La subjetivación indefinida del hombre ha conducido a una sola vía, la destrucción del sujeto en el plano ético, y, políticamente, su socialización infinita, que actúa destruyendo al ciudadano, por lo que, como consecuencia, se deduciría que este envilecimiento de la sociedad sería la continuación de la democracia por otros medios
Con el advenimiento de la humanidad como multitud se
asiste al surgimiento de una sociedad extraña que ya no tiene nada en común con
el pueblo como comunidad de hombres libres bajo la dirección de una voluntad
general. Pero hay una enorme diferencia entre someter a una multitud y dirigir
a una sociedad, ya que puede resultar impulsada hacia una masa compacta anónima
o disgregada en una multitud donde furtivamente aparecería la sombra del sujeto
moderno
De esta manera se produce lenta y progresivamente - “casi
naturalmente”, se diría - la neutralización de la persona, que fue lo que condujo
a una humanidad concreta paradójicamente integrada por sujetos abstractos indiferenciables
unos de otros. La homogeneización o masificación de la mirada conduce a la
normalización o masificación de la conducta y del pensamiento. La mirada del
hombre “cualsea” hacia sus semejantes se va degradando poco a poco, y, en
consecuencia, volviéndose incapaz de reconocer lo que cada uno tiene como
propio, así Bernard Noël,
un acontecimiento de una degradación quizás irreversible...el hombre nuevo , producto de la incomprensible desventura deja de ser hombre...perdieno la libertad, perdiendo la humanidad
Es
necesario dejar de representar al hombre bajo la figura del sujeto y
reinstaurar al individuo, a la persona, devolverle el alma abierta que la
reúne con el mundo entero en una sintonía universal, ya que todo lo que fue pensado, otra vez Noël será pensado de nuevo por un pensamiento que todavía no ha salido a la luz
El fracaso político y ético de la modernidad radica
justamente en la confusión entre sujeto y persona que destruyó al ciudadano y
le imposibilitó construir un espacio público donde expresarse. El pilar básico
de la sociedad no era la persona concreta dotada de libertad y autonomía sino
el individuo abstracto al que se le atribuía una soberanía ilusoria, luego
absorbida por una voluntad general que sumaba las referencias sociales
concretas. Por lo tanto, después de haberse roto los lazos de la civilidad y el
“mundanal ruido”, el hombre quedó en soledad. Resuenan los ecos de las atinadas
líneas de Hannah Arendt,
Más
allá del lugar al que vaya, el hombre, solo se encuentra a sí mismo
Una
sociedad de hombres que, privados de un mundo común que los una y los separe al
mismo tiempo, viven en una separación y un aislamiento sin esperanzas, o bien
son estrechados juntos en una masa
La crisis que ha sufrido la democracia moderna provino
de la confusión de los conceptos de soberanía política y soberanía social
atribuidos al ciudadano abstracto y no a la persona concreta. El hombre
democrático sufre el haber sido privado, por la civilización liberal, de una
verdadera comunidad humana, ya que, siendo reducido a la figura virtual del
sujeto, se vio despojado de toda responsabilidad en el campo político; y en las
democracias contemporáneas fue reducido a la pura virtualidad del sujeto
jurídico. Así, cuando el sujeto aparece, el mundo político se retira, como si el
juego de las virtualidades ocupara desde entonces el lugar de las realidades
efectivas del poder
El siglo XX vio crecer un debilitamiento progresivo
del valor,
la fuerza física que el espacio público exigía de sus miembros como una virtud
esencial, y si la política es asunto de valor, la reflexión sobre la
política no lo es menos
El consenso tiene un papel fundamental en la
degradación de la política como asunto de valor. Es responsable del
autoritarismo comunicacional, es el responsable de que los grandes partidos
políticos se transformaran en el fundamento moral de nuestras agónicas
democracias, reemplazando la genuina representación democrática, transformando
el sufragio universal en una ficción, ya que únicamente viene a justificar las
decisiones ya tomadas de antemano por el acuerdo de los partidos mayoritarios.
Es un rasgo propio del actual conformismo, el disfrazar con la retórica del
consenso los conflictos que deterioran la sociedad siendo incapaces de
resolverlos
El disenso, en cambio, es el verdadero agente de la
teoría crítica que intenta abrir espacios al verdadero pluralismo social en el
seno de un sistema democrático alejado de procedimientos vacíos de contenido
El disenso es lo que permite generar la crítica. Hoy
reina la mediocridad que radica en la incapacidad de pensar críticamente, o, lo
que es lo mismo, explica la vigencia de un pensamiento conveniente a los
intereses de siempre, que se proyectan en la homologación del pensamiento
“políticamente correcto”, único, igualitario, proveniente de una meta categoría
de la dominación
Los políticos del pensamiento correcto imponen su
visión y dibujan su electorado con una estrategia anticipatoria del deseado
futuro fantasma.
