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495 - Un manto de sentido
Si tuviéramos que inscribir la democracia en un discurso situacional diríamos que es un régimen trágico por excelencia nacido en Grecia, en Atenas más precisamente, en el momento en que, convertida en potencia económica, los ciudadanos buscaban la forma de entenderse políticamente. Fue un ejercicio encargado de tender un manto de sentido sobre el desconcierto insondable de la realidad, un ejercicio - si se quiere heroico - para perseverar en la defensa de un territorio inestable y de confines vulnerables

 

Mantenerse en el camino conlleva sus renuncias y sus dolores. Pascal dijo que toda la serie de hombres que han vivido a lo largo de tantos siglos debería ser considerada como un hombre que subsiste aún y que aprende continuamente. ¿Aplicarían estas líneas a la casta política en estos tiempos?

La ideología, imagen invertida e inerte de lo real, es uno de nuestros obstáculos más obstinados, la pantalla que impide comprender la dinámica de una organización comunitaria, territorial y mental. Hay que desideologizar la ideología para comprender su acción, pasar de la historia de las ideas a la de sus asentamientos y sustitutos

Si la política puede ser considerada una dimensión simbólica de lo social, no es para afirmar que el poder es una “cosa” empíricamente determinada, sino para estimarla   indisociable de su representación y tener en cuenta que su experiencia surge de la identidad social. En el discurso ideológico las referencias simbólicas son convertidas en determinaciones naturales. Todo discurso que pretenda enunciar la Ley puede ser sospechoso de encubrir un interés particular, de representar una falsa universalidad u orden natural del mundo. Pero la Ley es también inseparable del discurso que la enuncia y la experiencia de la no coincidencia de ese discurso consigo mismo - la experiencia de que el ser desborda del discurso que lo expresa - impide que tenga una legitimidad incuestionable. Por lo tanto, lo obliga a renovarla

Ideología no es el discurso que explora la institución social a partir de un poder de expresión, de creación, cuya clave no posee, cuyo fundamento ignora, imposible de rastrear. Ideológico es el saber que convierte esa indeterminación en dato positivo y que al mismo tiempo menosprecia las huellas de universalidad que dejan las acciones de los hombres tratando de ocultar las experiencias que no encajan en el discurso establecido para borrar los signos de la no coincidencia, del disenso. Su misión es reconfigurar el entramado social que instaura un sentimiento de pertenencia. Sin embargo, la realidad entendida como infinitud de fragmentos, desborda todo intento de ordenamiento. Así, el disenso intenta abrir espacios al verdadero pluralismo social, permite crear teoría crítica hoy obturada por la mediocridad y la vigencia del pensamiento único. El disenso va más allá de la negación de una realidad con la que no comulga; propone otro sentido, un sentido distinto del que actualmente llevan las cosas y las acciones de los hombres sobre ellas. Exige un proyecto distinto al vigente para no quedarse en la negación, y ese es su sentido más profundo, y aquel que lo torna peligroso para los satisfechos de lo establecido

El pensamiento no conformista que pretende ser crítico está obligado, no a negar la existencia, lo que será estulticia, sino a negar la vigencia de las mega categorías de dominación, disenso no solo con el pensamiento único y políticamente correcto sino con el orden constituido, el estatus quo vigente

Hay quienes aún desconocen que el criterio que permite distinguir entre lo político y lo no-político tiene un sentido político, ya está inscrito en la forma de la sociedad que se pretende analizar, y prohíbe pensar lo pensado: la diferencia entre la legitimidad y la ilegitimidad, entre la verdad y la mentira, la autenticidad y la impostura entre la búsqueda del poder o del interés privado y la búsqueda del bien común

Frente a aquellas lecturas que pretenden ocultar los signos de la indeterminación del sentido que se da en el desorden, reside la obligación de avanzar a contramano de la imposibilidad de una clausura del saber. Debido a esto, la cuestión principal es saber que la pregunta sobre qué significa pensar se aloja allí donde no estaba prevista por la división académica del saber. En esa pregunta está implicado el ser de la sociedad de su tiempo, un ser abierto tanto al pasado como al futuro, afirma Lefort

Pensar lo que nos hace pensar supone asumir el riesgo de desalojo, de la dislocación del pensamiento frente a lo que se cree definitivamente conquistado: perder el “lugar”, la pertenencia. Pensar requiere desacomodarse, desacondicionarse, y exige una mirada escéptica hacia nuestras propias opiniones

La sociedad democrática aparece como una sociedad en busca de su fundamento, una sociedad que hace de esa búsqueda su rasgo configurador. Es el único régimen que significa la diferencia entre lo simbólico y lo real con la noción de un poder del que nadie podría apoderarse; su virtud es conducir a la sociedad a la prueba de la institución. Allí donde se perfila un lugar vacío no hay conjunción posible entre el poder, la ley y el saber, no hay enunciado posible de su fundamento; el ser de lo social se oculta, o se da bajo la forma de un cuestionamiento interminable del que da fe el debate cambiante de las ideologías; se desvanecen los últimos referentes de la certeza en tanto que nace una nueva sensibilidad para lo desconocido de la historia. Pero aún falta precisar que esa diferencia solo se deja entrever; opera, pero no es visible, no tiene el estatuto de objeto de conocimiento, Lefort dixit

