Es la fuerza diluida de un sentido que se ignora, pero que se busca. Cada espacio urbano, prisión de deseos inducidos que se recuestan sobre lo ilusorio, remite a otros y esa es toda su razón de ser
Circulamos en una gran plataforma de exhibición como actores ignorados de los íconos que nos interpretan. Ellos son nuestras máscaras, enigmáticas, a la vez seductoras, nos cautivan, pero también nos “obligan”: son los que pueden hacernos vivir ese otro nivel de realidad tan anhelado, tan diferido, que goza de una existencia imaginaria que convive entre nosotros
Nuestro mundo se desdobla en mundos imaginarios, nosotros nos desdoblamos en seres imaginarios. La realidad es una ficción o mejor aún, la ficción es nuestra realidad. Una totalidad estallada. Una mismidad esparcida
Y olvidamos la incompletud, el resto que resta
Hay un sentimiento de inquietud que flota en el presente abierto y vacilante que vivimos e impide la coincidencia con uno mismo. Es la aceptación de la imposibilidad de alcanzar lo definitivo, la condición de posibilidad de la experiencia de la vida arrojada, siempre en tránsito, un sentimiento de no-lugar, un ansia de partir, de diferenciarse, un partir de sí que no es la fuga, sino el experimentar la extrañeza de lo absolutamente otro, el afuera del límite
Transitamos como hábitos del mirar. La cultura que habitamos, reino de la cantidad y la repetición incesante, se vuelve ojo del ojo, segunda retina que aniquila el ojo. Es el ojo estetizado, formateado y digitalizado - diseñado - emblema de la sociedad actual. El mundo se abraza a sí mismo, se repite sin pausa a través de los gestos de contemplación absolutamente pautados de las costumbres contemporáneas. El sujeto moderno vive pegado a su chip, lleva toda su vida hermanado con su móvil, está insiliado en él y está exiliado de sí mismo, un exilio permanente que trastoca los espejismos de la verdad, un enrarecimiento de la pregunta irreductible que va proyectando su sombra
Todo está a la vista, ya sea si mira hacia afuera o a su móvil y solo reivindica lo que ya existe. La exhibición es todo y todo pasa a ser lo mismo. El espíritu muere abrazado a la tautología. La sociedad no se permite el vacío que se inflama de siluetas producidas, objetos de deseo, que a poco se convierten en ecos devaluados, auras quebradas. Desaparece lo otro en lo mismo como un velo que cubre la banalidad de la apariencia y que se instala en la cultura como marca registrada a través una mirada perversa que se vive natural
Es preciso “abrir los ojos” para experimentar lo que no se está viendo. Ver es crear un espacio entre el ojo y lo que detiene la mirada, y allí ”ver” qué vemos, sentir que algo se nos escapa inevitablemente, o sea ver es perder. Todo está allí, en esa ausencia en la sombra de mi reflejo
Vivimos un déjà vu. Nos vemos siempre envueltos en significados, llevamos en secreto nuestras identificaciones, actuando simbólicamente los mandatos que nos dictan y que nuestros cuerpos encarnan. Son las máscaras que sostienen esa imagen que seduce y nos seduce, pero el yo está siempre en otra parte, actúa lo que no es, se esfuerza por ser “yo” lo que es “otro” enganchado a lo ausente sin reconocerlo
Se vive en la desorientación, esa experiencia en la cual ya no sabemos exactamente qué o quién está frente a nosotros, una desorientación de la mirada como un desgarro del otro, de nosotros mismos y en nosotros mismos, y la extrañeza de ignorar si ese lugar hacia dónde vamos no es la misma prisión interior de siempre. Es el desasosiego de lo perdido, una fisura que sería a la vez posible apertura
Siempre quedan aquellos para quienes “ver” abre un vacío que los mira y los provoca, un entre, una tercera instancia de la visión, ese resto que queda siempre al margen de toda coincidencia, la alteridad