Quizá sea necesario el desacuerdo hasta consigo mismo,
la mirada disonante con el mundo para evitar ese falso acorde de la mirada
masificada que no sabe o no quiere ver. Detectar el paradigma implica un íntimo
desacuerdo, una disonancia en aras de la libertad de ser, ya que ese paradigma
es una especie de “identidad” otorgada por un poder que elimina cualquier
disenso: convierte al individuo en un espacio vacío que él mismo ocupa. El
poder se ha independizado del hombre, tiene entidad propia, es un mundo en sí
mismo. Se impone desarmar miradas que clausuran portadoras de certezas por la
“mirada extranjera”, la que se opone a lo autóctono de los ojos, al decir de
Ranciere, una invitación a quebrar, a fragmentar y a estrenar los ojos para
recomponer de otro modo lo previamente desarticulado o desandar la textura lisa
de la falsa igualdad de un mundo edificado sobre la desigualdad, o sea, a
pensar del lado del disenso como bien lo indica su etimología, dissensus, del otro
sentido, para arrancarse de la revalidación de un orden conveniente de
sentido único como una forma de refugiarse en ese orden ya instalado de la
sociedad donde nos reflejamos, un pensamiento como espacio político, como
perturbación de un poder que organiza y perpetúa las divisiones sociales, que
asigna funciones y congela roles e identidades, que halla sus razones en la
exclusión de un múltiple, alterando las jerarquías en torno al “uno”
Por eso la política no puede existir sino como un acto de interrupción,
de desregulación o de fractura que disuelva la concepción elaborada por los que
detentan el poder y que consideran a la comunidad tan solo como una suma de las
partes, una política que se interese por el análisis de la distribución de los
espacios, los tiempos y las prácticas que han conducido a ese estado de cosas
Poco se habla del disenso ya que connota lo que se
trata de sofocar, lo inconveniente. La exigua literatura que encontramos sobre
el tema proviene del pensamiento institucionalmente aceptado por lo que está
caracterizado negativamente y vinculado al poder y a las minorías, cuya
característica principal es una actitud de disenso, pero que connota una
clasificación interesada y parcial del disenso pues disentir no es solo negar
un acuerdo, sino que es, sobre todo, encontrarle otro sentido que el que
actualmente poseen, de tal forma que el disenso se transforma en una actitud de
libertad personal y colectiva, capaz de invalidar o limitar los intentos de
imponer una homogeneización de nuestra
sociedad sobre el modelo capitalista
El disenso alcanza su clímax en la construcción de una
teoría donde la política misma es rescatada de las trampas utilitaristas del
hedonismo economicista imperante, y sobre todo en la restitución institucional
de la soberanía social que hoy ha sido sustraída, y que resulta ser el elemento
integrador de la soberanía política. Por eso, el concepto de pueblo ya no tiene
sentido más que si es recodificado en el de soberanía. El Estado moderno ha
vaciado de contenido la idea de “pueblo” que hoy es el soporte hueco de la
identidad estatal, afirmó Agamben
Disentir es una actitud libre personal o colectiva de
afirmar otra cosa que la propuesta o lo establecido. Enriquece el obrar humano
y consolida una sociedad plural al mismo tiempo que desbarata cualquier intento
homogeneizador o totalitario. No se agota en negar el consentimiento a alguien
ni al afirmar lo que no se quiere, sino que logra su plenitud en el pensamiento
y la alternativa a lo dado, de esta manera, el disenso asume una dignidad ético
política
El disenso origina un pensamiento nuevo y la conducta
alternativa al orden de la normalidad constituida. En cambio, el consenso, no
puede servir como fundamento a la legitimidad política de la democracia porque
siempre es el resultado de un acuerdo de partes con poder en la sociedad: una
racionalidad estratégica
El disenso surge ante el desorden angustioso del mundo,
desterritorializa el pensamiento y deja entrever una posibilidad ausente,
impulsa al hombre hacia un nuevo espacio donde renacer. Ocupa el inicio de un
camino a recorrer
Disentir es cruzar del otro lado de lo Mismo, es un
pensamiento de la diferencia en las brechas del consenso. Es huir de los
monopolios ruidosos del pensamiento y hurgar en los entres lo que aún calla
El disenso perturba el consenso gregario. Lo conforman
líneas de fuga que desacomodan la opinión pública, esa institución a través de
la cual se sabe solo lo que es conveniente saber, ese anónimo genérico, cobijo
para pertenecer, un escudo que legitima el lugar que se ocupa, un simulacro, un
existenciario, no una existencia
El disenso expresa la gran delusión política, denuncia
el carácter ideológico del consenso como simulacro que enmascara la voluntad de
poderes de un grupo o clase social. La política es un relato que hay que volver
a leer y a des-interpretar indefinidamente, porque enmascara su contingencia en
el encadenamiento de los hechos
El punto más intenso de la vida es aquel donde se
enfrenta al poder: el carácter agonístico de la vida
Julio 28 de 2022