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516 - Lo que quedó atrás: la singularidad de la experiencia
En los tiempos que corren se considera a la historia un tiempo sin solución de continuidad de cara a un futuro venturoso a expensas de un presente que usurpa la eternidad, privándonos de la verdadera experiencia, y un pasado olvidado que yace a la espalda


No obstante, nuestro presente no está a salvo de un pasado que quedó enterrado con sus muertos, ya que la imagen hereje de la injusticia se renueva a cada instante en las falsas conciencias de quienes ocupan el rol de conductores y conducidos - una sociedad alentada y extraviada en el consumo, plena de una felicidad vacía en un mundo de falsas representaciones y de profundas desigualdades

No damos lugar al presente si el sufrimiento del otro no se hace carne en todos

La concepción de un progreso del género humano en la historia es inseparable de la concepción del proceso de una historia paródica, como si ella recorriese un tiempo puro, homogéneo y vacío. La crítica de la idea de este proceso debe constituir la base de la crítica de la idea de progreso como tal

El progreso guarda dentro de su vientre la otra cara del desarrollo y de la evolución, el retroceso y el subdesarrollo. Desde la conquista de América asistimos a una historia de la humanidad que no es otra que la historia de los vencedores que en nombre del progreso justificaron la barbarie

Para descorrer el telón de la historia del progreso y apostar a un presente pleno, la primera tarea ineludible es pensar críticamente, pensar la historia en términos de crítica cultural como crítica de la idea de progreso

La superstición moderna del progreso es un subproducto de la mentira y la historia es un tejido de bajezas y de crueldades donde brillan algunas gotas de pureza de tarde en tarde 

La verdad en el plano social implica la búsqueda de medios que protejan al hombre contra la mentira organizada colectivamente. La idea de sujeto debe decirse alteridad, el que se gesta otro, el que expresa lo que ha olvidado de sí mismo, situándose delante de sus propios olvidos. Se instala así en la materialidad de la historia y es el que puede iluminar lo que en ella calla, un ejercicio de memoria y olvido paralelo a una recuperación política y redentora del pasado. Sin duda, una esperanza cuasi utópica en medio de la sociedad contemporánea, pero Benjamin, autor de esas líneas, escribía en los 30 y ha pasado tiempo y otro es el tiempo y están viniendo otros más tormentosos aún

Articular históricamente el pasado no significa conocerlo “como verdaderamente ha sido”. Para quien recuerda, el papel principal no lo tiene lo que él haya experimentado, sino el tejido de sus recuerdos, la trama de la rememoración. Viajar hacia atrás es recuperar las voces de la historia, aquello que se ha  olvidado, los fragmentos eclipsados por los triunfadores, según Benjamin - claramente un pensador de riesgo entre las ruinas de la cultura - para quien el pasado se articula como pregunta, nunca como clausura, acontece, nunca es acontecido 

Evidentemente, cada época genera sus propias posibilidades pero este Hoy parece presentarse inmune a ese viaje, porque ¿cómo es posible relatar la historia de todo aquello que no ha podido acceder a ella, todas las existencias excluidas, las formas de vida soslayadas por la necesidad histórica, por ese “deber ser” que no es nada más que la entronización de la regla económica? 

El poder autoritario impone una lectura distinta y ruinosa de las sensaciones, es nada menos que una acción sobre la imaginación de un semejant

Lo singular viviente es aplastado para darle espacio a la historia. Su experiencia es anulada para que  el sujeto histórico encuentre su camino a través de la destrucción de la experiencia, del repliegue de la singularidad, de la inclusión de la individualidad histórica dentro de la colectividad productiva, económica, política y estatal. Así la modernidad se convirtió en el dominio de la totalidad sobre el tiempo vivido - sobre la experiencia - y cuando la reducción histórica del devenir se instala en sus  mismas entrañas, desgarrándolas, se produce la colonización y homogeneización de la singularidad

En esta época, si bien conocemos los problemas del mundo, la mayor preocupación consiste en la difusión de una cultura que niega la solidaridad, un atentado contra la humanidad, pura demagogia del individuo

 Cada cultura es ante todo una determinada experiencia del tiempo y no es posible una nueva cultura sin una modificación de esa experiencia

 Por lo tanto la tarea original de una auténtica revolución ya no es simplemente cambiar el mundo sino también y sobre todo cambiar el tiempo

El desfallecimiento de la experiencia es algo que se remonta al atemporal proceso tecnificado de la producción de bienes materiales y no solo, es la misma experiencia la que está en peligro

Esta amenazante atrofia de la experiencia, que cita Adorno, fue compartida por muchos intelectuales disímiles de su generación. El desvanecimiento de la experiencia devastó a muchos de los que habían sufrido los tramos más oscuros del convulsionado siglo XX, entre ellos, Ernst Junger, Georg Simmel, Georges Bataille, Michel Foucault, Herman Hesse. En ellos se revela el fuerte anhelo de poder volver a vivir experiencias genuinas. Un verdadero culto de la experiencia surgió como un antídoto para esas vidas supuestamente estériles y alienadas de hombres y mujeres modernos y para la no menos extenuante conciencia de sí que acompañó dicha alienación

