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524 - El territorio de lo impensado
Las huellas del lenguaje habitan en el hombre desde su nacimiento, una noche antigua y húmeda de sonidos abisales, de terrores y temblores, la noche del grito emergiendo a través del aliento, la del llanto, la de la voz muda en la garganta, la noche de los párpados sellados que guardan ese mundo-antes, ese tiempo-antes, inocente, inconsciente, salvaje, intocado, el de antes del lenguaje. Después vino el después y el hombre despegó los párpados y al abrir los ojos también se abrieron las puertas de su realidad, y en y a través del lenguaje se constituyó en sujeto, rubricando su destino lingüístico

El hombre es desde su nacimiento un episodio de lenguaje, un discípulo en continua iniciación y en eterna caída en la contra-iniciación. La coyuntura que nos habita obliga al lenguaje a dar vueltas y más vueltas para hablarnos sin decirnos, resbalando en las palabras del día a día. Siempre seremos huéspedes inoportunos y fragmentarios de la casa del lenguaje, casi una broma ontológica que nos hace creer lo que decimos

Hoy el lenguaje acusa el síntoma más flagrante del resquebrajamiento de una sociedad. Transita abaratado entre los deshechos de una cultura atiborrada por la repetición de sus signos despojados de extrañeza, convertidos en clichés del discurso

Ha sido estandarizado, aplanado, bajo los mandatos que convierten a la palabra nada más que en una pieza de canje, un archivo de estereotipos, un mero signo desvirtuado que expone su desgaste, y revela la entropía de haber sido usado y abusado a la vez que expropiado y convertido en detritus de la historia que nos narra, que se plasma a través de un orden que genera núcleos de poder en torno a una voluntad de verdad reputada como única y que es la que genera los criterios que luego son los que administran y dirimen nuestras formas de hablar y de pensar y cualifican nuestra vida política y cultural

Si borramos la carátula del mundo solo nos encontramos con las sucesivas capas de lenguaje que hemos desplegado sobre él, y que hoy se deslizan como sombras in-significantes. La banalidad engendra en el lenguaje el significado aceptable de lo inaceptable, repite, insiste, etiqueta, aplana, corroe y difunde el ronroneo tranquilizador de lo asequible, la entropía del asombro. Responde al clima de época y se expande como un velo invisible, se infiltra como un virus de normalidad. Expandirse es todo su sentido. Permite la insolencia de creer que el mundo es cognoscible y reduce el misterio a un criterio. Reduce la pasión a un fetiche. Es el filtro convencional de la moral burguesa que padece una ascesis mental que rechaza las contradicciones y el riesgo. Se apuesta a lo seguro, un reduccionismo que piensa lo “normal” sin la extrañeza. La banalidad provoca la entropía y ambas destapan la oquedad desde donde se pueden ver los despojos de nuestra civilización

Las palabras nos sorprenden ya atadas a las cosas, pero la palabra debe estar vinculada a la palabra y en la pausa y el silencio de la espera debe surgir la epifanía. Se necesita darle voz a la palabra desde donde ella habla, nombrarla con nombre propio para que comience a existir

El significante hoy jugaría el rol de lo que falta y si hay un metalenguaje no es un discurso significante sino una transparencia insignificante. El metalenguaje absoluto no existe sino en un viaje de ida sin fin que nos va dibujando sombras a las que fatalmente seguiremos nombrando 

Este desasosiego relativo al lenguaje que experimentamos está estrechamente relacionado con el pensamiento de volver a pensar la vida con una vehemencia subversiva, de estar a la escucha de lo más íntimo de la propia finitud, el vacío anterior al pronunciamiento de la palabra, la vivencia del nombre que nombra en respuesta al ser lingüístico de las cosas, una vivencia en el lenguaje y no a través de él

El mundo gira envuelto en signos, tapizado de escritura, abrumado de interpretación. Somos letra, somos discurso, una especie de puntos nodales alrededor de los que giran vertiginosamente millones de palabras, un quantum semántico que dibuja la circunstancia que nos habita y por la que peregrinamos desconcertados conformando un archivo, un lenguaje que nos habla y que nos piensa, nos revela, nos controla. Casi una interpretación del pensamiento. Somos la carne inadvertida del lenguaje que lee interminablemente la historia del pasado que tiene el pensamiento

La caída del hombre y la caída del lenguaje son lo mismo. Ambos se mantienen sobre el filo de una grieta que, no obstante, revela lo liminar, una diferencia que va engendrando una novedad sin fin porque el sentido no acaba nunca - aunque se enuncie en este ahora como sentido del sin-sentido – sino que se recrea y vuelve a tejerse de un modo otro

¿Cómo transitar estos espacios conflictivos por donde se desliza este lenguaje que hoy se elige a sí mismo como tema en la escritura, y que ya fuga hacia lo incógnito enfrentándose con esa renuencia de la palabra por decirse?

                                            A través de una vigilia del lenguaje como posible territorio de lo impensado, haciendo estremecer la gramática, desgarrando los constructos de la representación de la realidad, abriendo la sintaxis para descubrir la evidencia que desarticule el propio texto, dado que es el mismo lenguaje lo que hace al hombre capaz de ser el ser vivo que es en tanto que hombre, y también, de resguardarlo y de impedirle ser el instrumento de clonación de los discursos de poder. Una suspensión del consenso que acabe con la homogeneidad de la aquiescencia para poder ver al mundo de otro modo, lejos de los mandatos que impiden volver a una experiencia originaria cercana a la infancia del hombre 

Después de haber horadado los discursos, irreferenciado la palabra, quebrado los significantes, perdido la fe en los significados, pulverizado la continuidad, a merced de los sentidos que fugan, después de darnos cuenta que somos hablados y pensados, saturados de logos, exhaustos y perplejos, arribamos a los bordes, a los límites de ese afuera esquivo, esa noche cóncava y abisal, aún empapados del Todo del mundo, sordos a la infinita potencialidad de lo oscuro que no hace más que desmentirlo

Allí, en vilo, en ese Vacío riesgoso, lugar extremo de una interrogación sin expectativas, allí el hombre se encamina a convertirse en carne de una pregunta muda, frente a la rebeldía de la palabra, como una iniciación al silencio y es desde el silencio desde donde se hace posible la Cifra que solo amerita la escucha de las infinitas variaciones que descienden del misterio a la posible donación de los nombres, entre la ausencia y las sombras

Si bien el hombre ha llegado a los límites de todo y a los suyos propios con el mismo deseo y la misma impotencia de no poder nombrar lo desconocido, punto crucial donde llega el lenguaje que no nombra lo indecible, también, desde otro lugar, cabe la posibilidad de un discurso que, sin ser un metalenguaje ni perderse en esa indecibilidad, dice el lenguaje mismo y enuncia sus propios límites, un pensamiento consciente de su intemperie que señala sus confines y los niega a través del mismo lenguaje

El lenguaje ha avanzado más allá de sí mismo y está a las puertas de lo innominado, donde las cosas le hablan a través de un texto mudo, un testigo silencioso de lo que las palabras callan, esa nada sin representación donde anida la potencia de lo virgen, más allá de todo ser, un primer tajo en ese exterior a través del cual emerge la novedad de un pensamiento que se abre vacilante hacia nosotros despegando del silencio

La vida es el tiempo que necesita el vocablo…el tiempo de que dispone el hombre para agotar la palabra y ceñir el silencio

 

 

 

Junio 21 de 2023