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500 - El ser de la literatura
Recurrimos a las palabras no para tratar de revelar universos de sentido o para hacerlos visibles o transmisibles, sino más bien para que nos conduzcan a través de un trayecto que irrumpa contra el lenguaje habitual o contra el fracaso de la comunicación en el hoy de la cultura

 

Instalado entre el caos y la posibilidad de inaugurar un mundo, nos   motiva el deseo de habitar ese espacio de la escritura, espacio donde formas escurridizas, inasequibles como restos dispersos, nombran lo que todavía no es, como señales de fractura de la representación de un decir acerca de lo que se ve o se cree ver, un modo de acercamiento a lo extraño, una forma de cuestionar la familiaridad con la que nos movemos y el concepto mismo de identidad. Así es como la escritura redescubre el lenguaje

El lenguaje es el ser de la literatura, su propio mundo. Lo literario tiene como objeto su propia forma y no sus contenidos. Es a través del lenguaje como la literatura desbarata los conceptos esenciales de nuestra cultura, y, en primer lugar, lo “real”. Desde un punto de vista político, y teniendo en cuenta que ningún mensaje es inocente, la literatura se asume revolucionaria. Es hoy la única responsable del lenguaje, pues, aunque la ciencia lo necesita, no está dentro de él, como la literatura: la ciencia se dice, la literatura se escribe

Nos enfentamos con los límites del cómo decir y en esos límites podemos encontrar la carencia, las fisuras que agrietan el mundo del sentido, y que ponen en cuestión la relación entre palabra y realidad, porque entre una y otra se abre el vacío donde habita lo callado, el hueco, y allí, en ese intervalo, se da la posibilidad de la escritura. Y el “cómo decir” se daría sólo derogando los reclamos de identidad, de unidad, sólo enrareciendo esas identidades que buscan un sentido, sólo intensificando el desarraigo y diluyendo así la verosimilitud y la certeza Hay una relación intrínseca entre la escritura y esa nada blanca de la espera, como si el decir se abriera en ese espacio amplio entre una y otra, así, escribe Claudio Magris,

es posible que escribir signifique rellenar los espacios en blanco de la existencia, esa nada que se abre de repente en las horas y en los días, entre los objetos de la habitación, y los absorbe dejando una desolación y una insignificancia infinitas

La literatura transforma la vida en escritura, ya que escribir coincide con vivir; la escritura es la forma de inventar ficciones que sirven para revelar o explicar verdades, para invocar siempre a otras dimensiones, y continúa Magris,

a menudo la literatura es el arte que nos enseña las contradicciones de la existencia y nos ayuda a entender para entregamos al combate. Sólo se necesita poner un poco de atención para descubrir, debajo de las palabras, su mayor secreto: el escritor habla de los demás hablando siempre de sí mismo. Las palabras tienen su propia individualidad, así como toda persona tiene que tenerla, sin miedo a las fronteras. Al contrario, sólo cuando el hombre haya comprendido que el límite es bueno en lugar de malo, podrá ir adelante, crecer y madurar como hombre integral, en la consideración y en el respeto hacia todos los demás. En esta tarea la literatura puede ser fundamental

El lenguaje hospeda a la literatura, una casa en permanente construcción, amenazada por la devastación, pero dispuesta a levantarse siempre de nuevo;  un lugar abierto, sin límites que obstruyan su extensión, un espacio en el que entender los actos comunicativos como flujos marcados por la deriva y el devenir constantes, un horizonte desde el que sea posible tanto hacer frente a la destrucción como imaginar inéditas e inexploradas formas de existencia, un territorio al fin y al cabo que no actúe como enlace entre el sujeto y el mundo sino que represente el lugar en el que ambos se proyecten y encuentren

Es lo que la escritura debería afrontar en estos tiempos, una época que, como otras, no ha dejado de cuestionar nuestros modos de representación lingüística de la realidad, al tiempo que ha supuesto un cierto abandono del pensamiento crítico

Así, es preciso entender una palabra en su manifestación simbólica ya no tanto como un particular ejercicio de poder o proyección de una determinada identidad, sino como una oportunidad para poner en entredicho nuestros valores y así volver a fundar el mundo, generando relatos, discursos e inéditas coordenadas de tiempo y espacio que acaban modificando nuestra percepción y representación de lo real

La literatura se presenta como una especie de bisturí que tiene que ahondar en las negras heridas de la vida para sacar de ellas toda la negrura sin temor alguno; sólo de esta forma podrá atreverse a hablar de lo positivo que también encierra la misma vida, podrá bajar en las profundidades del ser humano

 

Estas palabras no dejan dudas sobre lo que es para un escritor, que se puede definir contemporáneo, la vida que él intenta reflejar en una literatura donde las palabras son símbolos de una oquedad que nada puede rellenar, ya que nadie puede llegar ni siquiera a entenderlo; las palabras son traiciones múltiples, no pueden capturar los sentimientos, el momento, la iluminación del instante. No obstante, la literatura puede imaginar cómo debería ser el mundo, el hombre; y aunque fuera un camino interminable, no renunciaría

 Nada es jamás, sino que está en proceso de llegar a ser, y en vías de destruirse o alterarse.