 Hoy sabemos que para efectuar la destrucción de la experiencia no se necesita en absoluto de una catástrofe; para ello basta perfectamente con la pacífica existencia cotidiana en una gran ciudad. La jornada del hombre contemporáneo ya casi no contiene nada que todavía pueda traducirse en experiencia… El hombre moderno vuelve a la noche a su casa extenuado por un fárrago de acontecimientos- divertidos, insólitos o comunes, atroces o placenteros – sin que ninguno de ellos se haya convertido en experiencia

 

Al hombre contemporáneo se le ha arrebatado la experiencia, la posibilidad de tener y transmitir, que representaba uno de los pocos datos certeros que tenía de sí mismo. Antes, la experiencia remitía a lo cotidiano, no a lo extraordinario, y cada mínimo acontecer en el diario vivir era revalidado mediante el relato - no como en el pensamiento moderno - con el conocimiento, que se basa en la aceptación no explícita del sujeto del lenguaje como fundador de la experiencia y del conocimiento. Así se pasa por alto la relevancia real de la experiencia (pura y muda) y se la expropia porque es un habla, un discurso del sujeto. Esta circunstancia favorece el otorgamiento de una experiencia prefabricada, manipulada y guiada, una gran mentira, y es en este caso donde el rechazo a esa experiencia aparece como legítima defensa

A propósito, Deleuze se lamenta de cuán lejos de la inmanencia continúa el pensamiento contemporáneo, de cómo esta experiencia de la incomunicación succiona el conocimiento y desconecta la existencia

La única posibilidad de una experiencia original, dice Agamben, sería aquella que se ubique antes del sujeto - antes del lenguaje – en la infancia del hombre. Allí es donde se debería buscar  el lugar de la experiencia, no como un paraíso que abandonamos sino como un sitio que coexiste con el lenguaje. La infancia no es lo que precede cronológicamente a la lengua que deja de existir para arrojarse al habla, sino que coexisten originariamente, y la experiencia se constituye mediante la expropiación hecha por el lenguaje, al producir al hombre como sujeto una y otra vez

El problema de la experiencia como patria original del hombre es el problema del origen del lenguaje en su realidad de lengua y habla. Es una ficción, pues el hombre no está nunca separado del lenguaje y no hay algo así como un acto de inventar el lenguaje sino que el hombre se constituye como tal a través de él

 

Como infancia del hombre la experiencia es la mera diferencia entre lo humano y lo lingüístico. Que el hombre no sea desde siempre hablante, que haya sido y sea todavía infante, eso es la experiencia. Esta pérdida de la experiencia es en verdad una expropiación implícita en el proyecto fundamental de la ciencia moderna 

El problema de la experiencia, obviamente, no podría abordarse sin considerar el problema del lenguaje

La infancia constituye y condiciona el lenguaje, y su existencia excluye que pueda presentarse como totalidad y verdad. Desde el momento que hay una experiencia, cuya expropiación es el sujeto del lenguaje, el lenguaje es el lugar donde la experiencia debe volverse verdad 

 

La naturaleza del hombre que es la lengua está escindida desde el origen porque la infancia introduce discontinuidad y la diferencia entre habla y discurso, y alude a que el hombre no es ni el sujeto ni el lenguaje, sino que debe apropiarse del lenguaje para constituirse como sujeto. Solo con esta apropiación abre la posibilidad de la historia para él

Deleuze creó un experimentalismo que en vez de preguntarse por las condiciones de la experiencia posible, buscaba las condiciones de emergencia de lo nuevo, de lo no pensado aún, un empirismo, sí, pero no de las cosas hechas sino de las cosas en gestación. Entonces la filosofía dejaría de ser la corrección del error y se transformaría en aquello que en la experiencia, es anterior a los sujetos y a los objetos, lo que daría en llamarse plano de inmanencia. Un empirismo previo a cualquier subjetividad o intersubjetividad trascendental, una suerte de experimentalismo filosófico que supondría una pura inmanencia, sin elementos primeros ni trascendentales, que no sería inmanente a nada anterior, subjetivo u objetivo. Lleva el experimentalismo en el pensamiento a una zona anterior a la constitución de un “nosotros” estable e intersubjetivo y centra la cuestión no ya en el reconocimiento de nosotros mismos o de las cosas de nuestro mundo sino en un encuentro con lo que todavía no podemos determinar: aquello sobre lo cual no podemos acordar aún ni sabemos describir porque carecemos de las palabras para hacerlo, el acontecimiento, irrepetible, inconstante, ese darse de la experiencia en la singularidad

 

Deleuze se ocupa de la emergencia de la novedad, del dato, no de la identidad. De esta experiencia hay que partir, porque es LA experiencia. No supone nada más, y nada la antecede. No implica sujeto alguno del que sea la afección, ninguna sustancia de la que sea modificación

