En oposición a una racionalidad que pretende erradicar todo desorden, luchar contra la entropía y asentar un dominio cada vez más extendido sobre el curso de las cosas, sostenemos que son las imperfecciones de la vida (que nunca se resuelven de una vez por todas) las que estimulan nuestro deseo de realizarnos y trabajar sin descanso para la construcción de un mundo común que se base en el axioma cardinal de no dañar a nadie
En oposición a una racionalidad que concibe lo humano
como henchido de defectos y cuenta con paliativos en favor de máquinas
infalibles y todavía más productivas que hacen de nosotros seres “superfluos”
(Hannah Arendt), celebramos los poderes virtualmente infinitos de cada ser
humano, y queremos obrar para que todos podamos beneficiarnos de las mejores
condiciones que presiden su eclosión y expresión
En oposición a una racionalidad que genera una furia ”
innovadora” que converge en la extensión de su imperio y contribuye a la
instauración de un utilitarismo generalizado, nos negamos a contar
permanentemente con una ganancia en nuestras relaciones con lo real y lo demás, ya que cultivamos los poderes de nuestra inventiva en vistas a
experimentar múltiples modos de existencia que participen de nuestra plenitud
individual y colectiva
En oposición a una racionalidad que tiene la ambición,
en toda circunstancia, de secundarnos, de anticipar nuestros deseos, de
instituir una asistencia algorítmica de nuestras vidas cotidianas, hacemos
nuestra la fórmula de Kant - ten el coraje de valerte de tu propio
entendimiento (sapere aude) - para llevar adelante nuestros asuntos, porque
contamos con darnos a nosotros mismos nuestra ley (nomos), usar plenamente esa
autonomía nuestra que funda el deber de responsabilidad, este imperativo que
constituye el honor del género humano
En oposición a una racionalidad siempre insatisfecha
que, de modo neurótico, aspira a rectificar continuamente el curso de los acontecimientos o llevarlas a una condición supuestamente superior, vivimos el
presente dentro de una forma saludable de conformidad, sin por ello renunciar a
modificar el estado de las cosas, sino con la única finalidad de contribuir a
la salvaguarda de los valores que juzgamos fundamentales y la realización de
nuestras aspiraciones más esenciales
En oposición a una racionalidad que pretende ejercerse
de modo exclusivo y liquidar consecuentemente lo político - esa posibilidad que
una comunidad de destinos se da a sí misma para actuar concertadamente - ,
respondemos que es dentro de la pluralidad y la contradicción que entendemos
que se define libremente el curso de los asuntos públicos sin que este
proyecto, por la fuerza de las cosas, pueda nunca terminarse
En oposición a una racionalidad sostenida por un grupo
restringido de personas que se afanan por decidir, ellas solas, una amplia
parte del destino de la humanidad, nos remitimos al fenómeno del antropoceno,
hoy objeto, con tanto retraso, de una desolación unánime y que en su origen no
dependió sino de un puñado de individuos que impusieron el uso generalizado del
carbón despreciando todas sus consecuencias, con el único objeto de satisfacer
su sed de ganancias, siguiendo un proceso que fue analizado con precisión por
Andreas Malm en su libro L’ Anthropocene contre l´histoire
En oposición a una racionalidad indefinidamente insaciable
que ambiciona desplazar todo límite con vistas a responder a sus apetitos de
poder total, dando testimonio de una hybris que pone en peligro el equilibrio
de los elementos, cultivamos las virtudes de la sobriedad y glorificamos la
conciencia del límite, la que nos hace conformarnos con las riquezas
inagotables de lo real y tener en cuenta la fragilidad de nuestro medio y las
vulnerabilidades de todos
En oposición a una racionalidad proyectada hacia un
futuro fantaseado que pronto debería hacernos sentir la beatitud de los últimos
fines, que procede de la negación de nuestros valores fundantes, que
determina un camino trazado de antemano que pretende desde su base las
virtualidades ofrecidas por el tiempo y la expresión de todas las
subjetividades, y que llegó hasta forjar un término que ratifica en el lenguaje
esta trayectoria - la disrupción - , afirmamos la grandeza de ciertos
principios que nos llegan desde el pasado, a los cuales nos aferramos y que
continuarán inspirando nuestros actos. Porque sabemos, junto con Simone Weil,
que “el pasado destruido no vuelve más. La destrucción del pasado es quizá el
principal crimen. Hoy, la conservación de lo poco que queda debería llegar a
ser casi una idea fija”
En oposición a una racionalidad que se obstina en
reducir todo elemento, o cada uno de nuestros gestos, a códigos, procediendo a
un reduccionismo miserable que de ahora en más debe gobernar nuestras
relaciones con lo real, contamos más que nunca con valernos de los poderes que
ofrece nuestra sensibilidad, la única que puede ponernos plenamente en contacto
con las palpitaciones más indefinibles de la vida
En oposición a una racionalidad que no acepta la
incertidumbre y teme todo imprevisto, conocemos el poder creativo del Azar – el
cual, particularmente, condicionó nuestra llegada al mundo - , y adoramos las
sorpresas de la vida, que hacen descarrilar la rutina cotidiana, contribuyendo
a desvincularnos de nuestros hábitos y ampliar el horizonte de nuestras
experiencias.
En oposición a una racionalidad que se alimenta con
una velocidad histérica destinada a optimizar indefinidamente cada
acontecimiento de lo real, preferimos avanzar al ritmo de una temporalidad que
no apunta jamás a una finalidad, sino que opera de manera cíclica, porque es la
única que vale, la que nos vincula con la escansión de los astros y vegetales
que, dentro de una forma de sabiduría inmutable, no pueden nunca ofrecer otra
cosa que lo que pueden en cada temporada
En oposición a una racionalidad que usa enunciados
preformateados, trabaja duro para empobrecer el lenguaje y hacer hablar a las
máquinas con estrictos fines funcionales, sabemos que una lengua que busque
nombrar las cosas con precisión trabaja dentro de una relación más rica con los
otros y con lo real, y exaltamos todavía el juego con las palabras, hasta la
ironía, permitiendo que se manifieste así nuestra irreductible singularidad en
el centro de un legado común
En oposición a una racionalidad que espera de los
sistemas que nos formulen la verdad, queremos mostrar la parresía – el término
griego que designa el hecho de “decirlo todo”, de atreverse a dar testimonio de
los acontecimientos con coraje y dentro de una absoluta libertad de palabra – la
que nos obliga a denunciar sin descanso esa racionalidad que procede de una
negación de nosotros mismos e instituye a grandes pasos un anti - humanismo
radical al cual nos negamos en cuerpo y alma. Y, a dicho título, decidimos
defender a todos esos valores que nos son tan caros, movidos por nuestros modos
de racionalidad plurales, rigurosos e inventivos, armados para volver a
posicionar este modo de racionalidad en el lugar que se merece – en el margen extremo
de nuestras realidades