hacia esa noche abisal donde se puede escuchar ese bisbisear inagotable del Afuera
La escritura planea cautelosa, encubierta en un quiasmo de su cuerpo invisible sobre el lenguaje en un territorio donde el decir se esconde a expensas de la palabra. Atraviesa sombras que exudan más sombras, y la prodigalidad del lenguaje estalla así en ecos incesantes en sus infinitas dilataciones, en el encadenamiento de significantes que se van diluyendo, se enmascaran, se reconfiguran, y, al mismo tiempo, ponen de relieve la insuficiencia intrínseca del lenguaje para decir el mundo, para homologarse con la realidad
Siempre parece quedar demasiado sentido para que el lenguaje logre ese placer que le es propio. Pero, como Barthes aclara, lo imposible no es inconcebible, así la lengua se expandiría hasta devenir un inmenso tejido sonoro donde el aparato semántico se encontraría incumplido y el significante vocal se desplegaría con toda su euforia, sin que jamás perdiera un solo signo, pero sin que el sentido se descartara, ya que impenetrable e innominable se vería a lo lejos como un espejismo: el sentido sería así el punto de fuga del placer
Y ese bisbisear, esa voz apenas audible no es más que el ruido de la ausencia de ruido, sería ese sentido que permitiría oír una inmunidad de los sentidos, o, lo que es lo mismo, ese sin sentido que es inmediatamente recuperado por el sentido (como sentido del sin sentido). No se puede atacar brutalmente al sentido, simplemente con la enunciación de su contrario. Hay que hacer trampas, robar, sutilizar: parodiar, simular. Se trata de afiligranar la escritura
La escritura es un lenguaje que no usa las palabras para expresar lo que ya existe sino para extrañarlas y así impugnar la condición referencial del lenguaje. Al excluir la representación de lo real solo le queda volver sobre sí misma, decirse y diseminarse; así el texto resta sin clausura, se expande, se esparce, se disgrega en infinitos itinerarios, cada vez una nueva apertura
La escritura es lo que se muestra intraducible de decir, pero, a la vez, es la exuberancia misma, y, pese a que se exhibe, no dice y no habla de otra cosa: es lo hablado. Es un más allá del lenguaje, la invasión de otra lengua en la lengua, otro decir
Hay una mirada, un ojo virgen que no tranza con el soborno, que ve dentro de la misma oscuridad no empañada por el comercio del lenguaje, un mundo mudo donde se apoya lo dicho. Un cosmos liberado de la palabra, territorio del silencio
El mundo reclama su habla, es como si dispusiera en silencio de ese sentido mudo y como si lo propio del lenguaje en el antes que precede a toda significación fuera recoger ese sentido mudo de las cosas, llevarlo a lo explícito y conducirlo a lo que luego devendrá sentido del mundo
Pero, significado y significante han sido fatalmente separados, media entre ellos una distancia en continuo diferirse, y el sentido indecible ha devenido infinito deslizamiento de sentidos
Hay un lugar de ambigüedad en la escritura, y es allí donde la inseguridad del pensamiento, su hálito improvisado, refleja el ir vacilante de la misma realidad, un tanteo constante para alojar lo inabarcable, lo real, ese puro acontecer
Escritura es rizoma, raíces aéreas que conectan con otros textos, raíces subterráneas que vibran con la red entretejida de textos, una encrucijada de citas, referencias, ecos, lenguajes, un-entre-los-textos-ilocalizable
Es el territorio en el que ningún lenguaje se empodera y se impone sobre otro, un territorio donde todos los lenguajes fluyen, donde todos los textos circulan. Es un espacio vacío fuera de toda lógica y donde el sujeto no tiene lugar, solo la orgía del emerger del lenguaje
La escritura sucede, pero en el instante mismo en que se ve desplazada no pertenece a la presencia, no existe en el presente sino en el quicio de lo neutro. Al escribir, la escritura, el habla y todas las formas del lenguaje, operan distanciándose con lo nombrado. Flor que nos devuelve la ausencia de todos los ramos
El silencio de lo que no se dijo, ese hiato del lenguaje, deja huella, resto no significante del discurso que se vela y se revela, se pliega y se despliega, obliga a volver hacia un comienzo que se pierde a través de la grieta que abre una sombra en la escritura. Se desliza en un retroceso infinito, y aunque cada palabra no remite a ningún referente, se abre a una multitud de sentidos.
Aquello que no puede ser nunca primero permite mostrar, apenas vislumbrar, al desvanecerse, un nuevo comienzo, así el sentido se continúa sin pausa entre un claudicar y un reinventarse. No hay nada que meramente ocupe algún lugar, solo las diferencias y el diferir del sentido formando texto de textos, huella de huellas
Se muere en el sentido mientras se desvanece la significación, se transita en el desierto de los puros significantes y se peregrina hacia donde resta la huella que no señala el refugio de una presencia anterior, sino una ausencia absoluta, algo que no es pero tampoco es nada, un entre ser y nada, un sentido en custodia, un custodiar la ausencia
La escritura es una forma quizá intempestiva de transitar la aventura del lenguaje en medio de un tiempo que ha llegado a sus límites y se repliega, deviene Cifra, y como el sentido está permanentemente aplazado, todo el texto está siendo a cada momento releído
Es el devenir de la palabra por un texto infinito que se va tejiendo sentido, es una interrupción desestructurante de la experiencia real. Se va acomodando en un intersticio, un lugar de ambigüedad donde se refleja el ir y venir de la realidad para alojar lo inabarcable, lo real
El triunfo fundamental de la escritura sería la total identificación entre significado y significante, la plena realización del signo, pero esta es su gran imposibilidad porque la brecha entre ambos es la real condición de su posibilidad. El texto se extraña, se arriesga más allá de los bordes donde se desconoce. El texto se resiste al lector que no acaba de arreglárselas con su propia exclusión, en medio de una controversia que lo deja a las puertas del Afuera
Junio 28 de 2023