado
con mi maestro, Emmanuel Levinas, en la nueva Facultad de Nanterre-La-Folie.
Tomo como maestros a los gatos y al estado del cielo
Es preciso que la
cultura no concluya la
construcción del mundo. Hay que dejar que la vida sea dueña del destino de la
tierra. En el terreno baldío la vegetación es incluso más libre que en el
bosque, la luz es más viva; el peso del pasado la coacciona menos. Hay que
dejar que el tiempo subleve la Historia.
Hay que distinguir
dos libertades. La libertad propia del impulso que lleva la materia, propia de
lo indomable, lo ineducable, lo salvaje.
La libertad como
emancipación de la domesticación.
Dos libertades.
Tengo un optimismo que está en el límite del delirio. Creo que si bien no
podemos destruir la adquisición de la lengua nacional, podemos desgarrar un
poco su trama. Creo que si bien uno no puede sustraerse por completo a la culpa
que surge de la “prohibición” transmitida a todos nosotros por los mayores,
podemos convertir nuestra angustia en excitación. Creo que si bien no podemos
ser libres, podemos alejarnos, irnos a la periferia del grupo,
disminuir la servidumbre, hacerlas menos voluntaria. Que si bien no podemos
emanciparnos de la obediencia al primer mundo y a la infancia, podemos desatar
los nudos y obtener mucho más campo de juego, entre los lazos que se enredan y
que estrangulan, de lo que se supone. Que si bien no se puede sustraer la
reflexión a la alucinación, es posible desolidarizar el pensamiento del sueño.
Que si bien no podemos desencantar al cerebro de todas sus creencias y sus
prácticas mágicas, uno puede apartarse de los dioses y mantenerse a distancia
de sus templos. Que si bien uno no puede sacar el alma de la órbita de su sol
de repetición y reproducción, no solo es pensable el amotinamiento, sino que
también se puede desertar. Que si bien no podemos despojar el deseo de sus
ausentes y de sus modelos, de sus simulacros y de sus locuras, podemos
desfalsificar lo falso, podemos poner un poco de luz en la noche - una luz que
entonces proyecta una sombra aún más negra, una sombra completamente nueva, una
oscuridad menos sufrida, magnífica, cada vez más surgente
Luz comparable a la
primera luz solar que abre grande los ojos cuando desembocamos en este mundo,
en el curso de espanto fundamental de la indigencia originaria
Al final de la Ethica, Spinoza sueña
con una comunidad de raros, de difíciles, de secretos, de ateos, de despiertos,
de luminosos, de luminiscientes, de Aufklärer. Fundar un club
antidemocrático cerrado a los sacerdotes, los magistrados, los filósofos, los
políticos, los editorialistas, los profesores, los galeristas. Quizás hace
falta retornar a una difusión más solitaria y más clandestina de la obra de
arte. Horror pleni, error pleni. Haría falta afinar un medio para
mostrar las obras como antaño la música sabia, apartada de la Corte. Como
antaño Sainte Colombe. Como antaño Esprit, La Rochefoucauld, madame de Sablé,
los retratos, las máximas, los fragmentos, las novelas: apartados de Versailles
y apartados de derecho. Reservar un bolsillo para la rareza cuando se ha vuelto
extrema, una cavidad en el corazón de la soledad, una grieta de la no reproductibilidad.
Como Miguel Angel un día, una mañana de enero de 1484, al alba, en la
destrucción encantada de una estatua hecha de nieve, que se deshace a medida
que el sol se alza y su resplandor la ilumina. No se mueve. Contempla ese
derrumbamiento del cual no quedará, a sus pies, más que un agua mezclada con lodo.
Reanudar la irreproductibilidad sagrada. Lo singular. La única vez. Poder
cerrar la puerta de la galería a aquellos a quienes no se desea ver, poder
rechazar la cesión de derecho a la comunidad internacional. Arrancar la
accesibilidad misma a la repetición. Desubordinar la producción artística al
éxito del número más grande, a la recuperación nacional, a la censura de una
comunidad de creyentes sln nombres propios que distinguen unos de otros a los
individuos.
Se lee solo, de soledad en soledad, con un otro que
no está ahí.
Ese otro que no está ahí no responde y, sin
embargo, responde.
No toma la palabra y, sin embargo, una particular
voz silenciosa, tan singular, se eleva de entre las líneas que cubren las
páginas de los libros, sin sonar.
Todos aquellos que leen están solos en el mundo con
su único ejemplar. Forman la comunidad misteriosa de los lectores.
Una compañía de solitarios, como se dice de los jabalíes bajo la sombra tupida de los árboles
Mayo 3 de 2022
relacionados
post 61 Pascal Quignard. Morir por pensar
post 125 Cita (s) con Quignard
post 342 Un peregrino en tierra extranjera
Julia Vincent Blog