 

La literatura no es una herramienta para producir un resultado, sino la experiencia misma del resultado, el acto en que resulta escribir y leer literatura, un modo de acercamiento a lo extraño, o una forma de cuestionar la familiaridad con la que nos movemos y el concepto mismo de identidad. En efecto, se redescubre el lenguaje, y se lo rescata del ruido y la charlatanería comunicacional. En muchos casos, la literatura proyecta la experiencia de la extrañeza, el “espacio de lo extraño”, como un campo de fuerza, donde el ser aparece desapareciendo. Una presencia ausente en una escritura infinita e inconclusa, que no tiende a la unidad o a la apropiación sino a la distancia como una constante expulsión de lo propio para retornar a lo extraño, a la extrañeza del sí mismo y expulsar todo aquello que se ha quedado en la demasiada cercanía de las palabras a la realidad, en un intento fallido de tratar de poder decir lo que se ve

La exigencia ética del silencio atraviesa como una constante a todos aquellos escritores que, enfrentados al universo laberíntico del lenguaje, y al proceso casi irreversible de su degradación en una época que ha trivializado el sentido de las palabras, no pueden sino hacerse cargo de un vacío que rodea a la cultura moderna

La exigencia misma de la escritura destruye la identidad, y revela que sólo es posible conocer, si lo conocido, es decir lo que se nos vuelve habitual y familiar, conserva las huellas de su extrañeza, de su radical alteridad. Quizá eso desconocido, eso extraño se pone en juego en la escritura para “trastornar”- en el sentido que da a esta palabra Barthes -  cuando dice que “lo que puedo nombrar no puede realmente punzarme. La incapacidad de nombrar es un buen síntoma de trastorno”. O, en otras palabras, de dejarse trastocar, afectar, punzar por lo desconocido e innombrable, y no disolverlo en lo conocido. Es escritor aquel para quien el lenguaje crea un problema, que siente su profundidad, no su instrumentalidad o su belleza. El escritor y el crítico se reúnen en la misma difícil condición frente al mismo objeto: el lenguaje. Y no solo la crítica, sino el discurso intelectual entero, aborda la región desnuda de la experiencia interior: una misma y única verdad se busca porque es la verdad de la palabra misma. Una obra es eterna, no porque imponga un sentido único a hombres diferentes sino porque sugiere sentidos diferentes a un hombre único. La obra propone, el hombre dispone

Debemos leer como se escribe, según Mallarmé, es entonces cuando glorificamos la literatura, manifestamos su esencia, porque si las palabras no tuvieran más que un sentido – el del diccionario - si una segunda lengua no viniera a turbar y a liberar las certidumbres del lenguaje, no habría literatura

La obra es para nosotros sin contingencia, no está protegida ni dirigida por ninguna situación, ninguna vida práctica está allí para decirnos el sentido, siempre tiene algo de “citacional”: la ambigüedad en ella es pura, abierta a muchos sentidos fuera de la situación, salvo la situación misma de la ambigüedad. La obra se convierte en una cuestión planteada al lenguaje, cuyos fundamentos sentimos y sus límites tocamos. Por tanto, la obra se convierte en una incesante indagación sobre las palabras, una crítica del lenguaje. Su objeto más bien, se convierte en el sentido vacío que los sustenta a todos

La literatura no es sólo un objeto sobre el que el crítico piensa, así, por ejemplo, la relación de Barthes con ella llega a convertirla en un motor de su propia escritura, así dejaba ver que la literatura se constituye como tal a partir de un problema de lenguaje, y una literatura que haga de la crítica un componente radical implica un compromiso con la incertidumbre, la exploración y el trabajo experimental con el lenguaje; en este sentido, la literatura parece haber llegado a un límite extremo al impulsar la reflexión sobre sí misma, sus estrategias y sus procesos de escritura             

Se ha insistido en que la literatura no es un "discurso", sino parte de una energía que interviene en las construcciones del mundo de que disponemos, es decir, en el interior mismo de esos mundos, para ponerlos fuera de sí y conocerles - algo que los discursos no saben de sí mismos. Es la materialización verbal que nos constituye mientras destituye intermitentemente, una y otra vez, eso que vemos y decimos.  Se trata de la comprobación de que el lenguaje siempre fracasa