Deambulamos en espacios donde todos somos prójimos tan parecidos y repetidos, voyeurs a ciegas con la mirada exasperada clavada en un deseo unánime compartido, un ritual en el que cada uno es el protagonista inconfeso y al mismo tiempo el espectador de la misma escena colectiva, transeúnte de la misma travesía, de la misma mirada que se fragmenta entre lo que mira y lo que cree ver, una esquizofrenia que hoy nos constituye donde el ojo es un testigo silencioso que cuelga de la mirada
Pensemos en Cine, la posibilidad de lo invisible como escena es la mirada, más allá de lo que cada uno ve, es un ojo que se excede a sí mismo. Una mirada indirecta que no se confunde con la cosa mirada. Toda puesta en escena es un hiato entre lo visible y lo invisible pero también es el ojo en el que se sostiene lo visto, el resto de una mirada, su resonancia interior, la presencia de lo ausente, una alusión de lo que falta, es ese silencio que impregna a lo que acontece, eso que nos interpreta y nos hace protagonistas de un evento que habla por su cuenta, actores ignorados de una obra inexistente
Todo decir cava el hueco de lo que calla
Hoy los individuos son buceadores de anclajes efímeros, transeúntes perplejos y perdidos, precarios intervalos entre los ardides del espíritu contra la muerte que viven un presente eterno, estilizado, y que visten su propia ausencia de oropeles, peregrinos profanos de absoluto manoteando en un vacío donde arrojar el discurso que los habita, prisión de mandatos velados que los identifica, los dicta y los representa
Estamos mediados por nosotros mismos a través de una red de conceptos que llamamos realidad y que no son más que sistemas aglutinantes que nos alojan y que alojamos con total ingenuidad. Una identidad reificada
Miramos y no vemos, comprometidos con este tiempo, a cuestas con su finitud, un instante verdadero que no debe confundirse con una verdad que no puede salvarse, con una voluntad de verdad que es la búsqueda de lo permanente, el afán de tornar pensante todo, volverlo liso, obviar los relieves, para que la razón lo refleje como un espejo
El encuentro con lo real debería ser un incendio, el hundimiento de la realidad donde acontece la máxima comprensión del hecho del mundo
Lo real es el más-absoluto, el más-de-lo-que-vemos, el más-de-lo-que-vivimos, el más-de-lo que-somos, el siendo-más. Pura pasividad de ser. Envuelve el afuera del mundo y penetra en las certezas del día donde todo es marca de las marcas. La realidad traiciona a lo real, es un abrazarse a lo ilusorio con toda la carne sin darse cuenta de que un espectro ocupó el lugar. Buscamos lo real en lo fantasmático mientras que es la alteridad absoluta que hace callar la realidad y le impone silencio a la palabra. Es nudo con la realidad y al mismo tiempo quiebre. Da vida a todo lo que desautoriza al mundo, perfora, socava y desmadeja la red de hilos que lo miente
Nos sucedió el mundo y le sucedimos. Es el sentido de todo este sin-sentido que hay que atravesar, la realidad, como un desgarro que vive entre las palabras y las cosas, una costura abierta donde se vislumbran los restos de una humanidad que se debate entre la opacidad y la fulguración
Bajo los cielos hoy vacíos de íconos de la trascendencia se extiende un inmenso territorio devaluado, nuestro territorio, una planicie donde se comercia con lo innegociable en un clima de naturalidad y afable hipocresía donde se alojan los vanos y esforzados intentos de unir a los hombres sin lograr lo que realmente significaría un verdadero encuentro: deponer nuestra ficción espejada en el universo, resistir la tibia desmemoria de la normalización de los valores, lo colonizado de la realidad y permitir que nuestra diferencia roce la diferencia del otro. Hoy, el des – encuentro entre los seres pone de relieve el vivirse ciegos ante lo diferente, el buscar el amparo de lo igual.
O nos conjugamos singulares o nos sustantivamos especie. No se puede ser el otro. Toda verdadera proximidad pasa por la diferencia
Julio 24 de 2023