Así el problema de la experiencia en Deleuze consiste en forjar relaciones -conexiones - que no estén dadas de antemano en construcciones cuyos elementos no encajan como piezas de un rompecabezas, sino que se parecen más a piedras dispares reunidas transitoriamente en un muro que no está ligado aún por ninguna argamasa 

Hacia la zona salvaje sin mapa, sin guía, sin ideas

Se dan encuentros que suscitan cuestiones nuevas que reclaman volver a pensar, volver a inventar, sucesos que problematizan la manera de hacer política o de cohesionar la sociedad. Un verdadero viaje en el cual hay que abandonar el discurso habitual con una incertidumbre permanente acerca del lugar al cual se va a arribar

La legitimación histórica hegeliana funda sólidamente el totalitarismo de la necesidad que ha dominado la experiencia política desde la modernidad. El método de la historia es el método de esta necesidad que suprime la singularidad y la experiencia. Lo moderno pone en marcha una máquina de ablación de la diversidad de las existencias humanas, o sea una máquina de uniformización a la que el idealismo adhiere, mientras que en la realidad de la historia moderna aparece como interminable y totalitaria 

La totalidad nunca se realiza como superación de las particularidades sino que se limita a someter las particularidades a través de un poder represor cada vez más invisible cuanto más efectivo. 

Esta necesidad histórica funciona como la pena de un padecimiento intolerable, de humillación y de aniquilamiento de la vida singular, o sea, de la experiencia

 Deleuze reinventa el lenguaje, su obra aparece como un idiolecto sólido y personal donde el pensamiento intenta utilizar el concepto para ir más allá de él. Es un esfuerzo que inscribe la diferencia en el concepto en lugar de ubicarlo más allá de su violencia identificante. Pensar en conceptos es alcanzar lo extra-conceptual ya que el mismo limita con la región de lo no-conceptual. Solo existe en la forma de este contacto fronterizo, como excedente o exceso, como éxtasis de una forma que ya no está cerrada a lo sin-forma de las entidades pre -conceptuales. enunciados donde entra un mundo, donde se juega a todo o nada, un encarnizarse con la frase como si después del abismo excavara hasta que desde sus profundidades brotara lo único conocido y desconocido, propio y extraño, un lenguaje otro

Soy el náufrago de infinitos yoes que se despedazan sin alcanzarse

Es notable, aunque quizá no tanto, como Deleuze y Agamben, dos tremendos pensadores que transitan discursos no homologables, coincidan en su preocupación por la experiencia aunque desde distintos lugares y hacia distintas reflexiones que, no obstante, no se contradicen, pero que se rozan continuamente en puntos de fuga que atraviesan el mismo núcleo, el de la vida 

El concepto de vida como última herencia tanto del pensamiento de Deleuze como del de Foucault deberían constituir el tema de la filosofía por venir, y aunque si bien” una vida” como beatitud se identifica con nuestra vida y de esta manera Agamben piensa que nos estaríamos abandonando a la servidumbre de los poderes de nuestro tiempo, comprendió, no obstante, que a este río de la vida le es indiferente de qué especies sean los molinos que sus aguas impulsan pero  para Deleuze, perseverar en la existencia no sería “dejarse ser” sino actualizar elementos virtuales para construir dispositivos concretos que nos permitan seguir haciéndolo

Las palabras adquieren esplendor autónomo sin supeditarse en el sentido las unas de las otras. Se comunican por sus horizontes como el tiempo, hondonadas de extrañeza 

 

Lo que engaña es la fijeza del lenguaje, la identidad es un fantasma que el caos coagula como lenguaje. Se actúa dentro de la “normalidad” que dicta y etiqueta lo que conviene pensar extirpando las aristas filosas de la lengua. Su consecuencia es la banalidad, una atmósfera invisible que subliminalmente coapta el imaginario colectivo. La irrealidad comienza con el Todo; lo imaginario no es una extraña región situada más allá del mundo, es el mundo mismo pero mundo como una integridad, como un Todo. Es por ello que no está en el mundo, es el mundo mismo, su principal vehículo

La publicidad, íntimamente asociada con el imaginario, es un extraño lenguaje que no quiere decir lo que quiere decir, no crea nuevas formas expresivas, nuevos códigos perceptivos o nuevas articulaciones de sentido sino un medio ambiente de naturalidad que va  a determinar el clima del destinatario, una normalización imaginaria, una imaginación normalizante, una normalidad prefabricada en paquetes de información que es todo su sentido. No es informativa ni deformativa, es performativa, ha convertido las cosas y las gentes en lenguaje

Y hoy el gran problema es esa naturalidad con que aceptamos las imposiciones del lenguaje y todo lo que conlleva. Lo banal se banaliza, se relata. La entropía sufre más entropía, y así erramos en los escombros sin advertirlo, enganchados en un mecanismo cuyos engranajes están cada vez más aceitados, más livianos y sutiles, más invisibles y difíciles de detectar, como un virus que se propaga a través nuestro, inadvertido

Todo sentido es producto de una perspectiva interpretadora y toda jerarquía de interpretación es producto de una perspectiva evaluadora, la intrascendencia del instante

 

Abril 2023