Sólo hay literatura a partir de la problematización de un lenguaje que ha perdido su transparencia, su naturalidad, y que por ello no puede ser reducido a mero instrumento para transmitir unos contenidos previos. Por eso mismo, la literatura - que es siempre más rica y más compleja que los discursos que hablan de ella - es algo que exige ser pensado, pero que no se deja pensar. Por eso, si el crítico quiere hacer honor a la literatura, tiene que convertirse en escritor: tiene que prolongar, por otros medios, aquello que está en juego en la literatura. Con todo ello, Barthes propone al crítico que renuncie a una falsa objetividad para ir hacia la literatura, pero no ya como “objeto” de análisis sino como actividad de escritura. Porque escribir es ya organizar el mundo, es ya pensar, no consiste en establecer una relación fácil con un término medio de todos los lectores posibles, sino establecer una relación difícil con nuestro propio lenguaje

La literatura es, para el crítico, esencialmente subversiva. Es lo que la define. Esa subversión del lenguaje que define a la literatura se da contra el privilegio del contenido ya que el compromiso del escritor no pasa por lo que dice sino sobre todo por la manera de decirlo. Hay quizá en el hombre una facultad de literatura, una energía de palabra

Ser escritor no pasaría pues, por escribir ficciones, sino por sostener una actitud determinada ante el lenguaje: es escritor aquel para quien el lenguaje es un problema. De ese modo, siempre que problematice convenciones y códigos, siempre que dude de la consistencia natural del lenguaje, la literatura puede convertirse en crítica y la crítica en literatura, y dice Robbe- Grillet,

Antes del trabajo artístico no hay nada, no hay certeza, no hay tesis, no hay mensaje. Creer que el novelista tiene “algo que decir” y que es entonces cuando busca una forma de decirlo es la más grave de las equivocaciones

La escritura siempre se va formando mientras escribe, dice Magris, en el sentido que él no elige a priori un registro lingüístico; solo escribiendo materialmente se aclara la naturaleza y el carácter de cada libro. De allí, como una necesidad se originan las formas, los registros de la escritura, toman cuerpo las palabras y la alternancia de los tonos y de las voces

La atención en la forma de la escritura y en su literalidad, desestabiliza las expectativas de un lector que espera encontrar un mundo conocido y descubre en su lugar un lenguaje que opone resistencias. La literatura supone así un momento de opacidad y de extravío. El lector no reconoce qué se le está diciendo o, reconociendo lo escrito, no entiende por qué se dice eso o por qué se dice de esa manera, pero el lapso entre una lectura y la otra (relectura) devela lo que Barthes llamaba la significancia, la participación activa del lector en lo que lee, el sentido en tanto se produce sensualmente: la productividad de la lectura. La lectura sería, en suma, la hemorragia permanente por la que la estructura se escurriría, se abriría, se perdería, conforme en este aspecto a todo sistema lógico, que nada puede, en definitiva, cerrar; y dejaría intacto lo que es necesario llamar el movimiento del individuo y la historia: allí la lectura sería el lugar de la transformación

Esa experiencia de lectura en la cual el lector se enfrenta en algún momento con algo ilegible - que no se deja leer - y que le obliga a volver de otro modo sobre lo leído, es uno de los núcleos centrales de la crítica de Barthes, para quien la crítica no es un homenaje a la verdad del pasado o a la verdad del otro, sino que es una construcción de lo inteligible de nuestro tiempo. Son las versiones objetivista y subjetivista de una misma ideología que reduce a la literatura a algo que no es ella; y que partiendo de la literatura nos permite en último término olvidarnos de ella

Barthes no busca tanto invalidar sin más estos modos de la crítica como evidenciar que son eso; modos históricos de afrontar la literatura, y afirma que la solución que el ser humano tiene de hallar la libertad bajo la ley de la lengua, es precisamente la literatura; la literatura permite remunerar la lengua según Mallarmé, es decir, sobrepasarla y esquivar sus obstáculos

El susurro es el ruido de lo que funciona bien. De ahí se sigue una paradoja: el susurro denota un ruido límite, un ruido imposible, el ruido de lo que, por funcionar a la perfección, no produce ruido; susurrar es dejar oír la misma evaporación del ruido: lo tenue, lo confuso, lo estremecido, se reciben como signos de la anulación sonora, y cuenta Barthes que se imagina como el Griego antiguo cuando interrogaba con pasión el estremecimiento de la Naturaleza para percibir en ella el plan de una inteligencia,

Y en cuanto a mí, es el estremecimiento del sentido lo que interrogo al escuchar el susurro del lenguaje, de ese lenguaje que es para mí, hombre moderno, mi Naturaleza

 

         La letteratura é il territorio nei quale possiamo andare

        alla ricerca di noi  stessi, quando non  sappiamo chi siamo          

                                                                                    Claudio Magris

 

 

        Febrero 21 de 2023