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539 - El fulgor de la des - obediencia
Cuestionar el poder se origina a partir de un movimiento que nos expulsa de la domesticación que nos educa, de la normalización, de la “normalidad

 

 

No obstante, el ser humano anhela la bonhomía de pertenecer a su zona de confort, de poseer todos sus privilegios, en suma, el amparo, la protección de todo lo establecido, lo ordenado a tal fin.  De esta manera, no acierta a ver hasta dónde llega el verdadero alcance de su adherencia. Y experimenta el deseo de irse de un encierro que en realidad no puede abandonar, aunque la “muerte” sea su precio a través de la dulce seducción del sistema

El discurso contemporáneo reduce lo desconocido a lo manejable; es la estrategia de la confortabilidad, la felicidad comercializada, la felicidad como fetiche que provee deseos que son puros simulacros, deseos producidos de decisiones externas, publicidad mediante las más de las veces; deseos que ya no poseemos sino de los que somos poseídos

Los individuos se convierten en oquedades que alojan  simulacros de deseos incumplidos, banales, mandatos subliminales, imprescindibles para cumplir con las condiciones de la pertenencia

Uno de los principales protagonistas de esta trama es el discurso de autoridad que convierte la enunciación en una ideología, es una interpretación de sentido único, se come el disenso. Es un discurso de autofagia, lleva dentro de sí su propia destrucción, no tiene afuera, y donde no hay disenso no hay disolución

Es el tremendo peso del Estado el que gravita sobre las instituciones vivientes, vaciándolas de espontaneidad y creatividad, peso que produce subjetividades sujetas que aún resisten pagando un altísimo precio. Así, el ser humano se convierte en prisionero del mundo del que, a medias consciente, ha sido su más fanático colaborador: él mismo ha mutado en víctima, pero sin el drama del agravio ni el estigma de la tragedia. Todo ha sucedido sin ruido, casi naturalmente

Debería procederse a combatir los dogmatismos imperantes, a liberar y desterritorializar el pensamiento, descolgándose de los discursos legitimados, des-obedeciéndolos, no apelando a una legitimación superior, sino cuestionando el mismo principio de legitimación

Al des-obedecer desde el núcleo mismo de la vida se filtra una parte de transgresión pura, una anarquía ontológica, ese es su fulgor

En la des-obediencia podemos liberarnos de las cadenas de la demanda para atender al deseo, y, a través de ella, se encuentra un fundamento que recibe el nombre de espiritualidad, otro de los nombres de la singularidad

 

La espiritualidad, en este caso, es esa práctica por la que el individuo queda desplazado, transformado, perturbado hasta el punto de renunciar a su propia individualidad, a su propia posición de sujeto

Lo que es esencial para la filosofía, para la política, es lo que Bataille llamaba la experiencia, algo que no es la afirmación del sujeto en la continuidad fundadora de su proyecto: es aquello que pasa en la ruptura y en el riesgo por lo que el sujeto acepta su propia transmutación, la abolición de su relación con las cosas, con los otros, con la muerte. Es el acontecimiento que no puede llegar más que desde la experiencia de lo indecidible, desde el lugar donde se abandona la seguridad del amarre, la cartografía imposible, incalculable, ingobernable. Es el encuentro con lo real, con lo distinto. Aparece todo un otro mundo que se detiene y nos detiene en el umbral, allí donde el Afuera y el Adentro se comparten: un espacio de deseo. Esa experiencia nos necesita disponibles, hay que descubrirla, vivirla, estar a su altura

La noción de espiritualidad en tanto que ejercicio es una práctica destinada a operar un cambio radical del ser. Así fue concebida en la Antigüedad, y si bien es cierto que no pueden simplemente apropiarse ideas de otras culturas, sí re-leerse, re-inventarse. La fuerza que se produce en esa espiritualidad es la fuerza que compele a la acción, que despierta

Es menester rechazar la propia identidad, que no constituye a la persona, que es una sustracción original, una identidad narrada, ya que la historia no debería tener como fin reconstruir las raíces de nuestra identidad sino disiparlas, hacer aparecer las discontinuidades que nos atraviesan. Rechazar eso en que nos hemos convertido, es la primera condición para rechazar el mundo tal como está y pasar a la re-invención, más allá de toda ley, de toda institución, de todo contrato

 

Quienes en este mundo vivieron desacomodados, exiliados, con una mirada “ajena”, marcando radical y necesariamente su diferencia - otra raza de seres desencontrados en un mundo al revés, tildados de insanos - fueron quienes pusieron de relieve esa parte del mundo en la que no encajaban, la “nuestra”,

intérpretes de la realidad social y material cotidiana donde se ubicaba nuestra “normalidad”, esa otra especie de locura enmascarada

 

La locura no es la falla contingente de la fragilidad de un organismo, sino la virtualidad permanente de una falla abierta en su esencia

Estos singulares fueron una potencia caracterizada por su inquebrantable voluntad de participar, de tomar partido. Voluntades sin identidad, pero con nombre propio, demostrando que lo que está vivo no se entrega fácilmente ni se deja encorsetar

Supieron desmarcarse de lo in-delegable y de ofrendar una postura ética, la disidencia cívica, una desobediencia innata, una rebeldía interior

Esa disidencia cívica ostenta como principio la experiencia vívida de ser irreemplazable para los otros y para sí, una sensibilidad de estar entregado, dispuesto a no liberarse de esa tarea y delegarla en otro imaginario, y por la necesidad urgente de sacudir la inercia, descubrir la solidaridad. Y actuar

 

 

Agosto 4 de 2023