 

El poder se distingue como esa instancia simbólica que no está en el exterior ni en el interior del espacio al que le confiere su identidad. Esa indeterminación solo se resuelve destruyendo la función simbólica del poder. En todas sus formas, el poder nos remite siempre al mismo enigma, el de una articulación interior-exterior, el de una división que instituye un espacio común, el de una ruptura que simultáneamente pone en relación un movimiento de exteriorización de lo social que es uno con el de su interiorización

Convivir está basado no en principios en común, sino en la posibilidad de hacerlo en la alteridad y en la apertura a lo otro; ser-en-común, ser-con-el-otro es ser en la ausencia, negando toda exclusión asentándonos en un espacio vacío propicio a la inclusión de la diferencia y a la convivencia con el otro

El papel instituyente del poder se cae cuando se le pretende encarnar a una parte de la sociedad. Pero cumple su rol situándose más allá del de todo particularismo. La institución del poder como institución simbólica hace legible la sociedad democrática como un espacio incluyente de diversidad social. El temor a la desposesión de sí asoma por detrás de la promesa democrática de autonomía individual como una fuga del intento, y que convierte al individuo en un ser en busca de sí mismo. Se pretende eludir el riesgo de pensar sin referentes, sin modelos, sin tutores, riesgo que acompaña al deseo de independencia. El temor a la incertidumbre es más poderoso que el sufrimiento de la servidumbre a un Uno. Solo puede resolverse enfrentando la indeterminación del deseo de libertad y el arriesgado deseo de pensar sin referentes últimos de certeza, lo que significa que, en ausencia de éstos, nada nos asegura contra el riesgo de asumir frente a los otros la responsabilidad de pensar y juzgar

Lo que distingue a la democracia es que ha inaugurado una historia en la que se ha abolido el sitio desde donde el referente de la Ley obtenía su trascendencia. Hacer la Ley irreductible al artificio humano no da sentido a la acción de los hombres sino a condición de que la quieran y la conciban como la razón de su coexistencia - el desafío de un estar juntos, de componer con algunos otros en disenso -  y como la condición de posibilidad para cada individuo de juzgar y ser juzgado. Allí donde no hay disenso no puede haber sino disolución

El disenso no se refiere a luchas intestinas, la política las confronta por el poder, que no son sino la misma cara de la homogeneización de las gentes, de la universalización que ahoga e impide la producción de la singularidad y que solo produce segregación. Pareciera que se experimenta un disgusto singular en pensar la diferencia, las desviaciones y dispersiones, en disociar las formas tranquilizadoras de lo idéntico, como si al pensar en el Otro en el tiempo de nuestro propio pensamiento el miedo atrapara, pero un individuo, decía Deleuze, adquiere su verdadero nombre cuando se abre a las multiplicidades que lo atraviesan despersonalizándose

La democracia nos invita a sustituir la noción de un régimen regulado por leyes, la noción de un poder legítimo, por la de un régimen fundado sobre la legitimidad de un debate sobre lo legítimo y lo ilegítimo, un debate sin garantes y sin final

La democracia da forma a una comunidad de un género inédito que no podría ser circunscrita definitivamente en sus fronteras, sino que se abre al horizonte de una humanidad inimaginable, no contradice ni promueve la exigencia de decidir sobre lo legítimo y lo ilegítimo, lo justo y lo injusto, lo verdadero y lo falso, y la exigencia de responder de las palabras y de los actos ante los hombres

En una sociedad libre, el hombre no está sometido al hombre sino a la Ley: poder impersonal, sin rostro, al que no puede darse nombre alguno. Nadie puede ocupar el sitio de la Ley, arrogarse estar en posesión de la clave, del poder de conocer lo que le conviene a cada ciudadano. El discurso de poder no es poroso, es impermeable, circular, tautológico: lo dice quien lo detenta. Se necesita casi una palabra profética, según Arendt, inesperada, que interrumpa el curso de la repetición, del consenso, que anuncie lo que aún no ha sido enunciado, una palabra entre la sorpresa y el riesgo, que abra, que espere, que espere intensamente la ignorancia del porvenir. Allí, en la democracia por venir, lo importante, afirma Derrida, no es la democracia sino el porvenir, lo que resta después de deconstruir el concepto de la democracia actual. La democracia por venir es lo indeconstruible. Se deconstruye para poder develar las polaridades engañosas sobre las que funda su retórica

La democracia revela una heterogeneidad que se resiste a ser uniformada, una opacidad que se resiste a ser objetivada, una indeterminación que rechaza soluciones últimas. La democracia por venir tiene una estructura aporética, sigue Derrida, sin salida posible, y debe escapar de la polaridad real/posible, ya que lo imposible es real, pertenece a nuestra realidad abierta al acontecimiento, a lo no esperado

La representación del individuo que subyace al humanismo democrático es un ser en movimiento, sin guía, cuyo honor es pensar, hablar, sin ceder al nihilismo

 

 

Enero 26 de 2023